Siempre me he considerado una enamorada del personaje de Conan Doyle, Sherlock Holmes, que si no es mi personaje de ficción favorito poco le falta para eso.
Muchas han sido las historias en las que he introducido a este personaje, sin dejar atrás a su buen amigo Watson, por supuesto. No podía dejar de dedicar no unas cuantas líneas, sino unas cuantas hojas a quien había hecho que me volviese más observadora, ja, ja, ja, ja.
Pero hoy quiero citar a otro de los grandes personajes de Doyle, un personaje poseedor de una mente no menos privilegiada que la del propio Sherlock, y sin cuya existencia, el mérito de este súper detective nunca hubiera sido el mismo. El es el Profesor James Moriarty.
La dinámica del asteroide.
La oscuridad se iba apoderando
poco a poco del campus universitario de Cambridge, a pesar de los nervios que
recorren mi cuerpo, me acerco lentamente a la ventana de mi despacho y me asomo
por ella. Varios, cientos de jóvenes estudiantes se apresuran a abandonar las
aulas, era viernes, y seguro que más de uno de ellos tenía pensado trasnochar.
“Igual que yo”, pensé al mismo
tiempo que cerraba la ventana, la fría brisa del mes de noviembre me calaba los
huesos, los años no pasaban en balde por nadie…
Me dirijo de nuevo hacia mi
escritorio, esta vez más rápidamente, el cuero del sillón cruje bajo mi peso. Me
siento cansado… El no debería venir esta noche, no debería estar aquí… No hacía
mucho que había estado en su casa para advertirle, para avisarle de que si no
me dejaba en paz lo mataría, acabaría con su vida al igual que hago con
aquellos que me estorban o traicionan. Pero no… El tenía que ir más allá de
eso, no podía parar… Tenía que meter las narices en los asuntos que no le
incumbían… Siempre había sido así, no había nada que se escapara de su
privilegiada mente de sabueso. Un sabueso capaz de seguir hasta los más
completos pasos que yo daba, y ya empezaba a hacer tambalear todo lo que yo, durante
tanto tiempo, había creado. Sabía que mi trabajo llevaba ya varios años siendo
un gran rompecabezas para las más altas élites de Scotland Yard, y él no
pararía hasta demostrar que yo estaba detrás de toda aquella maraña de robos y
crímenes, no se detendría, jamás… Por eso tenía que ponerle fin a su existencia,
no podía esperar más… Una pena, pues realmente era alguien brillante, un genio
adelantado a su tiempo, como el mismo solía definirse a menudo, alguien cuya
inteligencia contaba con el honor de ser comparada con la mía.
“Realmente es una lástima que
tenga que morir… Pero él se lo ha buscado, por excéntrico…” Pensé, dirigiendo
la mirada hacia el tablero de ajedrez que había sobre una esquina de la mesa,
el próximo movimiento era suyo, pero esta vez no me ganaría… No.
Dicho instrumento de distracción
descansaba sobre uno de los ejemplares del libro que me había llevado al lugar
en el que me encontraba ahora, un tratado sobre el binomio de Newton que ya
hace 30 años se me antojó tan pequeño a la hora de escribirlo. Estaba harto de
ver copias de ese manuscrito, harto… Si tuviera que contar a todos y cada
uno de los que, de forma tan tardía, me
daban la enhorabuena por él, me volvería loco. Aunque ese había sido el primero
de mis trabajos escritos, no era del que más orgulloso me sentía, “la dinámica
del asteroide”, mi segundo libro, sí que lo era, desde luego que sí… Nadie había
sido capaz de rebatirme ni una sola de las teorías que describía en él, ni una
sola persona… Mi obra era perfecta, exacta, como todo lo que yo hacía, como las
matemáticas… A veces pienso que ese libro me describe perfectamente, una mente
inquieta, impredecible… ¿O sí? Creo que solo con él podría mantener
entretenidos debates sobre los temas que aquel escrito encerraba, sí… Quizá
algún día me anime a regalarle un ejemplar, ¿Por qué no? Así le daría la oportunidad de
entender un poco más mi dinámica.
De repente, un toque a mi puerta
me sacó de mis tan lejanos pensamientos.
—Adelante.—Anuncié. Mi voz llenó
toda la habitación, y el alumno que ahora abría la puerta, me miraba con cara
asustada, como si fuera una presa que teme de un posible depredador. Sí, me
encanta causar ese efecto en la gente con solo decir una palabra.
Aquel joven solo venía a
preguntarme alguna que otra duda que tenía sobre la clase impartida aquella
misma mañana. Se llamaba Jhon, y era un alumno muy prometedor, o al menos, eso
era o que otros profesores decían, yo solo veía en él una mente curiosa que
simplemente resaltaba entre las demás, que a su lado solo parecían meras ovejas…
El joven Jhon se levantó de la
silla que quedaba justo delante de la mía, agradeciéndome las aclaraciones con
una vivaz, aunque reservada sonrisa. Cuando se dio la vuelta pude ver el estuche
negro que colgaba de su espalda.
—Disculpe, Jhon…—El joven detuvo
sus pasos en seco, lo que casi le hace tropezar. No sé por qué, pero me recordó
a esas tantas personas a las que había amenazado con un arma por la espalda.—
¿Qué es eso que lleva? ¿Quizá un violín?
—Oh… No, Profesor, es una viola.
Esta noche toco en el Teatro con la Orquesta de la Universidad.—Me respondió
orgulloso.
—Estoy seguro de que será una
agradable velada.—Le respondí yo, esforzándome para que mis labios dibujaran una
sonrisa que estaba muy lejos de sentir. Odiaba los violines y a todo aquel que
los tocara.
El joven estudiante salió de mi
despacho, volví a quedarme solo, la oscuridad cada vez era más intensa en el
exterior.
Me levanté y encendí la lámpara
de pie que había junto a la puerta, volví a sentarme en el sillón… Desesperado,
alcancé él compás con el que había estado trabajando aquella mañana y, al ritmo
de la música que ahora sonaba en la dorada gramola de mi derecha, comencé a dar
pequeños golpecitos en la mesa. Cuando mi fiel amigo Moran irrumpió en el
despacho, me apresuré a cubrir con una hoja de papel las cientos de picaduras
que ahora cubrían el escritorio.
—¿Sí?—Casi ladré.
—Ya ha llegado, Profesor.
Mi cansado corazón dio un vuelco
al oír aquellas palabras.
Rápidamente me incorporé del
sillón al mismo tiempo que una alta y delgada figura atravesaba la puerta, sus
ojos de rapaz se clavaron en mí, escrutándome con cierto recelo, no pude evitar
regocijarme al ver en ellos ese inconfundible brillo inteligente que solo lo
caracterizaba a él.
—Bienvenido…—Le anuncié
amablemente, señalando la silla frente a mí, frente al tablero de ajedrez.—Hacía
ya rato que le esperaba, Señor Sherlock Holmes…
¡Qué delicia de relato! Casi se siente la desesperación de Moriarty. ¿Con quién que fuera digno de él se enfrentaría cuando Holmes ya no estuviera?
ResponderEliminarEs maravilloso.
Saludos.
¡Muchas gracias, Alfredo! ¡Me alegra que te haya gustado! Siempre sentí una fascinación especial por los personajes de Doyle, y sí, creo que hubiera habido otro con el que Moriarty se hubiera visto obligado a enfrentarse de haber muerto Holmes en su lugar, Mycroft Holmes, cuya mente era aún más brillante que la de Sherlock, o puede que también la misma Irene Adler. Hubieran estado bien esas batallas de haberse dado.
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