Este es el segundo relato de piratas que escribo, no creo que sea mucho de mi estilo, pero siempre me han gustado las historias de estos ladrones de mar, como si nunca hubieran existido, formando parte de nuestra imaginación aventurera, como si solo fueran parte de dibujos animados o películas de Disney... Por lo que comprendo perfectamente que sea tan irresistible mezclar sus auténticas historias con alguna que otra que salen de nuestra imaginación. Aquí os va la mía.
Restos del naufragio del Urca de Lima (Santísima Trinidad) en la serie Black Sails.
LA ULTIMA LUZ.
El agua del
cubo volvía a estar sucia después de enjuagar la bayeta, siempre igual… Billy ya
ni sabía la cantidad de agua que gastaba solo en limpiar la barra de aquella
tasca, y mejor no pensarlo, ya que seguramente afectaba sus escasas ganancias.
Ya algo
cansado, el joven volvió a pasar el sucio trapo por la barra otra vez, su
superficie ya no estaba lisa, sino bastante descascarillada por algunas partes,
recuerdo de las innumerables hojas que portaban sus clientes. Por otras partes,
incluso parecía que le nacían esa clase de líquenes que crecen en las enormes
panzas de los barcos, como los que llevaba observando toda la vida a través de
las ventanas de la taberna. Años antes de que naciera, su padre había invertido
toda su fortuna y esfuerzos en levantar aquel lugar para que los marineros
descansaran o llenaran sus estómagos antes de volver a hacerse a la mar.
Nueva
Providencia era un lugar bastante frecuentado por viajeros que solo iban de
paso, pero también por algunos comerciantes, sobre todo desde que se había
convertido en uno de los puntos clave del comercio trasatlántico de la corona
de España, rodeado de varios fuertes para su defensa. Debido a todo el oro y
riquezas que partían de aquellos muelles, no eran pocos los piratas que
acechaban por toda la bahía, pero por suerte, ya hacía varios años que en aquel
local no tenía lugar ninguna escena desagradable, y aquello inspiraba cierta
tranquilidad. Otra cosa era dejar de ver a ciertos tipejos curiosos deambulando
por el lugar, como el que aquella noche ocupaba la mesa más alejada a la barra.
Sus manos
enormes sujetaban una jarra plateada con bastante inestabilidad, de hecho, ya
hacía varios minutos que no lo veía llevársela a la boca. Si no hubiera sido porque
el ala de su sombrero le tapaba los ojos, hubiera jurado que estaba dormido. Su escaso
cabello, de mechones blancos tan finos que parecían de seda, enmarcaban un
rostro que mostraba un aspecto bastante enrojecido y brisado. Aquel hombre
también estaba cubierto por un grueso abrigo de lana de color azul marino,
cuyos bajos contaban con antiguas y numerosas manchas de sal.
Una por una, Billy
fue limpiado las pocas mesas del salón, procurando hacer más ruido de la cuenta
para despertar al rezagado. Pero éste no se movió.
El joven, una
vez hubo llegado junto a él, le preguntó:
—Señor, ya es
casi la hora de cerrar. ¿Va a querer también una coma o se irá ya?
Aquel hombre
levanto lentamente la cabeza hacia él, mirándolo con unos ojos enrojecidos de
embriaguez, y acompañados de una sonrisa desdentada.
—Lo siento,
chico. Ni siquiera me había dado cuenta de que me había quedado solo. —Le
respondió con una voz cansada pero amigable.
Billy volvió a
sonreírle, esperando a que le pagara de una vez para poder irse a la cama. Pero
aquel hombre no se movió, simplemente se quedó mirando, a través de los
cristales, a los grandes navíos que estaban atracados en el muelle.
—Disculpe,
señor… ¿Qué es lo que va a hacer? —preguntó de nuevo, aquella vez con más
impaciencia.
—Lo cierto es
que… —El extraño cliente lo volvió a mirar, le volvió a sonreír —.Lo cierto es
que me gustaría tomar un poco más de ron.
—Ya es
bastante tarde…
—Te
compensaré.
—¿Cómo?
—¿Te gustan
las historias de fantasmas? Tengo una muy interesante que podría contar…
—¿Una historia
de fantasmas? —Realmente, aquellos temas siempre habían sido del agrado y
habían llamado la atención de Billy, sobre todo antes de irse a la cama, ya que
irse a dormir acompañado de un libro de fantasmas era su momento favorito del día. Durante toda su
vida, sobre todo al regentar un lugar como el Corsario había tenido la oportunidad de oír muchas de ellas, mas
leyendas que otra cosa, y si algo había podido comprobar era que las mejores
historias siempre venían de los hombres más curiosos, por lo que aquella
propuesta no le pareció mala del todo.
—¿La quieres
escuchar o no? —Volvió a preguntar el cliente.
El joven
vaciló unos instantes, pero después se dejó caer cansadamente en una de las
sillas.
—Claro, le
escucho.
Pero el
cliente no habló, solo sonrió, empujando lentamente su vaso hacía él, como
quien no quiere la cosa.
—¡Oh,
disculpe! Ahora mismo se la lleno —dijo dando un brinco.
—Trae otra
para ti también. Te apetecerá, ya lo verás. Además, la historia lo vale.
No sabía por qué,
pero sentía que aquella historia tendría algo de especial, quizá sería por las
ganas que tenía de escuchar un buen cuento antes de irse a dormir. Fuera como
fuera, le apetecía escuchar algo aquella noche.
Billy llenó
hasta el borde dos jarras nuevas, ya que los vasos estaban todos sucios, y
agarró una nueva botella de ron. Después, apagó todas las velas que iluminaban
la barra, menos una, la que lo acompañaría a la mesa. No quería que aquella luz
fuera el reclamo de más clientes rezagados, y mucho menos que interrumpieran su
historia. Al volver a la mesa preparado para la tertulia descubrió que su
cliente volvía a estar mirando a los barcos del muelle, prácticamente
obnubilado.
—¿Le gustan
los barcos? —preguntó a la vez que se volvía a sentar en la silla frente a él.
—Claro, desde
niño. Siempre me impresionaron los buques europeos —respondió el hombre, cuyos
ojos se abrieron muchísimo al ver la vela que Billy dejaba sobre la mesa.
—Hace poco oí
hablar de esos tan grandes que desaparecieron antes de que el rey pudiera recuperarlos,
como el Santísima Trinidad —apuntó el
joven, que a pesar de percatarse, no le dio importancia a aquel gesto de su
cliente.
—Oh, la Urca de Lima… Nunca antes había un barco
con la panza tan llena de oro. Tuve la oportunidad de poder verlo una vez
mientras para los ojos de los demás seguía siendo una leyenda. Fue el barco más
grande que he podido ver en la vida… Incluso hoy, tantos años después, no he
vuelto a ver ninguno que se le acercara en tamaño. Y ¿sabes? Precisamente de
ese navío habla la historia.
—Eh… Pero yo
no he nombrado al Urca de Lima.
El cliente
dejó escapar una sonora carcajada.
—Oh, chico… Urca de Lima, Santísima Trinidad… Se
trata del mismo barco, solo que como Urca solo lo conocen los piratas.
—¿Es usted
pirata?
—¿Qué más da?
Te voy a contar una buena historia, ¿no es verdad? —dijo sonriendo, cogiendo la
jarra más cercana y llevándosela a la boca.
A Billy, en
realidad, poco le importaba aquel detalle. Pirata o no, no parecía más
problemático que muchos con los que había tenido la desgracia de toparse.
A aquel hombre
no parecían importarle las muestras de nerviosismo del joven tabernero por
escuchar la historia, es más, parecía disfrutar al causarle más incertidumbre
su cabe. Después de acomodarse como pudo en aquella pequeña silla, encendió una
pequeña pipa de arcilla que extrajo de su bolsillo. Billy aprovechó aquel
momento para cerrar una de las ventanas que tenían más cerca, empezaba a hacer
frío. Al cerrarla no pudo evitar que una pequeña ráfaga de aire entrara en la
taberna, apagando la vela que había dejado sobre la mesa. Antes de que pudiera
ir en busca de una cerilla, el “cuentacuentos” le hizo una señal para que no se
molestara, y con la misma cerilla de su pipa le volvió a dar vida al pequeño
cirio. Tras dar una primera y honda calada, empezó a relatar:
—Las lenguas
dicen que aquella tormenta fue la más fuerte en años, muchos barcos
desaparecieron en la mar, arrastrando a toda alma que albergaban directamente
al cofre de Davy Jones. Uno de los pocos navíos que sobrevivió en aquellas
aguas fue el Argos, un buque inglés,
ni grande ni pequeño, destinado al tráfico de esclavos, y el mismo que solo dos
años antes había sido tomado por el fiero Capitán Edward Low, al que, por
suerte o desgracia, tuve la suerte de conocer.
—¿Low? ¿Ned
Low? –preguntó el joven con curiosidad—. Recuerdo ese nombre… Siempre se
contaron historias sobre su frialdad y crueldad, ¿es cierto?
Aquel hombre
sonrió enigmáticamente, como si disfrutara con la pregunta que acababan de
hacerle.
—Oh, sí… Era
verdaderamente sanguinario, le encantaba torturar a sus enemigos. En una
ocasión yo mismo pude ver cómo le cortaba las orejas a un pobre desgraciado que
solamente había osado hacerle trampas en una partida de cartas, para luego
dárselas de comer con sal y pimienta.
Aquel dato no
lo conocía, y debió de ser bastante evidente debido a la cara de asco que tuvo
que poner, ya que aquel cuentacuentos estalló en carcajadas nada más ver su
reacción. El viejo dio otro largo trago al ron y siguió hablando:
—Sí, era
realmente cruel, pero no fue aquella la mayor tortura que vi a bordo del Argos. Pues esta historia empieza con el
avistamiento de un náufrago español, un desgraciado casi muerto que pudimos
divisar justo al día siguiente de pasar aquella tormenta.
>>En un principio, Low se mostró
reacio a subirlo a bordo, pero después de pensarlo unos minutos, ordenó sacarlo
del agua para poder hablar con él. Aquella tormenta podría haberse llevado por
delante a más de un barco, y quizá, con un poco de suerte, uno de ellos fuera
de los que cargaban parte del oro que tan desesperadamente quería recuperar
España. Después de ofrecerle algunas prendas de ropa seca, algunas de ellas más
harapos que otra cosa, y algo de comer y de beber, el español fue llevado ante
Low. No he visto a nadie más nervioso y asustado en mi vida como aquel hombre.
>>Por la vestimenta que llevaba
al ser encontrado, pudimos deducir que era un grumete español, uno de los
muchos encargados de custodiar el oro que debía de ir de vuelta a España. Por
aquel entonces, y como bien sabes, el rey de España estaba prácticamente en
bancarrota y solo deseaba recuperar todo el dinero robado por los piratas
ingleses en sus tierras. Efectivamente, tuvimos suerte con aquel náufrago, ya
que había viajado nada más y nada menos que en el mismísimo Urca de Lima, y a través de él fue como
nos enteramos de su desgraciado destino, aunque no tan desgraciado para
nosotros. Según nos pudo contar, tanto el gran galeón como los otros dos buques
que formaban su escolta hacia la madre patria, habían sido arrastrados por el
fuerte viento de la tormenta hasta encallar en una playa, lo que significaba
que en aquel momento todo el oro que portaba se encontraba en aquella arena, de
momento, sin posibilidad de ayuda, y teníamos a bordo de nuestro barco al que,
de momento, parecía ser el único hombre
que conocía la ubicación de aquella isla.
>>Fue él mismo el que nos guío
hacia ella, a menos de un día de camino. A todos nosotros se nos hizo la boca
agua nada más ver aquellos barcos encallados en una rocosa cala, aún recuerdo
la cara de mis compañeros cuando descubrimos el barco más grande que habíamos
visto jamás, prácticamente partido en dos, descansando en aquella playa.
>>Sus velas blancas y raídas
estaban semienterradas en la arena, su casco estaba visiblemente abierto de
lado a lado, como si un certero y seco golpe con las piedras lo hubiera abierto
como un huevo, desparramando todo su dorado interior como si se tratara de las
vísceras de un enemigo. La enorme bandera blanca y roja aún ondeaba en su popa,
era la tela que menos había sufrido la furia de la tormenta, ondeando como una
enorme e inmensa sábana en la que destacaba una cruz roja que debió de ser un
orgullo a la hora de navegar. Los otros dos buques, su escolta, permanecían en
el otro extremo de la isla, la parte más rocosa, su aspecto estaba mucho mejor
que el del Urca, pero ya por muchos arreglos que se les hicieran, ninguno de
los dos volvería a navegar jamás.
—¿Y el oro
español? —preguntó impaciente el chico, la historia le estaba resultando tan
entretenida que ya iba por su segundo baso de ron sin apenas haberse dado
cuenta.
—El oro… No
había ni rastro del oro, ni de él ni de ninguno de los tripulantes de los
barcos. Solo pudimos encontrar dos o tres doblones casi enterrados por la arena,
y algún que otro cadáver que empezaba a ser picoteado por las gaviotas o los
cangrejos. Rápidamente le preguntamos a nuestro guía, que nos dijo que
seguramente hubieran escondido la fortuna en el interior de la cueva que se
encontraba bajo la montaña, la misma que presidía la pequeña isla, por miedo a
ser asediados por los piratas.
>>Y así era, ya que los grandes
baúles y cofres cargados de oro habían dejado unos grandes surcos en la arena
mientras lo arrastraban a su escondite. Debían de ser unas cajas bastante
grandes, desde luego, las leyendas sobre el Urca
eran ciertas, por lo que no tuvimos problemas al seguir el rastro hasta la
cueva. Seguramente, los supervivientes habían intentado alejar, en un acto de
desesperación, a su tan valioso botín de aquellas aguas dominadas por ladrones.
>>Nosotros ya habíamos tenido la
oportunidad de conocer aquellas costas en alguna oportunidad anterior,
pertenecía a un pequeño archipiélago que realmente parecía maldito, ya que
muchos de los barcos poco experimentados habían quedado encallados en sus
bancos de arena. Por aquella razón, también sabíamos que aquella cueva contaba
con una entrada trasera, una entrada que daba a la gran cueva que formaban las
entrañas de la montaña, y que seguramente los españoles hubieron tomado por el
escondite perfecto…
>>Nos descubrimos rezando algunas
oraciones antes de entrar en la cueva, todo fuera porque los españoles aun
continuaran solos con su preciado oro, aunque aquello a Ned Low poco le
importaba, ya que su mera presencia bastaba para que muchos enemigos se
retiraran por si solos de cualquier lugar. Lamentablemente, se nos habían
adelantado…
>>Aquella cueva era
impresionante, por muchas veces que hubiera entrado en ella, nunca dejarían de
sorprenderme sus altos techos salpicados de estalactitas, afiladas como sables
corrompidos, como si fueran gotas de óxido que poco a poco se desprendían de su
materia original. La luz del sol solamente podía entrar por la entrada que te
acabo de comentar, no por la que tomamos nosotros, por lo que gran parte de sus
rincones permanecían en penumbra. Justo sobre aquella lengua de luz descubrimos
a La Peregrina, cuyo capitán, Dann
Max, no teníamos el gusto de conocer en persona, pero si a su bandera, al haber
coincidido ya varias veces con ella en otros puertos, como el de Nassau. Pero
descubrir aquel navío fue solo la primera de nuestras sorpresas, ya que la
segunda llego cuando, al subir a bordo, su tripulación nos recibiera como seres
verdaderamente venidos del cielo, en lugar de vernos como una infernal
competencia con la que ahora tendrían que compartir el botín. Todos aquellos
hombres parecían estar sumergidos en un estado de shock que se dejaba ver en
sus caras, ya que sus ojos estaban enrojecidos y desorbitados por el miedo…
Cuando ambos capitanes estuvieron frente a frente, Low preguntó por los
españoles, como respuesta solo obtuvo un gesto de Max, que señalaba hacía la
penumbra que se abría ante ellos.
>>Toda la tripulación miró hacia
la dirección que marcaba su tembloroso dedo, y para nuestro asombro,
descubrimos a un grupo de no más de treinta hombres que no debían de estar a más
de veinte metros de nosotros, todos ellos empapados, sucios y hambrientos,
sentados sobre unas enormes cajas de madera.
>>Ninguno de nosotros tubo la más
mínima duda de que aquellas arcas contenían el oro del Urca, y mucho menos
después de ver los restos dorado que había dejado una de ellas después de
haberse hecho astillas contra las rocas de la cueva. Las monedas parecían
resplandecer bajo el agua transparente de aquella zona poco profunda.
>>Sin terminar de comprender la situación,
Low le preguntó a Max que a qué estaban esperando para atacar al enemigo, ya
que su pólvora estaba mojada, ¡tenían en sus manos la oportunidad perfecta para
acabar con ellos y hacerse con el tesoro! Pero aquel hombre solamente lo miró
con expresión de terror, acompañada de una mueca que parecía decir: “¡Estás
loco!”
—Es por ella… —dijo
simplemente, para después dejarse caer sobre la barandilla de La Peregrina.
—¿Ella? ¿Quién
es ella? —preguntó nervioso nuestro capitán.
>>Para
el asombro de todos, un canto débil empezó a sonar, produciendo un tenebroso
eco al chocar contra la piedra. Ni uno solo de los rincones de la cueva se
quedó sin rozar por él, haciéndoles llegar una voz tan dulce y angelical como
lo deben ser las de las sirenas, de esas típicas que siempre han sonado en
nuestra imaginación al fantasear con sus cantos. Al principio nos costó verla,
pero poco a poco la forma de una mujer, apenas una silueta incorpórea, empezó a
acercarse a nosotros. Toda ella era traslúcida, dejando ver todo lo que quedaba
a su espalda. Llevaba un vestido blanco con bordados dorados, los típicos
trapos que diferenciaban a las altas damas españolas de las indígenas del nuevo
mundo. Su rostro parecía triste, y tan surcado por las lágrimas que, además de
inundar sus mejillas, daba la sensación de que toda ella estaba empapada.
Avanzaba con pasos lentos, como si realmente tuviera miedo de tropezar. Su
largo cabello caía a su espalda, como una cascada de agua que terminaba en
cabezas de serpiente, como si cada uno de sus mechones tuviera vida propia,
como tentáculos que se movían solo a merced de su señora.
>>Quizá
nos quedamos embobados durante demasiado tiempo, pero te aseguro, chico, que su
aspecto no era para menos… Para cuando nos quisimos dar cuenta, unas velas nos
robaron la poca luz del sol que nos llegaba. Habían llegado los refuerzos
españoles, y nosotros estábamos dentro de la cueva…
>>No tardaron en hundir a La peregrina, dejando al Argos para el final. Después del asedio,
su aspecto era más lamentable que el del propio Urca. Fueron pocos los hombres que se atrevieron a pelear, pues
los españoles nos ganaban en número haciendo que nuestra tripulación y la de
Max fueran cayendo poco a poco, como si una fuerza ajena a ellos los hubiera
llevado hasta aquel lugar, en el que encontrarían la muerte… Sé que puede
parecer fantasioso, pero créeme, chico, cuando vives cada día de tu vida con la
muerte pegada a los talones, ten por seguro de que ésta se encargara de
mandarte señales para que nunca te olvides de que está ahí.
>>Los
españoles eran como guerreros bajo las órdenes de un fiero emperador, uno solo
de ellos podía enfrentarse a cinco de nosotros sin apenas ser rozado, o ni
siquiera podíamos saber eso, ya que sus malditos abrigos rojos nos impedían saber
si los estábamos hiriendo. Eran como seres inmortales….
Billy estaba
totalmente atrapado por aquella historia, ya fuera porque tenía algo que la
hacía más real que muchas de las que había tenido la oportunidad de leer o
escuchar, o por la habilidad tan maravillosa de narrar que tenía aquel hombre.
—¿Qué paso con
Low? —preguntó casi sin darse cuenta, deseando escuchar aquel tremendo aunque
esperado final.
El particular
cuentacuentos se sirvió otra copa de ron, echando una fugaz mirada de reojo a
la ya casi apagada vela que estaba sobre la mesa. Aquella especial mirada no pasó desapercibida
para Billy.
—El viejo Low no
acabó bien… —dijo tras dar el primer trago.
—Lo sé, por
aquí se escuchan historias que dicen que ninguno de los hombres de su
tripulación sobrevivió, y que a él no se le ha vuelto a ver desde entonces. Lo
que no recuerdo con exactitud es el motivo de sus muertes… Pero a mí lo que de
verdad me quita el sueño es el paradero del pirata más temido de todo el
Caribe. Quitando a Barbanegra, claro.
El hombre
sonrió con agrado, como si de alguna manera aquellas palabras lo hubieran halagado.
Dio otro largo trago de alcohol, sus ojos ya estaban prácticamente cerrados por
la embriaguez, dando la sensación de que en cualquier momento se derrumbaría.
—Pues ya sabes
las dos cosas, chico… La vida de Low fue perdonada por una bruja gitana que
viajaba en uno de aquellos galeones. No es raro encontrártelas en las naves que
viajan a las Américas, como si de alguna manera los españoles creyeran que
protegían sus destinos en el mar. Ahora que lo pienso, seguramente fuera ella
la responsable de aquella visión fantasmal que tuvimos en la cueva…
>>Aquella
mujer maldijo a Low con una vida eterna, destinada a vagabundear de un lado a
otro, sin barco, sin hombres… Sin tener opción de acceso a cualquier trabajo
que no fuera la piratería, pero para eso necesitaba un barco, una tripulación,
y dinero… Sobre todo dinero…
—¿Ha dicho una
vida eterna? ¿Cómo eterna?
El borracho se
inclinó sobre la mesa y se acercó a él, susurrándole unas últimas palabras al
oído, como compartiendo un oscuro secreto con él…
—Aquella
gitana, la misma que maldijo a Low con una vida eterna, también puso en sus
manos la única manera de terminarla… Según ella, la amarga existencia del
capitán terminaría cuando él mismo, con sus propias manos, encendiera la llama
de una vela de cera, la misma que debería dejar consumir completamente, ya que
su vida se extinguiría al mismo tiempo que su llama.
>>Un destino algo más vikingo que
pirata, ¿no crees?
De pronto, una
fría ráfaga de viento abrió una de las ventanas, barriendo la mesa de la
tertulia, y apagando la única vela que la iluminaba, dejándolos inmersos en una
oscuridad helada. Billy se levantó rápidamente para volver a cerrarla, pero
solo para comprobar que ésta seguía cerrada, como si una fuerza sobrenatural
hubiera querido que aquella ráfaga los azotara. Cuando volvió de nuevo hacia la
mesa, su cliente había desaparecido…
Jo, tremendo relato, Ana. Lo que siempre destaco de tus historias es el gran trabajo que existe detrás para dotarlas de verosimilitud. Y no solo en la historia de fondo, sino en el léxico que utilizas. Este relato huele a piratas, a marineros... Una historia que puede verse, que puede leerse mientras en nuestra mente se forman las imágenes, como una película. Justo el tipo de relato que yo disfruto de verdad. Chapeau, Ana!! Un fuerte abrazo!!
ResponderEliminar¡Muchas gracias, David! Este es un relato que se me vino a la cabeza de un momento a otro y no pude evitar escribirla, además, ¡siempre me gustaron las historias de piratas! Y no soy muy propensa a escribirlas, la verdad.
EliminarCon estos personajes me pasa como con Jack el Destripador, ya que por mucho que se conjeture sobre quien pudo ser, no podremos llegar a saber nunca más de lo que sabemos ahora. A saber todas las historias dignas de contar y que se han perdido de las vividas en el Caribe durante aquellos años. Ademas, me alegra que me digas que mis palabras te han ayudado a formar las imagenes en tu cabeza, ¡precisamente eso era lo que quería lograr! Jajajajaja, los autores a los que más admiro son los que producen exactamente eso en mí, y aunque no creo que alguna vez les llegue a la altura del zapato, al menos esperaba poder priducir aunque fuera un mínimo de esa sensación en mis lectores.
¡Un besote!