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martes, 10 de abril de 2018

Bruke y Hare, ladrones de cadáveres.


Hace unos días compartí con vosotros la primera parte del relato de Bobby, algo que me apeteció escribir nada más llegué a españa, pero no fué el único escrito que me inspiró este último viaje a Edimburgo. Aquí os traigo otro relato dedicado a dos grandes personajes que igualmente dejaron su huella en esa ciudad, aunque de forma más macabra...
También había pensado dividir su relato en dos, pero no he querido hacerlo esta vez. Pienso que hay relatos que deben ser leidos de una sola sentada para que lleguen a producir en el lector ese sentimiento que el escritor quiso tranasmitir al escribirlo, y si eso se hiciera en dos partes ese efecto se rompería, como bien decía la filosofía de la composición de Poe. El de Bobby me lo cargué en cierta manera por dividirlo en dos partes, pero espero que este os guste más, además, como podréis comprobar, si es que no conocíais ya a estos dos personajes, son de esos típicos que despiertan una oscura fascinación en mí... Pero antes de pasar el relato, quería poneros contexto histórico, daros algunos datos para que comprendiérais mejor la época en la que vivieron estas personas:


A principios de la revolución industrial británica hubo cierta pasión por la cirugía, una auténtica vocación. Fueron muchos los británicos que se matricularon en las facultades de medicina  con el sueño de ser famosos médicos, ya que esa profesión se pagaba muy bien, y un médico refutado tenía todas las garantías de hacerse rico en muy poco tiempo. Pero claro, para poder llegar a ser un buen médico cirujano había que saber muy bien por dónde cortar, por dónde intervenir, por dónde entrar… Y para eso había que practicar. Normalmente se practicaba con cadáveres, lo que hizo que en aquel tiempo los cirujanos pidieran más y más cuerpos para sus complejas clases de anatomía, lo que hicieron que las leyes se endurecieran más al respecto, permitiendo que los alumnos de medicina solamente tuvieran acceso a un cadáver durante toda la carrera, lo cual dio paso a la clandestinidad. A finales del siglo XVIII los médicos llegaron a tasar el precio de los cadáveres, se llegaba a pagar en torno a las siete libras, dependiendo del tamaño de los cuerpos, claro… Se cuenta que en el Londres se registraban bandas organizadas, absolutamente mafiosas, que rastreaban los cementerios buscando cadáveres frescos que vender a los cirujanos.

El precio de siete libras podía equivaler, perfectamente, al sueldo que ganaba un granjero en seis o siete meses. ¿Cómo no pensar en la idea de hacerse con un cadáver y vendérselo a la ciencia? Además teniendo en cuenta que aquel hecho no se consideraba delito como tal, después de todo, la persona implicada ya estaba muerta... Era difícil poner una pena a estos resucitadores.

Ante el miedo de que sus cuerpos no pudieran descansar en paz. Fueron muchos los escoceses los que pagaron un precio de oro para ser enterrados a varios metros de profundidad, pero aun así, los cuerpos seguían siendo extraídos.

En cementerios como el de Old Calton se pueden ver muchas tumbas y panteones protegidos por rejas, entre ellas la del gran filósofo David Hume, el cual se procuró un lugar inespugnable en dicho camposanto para evitar que su cuerpo fuera robado por estos llamados "resucitadores".
Por aquí os comparto alguna que otra foto que saqué en Edimburgo. Normalmente no suelo sacar muchas fotografías cuando se trata decementerios, pero pocas veces te encuentras en lugares así...



Durante más de cuarenta años, el terror se adueñó de los cementerios. Algunos escritores de la época, como Walter Scott o Charles Dickens, impregnaron su literatura con respecto a este tema.

Durante esos años, miles de cuerpos fueron extraídos de los cementerios británicos, pero ninguna de sus historias sobrepasa a la de Bruke y Hare…


Aunque en la historia real, Bruke y Hare no coincidieran con el perrito Bobby (de hecho, el propio John Gray contaba con tan solo diez años cuando estos dos amigos cometían sus fechorías), no he podido evitar hacer esta biñeta para acompañar este relato. ¡Espero que sea laprimera de muchas! Me ha encantado dibujarla.


BRUKE Y HARE.

La niebla era intensa a aquella hora de la mañana, tanto que apenas podían ver lo he tenían a cinco metros por delante de sus narices. La fuerte humedad calaba sus ropas hasta casi empaparlas. La nieve caída días atrás ya empezaba a derretirse, por lo que debían de tener cuidado de no resbalar con algunas de aquella regueros de agua que resbalaban por las calles empinadas de la ciudad, y más aun soportando sobre sus hombros el peso de aquellas enormes palas.
Su destino era el cementerio de Old Calton, para aguardar impaciente a que el guardia que lo vigilaba sucumbiera al sueño. Durante más de cuatro horas aquel cabrón había aguantado despierto, y eso que no dejaba de empinar el codo, por cortesía de la destilería Eden Mill. Durante el tiempo que permanecieron al acecho les había caído una ligera llovizna, de esas típicas y constantes, que apenas parecen nada pero cuando te quieres dar cuenta estas calado. A Bruke le gustaba aquella lluvia, apenas llevaba unos meses en Edimburgo y ya le resultaba imposible imaginarlo con las calles secas. La capital escocesa era húmeda, oscura y sus múltiples y humeantes chimeneas eran las únicas responsables de la suciedad del cielo cuando éste venía libre de nubes, algo que ocurría una vez o dos al mes.
Mientras él seguía observando casi hipnotizado, su amigo Hare se había acurrucado contra el muro de piedra, tapado con el enorme saco que habían preparado para la misión. La tela ya estaba completamente mojada, lo que hacía absurdo que el joven se siguiera protegiendo con ella, pero en cambio, Hare estaba completamente dormido, como un niño pequeño que soñaba en su segura y seca cama rodeado por los brazos de su madre. Cuando dormía, Hare tenía cara de inocente, incluso en aquellos momentos, Bruke diría que hasta era buena persona, pero nada más lejos de la realidad… El, y solo él era el causante de que ambos se hubieran dado a la mala vida o, al menos, a la ilegal.
Bruke se volvió a sonar por encima del muro, el guardia seguía en su puesto, sentado en la silla de su garita, degustando el fuerte whisky que incluso le parecía poder oler, mientras sus ojos enrojecidos se paseaban, de una en una, por todas las lápidas y panteones del camposanto. Aquella misma mañana aquel lugar había recibido a su última y eterna inquilina, la señora Jones, una gorda pero vivaracha pescadera fallecida de un infarto, era de esperar… Por aquel cuerpo podrían llegar a pagarles hasta diez libras, una cifra bastante jugosa por la que bien merecía la pena pasar una noche así.

Todo había empezado apenas unos meses con el grito de una mujer, para variar... El pobre Donald había un infarto en la habitación que rentaba en la posada regentada por Hare, la misma en la que él mismo vivía. Donald era un hombre sin familia, ni mujer ni hijos ni nadie conocido. La pobre Margaret se lamentaba de que ahora tenían que costear ellos el entierro, lo cual les hundiría más todavía en la casi miseria en la que se encontraba el matrimonio. La posada de Hare y Magg no iba bien, últimamente casi ningún forastero paraba la ciudad, solo unos pocos trabajadores irlandeses que buscaban ganar dinero una temporada. El único huésped que vivía permanente allí antes de que él llegara era Donald.
Mientras una desesperada Margaret empezaba a retirar las pertenencias del finado, no sin antes meter en los grandes bolsillos de su delantal todo aquello que fuera de valor, Hare tirones su brazo y lo saco de la habitación.
—Es muestran oportunidad, amigo! —Le dijo con los ojos brillantes de codicia.
—¿De que oportunidad estás hablando, loco?
Hare se frotó las manos y se aclaró la garganta con intención de que Bruke comprendiera a la perfección cada una de las palabras que estaba a punto de decirle.
—Este hombre no tenía familia, ni hijos, ni nada… Además, es un tipo grande, gordo, perfecto para llevárselo a algún cirujano. Conozca a más de uno que estaría interesado en ese cuerpo si se lo ofrecemos.
—¿Pero qué estás diciendo? ¿Vender un cuerpo?
Hare puso los ojos en blanco, como siempre, le encantaba mofarse cuando Bruke sacaba a relucir su vena legal.
—Venga ya… ¡Lo hace todo el mundo! ¿Tú ves que haya sucedido algo a alguno de esos ladrones?
—Pues no, no… ¡Solo me terminan en la cárcel, por maleantes! O peor, ¡en la horca!
—¿Tan cobarde eres, amigo? No te imaginaba así...
—No es que sea cobarde, es que toda mi vida he evitado cualquier asunto que esté fuera de la ley, ya he estado en un calabozo, cómo se nota que tú no... No deseo volver a ese agujero, Hare.
Hare suspiró, no era la primera vez que su amigo le contaba aquella hazaña como los peores días de su vida, y ya se le hacía pesado.
—Bruke, ¿Acaso sabes cuánto pagan por un cuerpo así de gordo y grande?
Al posadero no le hizo falta decir nada más para que Bruke se decidiera, después de todo, el dinero era el dinero, ¿no? A nadie le amargaba un dulce. Además, solo sería aquella vez, tendrían que tener muy mala suerte para que los pillaran.
Aquella noche, cuando ya no pasaba ni una sola alma por las calles, Bruke y Hare abandonaron la posada cargando con aquel enorme bulto a cuestas. Su destino era la casa del doctor Knox, un famoso cirujano que solía dar clases en la universidad. En más de una ocasión, maldijeron el no haber cogido una carretilla para cargar al desgraciado Donald, pero así era mejor. El traqueteo de unas ruedas sobre aquellos guijarros mojados y resbaladizos habrían llamado la atención de cualquiera en aquella silenciosa madrugada.
El doctor Knox los había recibido en silencio, abriendo la puerta de su gran caserón solamente iluminando con un candelabro dorado. El baile de las llamas enmarcaba su rostro huesudo, sus ojos grises no tardaron en posarse en el gran bulto.
La jugosa cantidad de siete libras y doce chelines tintineaba en los bolsillos de Bruke y Hare de camino a la pensión, donde celebraron con gran jolgorio y grandes cantidades de alcohol el buen negocio que acababan de hacer.
Y eso había sido todo… De aquella manera tan sencilla habían conseguido la misma cantidad de dinero que un trabajador normal puede agenciarse en seis o siete meses. Pero el dinero se acaba, es lo único malo que tiene, y las ideas de cómo conseguir nuevo material para Knox volvieron a rondar sus mentes...

Bruke volvió a asomarse por encima del muro para ver cómo el somnoliento guardia se levantaba entre bamboleos y se dirigía a la puerta para recibir a cinco visitantes que acababan de llegar. Silenciosamente guío a los cinco desconocidos a través del camposanto, caminando como una procesión a través de las lápidas cubiertas de verdín.
—¡Hare! ¡Hare! ¡Despierta, Hare! —Le gritó a su compañero, al mismo tiempo que le daba un fuerte puntapié.
Haré se levantó frotándose sus mullidas piernas, y se asomó al cementerio.
—¡Mierda! ¡Van a por la gorda, Hare! —espetó casi susurrando.
—Serán hijos de pura… Ya no te puedes fiar ni de los guardianes del cementerio. Esas mafias controlan todo Londres y parte del norte de las islas. ¡Ya dije que todo el mundo lo hacía, Bruke! A saber cuánto le habrán pagado angustia para poder entrar, estoy casi seguro de que esas botellas tan caras son parte del trato.
Ambos vieron con amargura como aquellos hombres empezaban a cavar a un ritmo vertiginoso, muy, muy rápido. Contra más cerca se encontraban del ataúd más desgraciados se sentían los dos amigos. Acababan de robarles una de las mejores posibilidades de volver a hacerse con un buen botín.
Entre maldiciones, Bruke y Hare volvieron a emprender el camino a la posada. Las dos grandes palas pesaban más que nunca sobre sus hombros. Pensaron en que les diría Magg nada más llegar, seguro que los llamarían de gandules para arriba, que todo lo deberían haber hecho antes, y no dejar que otros fracasados se les adelantarán.
Magg era una mujer brava y bruta, como todas las que había podido conocer. Su sueño siempre había sido poder tener un buen armario repleto de ropa de alta calidad, zapatos de tacón de todos los colores. Pero sobre todo, su verdadera obsesión por encima de todas, era la de poseer joyas, buenas, doradas y brillantes joyas… En toda su vida, la mejor alhaja que habían podido tener era un anillo de latón regalo de su primer novio, pero con los años las mujeres se vuelven más caprichosas, más exquisitas y más selectivas, en el caso de Magg, era como si de golpe quisiera poseer todo lo que siempre había deseado, y para aquello estaba Hare, encantado de proporcionar lo que su esposa tan lujuriosamente le agradecía.
A cada paso que daban más maldecían su suerte, ¿cómo podían ser tan desgraciados? A veces, ambos creía que la suerte huía de ellos como un pez de manos de un pescador, tan escurridizo y difícil de alcanzar.
—¿Qué hacemos ahora? —Se lamentó Bruke.
—Ya pensaremos algo, conseguiremos dinero, ya lo verás. —Le aseguro haré, dejando caer el engorroso saco que portaban en una de las esquinas de la Royal Mile, y fue precisamente aquello lo que les dio una nueva idea... Boquiabiertos, vieron como un delgado y pálido brazo se asomaba por uno de los callejones, alargándose hasta el saco y arrastrándolo a la oscuridad… Bruke y Hare se miraron, sus ojos destellaban, no lo podían creer… Por fin la suerte se había puesto de su lado, o habían usado su cerebro, que aquello tampoco era poco.
—¿Estás pensando lo mismo que yo, Bruke?
—Creo que sí, amigo… Tenemos la respuesta ante nosotros, ¿cómo no nos hemos dando cuenta antes? Todas las calles de Edimburgo están llenas de gente vagabunda sin nada que perder, y sin familia… Si desaparecen nadie los reclamaría…

No les costó mucho esfuerzo el conseguí que aquel vagabundo los acompañara hacia la posada. Como si se tratara de dos buenos samaritanos, se habían acercado a él y le habían ofrecido una manta seca y algo caliente para comer. El hombre, cuya cara estaba surcada de arrugas y los pómulos parecían querer escapar de su piel debido a la delgadez, casi saltó de alegría para acompañar a tan buenos y amables posaderos.
Una vez en la posada, intentando no hacer ruido para despertar a Magg, condujeron al hombre al comedor. Le ofrecieron la mejor de las mesas, la más cercana a la chimenea, y le sirvieron un gran plato de sopa caliente. Mientras la sorbía produciendo un sonido desagradable, ambos lo miraban desde detrás de la barra.
—¿Cómo lo hacemos? No podemos dejar marcas.
—No lo sé, no lo veo claro… No creo que sea capaz. Ya es bastante grave vender el cuerpo de un muerto, como para encima matarlo. Ese karma no lo quemamos ni en diez vidas…
Hare miró a Bruke con gesto molesto
—¿Qué no crees que seas capaz? No me jodas, Bruke...
Hare salió de detrás de la barra y se acercó al invitado con semblante amable, rodeó la mesa hasta ponerse a la espalda, mientras éste seguía degustando la insustancial sopa que parecía ser un gran manjar para él. De repente, se abalanzó sobre su cuello y, ayudado del cordón de su zapato, lo rodeó. El desgraciado vagabundo empezó a gritar, o a intentarlo, intentando zafarse de tan asfixiante abrazo.
Al ver aquello, a Bruke se le cayó el alma a los pies, la cosa iba en serio, ¡iban a matar a un hombre! Hare se giró hacia él con la cara enrojecida por el esfuerzo, las venas de su cuello parecían a punto de reventar, y aquel hombre no dejaba de patalear...
—¿A qué esperas, Bruke? ¡¡¡Ayúdame!!! —Le gritó.
Pero Bruke no reaccionó, se quedó allí, observando, sudando de la impotencia y las ganas de gritar. Al verlo dudar, Hare suavizó un poco más el tono de su voz, pero sin dejar de apretar el cuello de su invitado.
—Piensa en el dinero, en todo lo que podremos hacer durante meses. ¡Tendremos lo que siempre hemos podido imaginar! Sólo piensa en el dinero…
Sólo le bastó imaginar el anterior pago para decidirse a lanzarse sobre el pecho que aquel desgraciado, golpeando fuertemente su caja torácica, justo sobre su corazón…
 La segunda vez que abandonaron la mansión de Knox se sentía mejor, como si no hubiera pasado nada, el dinero lo curaba todo... Pero antes de abandonar el porche, Bruke y Hare intercambiaron una mirada cómplice, una de esas miradas que son capaces de decir un montón de cosas con apenas unos segundos. Bruke fue el primero en hablar:
—¿Sabes que hemos cavado nuestra propia tumba, ¿verdad?
Hare asintió, y sonrió...

2 comentarios:

  1. ¡Qué buena historia, Ana! Hace unos meses preparé una entrada sobre Mary Shelley y leí bastante sobre esta práctica de los robos de cadáveres, incluso se llegaron a comercializar ataúdes de acero o se alargaban los velatorios durante tres días para que el cuerpo no le fuera útil a los cirujanos. También había precios, contabilidad, bueno... creo que has reflejado muy bien esos manejos.
    La historia es deliciosa, de esas que disfruto, típica historia pulp o de aquellos cómics de la EC.
    Estoy de acuerdo contigo respecto a partir los relatos, y más en los blogs. Prefiero, aunque sea largo, que la historia se muestre entera en la publicación. En mi caso, cuando son más largos de lo habitual prefiero imprimirlos y leerlos en papel. Pero el problema de las partes es que cuando llegas a la segunda o tercera es muy difícil recordar detalles de la parte anterior y eso resiente mucho la historia. Ya no te digo si la historia se publica en cinco o seis partes o la práctica de publicar novelas por capítulos. En una ocasión vi una publicación que se anunciaba como la segunda parte del tercer capítulo de la segunda parte de la novela. ¿Cómo puedes pensar que alguien se meta a leer esa entrada?
    ¡Ah! Y Fantástico dibujo, creo que ya te comenté que puedes aprovechar mucho más tu maña para acompañar tus relatos. Un fuerte abrazo!!

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    1. ¡Hola, David!
      Es escalofriante lo que se llegaba a hacer, ¿verdad? Yo tambien leí algo sobre los ataudes de acerlo, ¡y de las rejas! Y que también muchos deportistas de élite, como los boxeadores,ya que la calidad del cuerpo y su estado era muy importante para el comprador, pagaban un pastizal para que su tumba quedara sellada de forma segura, pero aún así...
      ¡Me alegra mucho que te guste la historia! Esta era una de esas que si no la escribía se me derretían los dedos, jajajaja. Fíjate que antes de publicarla le he dado vueltas ehhh, que bueno que la hayas disfrutado.
      Totalmente de acuerdo en cuento al tema de dividir en dos un relato, ¡es un "error" que ya no volvere a cometer nunca más! Pero como no hay mal que por bien no vengan, utilizaré el de Bobby para dejar aún más clara esa falta de sensación y empatía al leer un relato como ese dividido en dos. De modo que, por muy largos que sean, ¡a partir de ahora los compartiré del tiron!
      ¡Dios! con ese título para una entrada, por mucho que siguiera esa historia ya haría mucho tiempo que hubiera perdido el hilo, jajaja. ¡Un besote,amigo!

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