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viernes, 6 de abril de 2018

Bobby


Hoy os traigo una historia realmente emotiva relacionada con mi último viaje, una historia que tocó mi corazón y que ya recordaré para el resto de mi vida.
Muchos de vosotros conoceréis la historia del Bobby Greyfriars, el perro fiel de Edimburgo, que permaneció catorce largos años junto a la tumba de su amo, John Gray, hasta que su hora finalmente llegó. Se podría decir que es el equivalente británico al famoso Hachiko, el leal shiba que esperó pacientemente en una estación de tren a un amo que ya jamás regresaría.
La lealtad y el amor que los perros llegan a sentir por sus amos es inmenso, tanto que, incluso yo misma pienso que nunca podré llegar a querer a mi perro tanto como él me ama a mi, ¡y eso que incluso llegaría a matar por él, jajajaja! ¡Por mi perro MATO! Donde yo voy va también él, cuando yo me duermo él también, cuando estoy triste me consuela, y cuando vé que se pasa la hora normal de su desayuno (porque en el fondo es un "veleta") me despierta. Incluso se pone más contento que mi novio cuando llego a casa, jajajajaja. Era de esperar... Por eso me conmueben tanto sus historias, todo lo que pueden decirnoscon solo una mirada, todo lo que nos dan sin apenas pedirnos nada a cambio, solo un poquito de nuestro tiempo para juguar... Por eso quería dedicarle unas palabras en forma de relato a este legendario perrito, que se merece eso y mucho más.
Este relato estará dividido en dos partes, ya que no es el único que me ha inspirado Edimburgo, ¡espero que la disfrutéis!
¡La semana que viene, más y mejor!

 Estatua del perro Bobby, 
a las puertas del cementerio de Greyfriars.


Durante los días que estuvimos allí no dejé de acariciar su naricita cada vez que pasabamos por delante de esta estatua. Por lo visto, hay una tradición que dice que si lo haces, eso te traerá buena suerte, pero... Al llegar a España y empezar a investigar sobre este entrañable personaje, me encontré con una noticia que me hizo sentir realmente mal... Hace unos años, a esta misma estatua le colgaron un cartel del cuello, algo que se notificó como un acto de vandalismo, pero que no paso desapercibido para muchos escoceses. En ese cartelito decía lo siguiente: 

"No toques mi nariz, no es una tradición que dé buena suerte y no me gusta. Si la tocas ésta se desgastará, y entonces no podré oler nunca más".


 
Con él, siempre con él…



Cementerio de Greyfriars, Edimburgo. 9 de febrero de 1858.

Aquel día hacía frío y, aunque poco, aún nevaba… El viento se colaba entre las ramas de los árboles y las hacia bailar con el silencio, como dando así la bienvenida al gran cortejo fúnebre que se abría paso por el camino principal de Greyfriars, el principal y más importante cementerio de la ciudad.

El finado había sido el pobre John Gray, un veterano policía local que desde bien joven había decidido entregar su vida al orden, a lo que debe de ser correcto, al respeto entre los ciudadanos en aquellos tiempos tan difíciles en los que los maleantes dominaban las calles, había caído finalmente en las garras de la tuberculosis. Gray había sido un hombre honorable, desde luego que sí, y además querido en toda la ciudad, y aquel era precisamente el motivo por el que su funeral estuviera tan concurrido. Desde uno de los laterales de la puerta principal, y con la cabeza gacha en un gesto de respeto, el enterrador James Brown iba escrutando, casi sin darse cuenta, a los asistentes al sepelio. Distinguió a una afectada Señora Thomas que, sujeta al brazo de su hermano, acariciaba entre llanos la suave tapa de roble del ataúd cargado por sus hijos. También estaba el barbero, Daniel Low, y su hijo David. El tabernero de la Mile, varios funcionarios de la policía local… En fin, prácticamente toda la gente conocida de Edimburgo despedía al buen Grey, pero no todos ellos eran humanos… Ya que, con gran asombro, James distinguió una pequeña y peluda figura que avanzaba justo detrás de la Señora Thomas. Se trataba de Bobby, el pequeño Terrier de Grey, que también parecía querer despedir a su amo.

Rápidamente, James lo interceptó y lo cogió entre sus brazos. Sus patitas estaban frías y mojadas por la nieve, y sus grandes ojos marrones lo miraban como si, al levantarlo del suelo, el sepulturero hubiera cometido la mayor de las atrocidades.

—Lo siento, pequeño. Pero este es un lugar sagrado, y los perros no pueden entrar. —Le susurró mientras lo llevaba hasta la calle, lo dejaba en el suelo, y cerraba las rejas sellando el camposanto—. Vete a casa, Bobby. Vete y espera a que vuelva el resto de tu familia.

Robb Shark, el jefe de policía de Edimburgo, quiso dar un pequeño discurso en honor de su compañero. Ver a todos aquellos hombres de uniforme, rodeados de tanto silencio, llegaba a imponer. Parecía que en cualquier momento podrían detenerlo en su trabajo de sepultar el ataúd, del que no apartaban la mirada.

Una vez se hubieron ido, James se dispuso a colocar de manera más ordenadas todos los ramos de flores que habían dejado sobre la tumba de mármol. Le dolía la espalda, ya empezaba a estar viejo para soportar cargar y remover aquella dura tierra, y más aún en invierno.

El sol no había terminado de ponerse cuando volvió a su casa, dentro del mismo cementerio. Además de enterrador, también era el cuidador de Greyfriars, por lo que al día siguiente le quedaría un buen trabajo con la nieve que sellaba los caminos. Debía de mantenerla retirada para los visitantes, y ésta no dejaba de caer… Como llevaba haciendo un mes y todos los que quedaban aún… Iba a ser un invierno largo… Nada más llegar, metió los pies en un barreño de agua caliente y se tomó un cuenco de sopa con prácticamente dos tragos. Sus agrietadas manos le dolieron al entrar en calor. No tardó mucho en irse a la cama, escuchando de fondo como su esposa Mag trasteaba en la cocina antes de acompañarlo, mientras, los pequeños Daniel y Lewis jugueteaban con las caprichosas formas del fuego de la chimenea.

Al día siguiente salió de casa como nuevo. Con una gran bocanada de aire dio los buenos días a la imponente Kirkyard, cargó su pala, y se puso manos a la obra. Tenía la intención de retirar al menos gran parte de la nieve de la entrada antes de acompañar a sus hijos al colegio. Por suerte para James, la noche anterior no había nevado, por lo que no precisó mucho tiempo en aquella tarea. Después, aprovechando los minutos que le quedaban, decidió dar una ronda por el camposanto en busca de más cosas que hacer a su vuelta, cuando de pronto, al pasar junto a la lápida de John Gray, descubrió a una pequeña y temblorosa figura junto a ella. Su corazón dio un vuelco al ver que Bobby, al que se había encargado de sacar del cementerio hacía unas horas, dormía entre las flores que descansaban sobre la lápida de mármol. Varias virutas de escarcha brillaban sobre su pelo plateado, y sus patitas permanecían encogidas en un intento de proteger su vientre del frío y la humedad.

—¿Bobby? —susurró acercándose al perro, que levantó su cabeza hacia él.

Sus pequeños ojos marrones lo miraban de forma suplicante, como pidiéndole permiso para poder permanecer allí, con su amo…

Como si de la propia voz del perro se tratara, una frase golpeó su confusamente como un martillo un yunque:

“Por favor, no me eches. Quiero estar aquí, con él… Siempre con él…”


CONTINUARA...


4 comentarios:

  1. Jo, estas historias con perro siempre te dejan el corazón en un puño. Como dices en la introducción nunca podremos darles a ellos lo que ellos estarían dispuestos a darnos a nosotros. Un preciosa historia de fidelidad más allá de la muerte. Un abrazo, Ana!!

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    1. Verdad, David, cómo pueden querer tanto esas cositas peluditas... Muchas de sus historias llegan a partirte el alma, allí hace un frío que te mueres, y él lo aguanto catorce años...
      ¡Un abrazote!

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  2. Tienes mente de escritora, desde luego. Haces como yo. Tú escuchas lo que te cuentan mientras tejes tu historia.Me gusta el toque que le has dado, y eso que me queda lo mejor.
    Te veo en el próximo, Ana
    Besos

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    1. ¡Muchas gracias, Isidoro! No puedo evitar crear historias, ni yo misma me doy cuenta de que lo hago la mitad de las veces. CVuando te cuentan una historia, ya sea real o imaginaria, tu imaginación vuela, ya solo sea para imaginar en un descrito escenario a los personajes que nos conciernen. Me encanta eso, jajajaja.
      Un besote!

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