¡Buenas tardes a todos!
Hoy vuelvo a compartir con vosotros un relato que ya escribí hace tiempo. Ya lo había publicado en el blog anteriormente, pero no está mal refrescar algunos escritos, sobre todo de esos que tanto les han gustado a mis lectores.
Esta no es una historia que haya salido de mi cabeza, sino una recreación por mi parte del que fué el nacimiento de uno de los personajes más conocidos e inmortales de la literatura universal, y el comienzo de la prometedora carrera de una escritora británica nacida para manejar una pluma. Es curioso como el destino de algunas personas está ligado a algo que no existe para ellas hasta un momento determinado de sus vidas, ¿verdad?
¡Espero que volváis a disfrutarlo!
RANAS ELECTRICAS
Junio
de 1816, Suiza.
La lluvia era cada vez más intensa, y los
rayos, alimentados por la fuerza descomunal de la tormenta, iluminaban los
senderos de aquella zona alejada de Suiza. Los mismos caminos y parajes que se
abrían a su alrededor, y que durante el día mostraban un aspecto agradable y
hermoso, ahora parecían auténticos paisajes infernales.
La silueta del viejo caserón se recortaba en
aquel escenario solo propio de los relatos de fantasmas más terroríficos.
Aquel paisaje le gustaba a Mary, pues, a pesar
de ser una tormenta de verano, las noches tormentosas siempre le habían
encantado… Su primer libro de poemas, que escribió cuando tan solo tenía diez
años, nació precisamente una noche como aquella. Los recuerdos de aquellas noches
en vela, escribiendo palabra por palabra, verso a verso… Esos versos que tanto
le había gustado y que tan orgulloso había hecho sentir a su padre, William… Sólo
su joven corazón sabía cuánto lo echaba de menos… Pero por desgracia, hay
situaciones en la vida que pueden convertir un hogar en el rincón más hostil
donde se podría encontrar una niña. El segundo matrimonio de su padre trajo a
su vida un cambio drástico, ya que los celos que su madrastra había sentido por
ella desde el primer día hizo que la convivencia con ella fuera como menos que
insoportable. Conocer a su poeta, poco antes de cumplir los diecisiete años,
había sido para ella como un soplo de aire fresco, una nueva esperanza para
comenzar una vida lejos de aquella incómoda discordia familiar.
A su padre no le gustó nada la elección de
Mary, ya que, aparte de que Percy contaba con cinco años más que ella, era un
hombre casado. Pero el amor, aquel sentimiento que se decía era el más puro que
podía llegar a sentir el ser humano, hizo que nada de aquello fuera un
impedimento para que, en pocos meses, ambos decidieran escapar juntos para así
poder empezar una nueva vida.
La nueva pareja había huido al continente,
recibiendo a Europa como el puente a su libertad… Durante un tiempo habían
deambulado por países como Italia, Francia y Suiza. No querían saber nada de lo
que ocurría en Reino Unido, como si todo lo anterior antes de coincidir en uno
con el otro hubiera desaparecido, quedando tan solo ellos dos, y su profundo
amor. Eran dos jóvenes libres y
despreocupados, con una forma de ver la vida muy diferente a muchas de las
personas con las que se cruzaban. Ellos no necesitaban mucho para ser felices,
incluso en algún que otro momento casi rozaron la mendicidad, pero a ellos nada
de aquello les había importado, con sólo tenerse el uno al otro les bastaba.
Durante sus viajes también habían conocido a más bohemios como ellos, como
aquel anfitrión que ahora sonreía asomado a la ventana de Villa Diodati, a
orillas del lago Ginebra. Enmarcado con cortinas de color púrpura, permanecía
inmóvil, casi como una estatua que formaba parte del mobiliario de aquel salón,
mientras sus dos invitados se encargaban de encender la chimenea.
—¿Sabéis, amigos? —dijo como volviendo a la
vida, sin dejar de observar la lluvia torrencial—. Esta noche parece invitar a
los fantasmas.
—Cierto —respondió un cansado Percy—. Es más,
nunca había estado en una casa tan tétrica y oscura como ésta.
En lugar de ofenderse, aunque no hubiera sido
esa la intención de su amigo, Lord Byron le dedicó una sonrisa orgullosa.
—Muchas gracias, Percy. Ese es el mayor halago
que le puedes hacer a la morada que he elegido para este verano.
—A mí también me gusta —añadió también una
tímida Mary, algo cohibida por la presencia de aquel atractivo poeta al que
acababa de conocer.
De reojo, la joven observó cómo su anfitrión
se acercaba a una de las atiborradas estanterías del salón, ni siquiera su
peculiar manera de caminar era capaz de robar ni una pizca de su aspecto
elegante y seductor. Parecía buscar algo, pues con sus elegantes manos de
largos dedos iba recorriendo uno por uno los títulos que reposaban sobre el
primer estante. Finalmente, extrajo un grueso libro que mostró a sus invitados
al mismo tiempo que un somnoliento Polidori entraba de nuevo en la habitación,
cargado con cuatro copas y una botella de vino. Su patrón le arrebató aquel
botín de las manos.
—¡Vienes en el mejor momento, John! Os
propongo un reto, ¡esta noche lluviosa ha logrado inspirarme! ¿Qué os parece si
entre todos escribimos un relato de fantasmas? ¡O mejor aún! Cada uno de
nosotros escribirá su propio relato, a ver quién es el que tiene más
imaginación.
—¿Un relato de terror? —Se quejó el joven
John—. Claro, para ti es fácil decirlo, pero no para mí, ¡pocas plumas he cogido
yo en mi vida! Y todo lo que escribí resultó ser una mera bazofia, siempre te
encantó reírte de mis obras de teatro… ¿Te recuerdo lo que me dijiste sobre
ellas?
—¡Esto es sólo un entretenimiento, amigo!
—respondió un ilusionado Byron, dejando el grueso volumen sobre la mesa y
sirviendo las copas de vino—. Este es un libro espectacular, os lo recomiendo
para activar vuestra imaginación, ¡sin duda! Contiene muchos relatos
relacionados con apariciones fantasmales y sesiones de espiritismo, realmente
interesante. Además, seguro que todos esos rincones de Europa que habéis visto
en tan poco tiempo os habrán sugerido muchas cosas. ¡Conmigo siempre lo hacen!
>>¿A
vosotros os interesan estos temas, verdad?
—Bueno… Sí, aunque a Mary todo esto le atrae
mucho más que a mí. ¿Verdad, querida?
Pero su mujer no respondió. Estaba sentada
junto a él, con la mirada clavada en aquel voluminoso libro. Las llamas de la
chimenea formaban retorcidas sombras sobre la cubierta de piel en la que se
podía leer, con letras ya algo gastadas, “Fantasmagoria”. Aquel título pareció
invitarla a nadar entre sus páginas, como una llamada del más allá que incluso
la hizo sentir cosquilleos entre los dedos.
—¿Puedo cogerlo? —preguntó tímidamente.
—¡Claro! En realidad, me gustaría que todos lo
leyésemos para estimular la imaginación.
>>Tengo
un amigo editor que estaría muy interesado en recibir nuevos manuscritos, ya
que últimamente sus escritores están bajos de inspiración, y me ha pedido esto
casi como un favor personal.
—Pero, George… Yo no tengo ni idea de escribir
prosa, y mi mujer menos. —Se quejó un asustado Percy.
—Bueno… Podríamos probar, ¿no? Será divertido
—animó Mary para sorpresa de su marido. Los tres hombres se giraron hacia ella,
que con el libro en su regazo, iba pasando con sumo cuidado las amarillentas
páginas que observaba con ojos enormes, unos ojos que dejaban ver con total
claridad el entusiasmo que sentía la joven—. Lo podríamos intentar, aquí hay
suficientes historias y páginas como para inspirarnos.
—¡Por supuesto! —Exclamó el entusiasmado Lord
Byron—. ¡Brindemos por las nuevas historias que están a punto de nacer!
—¿George, tienen que ser necesariamente de
fantasmas? —preguntó un ya decidido Polidori, preparando su pluma y un pequeño
montón de papel.
—De fantasmas o de terror en general, pero que
al final consigan dar verdaderos escalofríos…
Los cuatro se pusieron manos a la obra, aunque
aquel entusiasmo no duró mucho en Percy Shelley y Lord Byron. Como poetas que
eran, la prosa no era un terreno en el que se defendieran ni medianamente bien
para su gusto, por lo que, pasados unos minutos, se sentaron a la mesa con una
nueva botella de vino, dispuestos a charlar mientras Mary y Polidori ponían
real entusiasmo en sus historias.
—Muy cierto, amigo… En la Edad Media el debate
estrella era la alquimia, todo el mundo anhelaba encontrar la piedra filosofal…
Pero ahora todo ha cambiado, la revolución industrial ha traído otras pautas,
ahora lo que más se persigue es la búsqueda de la inmortalidad, con la ciencia
como reina, por supuesto… —decía Lord Byron, con las mejillas ya algo coloradas
por la embriaguez.
—Sí, amigo… Uno de los mejores profesores que
tuve en la vida, James Lind, fue el protagonista de una de esas noticias. Con
solo unos chispazos logró hacer brincar a unas ranas en las narices del
mismísimo Rey Jorge. Además, te contaré algo, amigo, yo pude ver con mis
propios ojos como una cabeza de vaca se movía… La ví abrir y cerrar los ojos
como si volviera a tener vida, y eso lo hizo él, sólo con la ayuda de una de
sus máquinas.
—¿Mugió?
—Qué va… Era sólo una cabeza decapitada,
carecía de pulmones para poder hacerlo. Pero estoy seguro que de haberlos
tenido lo hubiera hecho.
Al escuchar esas palabras, Mary levantó la
mirada hacia su marido formando una sonrisa con sus labios. Los ojos de Percy
brillaban de ilusión, como los de un niño pequeño al recibir su primer regalo
de cumpleaños.
—Hasta hoy no había podido imaginar la cara
que se le quedaría al rey, ja, ja, ja, ja. Ver a esas tres ranas saltar tuvo
que ser uno de los mayores espectáculos de su vida, pero ha sido tu propio
rostro el que me ha dado esa imagen al hablar de esa vaca. Mira, precisamente
tengo aquí unos periódicos con unos titulares…
Mary, recordó aquella curiosa anécdota que
Percy le había contado en más de una ocasión sobre el profesor Lind, aquel que
fue capaz de hacer brincar, ante el mismísimo Rey Jorge III, a unas ranas
fallecidas unos minutos antes.
Ella no había tenido la oportunidad de conocer
personalmente al doctor James Lind, aunque sí lo hizo a través de su esposo, ya
que éste había sido su tutor en temas científicos cuando estudiaba en
Eton. Por aquel entonces, Lind vivía
prácticamente retirado de la sociedad en su casa de Windsor. Como cirujano de
un barco, había tenido la posibilidad de viajar por el continente africano y
asiático. También había sido astrónomo y geólogo, y había acompañado a sir
Joseph Banks, presidente de la Royal Society, a más de una expedición
científica a Islandia. Según la fina sociedad de Windsor, Lind había sido más
bien un personaje excéntrico, pero según Percy, ellos eran los que perdían la posibilidad
de conocer a una persona tan especial como él.
Pero no todo fueron clases de ciencia lo que
recibió Percy de aquel hombre, sino también algo que llegó a ser casi como una
religión para él, el galvanismo… Aquella electricidad animal instaurada por
Luigi Galvani, la posibilidad de mover, de revivir los músculos, tendones y
nervios gracias a estímulos eléctricos. Muy en el fondo de su corazón, Mary
sentía que no habían sido ni su matrimonio ni sus cinco años de más lo que a su
padre no le gustaba de Percy, sino que era precisamente esa debilidad del poeta
la que había hecho que no lo aceptara como futuro yerno.
Para un hombre tan religioso como William, la
posibilidad de que un hombre se convierta en sumo hacedor, en creador de vida,
compitiendo directamente con el mismísimo ser supremo, era una auténtica
herejía, una ofensa enorme… Pero en aquel momento, el galvanismo constituía una
posibilidad más que tangible. Algunos lo habían intentado, como Erasmus Darwin,
pero, que se supiera, nadie lo había conseguido.
—Su casa era increíble, había telescopios,
baterías galvánicas, dagas y máquinas eléctricas… Estaba abarrotada de
instrumentos exquisitos y de toda clase. —Le había contado Percy, con el más
tierno respeto que nuca había demostrado tener por nadie más—. Le debo tanto a
ese hombre… Casi más que a mi padre.
Como bien decía Lord Byron, en la edad media
el asunto estrella en cualquier tertulia o debate era la alquimia. Pero la
revolución industrial había marcado otras pautas, otros intereses, otras
curiosidades… A principios del siglo XIX se buscaba la inmortalidad. Ya través
de la ciencia, en ese sentido, la electricidad lo dominaba todo.
La imagen de esas ranas eléctricas se formó en
la mente de Mary, a la que aquella historia le seguía pareciendo más un cuento
de hadas que una realidad, aunque un cuento bastante atrayente… A raíz de las
ranas, en su mente comenzaron a mezclarse escabrosas ideas y posibilidades que
también podían haberse llevado a cabo según ese experimento, y de repente, una
idea que la hizo sentir un intenso escalofrío golpeó su mente tan fuerte que
incluso la hizo sentir dolor. A aquel médico, aquel hombre que tanto había
influenciado en la forma de pensar de Percy, ¿no se le había ocurrido nunca
recuperar una vida humana?
Casi con un manotazo intentó sacar aquella
idea tan tenebrosa de su mente, ¡ni siquiera era propia de ella! Y con
frustración comenzó a recoger todos los papeles con inútiles borradores de la
historia absurda que no se sentía capaz de terminar. Afortunadamente, el hecho
de que a Polidori tampoco se le hubiera ocurrido nada la consoló. Aquel reto
propuesto por Lord Byron había caído en saco roto.
No tardaron mucho en retirarse a dormir. El
educado anfitrión había puesto a su disposición una habitación con una cama
enorme que podrían usar todos los días que quisieran, realmente, a aquel hombre
le encantaba tener invitados en su casa. Villa Diodati era verdaderamente
grande, majestuosa, oscura pero a la vez hermosa, y estaba amueblada y adornada
con el mayor de los gustos. Hasta el momento de subir las escaleras hacia su
dormitorio, detrás de un ebrio y tambaleante Byron, Mary no había visto nada
que le desagradara en aquella casa, excepto aquel cuadro… Un cuadro vestido de
cañas doradas y envejecidas, colocado justo al final de la escalera. Su lienzo
mostraba, con un realismo asombroso, a un hombre montando a un caballo embravecido.
En los ojos de aquel retrato de frente deforme y anormalmente aplastada era
casi palpable la maldad, o al menos aquella fue la sensación que tuvo la joven
al observarlo, era como si el caballo relinchara espantado por sentir a aquel
ser sobre su lomo. Realmente, sufrir una visión como aquella justo antes de
irse a dormir no debía de ser lo más aconsejable.
El enorme colchón que les fue asignado era
verdaderamente cómodo y suave, lo que, sumado al efecto del vino, hizo que Percy
se quedara dormido de forma inmediata, pero la competitiva Mary no… Quizás, a
causa de la impotencia que sentía al no haber podido comenzar una buena
historia, o porque la imagen de aquellas ranas eléctricas, acompañadas por la
tormenta que aún estaba sobre ellos, no desaparecía de su mente. La joven aún
permaneció despierta durante horas, dando incontables vueltas en la cama. Por suerte,
su marido no se percató.
En más de una ocasión se levantó de la cama y
se dirigió a la ventana. La lluvia golpeaba fuertemente los cristales, y el
viento aullaba. Afuera reinaba una oscuridad tan intensa que parecía incluso
disponer de menos claridad que su propia habitación, pues tan negras y espesas
eran las nubes que sobre sus cabezas empezaban a empujar la tormenta hacia el
norte. Mary retiró las cortinas e intentó distinguir algo del exterior, pero
sólo consiguió distinguir un ápice de color cuando algún rayo caía cerca. Pasados
unos minutos, el tenue resplandor de la luna, que parecía asomarse como un
resplandeciente hueso en la piel abierta, iluminó parte de la campiña. A Mary,
aquel resplandor le pareció tan fuerte que incluso creyó distinguir el reflejo
del agua del lago Ginebra, aunque sólo fuera en su imaginación, ya que dicho
lago se encontraba lo suficientemente alejado de la casa como para poder verlo
por la ventana, pero a la joven sólo le bastó su imaginación para estremecerse
con sus propios pensamientos… Entre las imágenes que le regalaba su cansado y
sugestionado cerebro llegó a ver la de un ser emergiendo del agua del lago, que
con pasos lentos y cansados avanzaba en dirección a la casa. Su cabeza era
extraña, deforme y de frente enorme, y ligeramente aplastada en su parte
superior… Como la de aquel hombre extraño del cuadro situado en lo más alto de
la escalera. Entre escalofríos, volvió a meterse en la cama y cubrió su cabeza
con las mantas, como si así su aterradora visión no pudiera encontrarla cuando
entrara en la casa.
Finalmente, el cansancio pudo con ella, pero
sumiéndola en un profundo sueño lleno de pesadillas… En sus sueños, un
científico loco, encerrado en un enorme y complejo laboratorio, llevaba a cabo
de forma clandestina su única y obsesiva idea, crear una nueva vida gracias a
la electricidad. Trozos de diferentes cadáveres, algunos pertenecientes a reos,
otros obtenidos a través de los conocidos saqueadores de tumbas, se amontonaban
en cajas de madera a la espera de una no muy exclusiva selección. Manos y pies
de diferentes tamaños, una oreja más alta que la otra, y un cabello compuesto
por hasta tres cabelleras distintas fueron unidas por aquel demente por medio
de grotescas costuras que, finalmente, dieron forma a un enorme engendro
humanoide al que consiguió dar vida usando la potencia de los rayos de una
tormenta, como la que aquella noche azotaba aquel caserón. Finalmente, y para
alegría de su creador, aquel extraño ser se levantó empujado por los impulsos
eléctricos, caminando torpemente mientras un destello de vida artificial
brillaba en el fondo de sus pupilas dispares.
A la mañana siguiente, Mary Shelley comenzó a
escribir su historia inspirada por aquel oscuro sueño, la cual leyó a su esposo
y a sus dos nuevos amigos, los cuales quedaron encantados con el resultado.
Lord Byron apuntó que su idea era buena y que apostaba por ella, animándola así
a continuar su desarrollo. En aquel momento, la joven Mary no tenía ni idea de
que aquella historia, surgida a partir de un trivial juego, llegaría a ser una
de las más grandes obras de la literatura universal, la misma que un año más
tarde la haría inmortal, con solo diecinueve años, en el mundo de las letras,
“Frankenstein o el moderno Prometeo”.
También fueron publicados, unos meses más
tarde, algunos borradores que Lord Byron había logrado escribir durante los
escasos minutos que duró su inspiración aquella noche, además del primer relato
de vampiros firmado por la increíble diestra pluma de su secretario, John
Polidori. Pero, para la historia, está claro quién gano aquel reto, ¿no es
verdad?
¡Me encantó, Ana! Una recreación fantástica. Un relato en el que has sabido conjugar el ritmo literario con la información histórica. Has dosificado e integrado con maestría la relación de Mary con su padre; ese amor-odio de Byron y Polidori; la pesadilla que inspiró a Mary Shelley, la desgana de los poetas y el empeño de Mary y Polidori, personaje al que le tengo cariño y a quien habría de concederle el reconocimiento de ser el creador de la figura del vampiro moderno. Desde luego, ha sido un viaje en el tiempo y nos has metido en ese momento mítico de la historia de la Literatura. Solo me faltó Claire, la hermanastra de Mary, aunque es verdad que hubiera sido un elemento extraño en el desarrollo del relato.
ResponderEliminarSimplemente, genial. Un fuerte abrazo!!
¡Muchas gracias, David! Este relato ya lo conocíais, solo que ahora lo he mejorado y añadido alguna que potra cosilla más, ¡aunque a la hermanastra de Mary no sabía donde meterla! Jajajaja, aunque pensé en ella. Oh... Ese vampiro de Polidori... Ya tue la oportunidad de conocerlo hace años, y a Lord yron pues, no sé por qué, pero me lo imagino así de pasota como aparece en mi relato. Desde luego, todos ellos son personajes entrañables a su manera, además, la escena de esa noche tiene buena pinta, seguro que echaron un ratito genial, jajajaja.
EliminarEspero que hayas disfrutado del viaje,pronto más, ¡y mejor!
Un besote, amigo. ¡Y gracias por compartir!