Hace unos días compartí con vosotros la primera parte del relato de Bobby, algo que me apeteció escribir nada más llegué a españa, pero no fué el único escrito que me inspiró este último viaje a Edimburgo. Aquí os traigo otro relato dedicado a dos grandes personajes que igualmente dejaron su huella en esa ciudad, aunque de forma más macabra...
También había pensado dividir su relato en dos, pero no he querido hacerlo esta vez. Pienso que hay relatos que deben ser leidos de una sola sentada para que lleguen a producir en el lector ese sentimiento que el escritor quiso tranasmitir al escribirlo, y si eso se hiciera en dos partes ese efecto se rompería, como bien decía la filosofía de la composición de Poe. El de Bobby me lo cargué en cierta manera por dividirlo en dos partes, pero espero que este os guste más, además, como podréis comprobar, si es que no conocíais ya a estos dos personajes, son de esos típicos que despiertan una oscura fascinación en mí... Pero antes de pasar el relato, quería poneros contexto histórico, daros algunos datos para que comprendiérais mejor la época en la que vivieron estas personas:
A principios de la revolución industrial británica hubo
cierta pasión por la cirugía, una auténtica vocación. Fueron muchos los
británicos que se matricularon en las facultades de medicina con el sueño de ser famosos médicos, ya que esa
profesión se pagaba muy bien, y un médico refutado tenía todas las garantías de
hacerse rico en muy poco tiempo. Pero claro, para poder llegar a ser un buen
médico cirujano había que saber muy bien por dónde cortar, por dónde
intervenir, por dónde entrar… Y para eso había que practicar. Normalmente se
practicaba con cadáveres, lo que hizo que en aquel tiempo los cirujanos
pidieran más y más cuerpos para sus complejas clases de anatomía, lo que
hicieron que las leyes se endurecieran más al respecto, permitiendo que los
alumnos de medicina solamente tuvieran acceso a un cadáver durante toda la
carrera, lo cual dio paso a la clandestinidad. A finales del siglo XVIII los
médicos llegaron a tasar el precio de los cadáveres, se llegaba a pagar en
torno a las siete libras, dependiendo del tamaño de los cuerpos, claro… Se
cuenta que en el Londres se registraban bandas organizadas, absolutamente
mafiosas, que rastreaban los cementerios buscando cadáveres frescos que vender
a los cirujanos.
El precio de siete libras podía equivaler, perfectamente,
al sueldo que ganaba un granjero en seis o siete meses. ¿Cómo no pensar en la
idea de hacerse con un cadáver y vendérselo a la ciencia? Además teniendo en
cuenta que aquel hecho no se consideraba delito como tal, después de todo, la
persona implicada ya estaba muerta... Era difícil poner una pena a estos
resucitadores.
Ante el miedo de que sus cuerpos no pudieran descansar en
paz. Fueron muchos los escoceses los que pagaron un precio de oro para ser
enterrados a varios metros de profundidad, pero aun así, los cuerpos seguían
siendo extraídos.
En cementerios como el de Old Calton se pueden ver muchas tumbas y panteones protegidos por rejas, entre ellas la del gran filósofo David Hume, el cual se procuró un lugar inespugnable en dicho camposanto para evitar que su cuerpo fuera robado por estos llamados "resucitadores".
Por aquí os comparto alguna que otra foto que saqué en Edimburgo. Normalmente no suelo sacar muchas fotografías cuando se trata decementerios, pero pocas veces te encuentras en lugares así...
Durante más de cuarenta años, el terror se adueñó de los
cementerios. Algunos escritores de la época, como Walter Scott o Charles
Dickens, impregnaron su literatura con respecto a este tema.
Durante esos años, miles de cuerpos fueron extraídos de los
cementerios británicos, pero ninguna de sus historias sobrepasa a la de Bruke y
Hare…
Aunque en la historia real, Bruke y Hare no coincidieran con el perrito Bobby (de hecho, el propio John Gray contaba con tan solo diez años cuando estos dos amigos cometían sus fechorías), no he podido evitar hacer esta biñeta para acompañar este relato. ¡Espero que sea laprimera de muchas! Me ha encantado dibujarla.
BRUKE Y HARE.
La niebla era
intensa a aquella hora de la mañana, tanto que apenas podían ver lo he tenían a
cinco metros por delante de sus narices. La fuerte humedad calaba sus ropas
hasta casi empaparlas. La nieve caída días atrás ya empezaba a derretirse, por
lo que debían de tener cuidado de no resbalar con algunas de aquella regueros
de agua que resbalaban por las calles empinadas de la ciudad, y más aun
soportando sobre sus hombros el peso de aquellas enormes palas.
Su destino era
el cementerio de Old Calton, para aguardar impaciente a que el guardia que lo
vigilaba sucumbiera al sueño. Durante más de cuatro horas aquel cabrón había
aguantado despierto, y eso que no dejaba de empinar el codo, por cortesía de la
destilería Eden Mill. Durante el tiempo que permanecieron al acecho les había
caído una ligera llovizna, de esas típicas y constantes, que apenas parecen
nada pero cuando te quieres dar cuenta estas calado. A Bruke le gustaba aquella
lluvia, apenas llevaba unos meses en Edimburgo y ya le resultaba imposible
imaginarlo con las calles secas. La capital escocesa era húmeda, oscura y sus
múltiples y humeantes chimeneas eran las únicas responsables de la suciedad del
cielo cuando éste venía libre de nubes, algo que ocurría una vez o dos al mes.
Mientras él
seguía observando casi hipnotizado, su amigo Hare se había acurrucado contra el
muro de piedra, tapado con el enorme saco que habían preparado para la misión.
La tela ya estaba completamente mojada, lo que hacía absurdo que el joven se
siguiera protegiendo con ella, pero en cambio, Hare estaba completamente
dormido, como un niño pequeño que soñaba en su segura y seca cama rodeado por
los brazos de su madre. Cuando dormía, Hare tenía cara de inocente, incluso en
aquellos momentos, Bruke diría que hasta era buena persona, pero nada más lejos
de la realidad… El, y solo él era el causante de que ambos se hubieran dado a
la mala vida o, al menos, a la ilegal.
Bruke se
volvió a sonar por encima del muro, el guardia seguía en su puesto, sentado en
la silla de su garita, degustando el fuerte whisky que incluso le parecía poder
oler, mientras sus ojos enrojecidos se paseaban, de una en una, por todas las
lápidas y panteones del camposanto. Aquella misma mañana aquel lugar había
recibido a su última y eterna inquilina, la señora Jones, una gorda pero
vivaracha pescadera fallecida de un infarto, era de esperar… Por aquel cuerpo
podrían llegar a pagarles hasta diez libras, una cifra bastante jugosa por la
que bien merecía la pena pasar una noche así.
Todo había
empezado apenas unos meses con el grito de una mujer, para variar... El pobre
Donald había un infarto en la habitación que rentaba en la posada regentada por
Hare, la misma en la que él mismo vivía. Donald era un hombre sin familia, ni
mujer ni hijos ni nadie conocido. La pobre Margaret se lamentaba de que ahora
tenían que costear ellos el entierro, lo cual les hundiría más todavía en la
casi miseria en la que se encontraba el matrimonio. La posada de Hare y Magg no
iba bien, últimamente casi ningún forastero paraba la ciudad, solo unos pocos
trabajadores irlandeses que buscaban ganar dinero una temporada. El único
huésped que vivía permanente allí antes de que él llegara era Donald.
Mientras una
desesperada Margaret empezaba a retirar las pertenencias del finado, no sin
antes meter en los grandes bolsillos de su delantal todo aquello que fuera de
valor, Hare tirones su brazo y lo saco de la habitación.
—Es muestran
oportunidad, amigo! —Le dijo con los ojos brillantes de codicia.
—¿De que
oportunidad estás hablando, loco?
Hare se frotó
las manos y se aclaró la garganta con intención de que Bruke comprendiera a la
perfección cada una de las palabras que estaba a punto de decirle.
—Este hombre
no tenía familia, ni hijos, ni nada… Además, es un tipo grande, gordo, perfecto
para llevárselo a algún cirujano. Conozca a más de uno que estaría interesado
en ese cuerpo si se lo ofrecemos.
—¿Pero qué
estás diciendo? ¿Vender un cuerpo?
Hare puso los
ojos en blanco, como siempre, le encantaba mofarse cuando Bruke sacaba a
relucir su vena legal.
—Venga ya… ¡Lo
hace todo el mundo! ¿Tú ves que haya sucedido algo a alguno de esos ladrones?
—Pues no, no…
¡Solo me terminan en la cárcel, por maleantes! O peor, ¡en la horca!
—¿Tan cobarde
eres, amigo? No te imaginaba así...
—No es que sea
cobarde, es que toda mi vida he evitado cualquier asunto que esté fuera de la
ley, ya he estado en un calabozo, cómo se nota que tú no... No deseo volver a
ese agujero, Hare.
Hare suspiró,
no era la primera vez que su amigo le contaba aquella hazaña como los peores
días de su vida, y ya se le hacía pesado.
—Bruke, ¿Acaso
sabes cuánto pagan por un cuerpo así de gordo y grande?
Al posadero no
le hizo falta decir nada más para que Bruke se decidiera, después de todo, el
dinero era el dinero, ¿no? A nadie le amargaba un dulce. Además, solo sería
aquella vez, tendrían que tener muy mala suerte para que los pillaran.
Aquella noche,
cuando ya no pasaba ni una sola alma por las calles, Bruke y Hare abandonaron
la posada cargando con aquel enorme bulto a cuestas. Su destino era la casa del
doctor Knox, un famoso cirujano que solía dar clases en la universidad. En más
de una ocasión, maldijeron el no haber cogido una carretilla para cargar al
desgraciado Donald, pero así era mejor. El traqueteo de unas ruedas sobre
aquellos guijarros mojados y resbaladizos habrían llamado la atención de
cualquiera en aquella silenciosa madrugada.
El doctor Knox
los había recibido en silencio, abriendo la puerta de su gran caserón solamente
iluminando con un candelabro dorado. El baile de las llamas enmarcaba su rostro
huesudo, sus ojos grises no tardaron en posarse en el gran bulto.
La jugosa
cantidad de siete libras y doce chelines tintineaba en los bolsillos de Bruke y
Hare de camino a la pensión, donde celebraron con gran jolgorio y grandes
cantidades de alcohol el buen negocio que acababan de hacer.
Y eso había
sido todo… De aquella manera tan sencilla habían conseguido la misma cantidad
de dinero que un trabajador normal puede agenciarse en seis o siete meses. Pero
el dinero se acaba, es lo único malo que tiene, y las ideas de cómo conseguir
nuevo material para Knox volvieron a rondar sus mentes...
Bruke volvió a
asomarse por encima del muro para ver cómo el somnoliento guardia se levantaba
entre bamboleos y se dirigía a la puerta para recibir a cinco visitantes que
acababan de llegar. Silenciosamente guío a los cinco desconocidos a través del
camposanto, caminando como una procesión a través de las lápidas cubiertas de
verdín.
—¡Hare! ¡Hare!
¡Despierta, Hare! —Le gritó a su compañero, al mismo tiempo que le daba un
fuerte puntapié.
Haré se
levantó frotándose sus mullidas piernas, y se asomó al cementerio.
—¡Mierda! ¡Van
a por la gorda, Hare! —espetó casi susurrando.
—Serán hijos
de pura… Ya no te puedes fiar ni de los guardianes del cementerio. Esas mafias
controlan todo Londres y parte del norte de las islas. ¡Ya dije que todo el
mundo lo hacía, Bruke! A saber cuánto le habrán pagado angustia para poder
entrar, estoy casi seguro de que esas botellas tan caras son parte del trato.
Ambos vieron
con amargura como aquellos hombres empezaban a cavar a un ritmo vertiginoso,
muy, muy rápido. Contra más cerca se encontraban del ataúd más desgraciados se
sentían los dos amigos. Acababan de robarles una de las mejores posibilidades
de volver a hacerse con un buen botín.
Entre
maldiciones, Bruke y Hare volvieron a emprender el camino a la posada. Las dos
grandes palas pesaban más que nunca sobre sus hombros. Pensaron en que les
diría Magg nada más llegar, seguro que los llamarían de gandules para arriba,
que todo lo deberían haber hecho antes, y no dejar que otros fracasados se les
adelantarán.
Magg era una
mujer brava y bruta, como todas las que había podido conocer. Su sueño siempre
había sido poder tener un buen armario repleto de ropa de alta calidad, zapatos
de tacón de todos los colores. Pero sobre todo, su verdadera obsesión por
encima de todas, era la de poseer joyas, buenas, doradas y brillantes joyas… En
toda su vida, la mejor alhaja que habían podido tener era un anillo de latón
regalo de su primer novio, pero con los años las mujeres se vuelven más
caprichosas, más exquisitas y más selectivas, en el caso de Magg, era como si
de golpe quisiera poseer todo lo que siempre había deseado, y para aquello
estaba Hare, encantado de proporcionar lo que su esposa tan lujuriosamente le
agradecía.
A cada paso
que daban más maldecían su suerte, ¿cómo podían ser tan desgraciados? A veces,
ambos creía que la suerte huía de ellos como un pez de manos de un pescador,
tan escurridizo y difícil de alcanzar.
—¿Qué hacemos
ahora? —Se lamentó Bruke.
—Ya pensaremos
algo, conseguiremos dinero, ya lo verás. —Le aseguro haré, dejando caer el
engorroso saco que portaban en una de las esquinas de la Royal Mile, y fue
precisamente aquello lo que les dio una nueva idea... Boquiabiertos, vieron
como un delgado y pálido brazo se asomaba por uno de los callejones,
alargándose hasta el saco y arrastrándolo a la oscuridad… Bruke y Hare se
miraron, sus ojos destellaban, no lo podían creer… Por fin la suerte se había
puesto de su lado, o habían usado su cerebro, que aquello tampoco era poco.
—¿Estás
pensando lo mismo que yo, Bruke?
—Creo que sí, amigo…
Tenemos la respuesta ante nosotros, ¿cómo no nos hemos dando cuenta antes?
Todas las calles de Edimburgo están llenas de gente vagabunda sin nada que
perder, y sin familia… Si desaparecen nadie los reclamaría…
No les costó
mucho esfuerzo el conseguí que aquel vagabundo los acompañara hacia la posada.
Como si se tratara de dos buenos samaritanos, se habían acercado a él y le
habían ofrecido una manta seca y algo caliente para comer. El hombre, cuya cara
estaba surcada de arrugas y los pómulos parecían querer escapar de su piel
debido a la delgadez, casi saltó de alegría para acompañar a tan buenos y
amables posaderos.
Una vez en la
posada, intentando no hacer ruido para despertar a Magg, condujeron al hombre
al comedor. Le ofrecieron la mejor de las mesas, la más cercana a la chimenea,
y le sirvieron un gran plato de sopa caliente. Mientras la sorbía produciendo
un sonido desagradable, ambos lo miraban desde detrás de la barra.
—¿Cómo lo
hacemos? No podemos dejar marcas.
—No lo sé, no
lo veo claro… No creo que sea capaz. Ya es bastante grave vender el cuerpo de
un muerto, como para encima matarlo. Ese karma no lo quemamos ni en diez vidas…
Hare miró a
Bruke con gesto molesto
—¿Qué no crees
que seas capaz? No me jodas, Bruke...
Hare salió de
detrás de la barra y se acercó al invitado con semblante amable, rodeó la mesa
hasta ponerse a la espalda, mientras éste seguía degustando la insustancial
sopa que parecía ser un gran manjar para él. De repente, se abalanzó sobre su
cuello y, ayudado del cordón de su zapato, lo rodeó. El desgraciado vagabundo
empezó a gritar, o a intentarlo, intentando zafarse de tan asfixiante abrazo.
Al ver
aquello, a Bruke se le cayó el alma a los pies, la cosa iba en serio, ¡iban a
matar a un hombre! Hare se giró hacia él con la cara enrojecida por el
esfuerzo, las venas de su cuello parecían a punto de reventar, y aquel hombre
no dejaba de patalear...
—¿A qué
esperas, Bruke? ¡¡¡Ayúdame!!! —Le gritó.
Pero Bruke no
reaccionó, se quedó allí, observando, sudando de la impotencia y las ganas de
gritar. Al verlo dudar, Hare suavizó un poco más el tono de su voz, pero sin dejar
de apretar el cuello de su invitado.
—Piensa en el
dinero, en todo lo que podremos hacer durante meses. ¡Tendremos lo que siempre
hemos podido imaginar! Sólo piensa en el dinero…
Sólo le bastó
imaginar el anterior pago para decidirse a lanzarse sobre el pecho que aquel
desgraciado, golpeando fuertemente su caja torácica, justo sobre su corazón…
La
segunda vez que abandonaron la mansión de Knox se sentía mejor, como si no
hubiera pasado nada, el dinero lo curaba todo... Pero antes de abandonar el
porche, Bruke y Hare intercambiaron una mirada cómplice, una de esas miradas
que son capaces de decir un montón de cosas con apenas unos segundos. Bruke fue
el primero en hablar:
—¿Sabes que
hemos cavado nuestra propia tumba, ¿verdad?
Hare asintió,
y sonrió...
¡Qué buena historia, Ana! Hace unos meses preparé una entrada sobre Mary Shelley y leí bastante sobre esta práctica de los robos de cadáveres, incluso se llegaron a comercializar ataúdes de acero o se alargaban los velatorios durante tres días para que el cuerpo no le fuera útil a los cirujanos. También había precios, contabilidad, bueno... creo que has reflejado muy bien esos manejos.
ResponderEliminarLa historia es deliciosa, de esas que disfruto, típica historia pulp o de aquellos cómics de la EC.
Estoy de acuerdo contigo respecto a partir los relatos, y más en los blogs. Prefiero, aunque sea largo, que la historia se muestre entera en la publicación. En mi caso, cuando son más largos de lo habitual prefiero imprimirlos y leerlos en papel. Pero el problema de las partes es que cuando llegas a la segunda o tercera es muy difícil recordar detalles de la parte anterior y eso resiente mucho la historia. Ya no te digo si la historia se publica en cinco o seis partes o la práctica de publicar novelas por capítulos. En una ocasión vi una publicación que se anunciaba como la segunda parte del tercer capítulo de la segunda parte de la novela. ¿Cómo puedes pensar que alguien se meta a leer esa entrada?
¡Ah! Y Fantástico dibujo, creo que ya te comenté que puedes aprovechar mucho más tu maña para acompañar tus relatos. Un fuerte abrazo!!
¡Hola, David!
EliminarEs escalofriante lo que se llegaba a hacer, ¿verdad? Yo tambien leí algo sobre los ataudes de acerlo, ¡y de las rejas! Y que también muchos deportistas de élite, como los boxeadores,ya que la calidad del cuerpo y su estado era muy importante para el comprador, pagaban un pastizal para que su tumba quedara sellada de forma segura, pero aún así...
¡Me alegra mucho que te guste la historia! Esta era una de esas que si no la escribía se me derretían los dedos, jajajaja. Fíjate que antes de publicarla le he dado vueltas ehhh, que bueno que la hayas disfrutado.
Totalmente de acuerdo en cuento al tema de dividir en dos un relato, ¡es un "error" que ya no volvere a cometer nunca más! Pero como no hay mal que por bien no vengan, utilizaré el de Bobby para dejar aún más clara esa falta de sensación y empatía al leer un relato como ese dividido en dos. De modo que, por muy largos que sean, ¡a partir de ahora los compartiré del tiron!
¡Dios! con ese título para una entrada, por mucho que siguiera esa historia ya haría mucho tiempo que hubiera perdido el hilo, jajaja. ¡Un besote,amigo!