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domingo, 12 de agosto de 2018

Ranas eléctricas.


¡Buenas tardes a todos! 
Hoy vuelvo a compartir con vosotros un relato que ya escribí hace tiempo. Ya lo había publicado en el blog anteriormente, pero no está mal refrescar algunos escritos, sobre todo de esos que tanto les han gustado a mis lectores.
Esta no es una historia que haya salido de mi cabeza, sino una recreación por mi parte del que fué el nacimiento de uno de los personajes más conocidos e inmortales de la literatura universal, y el comienzo de la prometedora carrera de una escritora británica nacida para manejar una pluma. Es curioso como el destino de algunas personas está ligado a algo que no existe para ellas hasta un momento determinado de sus vidas, ¿verdad? 
¡Espero que volváis a disfrutarlo!


RANAS ELECTRICAS



Junio de 1816, Suiza.

La lluvia era cada vez más intensa, y los rayos, alimentados por la fuerza descomunal de la tormenta, iluminaban los senderos de aquella zona alejada de Suiza. Los mismos caminos y parajes que se abrían a su alrededor, y que durante el día mostraban un aspecto agradable y hermoso, ahora parecían auténticos paisajes infernales.
La silueta del viejo caserón se recortaba en aquel escenario solo propio de los relatos de fantasmas más terroríficos.
Aquel paisaje le gustaba a Mary, pues, a pesar de ser una tormenta de verano, las noches tormentosas siempre le habían encantado… Su primer libro de poemas, que escribió cuando tan solo tenía diez años, nació precisamente una noche como aquella. Los recuerdos de aquellas noches en vela, escribiendo palabra por palabra, verso a verso… Esos versos que tanto le había gustado y que tan orgulloso había hecho sentir a su padre, William… Sólo su joven corazón sabía cuánto lo echaba de menos… Pero por desgracia, hay situaciones en la vida que pueden convertir un hogar en el rincón más hostil donde se podría encontrar una niña. El segundo matrimonio de su padre trajo a su vida un cambio drástico, ya que los celos que su madrastra había sentido por ella desde el primer día hizo que la convivencia con ella fuera como menos que insoportable. Conocer a su poeta, poco antes de cumplir los diecisiete años, había sido para ella como un soplo de aire fresco, una nueva esperanza para comenzar una vida lejos de aquella incómoda discordia familiar.
A su padre no le gustó nada la elección de Mary, ya que, aparte de que Percy contaba con cinco años más que ella, era un hombre casado. Pero el amor, aquel sentimiento que se decía era el más puro que podía llegar a sentir el ser humano, hizo que nada de aquello fuera un impedimento para que, en pocos meses, ambos decidieran escapar juntos para así poder empezar una nueva vida.
La nueva pareja había huido al continente, recibiendo a Europa como el puente a su libertad… Durante un tiempo habían deambulado por países como Italia, Francia y Suiza. No querían saber nada de lo que ocurría en Reino Unido, como si todo lo anterior antes de coincidir en uno con el otro hubiera desaparecido, quedando tan solo ellos dos, y su profundo amor.  Eran dos jóvenes libres y despreocupados, con una forma de ver la vida muy diferente a muchas de las personas con las que se cruzaban. Ellos no necesitaban mucho para ser felices, incluso en algún que otro momento casi rozaron la mendicidad, pero a ellos nada de aquello les había importado, con sólo tenerse el uno al otro les bastaba. Durante sus viajes también habían conocido a más bohemios como ellos, como aquel anfitrión que ahora sonreía asomado a la ventana de Villa Diodati, a orillas del lago Ginebra. Enmarcado con cortinas de color púrpura, permanecía inmóvil, casi como una estatua que formaba parte del mobiliario de aquel salón, mientras sus dos invitados se encargaban de encender la chimenea.
—¿Sabéis, amigos? —dijo como volviendo a la vida, sin dejar de observar la lluvia torrencial—. Esta noche parece invitar a los fantasmas.
—Cierto —respondió un cansado Percy—. Es más, nunca había estado en una casa tan tétrica y oscura como ésta.
En lugar de ofenderse, aunque no hubiera sido esa la intención de su amigo, Lord Byron le dedicó una sonrisa orgullosa.
—Muchas gracias, Percy. Ese es el mayor halago que le puedes hacer a la morada que he elegido para este verano.
—A mí también me gusta —añadió también una tímida Mary, algo cohibida por la presencia de aquel atractivo poeta al que acababa de conocer.
De reojo, la joven observó cómo su anfitrión se acercaba a una de las atiborradas estanterías del salón, ni siquiera su peculiar manera de caminar era capaz de robar ni una pizca de su aspecto elegante y seductor. Parecía buscar algo, pues con sus elegantes manos de largos dedos iba recorriendo uno por uno los títulos que reposaban sobre el primer estante. Finalmente, extrajo un grueso libro que mostró a sus invitados al mismo tiempo que un somnoliento Polidori entraba de nuevo en la habitación, cargado con cuatro copas y una botella de vino. Su patrón le arrebató aquel botín de las manos.
—¡Vienes en el mejor momento, John! Os propongo un reto, ¡esta noche lluviosa ha logrado inspirarme! ¿Qué os parece si entre todos escribimos un relato de fantasmas? ¡O mejor aún! Cada uno de nosotros escribirá su propio relato, a ver quién es el que tiene más imaginación.
—¿Un relato de terror? —Se quejó el joven John—. Claro, para ti es fácil decirlo, pero no para mí, ¡pocas plumas he cogido yo en mi vida! Y todo lo que escribí resultó ser una mera bazofia, siempre te encantó reírte de mis obras de teatro… ¿Te recuerdo lo que me dijiste sobre ellas?
—¡Esto es sólo un entretenimiento, amigo! —respondió un ilusionado Byron, dejando el grueso volumen sobre la mesa y sirviendo las copas de vino—. Este es un libro espectacular, os lo recomiendo para activar vuestra imaginación, ¡sin duda! Contiene muchos relatos relacionados con apariciones fantasmales y sesiones de espiritismo, realmente interesante. Además, seguro que todos esos rincones de Europa que habéis visto en tan poco tiempo os habrán sugerido muchas cosas. ¡Conmigo siempre lo hacen!
       >>¿A vosotros os interesan estos temas, verdad?
—Bueno… Sí, aunque a Mary todo esto le atrae mucho más que a mí. ¿Verdad, querida?
Pero su mujer no respondió. Estaba sentada junto a él, con la mirada clavada en aquel voluminoso libro. Las llamas de la chimenea formaban retorcidas sombras sobre la cubierta de piel en la que se podía leer, con letras ya algo gastadas, “Fantasmagoria”. Aquel título pareció invitarla a nadar entre sus páginas, como una llamada del más allá que incluso la hizo sentir cosquilleos entre los dedos.
—¿Puedo cogerlo? —preguntó tímidamente.
—¡Claro! En realidad, me gustaría que todos lo leyésemos para estimular la imaginación.
       >>Tengo un amigo editor que estaría muy interesado en recibir nuevos manuscritos, ya que últimamente sus escritores están bajos de inspiración, y me ha pedido esto casi como un favor personal.
—Pero, George… Yo no tengo ni idea de escribir prosa, y mi mujer menos. —Se quejó un asustado Percy.
—Bueno… Podríamos probar, ¿no? Será divertido —animó Mary para sorpresa de su marido. Los tres hombres se giraron hacia ella, que con el libro en su regazo, iba pasando con sumo cuidado las amarillentas páginas que observaba con ojos enormes, unos ojos que dejaban ver con total claridad el entusiasmo que sentía la joven—. Lo podríamos intentar, aquí hay suficientes historias y páginas como para inspirarnos.
—¡Por supuesto! —Exclamó el entusiasmado Lord Byron—. ¡Brindemos por las nuevas historias que están a punto de nacer!
—¿George, tienen que ser necesariamente de fantasmas? —preguntó un ya decidido Polidori, preparando su pluma y un pequeño montón de papel.
—De fantasmas o de terror en general, pero que al final consigan dar verdaderos escalofríos…
Los cuatro se pusieron manos a la obra, aunque aquel entusiasmo no duró mucho en Percy Shelley y Lord Byron. Como poetas que eran, la prosa no era un terreno en el que se defendieran ni medianamente bien para su gusto, por lo que, pasados unos minutos, se sentaron a la mesa con una nueva botella de vino, dispuestos a charlar mientras Mary y Polidori ponían real entusiasmo en sus historias.
—Muy cierto, amigo… En la Edad Media el debate estrella era la alquimia, todo el mundo anhelaba encontrar la piedra filosofal… Pero ahora todo ha cambiado, la revolución industrial ha traído otras pautas, ahora lo que más se persigue es la búsqueda de la inmortalidad, con la ciencia como reina, por supuesto… —decía Lord Byron, con las mejillas ya algo coloradas por la embriaguez.
—Sí, amigo… Uno de los mejores profesores que tuve en la vida, James Lind, fue el protagonista de una de esas noticias. Con solo unos chispazos logró hacer brincar a unas ranas en las narices del mismísimo Rey Jorge. Además, te contaré algo, amigo, yo pude ver con mis propios ojos como una cabeza de vaca se movía… La ví abrir y cerrar los ojos como si volviera a tener vida, y eso lo hizo él, sólo con la ayuda de una de sus máquinas.
—¿Mugió?
—Qué va… Era sólo una cabeza decapitada, carecía de pulmones para poder hacerlo. Pero estoy seguro que de haberlos tenido lo hubiera hecho.
Al escuchar esas palabras, Mary levantó la mirada hacia su marido formando una sonrisa con sus labios. Los ojos de Percy brillaban de ilusión, como los de un niño pequeño al recibir su primer regalo de cumpleaños.
—Hasta hoy no había podido imaginar la cara que se le quedaría al rey, ja, ja, ja, ja. Ver a esas tres ranas saltar tuvo que ser uno de los mayores espectáculos de su vida, pero ha sido tu propio rostro el que me ha dado esa imagen al hablar de esa vaca. Mira, precisamente tengo aquí unos periódicos con unos titulares…
Mary, recordó aquella curiosa anécdota que Percy le había contado en más de una ocasión sobre el profesor Lind, aquel que fue capaz de hacer brincar, ante el mismísimo Rey Jorge III, a unas ranas fallecidas unos minutos antes.
Ella no había tenido la oportunidad de conocer personalmente al doctor James Lind, aunque sí lo hizo a través de su esposo, ya que éste había sido su tutor en temas científicos cuando estudiaba en Eton.  Por aquel entonces, Lind vivía prácticamente retirado de la sociedad en su casa de Windsor. Como cirujano de un barco, había tenido la posibilidad de viajar por el continente africano y asiático. También había sido astrónomo y geólogo, y había acompañado a sir Joseph Banks, presidente de la Royal Society, a más de una expedición científica a Islandia. Según la fina sociedad de Windsor, Lind había sido más bien un personaje excéntrico, pero según Percy, ellos eran los que perdían la posibilidad de conocer a una persona tan especial como él.
Pero no todo fueron clases de ciencia lo que recibió Percy de aquel hombre, sino también algo que llegó a ser casi como una religión para él, el galvanismo… Aquella electricidad animal instaurada por Luigi Galvani, la posibilidad de mover, de revivir los músculos, tendones y nervios gracias a estímulos eléctricos. Muy en el fondo de su corazón, Mary sentía que no habían sido ni su matrimonio ni sus cinco años de más lo que a su padre no le gustaba de Percy, sino que era precisamente esa debilidad del poeta la que había hecho que no lo aceptara como futuro yerno.
Para un hombre tan religioso como William, la posibilidad de que un hombre se convierta en sumo hacedor, en creador de vida, compitiendo directamente con el mismísimo ser supremo, era una auténtica herejía, una ofensa enorme… Pero en aquel momento, el galvanismo constituía una posibilidad más que tangible. Algunos lo habían intentado, como Erasmus Darwin, pero, que se supiera, nadie lo había conseguido.
—Su casa era increíble, había telescopios, baterías galvánicas, dagas y máquinas eléctricas… Estaba abarrotada de instrumentos exquisitos y de toda clase. —Le había contado Percy, con el más tierno respeto que nuca había demostrado tener por nadie más—. Le debo tanto a ese hombre… Casi más que a mi padre.
Como bien decía Lord Byron, en la edad media el asunto estrella en cualquier tertulia o debate era la alquimia. Pero la revolución industrial había marcado otras pautas, otros intereses, otras curiosidades… A principios del siglo XIX se buscaba la inmortalidad. Ya través de la ciencia, en ese sentido, la electricidad lo dominaba todo.
La imagen de esas ranas eléctricas se formó en la mente de Mary, a la que aquella historia le seguía pareciendo más un cuento de hadas que una realidad, aunque un cuento bastante atrayente… A raíz de las ranas, en su mente comenzaron a mezclarse escabrosas ideas y posibilidades que también podían haberse llevado a cabo según ese experimento, y de repente, una idea que la hizo sentir un intenso escalofrío golpeó su mente tan fuerte que incluso la hizo sentir dolor. A aquel médico, aquel hombre que tanto había influenciado en la forma de pensar de Percy, ¿no se le había ocurrido nunca recuperar una vida humana?
Casi con un manotazo intentó sacar aquella idea tan tenebrosa de su mente, ¡ni siquiera era propia de ella! Y con frustración comenzó a recoger todos los papeles con inútiles borradores de la historia absurda que no se sentía capaz de terminar. Afortunadamente, el hecho de que a Polidori tampoco se le hubiera ocurrido nada la consoló. Aquel reto propuesto por Lord Byron había caído en saco roto.
No tardaron mucho en retirarse a dormir. El educado anfitrión había puesto a su disposición una habitación con una cama enorme que podrían usar todos los días que quisieran, realmente, a aquel hombre le encantaba tener invitados en su casa. Villa Diodati era verdaderamente grande, majestuosa, oscura pero a la vez hermosa, y estaba amueblada y adornada con el mayor de los gustos. Hasta el momento de subir las escaleras hacia su dormitorio, detrás de un ebrio y tambaleante Byron, Mary no había visto nada que le desagradara en aquella casa, excepto aquel cuadro… Un cuadro vestido de cañas doradas y envejecidas, colocado justo al final de la escalera. Su lienzo mostraba, con un realismo asombroso, a un hombre montando a un caballo embravecido. En los ojos de aquel retrato de frente deforme y anormalmente aplastada era casi palpable la maldad, o al menos aquella fue la sensación que tuvo la joven al observarlo, era como si el caballo relinchara espantado por sentir a aquel ser sobre su lomo. Realmente, sufrir una visión como aquella justo antes de irse a dormir no debía de ser lo más aconsejable.
El enorme colchón que les fue asignado era verdaderamente cómodo y suave, lo que, sumado al efecto del vino, hizo que Percy se quedara dormido de forma inmediata, pero la competitiva Mary no… Quizás, a causa de la impotencia que sentía al no haber podido comenzar una buena historia, o porque la imagen de aquellas ranas eléctricas, acompañadas por la tormenta que aún estaba sobre ellos, no desaparecía de su mente. La joven aún permaneció despierta durante horas, dando incontables vueltas en la cama. Por suerte, su marido no se percató.
En más de una ocasión se levantó de la cama y se dirigió a la ventana. La lluvia golpeaba fuertemente los cristales, y el viento aullaba. Afuera reinaba una oscuridad tan intensa que parecía incluso disponer de menos claridad que su propia habitación, pues tan negras y espesas eran las nubes que sobre sus cabezas empezaban a empujar la tormenta hacia el norte. Mary retiró las cortinas e intentó distinguir algo del exterior, pero sólo consiguió distinguir un ápice de color cuando algún rayo caía cerca. Pasados unos minutos, el tenue resplandor de la luna, que parecía asomarse como un resplandeciente hueso en la piel abierta, iluminó parte de la campiña. A Mary, aquel resplandor le pareció tan fuerte que incluso creyó distinguir el reflejo del agua del lago Ginebra, aunque sólo fuera en su imaginación, ya que dicho lago se encontraba lo suficientemente alejado de la casa como para poder verlo por la ventana, pero a la joven sólo le bastó su imaginación para estremecerse con sus propios pensamientos… Entre las imágenes que le regalaba su cansado y sugestionado cerebro llegó a ver la de un ser emergiendo del agua del lago, que con pasos lentos y cansados avanzaba en dirección a la casa. Su cabeza era extraña, deforme y de frente enorme, y ligeramente aplastada en su parte superior… Como la de aquel hombre extraño del cuadro situado en lo más alto de la escalera. Entre escalofríos, volvió a meterse en la cama y cubrió su cabeza con las mantas, como si así su aterradora visión no pudiera encontrarla cuando entrara en la casa.
Finalmente, el cansancio pudo con ella, pero sumiéndola en un profundo sueño lleno de pesadillas… En sus sueños, un científico loco, encerrado en un enorme y complejo laboratorio, llevaba a cabo de forma clandestina su única y obsesiva idea, crear una nueva vida gracias a la electricidad. Trozos de diferentes cadáveres, algunos pertenecientes a reos, otros obtenidos a través de los conocidos saqueadores de tumbas, se amontonaban en cajas de madera a la espera de una no muy exclusiva selección. Manos y pies de diferentes tamaños, una oreja más alta que la otra, y un cabello compuesto por hasta tres cabelleras distintas fueron unidas por aquel demente por medio de grotescas costuras que, finalmente, dieron forma a un enorme engendro humanoide al que consiguió dar vida usando la potencia de los rayos de una tormenta, como la que aquella noche azotaba aquel caserón. Finalmente, y para alegría de su creador, aquel extraño ser se levantó empujado por los impulsos eléctricos, caminando torpemente mientras un destello de vida artificial brillaba en el fondo de sus pupilas dispares.
A la mañana siguiente, Mary Shelley comenzó a escribir su historia inspirada por aquel oscuro sueño, la cual leyó a su esposo y a sus dos nuevos amigos, los cuales quedaron encantados con el resultado. Lord Byron apuntó que su idea era buena y que apostaba por ella, animándola así a continuar su desarrollo. En aquel momento, la joven Mary no tenía ni idea de que aquella historia, surgida a partir de un trivial juego, llegaría a ser una de las más grandes obras de la literatura universal, la misma que un año más tarde la haría inmortal, con solo diecinueve años, en el mundo de las letras, “Frankenstein o el moderno Prometeo”.
También fueron publicados, unos meses más tarde, algunos borradores que Lord Byron había logrado escribir durante los escasos minutos que duró su inspiración aquella noche, además del primer relato de vampiros firmado por la increíble diestra pluma de su secretario, John Polidori. Pero, para la historia, está claro quién gano aquel reto, ¿no es verdad?


2 comentarios:

  1. ¡Me encantó, Ana! Una recreación fantástica. Un relato en el que has sabido conjugar el ritmo literario con la información histórica. Has dosificado e integrado con maestría la relación de Mary con su padre; ese amor-odio de Byron y Polidori; la pesadilla que inspiró a Mary Shelley, la desgana de los poetas y el empeño de Mary y Polidori, personaje al que le tengo cariño y a quien habría de concederle el reconocimiento de ser el creador de la figura del vampiro moderno. Desde luego, ha sido un viaje en el tiempo y nos has metido en ese momento mítico de la historia de la Literatura. Solo me faltó Claire, la hermanastra de Mary, aunque es verdad que hubiera sido un elemento extraño en el desarrollo del relato.
    Simplemente, genial. Un fuerte abrazo!!

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    1. ¡Muchas gracias, David! Este relato ya lo conocíais, solo que ahora lo he mejorado y añadido alguna que potra cosilla más, ¡aunque a la hermanastra de Mary no sabía donde meterla! Jajajaja, aunque pensé en ella. Oh... Ese vampiro de Polidori... Ya tue la oportunidad de conocerlo hace años, y a Lord yron pues, no sé por qué, pero me lo imagino así de pasota como aparece en mi relato. Desde luego, todos ellos son personajes entrañables a su manera, además, la escena de esa noche tiene buena pinta, seguro que echaron un ratito genial, jajajaja.
      Espero que hayas disfrutado del viaje,pronto más, ¡y mejor!
      Un besote, amigo. ¡Y gracias por compartir!

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