¡Hola a todos!
Hoy os traigo el primer capítulo de la nueva historia que he sacado de mi cabeza; ¡Palabra de onstruo! Una historia que más que una novela no ha dejado de resultar más que un relato corto, pero bueno, como muchos me decís, lo bueno y breve, ¡dos veces bueno! Esta historia puedes leertela de una sentada, que al fin y al cabo eslo que pretendo con mis relatos, sigo creyendo que así la historia impacta más en el lector.
Este relato, muy probablemente, es el primero que se me ocurrió, pero entonces era sólo una niña impresionada tras haber visto un reportaje sobre el primer trasplante de corazón de la historia, realizado por el cirujano Christian Barnard y su equipo, en diciembre de 1967. Esas imágenes y esos testimonios que pude ver, inspiraron algo en mí, mezclando el miedo con la fascinación en mi cabeza como si se tratara de una coctelera.
No sé por que he tardado tanto en escribirla, quizá no era su momento y tenía que ver la luz ahora, no lo sé... El caso es que, ¡aquí está! Os dejo de momento el primer capítulo mientras termino de prepararlo por completo. Esta obra estará llena de ilustraciones, las mismas que formó mi imaginación de ocho años. Espero de todo corazón (nunca mejor dicho) que os guste.
Uno de los personajes de esta cortita novela, Cassius. Este monstruo llevaba rondando por mi mente más de veinte años, hasta que finalmente he logrado sacarlo, ya ha dejado de atormentarme... A lo largo de la obra podréis conocerlo un poquito más, a él, y a sus cuatro hermanos.
¡PALABRA DE MONSTRUO!
I. Hora cero.
Hospital Puerta de Hierro,
Majadahonda (Madrid), 6 de diciembre de
1965.
El paciente llegó rápidamente, apenas
siete minutos después del aviso dado al hospital. El accidente había tenido
lugar hacía escasos diez minutos, y el desgraciado joven, al que ahora
empujaban con visible nerviosismo sobre una camilla, se hallaba en muerte cerebral. Para el Doctor Travers, y para el
paciente Fernández, comenzaba la hora cero.
Nada más comunicar el estado del
copiloto del coche siniestrado, el equipo de quirófano se puso en marcha. La
camilla y todos los utensilios desechables fueron extraídos de su envoltorio y
desinfectados minuciosamente.
El Doctor Travers, entró en la habitación 124 para
darle la noticia al receptor, el Señor Camilo Fernández. Para ambos empezaba la
hora cero.
El rostro del paciente no mostró la
alegría que Daniel esperaba, pero era normal… Ya que no era la primera “hora
cero” a la que se enfrentaba. Hacía exactamente dos semanas, otro donante había
irrumpido en el hospital con el mismo estrépito que el de aquella mañana, pero
al final su corazón no fue apto para trasplante por no cumplir las condiciones
adecuadas, quedando Fernández recién dormido en la mesa de operaciones con
Daniel a punto de abrir su esternón. Como era de esperar, aquello fue un gran
golpe para el paciente, ya que psíquicamente estaba decayendo por minutos.
Sufría de una cardiopatía isquémica severa, y para él ya se había agotado todas
las alternativas terapéuticas posibles.
Camilo Fernández era un hombre de
cincuenta y cuatro años, seis de los cuales llevaba sufriendo contra una
dilatación coronaria que limitaba su vida a un sofá o a unos cuantos metros a
pie. Hacía ya varios años que no podía ir a la playa, ni pasear con su esposa,
ni acompañar a sus hijos a la escuela o al centro comercial. Además, su estado
físico había empeorado bastante, en relativamente poco tiempo, su aspecto
saludable y rosado había pasado a ser el de un señor de setenta años, cansado y
ojeroso, sin color en la piel…
—Tranquilo, Camilo —Le tranquilizó
Daniel, estrechando su mano—. Esta vez todo saldrá bien, se lo prometo.
El enfermo sonrió cansadamente.
—Confío en usted, doctor.
Daniel le devolvió una sonrisa
tranquilizadora.
—Vamos a hacer historia…
Y era cierto pues, hasta aquel día,
ningún cirujano de cualquier parte del mundo que hubiera intentado realizar aquella
clase de trasplante, por muy profesional que fuera, había fracasado. Ninguno de
los pacientes anteriores, tres de los cuales se habían sometido a la
intervención la intervención en aquel mismo hospital, habían perdido la vida
durante la misma. Había algo que a los médicos se les escapaba a la hora de
sustituir aquel órgano vital deteriorado por uno sano, no importaba la edad que
tuviera el paciente, ni el tiempo que llevara enfermo, ni siquiera el estado
físico del receptor, simplemente, no había funcionado… Pero a Camilo nada de
aquello le importaba, confiaba plenamente en el Doctor Travers. Además, a
aquellas alturas de su vida, y de su estado de salud, daría cualquier cosa por
tener, aunque fuera una mínima posibilidad, de recuperar su antigua vida.
En menos de dos horas, Fernández ya
estaba sedado y siendo conectado a la máquina que lo mantendría con vida
durante la operación, la misma que llevaría a cabo la función de sus pulmones y
corazón mientras los tuviera inactivos, además de llevar un control de todos
sus signos vitales. Todo había comenzado de una forma perfecta, a salir de
boca.
Mientras Daniel llevaba a cabo el protocolo
de lavado de manos, Julia, su esposa y anestesista, entró en el quirófano
llevando consigo la nevera que albergaba el nuevo corazón de Camilo. El resto
del equipo médico, formado por cuatro personas más, cruzó los dedos al verla entrar. Todos deseaban con
todas sus fuerzas que aquella vez el órgano fuera adecuado para el receptor.
Daniel se acercó a Julia y le sonrió
con complicidad. Ambos sintieron que aquella sonrisa era una señal de que todo
saldría perfecto.
Tras comprobar con júbilo que el
corazón del donante cumplía todo lo indicado para su posterior utilización, la
operación comenzó. El corazón del paciente latía de una forma lentísima, pero
aún así, su respiración era entrecortada. Era evidente que la principal máquina
de su cuerpo fallaba, no bombeaba bien, y sus pulmones necesitaban sangre… Con
un movimiento de manos, Daniel le indicó a su ATS que pulsara el botón de PLAY
del equipo de música, una suave música clásica invadió toda la habitación
cuando empezaron a trabajar.
Una vez hecho el corte a través del
esternón, dejando a la vista el mediastino, el cirujano abrió el pericardio y
realizó un bypass cardiopulmonar. La sangre de Fernandez comenzó a correr a
través del sistema de circulación extracorpórea. El cirujano se inclinó por el
trasplante heterotópico, por lo que no retiró por completo el corazón enfermo,
sino que colocó el nuevo de tal manera que las cámaras y válvulas de ambos
pudieran estar conectadas, actuando como si se tratara de un “doble corazón”.
Según él pensaba, aquel procedimiento podría proporcionar al corazón original
del paciente la posibilidad de recuperarse, y si el del donante sufría
cualquier tipo de fallo, como un rechazo, podría volver a retirarlo sin
problema, permitiendo que el corazón original volviera a funcionar de nuevo.
Pero no fué aquel el caso. El corazón
del donante parecía estar hecho exactamente para ser colocado en el pecho de
Camilo, por lo que, con sumo cuidado, Daniel retiró el corazón enfermo mediante,
que aun después de ser retirado de su portador, aun siguió latiendo por unos
segundos, imponente, desafiante… Tras el corte transversal de las válvulas y
una parte de la aurícula cardíaca, ajustó cuidadosamente el nuevo corazón en el
espacio que entonces quedó libre y lo suturó. Todo el equipo mantuvo la
respiración en aquel momento, esperando el primer latido de aquel corazón
nuevo, algo que aun nadie había podido contemplar en la historia de la
medicina, y así fue… Con un débil movimiento, el corazón donado se contrajo y
se expandió con total normalidad, formando ya parte del Señor Fernández. Lo
había conseguido. Una vez desconectada la máquina respiratoria. Ahora solo
quedaba suturar el esternón del paciente y enviarlo a la UCI, los pronósticos
eran buenos.
Una vez Camilo fue retirado a la UCI,
todo el equipo se reunió de nuevo en el quirófano, aún sin recoger, y abrieron
una botella de champán. Aunque todos estuvieran cansados después de cinco
intensas horas de intervención, aquello había que celebrarlo…
Julia se acercó a Daniel y lo besó
con ternura, eran ya tres años trabajando y cooperando en aquel mismo equipo
que dirigía el hombre de su vida.
—No dudaba de ti, desde que te conocí
sabía que ibas a hacer historia, mi amor. —Le dijo sonriendo. En sus ojos ya
eran evidentes las lágrimas de la emoción.
Aunque no cabía en sí de felicidad, el
Doctor Travers era realista. A él no le gustaba nada dar por hecho las cosas de
manera rápida. La intervención había sitio un éxito, era cierto, nadie había
salido con vida de una operación así en todo el mundo, por lo que ya había
conseguido más que ningún otro compañero de profesión, pero aun así, el médico
no dejaba a un lado su faceta precavida. A Fernández todavía le quedaba por
pasar un largo post-operatorio, por no hablar de la medicación a la que ya
estaría atado el resto de su vida. Todavía podían aparecer muchos problemas que
podían afectar al paciente, además de una rehabilitación que esperaba que no
fuera muy dura. De modo que era mejor dejar las cosas estar y no darle tanta
importancia a algo que para él aún no había terminado.
Pero nada de aquello le importaba a
los medios de comunicación, los cuales fueron informados de la noticia por el
propio hospital nada más terminar la intervención, y que provocaron que, en
menos de una hora, la noticia del primer trasplante exitoso de corazón en el
mundo llegara hasta el último rincón de España. Todos los periódicos nombraban
en primera plana al cirujano Daniel Travers y al resto de su equipo médico. Las
radios opinaban y le daban la enhorabuena. Varias cadenas de televisión se
pusieron en contacto con él para ofrecerle entrevistas en sus programas, pero
aquello a Daniel no le gustó nada, al contrario, le incomodaba. Que de la noche
a la mañana su nombre estuviera en boca del mundo entero lo ponía nervioso, y
lo hacía sentir algo mal. El no se consideraba mejor que otros cirujanos
cardiovasculares, sólo había tenido un poco de suerte con una idea, nada más.
Por lo que rechazo todo lo que tuviera que ver con las entrevistas, televisión
o cualquier medio público para hablar de su logro. Para él era su trabajo, lo
había intentado hacer lo mejor que había podido, y le había salido bien. Era la
verdadera vocación lo que movía a Daniel, no la fama. No quería que lo
molestaran, no quería que le preguntaran por la calle, no quería que le
pidieran fotografías, no quería que lo interrumpieran en medio de una cena, en
cualquier restaurante, mientras estaba acompañado de su mujer… Daniel siempre
había sido una persona introvertida, siempre le habían puesto nervioso las
masas concentradas de gente, donde se superaban los cien individuos, por lo que
las semanas que siguieron a la operación fueron una auténtica pesadilla para él.
Por su parte, Julia sí había decidido
asistir a alguna que otra entrevista en televisión, pero él no la había
acompañado. Confiaba plenamente en ella y en lo que ella pudiera decir, la
consideraba una especie de portavoz, pero no podía evitar sentir nervios al
verla en televisión, siendo el centro de atención de millones y millones de
personas, mientras él bebía whisky seco desde el sillón de su casa. No le
gustaba que hablaran de él, fuera de la manera que fuera. Algo totalmente
respetable, cada uno es cómo es, ¿no es así?
En total fueron cuatro las apariciones
públicas que hizo Julia, ya que al terminar la última, un inquieto Daniel le pidió
que no lo hiciera más. Si bien era cierto que había logrado algo que muchos
había intentado durante años, era su trabajo, para él no era nada
extraordinario. Había tenido suerte, nada más… ¡Joder!
Pero la cosa no acabó ahí, ya que
Camilo Fernández no fue el único paciente de Travers necesitado de un trasplante
de corazón. El cirujano llegó a realizar tres intervenciones más en el plazo de
un mes, todas con el mismo éxito. En menos de un año su fama ya era de nivel
mundial, y muchos pacientes asistían al hospital Puerta de Hierro para
solicitar su ayuda, algo que fue recibido por el matrimonio como una bendición.
Con cada vida que salvaban se sentían más poderosos para la sociedad, como unas
buenas personas que solo querían ayudar a los demás. Fue en aquel momento
cuando la vida de la pareja cambió de forma drástica…
Al no tener hijos, nadie los retenía
a la hora de consideraran el hospital como su casa, de aquel modo estaban más
cerca de sus pacientes y lejos de los medios, aunque estos últimos insistieran
casi constantemente, y día tras día, en la puerta del hospital cada vez que se
llevaba a cabo una intervención de su tipo, su especialidad.
Los primeros días, Julia bajaba a
atenderlos, aunque fuera con pocas palabras, sobre todo para agradecerles su
presencia y ánimos para seguir realizando lo que su vocación les pedía. Pero
también ella dejó de bajar, por lo que, poco a poco, y con el paso de las
semanas, las cámaras y los periodistas abandonaron la puerta del hospital,
dejando paso al tránsito regular, como el que debe de haber en cualquier centro
sanitario. Los días de fama del Doctor Travers se acabaron, aunque su nombre
seguía presente entre los enfermos, algo que fue como un soplo de aire fresco
para él y Julia. Pero había alguien, un pequeño hombre que no se movió de allí…
Continuó sentado, en el mismo banco que ocupara cuando llegó, el más cercano a
la puerta del hospital. En realidad, después de todo el noticiero, nadie había
prestado atención a aquella pequeña figura que parecía moverse con dificultad.
Era un tipo extraño, bajito, y cuya figura encorvada no debía de sobrepasar el metro
y medio de estatura. Sus manos eran extrañas, extremadamente blancas, de dedos
largos y deformes que terminaban en unas uñas desgastadas y amarillentas. Sus
pies debían de ser enormes, ya que, aunque los llevaba metidos dentro de unos
zapatos, las costuras de estos parecían estar a punto de explotar debido a la
presión. Aunque lo más horripilante era su rostro… Un rostro redondo en el que
predominaban dos enormes orbes de un color excepcional, prácticamente
transparentes. Cualquiera que viera aquellos ojos tan extraños hubiera pensado
sin dudar que aquel hombre era ciego, pero nada más lejos de la realidad…. El
tono de su piel era igual que el de sus manos, pero más amarillento aún si
cabe. Debajo de sus ojos había dos negras ojeras que parecían llegarle casi
hasta las mejillas. Sus orejas eran pequeñas, tapadas en parte por un sombrero
que siempre llevaba. No tenía nariz, solamente dos agujeros en lugar de
tabique, pero lo peor de aquel rostro era su boca, la que casi atravesaba de
lado a lado su cara, siempre entreabierta… Mostrando unos escasos dientes
viejos y amarillos que asomaban entre unos labios violáceos. El inferior estaba
visiblemente más hinchado que el superior, y de él resbalaba un hilo de baba
constante que aquel ser se apresuraba a secar con un pañuelo que siempre
llevaba en el bolsillo. Nunca se movía de la puerta del hospital, pasaba día y
noche en aquel lugar, mostrando un vivo interés por todos los adelantos y todas
las operaciones que seguía realizando Travers. Cada día, sonreía al leer las
nuevas noticias médicas de su mano en los periódicos, mientras observaba las
fotos del afamado cirujano con una mirada ansiosa, obsesiva, peligrosa…
CONTINUARA...
Hola Ana, aquí estamos de vuelta, y lo hago en el principio de lo que promete ser un relato por entregas y con intriga, ja ja. Muy lograda la narración de los pormenores científicos del trasplante. Cómo siempre, se nota que te preocupa el trabajo en este sentido y que pones interés en ello. Por otro, esa también pormenorizada descripción del personaje siniestro... No dejaste nada a la imaginación, ¿eh?, terminando en ese final que nos deja con la miel en los labios después de tan cuidada introducción. Muy bueno, en tu línea. En otro orden, yo te diría que le dieses un repaso al texto, pues se han filtrado algunos pequeños errores de "escritura rápida", je je
ResponderEliminarAh, y buenísimo el dibujo, me encanta. Espero los demás.
Hasta la continuación. Un abrazo compañera
¡Hola, amigo! ¡Cuánto tiempo! Jajajajaja
EliminarSiiii, cuando me meto en algo, me meto de verdad, y me gusta aportar datos y curiosidades para hacer aún más atractivo el mundo de mis personajes. Creo que unos datos tan morbosos como los que rodean a un transplante de corazón, ayudaría a enganchar a los lectores, además de considerarlo una costumbre para cuidar más mis trabajos, aunque después se me escape algún que otro gallito (que por cierto, ya está revisado! Thanks!)
Sé que no y dejado ucho a la imaginación con la descripción de Cassius, pero es que llevaba tanto tiempo en mi cabeza, que en estos años me ha dado mucho tiempo para imaginarme hasta su último pelo de la cabeza, jajajaja. Pero vamos, a parte de eso, a lo largo del relato dejo que la imaginación del lector ponga de su parte, jejejeje.
¡Me alegra que te guste el dibujo! Estoy súper orgullosa de él porque es el primer personaje que sacó de mi cabeza de esa manera y resulta ser muy fiel a mi idea. Sé que es feíto, ¡pero sé que no me podía morir sin presentárselo! ¡Aunque sólo es una manera de hablar! Sigo estando como una pera.
¡Un abrazote, Isidoro! Y espero de verdad que te guste esta historia.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarBueno, empiezo por el principio de la historia. Lo primero es que me encantó tu dibujo. Sabiendo dibujar deberías utilizar más ese talento para acompañar tus relatos.
ResponderEliminarEl relato es todo un clásico del género de terror. Científico con buenas intenciones, técnicas novedosas e inexploradas y ese elemento fantástico que promete un terremoto.
En tu línea, se nota el trabajo de documentación para darle verosimilitud al relato. Un abrazo, Ana!!
¡Hola, David!
EliminarJooo, ojalá tuviera tiempo suficiente como para hacer dibujos para todos mis relatos, pero desgraciadamente solo saco para escribir y poco más, pero Pokito a poco me gustaría ir dibujando poco a poco, incluso pensé en trabajar en un cómic, pero son proyectos que aún tardarán un poquito más en llegar.
En cuanto al relato, si que es verdad que es súper clásico, e incluso puede que previsible, pero me impresionó tanto todo ese tema de transplante de corazón,buenas llevaba ya tantos años en mi cabeza, que no me quería morir con la pena de no haberlo escrito! Jajajaja, suena un poco exagerado, lo se...
Espero que te siga gustando! Y disfrutes de este pequeño paseo, que aunque no por Londres, si por la campiña inglesa!
Un besote!