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lunes, 7 de marzo de 2016

Luna

Este minirelato surgió un día en que pensaba en los amores imposibles. ¡Espero que os guste!



LUNA


Desde pequeñito se había sentido atraído por su luz, y muchas habían sido las noches en las que se había quedado dormido mientras la observaba por la ventana… Sobre todo los días en los que algo le preocupaba, como si solo ella fuera capaz de calmar su mente y su corazón, como si solamente ella lo entendiera…
Su visión lo fascinaba, para él no había en el mundo una belleza que osara a compararse con la suya... Su reflejo lo hipnotizaba… Las noches en las que más redonda estaba tenía la sensación de que podría incluso llegar a tocarla, innumerables eran las veces en las que levantaba las manos hacia el cielo queriendo alcanzarla.
Esto era lo que Bran siempre había sentido por la luna, reconocía estar completamente enamorado de ella. Hasta que un día, sin ser capaz de pasar más tiempo de su vida separado de ella, improvisó un ligero equipaje, se equipó bien para el invierno, y, tras despedirse de su familia, salió en busca de su tan deseada luna.
Durante largos y duros días estuvo caminando por los páramos y bosques que tan infinitos se extendían ante él, y noche tras noche se quedaba dormido con la vista fija en el cielo, maldiciendo aquellas nubes que en ocasiones tan impertinentemente se interponían entre él y su amada luna. A Bran no le importaba el frío, ni el calor, ni que la lluvia calara sus ropas mientras seguía caminando hacía su tan inalcanzable destino, lo único que lo animaba a seguir adelante era pensar en el mágico momento en el que por fin pudiera estar junto a ella… Pero el tiempo pasaba, y los años pasaban… Y nunca la alcanzaba…
Una noche, mientras seguía un escarpado camino de roca que se perdía en las montañas, Bran vio a un anciano sentado en la entrada de una cueva. Su barba era larga, espera, y tan gris como las pobladas cejas que cubrían sus ojos rasgados. Vestía una túnica gris, y zapatos del mismo color.
—¡Hola, chico!—Lo saludó con una dulce pero enérgica voz.—Estás muy lejos de todo. ¿Hacia dónde te diriges?
—Vengo desde Ándalon, estoy buscando a la luna.—Respondió el chico, sentándose en otra roja junto al anciano.
—¿A la luna dices?
—Si, a la luna. Estoy enamorado de ella.
Aquel hombre lo miraba sorprendido, como si hablara con un loco, pero después su expresión cambió, y con su huesuda mano le hizo una señal para que se acercara.
—Ven, acércate a mí.—Bran se acercó aún más a él y el anciano puso su mano sobre su pecho, sobre su corazón. De repente sus ojos se abrieron de manera sobrehumana.—Esto que te sucede no es ningún capricho pasajero, muchacho. Realmente estás enamorado.—Le dijo.—¿Cuánto tiempo llevas buscándola?
—Varios años, y nunca llego a estar más cerca de ella de lo que estoy ahora.
Aquel hombre le sonrió, mostrando unos hermosos dientes blancos a través de sus finos labios.
—Te entiendo. Yo seguí al agua una vez, también estaba enamorado.
—¿Y lograste alcanzarla?
—En cierto modo si…—Suspiró.—Si quieres te daré un consejo, muchacho.
—Claro, ¿cuál es?
—Tienes que tener algo que ofrecerle a la luna para que ella venga a ti. No esperarás poder alcanzarla y seguirla subiendo al cielo, ¿verdad?
Bran no había pensado en eso.
—Es cierto. Mientras este allí arriba jamás la podré alcanzar. Todo lo que tengo por ofrecerle es lo que llevo en mis fardos.
—¿Me lo enseñas?—Le preguntó el anciano.
Un par de manzanas secas, pan duro, una gruesa manta, unos zapatos de repuesto y algunas herramientas de trabajo eran lo único que abultaban las bolsas de Bran. Desanimado, el chico volvió a guardarlas y a anudar las bolsas.
—Con esto que tengo no será suficiente para que la luna venga a mí.
—¿Por qué no? Con estas herramientas podrás construirle lo que seguramente necesitara ella aquí en la tierra: Una casa.
Bran lo miró con los ojos muy abiertos, sorprendido.
—Una casa... ¡Es cierto! Puedo construirle una casa en la que los dos podamos vivir.
—Claro, eso justamente.
—¡Pero eso me llevará años! Tardaré años en construir toda una casa yo solo...
El semblante del joven volvió a entristecerse, hasta que la delgada mano del anciano se posó sobre su hombro, transmitiéndole una sensación reconfortante y segura.
—¿Qué son esos años al lado de poder pasar todos los del resto de tu vida junto a lo que amas?
Era cierto. Después de todo, ya llevaba varios años caminando para poder alcanzarla.
—Tienes razón.
—Pues será mejor que empieces ya, chico.—El anciano no dejaba de sonreír, mostrando sus blancos dientes.—Eres fuerte y joven, seguro que la terminas enseguida. Quizá antes de lo que imaginas.
Bran se levantó rápidamente, recogió sus fardos del suelo y volvió a cargarlos sobre sus hombros.
—¡Claro que sí! ¡Comenzaré ahora mismo! Gracias... Disculpe, ¿cuál es su nombre? Si no le importa que se lo pregunte, claro.
—Claro que no me importa que me lo preguntes, siempre que no te importe que no te conteste. Si conoces mi nombre tendrás poder sobre mí, ¿no?
—Ah, ¿sí?
—Sí, si conoces el nombre de alguien tendrás poder sobre él, y hará todo lo que tu desees.
Esas últimas palabras del anciano estuvieron presentes en la mente de Bran durante los cuatro años que duró la construcción de la casa para su amada luna. Durante esos años trabajo desde la mañana a la noche, y cuando ya la tubo acabada, culminó todos los detalles de su interior: La chimenea con su reja, las habitaciones con sus camas y sus muebles de madera de cerezo, los pasillos cubiertos por cálidas alfombras de piel de oso… En total la casa contaba con siete habitaciones, un salón, una terraza, un sótano y una cocina enorme. Y toda ella, desde el suelo hasta el tejado, estaba construida totalmente de madera.
Una vez estuvo totalmente acabada, Bran se instaló en ella y comenzó a preparar la primera cena que degustaría en ella, por supuesto, para dos. Decoró el enorme salón con manteles blancos sobre los que colocó hermosos candelabros, tallados cuidadosamente en madera, que lo iluminaban. Cuando terminó, se dirigió hacia la ventana que daba al lago de la parte de atrás de la casa. Sobre su cristalina agua el reflejo de la luna llena resplandecía como si fuera de plata.
—Luna, aquí tienes todo lo que te ofrezco. Si bajases a compartir esta cena conmigo, yo sería el hombre más dichoso de la tierra. Te estaré esperando, tuya es la decisión.—Dijo mientras miraba al cielo.
Volvió a entrar y se sentó en una de las sillas que presidian la mesa. Y esperó, y esperó....
No pasó más de media hora cuando un suave golpe en la puerta lo despertó de la ensoñación que le provocaba mirar fijamente las llamas de las velas. Rápidamente se dirigió hacia la puerta y la abrió, ante él estaba la más hermosa visión que había podido tener en su vida: Una chica descalza, de piel blanquísima y ojos negros como la noche. Su cabello, del color de la plata líquida, caía como una cascada sobre sus delicados hombros, hasta casi llegar a sus rodillas. Vestía una inmaculada túnica y, parada en su puerta, miraba a Bran y sonreía. Aquellos labios dejaron sin aliento al joven.
—Buenas noches—Lo saludó.
—Hola, buenas noches. ¿Quién eres?—Le preguntó él, casi tartamudeando.
—Soy la luna, hace una hora me ofrecías una cena desde tu ventana, he decidido aceptar tu invitación. ¿Puedo pasar?
Bran sintió una enorme alegría en su corazón al escuchar esas palabras.
—¡Claro, claro! Adelante.—Le ofreció emocionado.—La cena está lista, te estaba esperando.
Durante toda la cena estuvieron hablando de ellos. La luna tenía una melodiosa voz, tan fina y delicada como ella misma. Mientras Bran le contaba los años que había pasado buscándola, ella lo escuchaba silenciosa. Fue la primera vez en mucho tiempo en la que el joven se sintió importante. Ella era perfecta, inteligente, divertida, sabía escuchar, y lo entendía... Pero no era humana, no le podría corresponder jamás…
Sobre las tres de la madrugada la luna le dijo:
—La cena estaba estupenda y ha sido una grata experiencia conocerte, Bran. Pero me tengo que marchar, la noche no debe de seguir sin luz por mucho más tiempo, además, se acerca la hora en la que me toca desaparecer hasta mañana.
Ella se levantó de la silla, se acercó a Bran y le dio un cálido beso en la mejilla.
—Buenas noches, Bran. Y gracias.
—¡Espera! Por favor. ¿Puedo hacerte una última pregunta?
—Sí, claro. Dime.
—¿Cuál es tu nombre?
Ella lo miró cariñosamente, y le contestó:
—Selene. Me llamo Selene.
A partir de esa noche, Selene y Bran compartieron dos noches a la semana en aquella casa de madera. El paso del tiempo hizo que la luna comenzara a compartir el mismo sentimiento que Bran, quedando ya unidos para siempre.


2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho. Te sigo en Twitter y por aquí. Un "saludete".

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  2. Muchisimas gracias!! me alegra mucho que te gustase, un saludo a ti también!!

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