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lunes, 7 de marzo de 2016

Alas blancas, alas negras.

Este relato lo escribí gracias a un compañero de clase, como si fuera un desafío, ya que su estilo es muy diferente al mio.Pero como considero que los escritores, al igual que los cantantes, deben darle a todos los palos, accedí.
¡Y es gracias a esas cosas que surgen las mejores ideas! La idea que tuve me gusto tanto que espero algún día poder plasmarla en forma de novela, que se titulará precisamente así: ALAS BLANCAS, ALAS NEGRAS.
 De momento os dejo aquí ese primer texto que la inspiró.


ALAS BLANCAS, ALAS NEGRAS


Aquella cafetería apestaba… Las mesas estaban sucias y las ventanas tan cubiertas de polvo que apenas se podía ver la calle a través de ellas. Incluso la taza en la que le habían servido el café tenía el borde manchado de carmín.
Con un gesto de repulsión, apartó la taza de café de él, no tenía ninguna intención de probarlo. Mientras inspeccionaba el crepe de chocolate antes de llevárselo a la boca, sonó su teléfono. Con la otra mano lo buscó en el bolsillo de su chaqueta.
—¿Quién es?—Contestó.
Una voz femenina le respondió desde el otro lado de la línea.
—¡Jake! ¿Estás preparado?
–Claro, estoy en el sitio que me indicaste. Aunque me lo imaginaba más acogedor, no sé por qué...—Dijo mirando asqueado a su alrededor.—Pero dime, hermanita… ¿Estás segura de que son ellos?
—¡Por supuesto! ¿Acaso dudas de mí? No solo están acabando con demonios, Jake, sino también con personas, personas que han traspasado la línea que separa el bien del mal.
—El mal está presente en la tierra no solo en forma de demonio, sino también de mortal, pero eso ya lo sabemos todos…
—Nuestros hermanos parecen confundir esos dos conceptos. Tenemos que pararles los pies, ya han caído más mortales de la cuenta, papá empieza a enfadarse… Pero a enfadarse de verdad.
Jake se quedó callado, algo a otro lado de la polvorienta ventana había llamado poderosamente su atención. Dos figuras vestidas de negro avanzaban decididamente al unísono, su imponente aspecto hacía que destacaran con facilidad en medio de aquella hormigueante calle de los barrios bajos de Anchorage.
—¡Jake! Contesta, ¿qué pasa?
—Dawn, luego te llamo.—Dijo secamente, y colgó el teléfono y se levantó.
Tras la barra, una chica con más pinta de puta que de camarera, masticaba chicle con la boca abierta.
—Son dos dólares, guaperas.—Le dijo.
Jake sacó su cartera y comenzó a rebuscar en ella, sin apartar la vista de las dos negras figuras que ahora se detenían frente a la entrada de un callejón, justo delante de la cafetería. En la pared, justo en la esquina de esa entrada, se apoyaba una esquelética prostituta yonki, a la que ambos agarraron fuertemente por los brazos, arrastrándola al interior del callejón.
—¡Es para hoy! Tengo más clientes esperando.—Le presionó la camarera, impaciente.
Jake vació el contenido de su cartera en la palma de su mano y lo arrojó sobre la barra, las monedas salieron rodando en todas direcciones. Pero antes de que la chica volviera a protestar, Jake ya había abandonado aquel andrajoso local.
Cuando llegó al callejón comenzó a oír los gritos de la chica al final de él, pero estos no duraron mucho… Avanzó con grandes zancadas unos metros más, hasta toparse con aquellos oscuros hombres, que se volvieron hacia él. Aquellos tres hombres tenían un aspecto muy similar, casi idéntico. Los tres vestían pantalones, camisa y chaqueta de cuero negro. Sus ojos, de un curioso e inusual color dorado, eran enormes y penetrantes, y su estatura era imponente, alta y fuerte. Solamente el color dorado del pelo de Jake lo diferenciaba de los otros dos, que lo tenían negro como el ébano, que lo tenían negro como el ébano.
—Sabíamos que vendrías, hermanito…—Dijo uno de ellos, riendo sarcásticamente mientras guardaba una daga en su bolsillo, resplandeciente bajo la tenue luz de la farola que iluminaba el callejón.
—¿Quién te ha dicho que estábamos aquí? ¿Nuestra querida Dawn?—Preguntó el otro.
Nada más oír el nombre de su hermana hizo que la sangre pareciera hervirle en las venas.
—No metáis a Dawn en esto, Dann.—Amenazó Jake, con dientes apretados.
Ambos se miraron y sonrieron de una manera desagradable.
—Vaya, vaya, de modo que estáis los dos en el ajo...—De repente algo interrumpió la frase de Dann, que quedó a medias.
Dos coches de policía se detuvieron en la entrada del callejón, el sonido de su sirena hizo que los oídos de Jake sintieran un fino y desagradable pinchazo. En seguida, los tres hermanos oyeron como el sonido de varias y gruesas botas avanzaban hacia el fondo de la calle.  
—Te has salvado por los pelos, Jake. La próxima vez acabaremos con vosotros, con Dawn y contigo. No nos detendréis jamás.
Los dos hermanos chasquearon los dedos y se desvanecieron en el aire, Los pasos de los policías sonaban cada vez más cerca…

El cadáver de la famélica prostituta, sobre un charco escarlata que se hacía cada vez más grande sobre el suelo de la calle, fue lo último que vio Jake antes de chasquear también sus dedos.



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