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viernes, 27 de abril de 2018

Bobby (parte II y final).



¡Hola de nuevo! Aquí os dejola segud parte del relato del perrito Bobby. Como ya dije con anterioridad, dividir los relatos en dos parte su magia, rompiendo así gran parte de lo que el autor intenta transmitir con dicho escrito, algo que ya nunca más volveré a hacer. ¡Suerte que las entradas de los blogs permanezcan en él hasta que su autor así lo decida! Con este relato, aparte de transmitiros lo que me hizo sentir la historia de Bobby, quiero mostraros un claro ejemplo de ello, por eso, a los que aún no hayáis tenido aún la posibilidad de leer el primero, ¡os aconsejo que leáis los dos del tirón!
Disfrutadlo.

Bobby y su inseparable amo Jhon Gray, en la pelicula de Disney "Grayfriars Bobby", 1961.


CON EL, SIEMPRE CON EL. (PARTE II Y FINAL).



James sintió una impotencia enorme, entre el deber y el querer. Los perros no podían estar allí, Bobby no debía de estar allí… Aquello era un cementerio, y un lugar sagrado en el que los animales estaban prohibidos por ley. Pero había algo en aquel animal que llegaba a tocarlo por dentro.
—No puedes estar aquí, chico… Vete a casa, ¡a casa! —Le dijo en un intento de animarlo a abandonar el lugar. No estaba seguro de cuánto llevaba allí, pero con aquel tiempo, además de tener frío seguramente tendría hambre, y su familia lo estaría buscando.
Cuando su cabeza empezó a dar vueltas buscando la manera de sacar al perro del cementerio antes de que le llamaran la atención, oyó unos pasos a su espalda. Al volverse, descubrió a una cansada Señora Thomas que avanzaba hacia la lápida. En su rostro se apreciaba el asombro al ver a Bobby allí.
—Bobby… —dijo al llegar a su lado—. Estás aquí, pequeño… Lo siento, Señor Brown. Ahora mismo me lo llevo.
—No es molestia, Señora. Supongo que ha debido escaparse de casa.
—Seguramente. Ayer cuando llegamos él ya estaba allí, pero no tardé en dejar de prestarle atención…
—Comprendo.
La Señora Thomas se agachó y tomo a Bobby entre sus brazos, que no pareció resistirse. Después, le dedicó una cansada sonrisa a James, y abandonó el lugar.


El resto del día transcurrió con normalidad. James se dedicó a sus incansables quehaceres de adecentar el camposanto, atender a los visitantes, y vigilar que no entrase en el lugar ningún maleante o animal doméstico. Aquel cementerio estaba lleno de cuervos, atestado diría él, por lo que muchas veces pensaba que, si un gato atravesaba la puerta sería el incansable sonido que aquellas grandes aves producían al unísono, como una gran bandada que reclamaba sus dominios, la que se encargaría de que diera media vuelta.
Los días pasaron, y Bobby seguía allí, inmóvil. El enterrador pudo observar cómo, al menos una vez al día, el perrito abandonaba la tumba de Gray para visitar la taberna situada justo en frente del camposanto, “The eating house”, el mismo que frecuentaba en compañía de su amo a la hora del almuerzo. Entre aquellos bocados, los que les llevaba la Señora Thomas, y los que procuraba darle él mismo, el animal sobrevivía.
Algo le decía a James que Bobby lo intuía, o directamente sabía que su dueño ya no volvería jamás, ¿pero a él que más le daba? Hacía solo dos años que Gray había adoptado a aquel cachorro de Sky Terrier, tan juguetón y mimoso como un niño pequeño, y hacía precisamente el mismo tiempo que Bobby había decidido entregar su vida a aquel hombre, a su amo, a aquel que le dio cariño y amor día tras día, aquel que compartía la vida con él, a quien acompañaba al trabajo aunque solo fuera para pasar una mañana entera durmiendo debajo de la mesa de su despacho, aquel con quien dormía, con quien se despertaba, con quien vivía… Con lágrimas en los ojos, un día James comprendió que el mundo de aquel perrito se había derrumbado en un solo segundo, toda su vida había cambiado, y su vida estaba ligada a Grey… Y tenía que ser con él con quien terminaran sus días, porque un día en ellas se iniciaron. Bobby nunca abandonaría Greyfriars…
Poco a poco, tanto James como el resto de visitantes de Greyfriars, se fueron acostumbrando a su peluda presencia.
Pero una noche, en la que una fuerte ventisca azotaba las tumbas, John no dudó en refugiar a Bobby en su casa, el cual, desde el momento en que había entrado, no había dejado de observar la tumba de Grey ni un solo segundo a través de la ventana. Sus ojos estaban clavados en ella como flechas, vigilándola, anhelándola… Sus hijos intentaron jugar con él, pero se le veía desanimado, sin ganas de nada, solo de estar sobre aquella lápida. 
 
Su hija Mary había peinado algunos de los enredos del pelo de Bobby, que enseguida habían empezado a brillar como el de un perrito joven que era, después comió un poco, y se durmió junto a la ventana. James lo miraba, apenas se apartaba de él. No dejaba de dolerle aquella situación por mucho que la comprendiera, además, se acercaba una tormenta enorme y no quería que Bobby estuviera a la intemperie.
Una vez la tormenta hubo amainado, James se dispuso a despejar las lápidas, al menos las más recientes, y esperándose especialmente en la de Gray. De pronto, una idea fantástica pasó por su mente, haciendo que el sepulturero se dirigiera de nuevo a su casa con una punzadita de alegría en su corazón.
—Oídme, chicos… —dijo a sus hijos, girándose hacia ellos—. ¿Por qué no le hacemos una casita a Bobby? Va a hacer frío esta noche, no queremos que se resfríe, ¿verdad?
La cara de los dos pequeños se iluminó de inmediato, y ambos se apresuraron a coger sus chaquetones para salir corriendo hacia la puerta. Bobby los siguió entre saltos de alegría, parecía conocer el motivo por el que los pequeños salían de la casa. James recogió unas antiguas tablas del leñero y unas cuantas mantas viejas.
Fue el mismo Bobby el que eligió el sitio.



2 comentarios:

  1. Jo, que historia más conmovedora. Desde luego, una lealtad así solo la profesa un perro. Ojalá se reencontrara en el cielo con su dueño. Precioso relato, Ana. Un abrazo!!

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    1. Desde luego que conmieve todo lo que venga directamente del corazón de un peludito de cuatro patas... Me alegra que te haya gustado, los relatos y las historias relacionadas con animales siempre me han pegado más fuerte que las protagonizadas solamente por seres humanos.
      ¡Un abrazo!

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