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martes, 15 de enero de 2019

¿Que si te amo?


A parte de la imponente máscara funeraria de Tutankamón, pocas cosas hay en la historia del Antiguo Egipto que llamen tanto la atención y despierten más curiosidad que la figura de Akenatón, el rey hereje.
Neferjeperura Amenhotep, tambien conocido por Akenatón, fué el décimo faraón de la dinastía XVIII de Egipto, ya en el imperio nuevo. Todo en él hubiera sido normal, quiero decir, a todo lo normal que podía ser en aquella época... Pero decidió revolucionarlo todo, e intentar cambiar la manera de pensar con respecto a las deidades que, desde sus inicios, elpueblo egipcio había tenido o adorado. Durante su monarquía, insistió en que Atón fuera la única deidad digna de culto, algo que fué aceptado por pocos y rechazado por muchos, otrogandole la conocida fama que aún tiene su recuerdo. Pero no fué solo eso lo que hizo destacar a este hereje, ya que incluso consiguió cambiar reglas políticas y reales que, hasta el momento, jamás habían sido tocadas.
Con su declarada reina, la legendaria y bella Nefertiti, tuvo el valor de mandar construir otra ciudad dedicada exclusivamente a Atón, y que a la vez funcionaría como nueva capital del imperio. A partir de aquellos años, su historia se retuerce y vuelve más oscura debido al rechazo de su propio pueblo, lo que dió lugar a habladurías y a leyendas que aún nos sobrecogen sobre su persona.
En este relato quiero hacer resaltar una de las muchas teorías que, por muy fantasiosa que sea, no me atrevería a poner la mano en el fuego a la hora de negarla. Con solo mirar sus representaciones, tan especiales y diferentes a las anteriores, y sobre todo a esos enormes ojos almendrados, este personaje es capaz de inspirarme gran cantidad de historias en mi mente, pero por mucho que pueda expandirse mi imaginación, una de ellas predominaba sobre las demás. Tenía que escribirla...




¿Qué si te amo?



“Escucha las palabras de prudencia, da oído a sus consejos y guárdalos en tu corazón. Sus máximas son universales, y todas las virtudes se apoyan en ella, guía y señora de la vida humana”

Akenatón, 1200 a.c

El sol estaba a punto de asomar entre las dunas que rodeaban nuestra nueva y bella ciudad, o eso parecía. El gran templo de la ciudad, el único carente de techo en todo Egipto, y especialmente situado y construido para ser lo primero que se iluminara cada mañana, se extendía ante nosotros como un titán expectante. Desde la ventana era casi capaz de ver brillar hasta el último grano de arena, como queriendo así dar la bienvenida al primer niño nacido en la nueva capital, hijo de alguien diferente a todos los faraones anteriores que habían tenido la oportunidad de reinar, agarrándose al juramento de ser descendientes de los mismísimos dioses, o directamente uno de ellos. Los antiguos señores habían hecho todo lo posible para que su imagen y posesiones pasaran de una mano a otra, dentro de una sola línea de generaciones, a otros que las agrandecerían aún más con el paso de los años. Todo Egipto había sido coronado con algún coloso, algún templo o, incluso algunos balnearios reales privados que solamente existirían para divertirlos a ellos, como si de aquel modo demostraran el poder que tenían mostrando todo lo que podían hacer… Pero todos ellos habían sido diferentes a él, a mi esposo, el único rey capaz de desafiar a todo un imperio no sólo por defender su sangre, sino también al único y verdadero dios al que debían adorar.


Amarna era una ciudad nueva, brillante y próspera dedicada única y exclusivamente al Dios Atón, y alejada de la falsa Tebas. Aunque aún permanecía rodeada por una muralla que la defendía de los opresores. Era como si el pueblo no estuviera acostumbrado a tener como líder a un verdadero dios, no como los demás… A un ser que sería capaz de ofrecerles todo lo que siempre habían deseado si se lo permitían, pero no eran muchos los que confiaban en él, al menos de momento… Era comprensible… ¿Tenían miedo, quizá?

De repente, el bebé volvió a retorcerse dentro de mí. Sus fuertes patadas eran cada vez más insoportables, pero yo seguí pareciendo imperturbable e indiferente al dolor, apretando fuertemente los dientes para que ni un solo grito o gemido escapara de mi boca. Las gotas de sudor comenzaron a empapar mi rostro, los ojos me escocían y el calor que sentía empezaba a ser insufrible, como si todo mi cuerpo estuviera cubierto de ropas ardiendo a pesar de encontrarme completamente desnuda. Una de las comadronas no dejaba de presionar mi espalda con un saquito de semillas, parecía saber perfectamente cuando me vendría cada golpe de dolor. Cuando los dolores habían sido más suaves había podido moverme por la habitación, incluso apoyado en el marco de la ventana para amortiguarlos, pero ya me era imposible moverme… Sentía la barriga pesada, como si en realidad un gran trozo de piedra estuviera dentro de ella, en lugar de un ser de carne y hueso. Pero aún tumbada, seguía sintiendo aquella enorme presión en la parte más baja de mi vientre.

El rey se acercó a mí con pasos lentos, apartó las cortinas de seda y alargó su diestra para acariciar mi frente. Instantáneamente, un agradable bienestar inundó mi cuerpo.

—Mi Reina… ¿Me amas? —preguntó clavando en mí aquellos enormes ojos que parecían capaces de traspasar la piel.

Yo le sonreí, pero no respondí, aquello era algo que me preguntaba todos los días, ¿acaso era algo a lo que siempre le tenía que responder?

Aproveché y miré a mí alrededor, como excusa para estirar mi cuello, mi inseparable corona se hacía cada vez más pesada, y sentía como si unos pequeños latigazos ajaran desde mi cabeza hasta mi cuello. Aquella habitación del palacio había sido expresamente construída para atender mis partos. Estaba iluminada con lámparas de aceite y, a diferencia de la anterior, no estaba adornada con las deidades egipcias que ayudan en el embarazo y el parto, como la diosa Tueris, la hipopótama, o el enano Bes. En cambio, aquellas paredes solo contaban con una gran representación del disco de Atón, cuyos rayos acababan en unas manos portadoras de la llave de la vida. Aquella era la única deidad digna de adorar durante el reinado de Akenatón, y al cual sólo observarlo me llena de orgullo. Junto a la ventana había una mesa cubierta de tiras de seda, especialmente preparadas para limpiar y cubrir a mi pequeño. También había una bañera que habían sido llenada con agua caliente para mi mayor comodidad, pero el peso de mi barriga me impedía moverme de la posición horizontal en la que me encontraba, impidiéndome sumergirme en aquel líquido, como tanto me apetecía... Las tres matronas no dejaban de rodearme de manera silenciosa, colocando inciensos e impregnando mi cuerpo con aceites calmantes con olor a loto. A parte de aquello, y del dosel de mi cama, nada más había allí. El resto del palacio era diferente…

Mientras todos los reyes antecesores habían intentado pasar a la historia como seres perfectos sin un solo defecto en su piel, brazos o cuerpo, mi esposo, el Gran Akenatón, descendiente del mismísimo Atón, insistía en que sus representaciones debían de ser fieles a su aspecto, y así se hizo…

Amarna estaba completamente adornada con estatuas hasta entonces extrañas, jamás antes había visto ningún coloso con aquellos labios, con aquellas piernas, o con aquellos ojos…

Mi rey era alguien muy obsesionado con el aspecto físico y, a decir verdad, el suyo era diferente al de todas las demás personas que he podido ver a lo largo de mi vida. La primera vez que la vi quedé asombrada por su altura, mayor a la normal, por sus gruesas piernas y caderas, por su largo rostro, pero, sobre todo, por sus excepcionales ojos… Unos ojos al menos tres veces más grandes que los míos, de forma rasgada y del color de las esmeraldas. En aquel momento sonreía junto a mí mientras no dejaba de mirar por la ventana, esperando a atisbar un primer rayo de luz en mitad de la noche, como un presagio, como una señal… Yo  sabía que sería como las veces anteriores, como si se hiciera de día en plena madrugada, solo para darle la bienvenida a mi nuevo hijo.

Akenatón se acercó aún más a mí a la vez que unas fuertes contracciones hicieran a mi cuerpo retorcerse, como si alguien hubiera golpeado mi barriga con todas sus fuerzas, haciendo que éste pareciera a punto de explotar. No soporté el dolor y grité, no pude evitarlo… Sé que no es propio de una reina el quejarse durante sus partos, sobre todo si estos son complicados, ya que se suponía que una mujer, al casarse con un dios, adoptaba ciertas cosas que alguien normal no es capaz de soportar. Pero en cuanto él puso la mano sobre mi vientre, el dolor se esfumó.

De la palma de su mano parecía manar una tenue luz de color rojizo, la misma que me había acompañado en mis dos alumbramientos anteriores. Aunque siempre había llegado un punto en el que los dolores eran tan fuertes que ni siquiera su poder era capaz de aplacar. Yo le sonreía, no me hacía la valiente delante de él, ya que eso es precisamente lo que soy… Una reina nunca puede mostrar debilidad, incluso en los momentos más difíciles, tanto físicos como sentimentales, y él me transmitía aquella fuerza, él había hecho de mí una mujer aún más fuerte de lo que ya era, solo merecedora de él, el amor había hecho el resto. Tener aquel contacto me era más útil a la hora de la extracción. Sí… Había otro detalle en la especial fisionomía de mi marido que no he mencionado, y es la forma de su cabeza… Tan ancha y alargada a raíz de la frente que hacían de él un ser extraño, poco parecido al ser humano, pero a mí me encantaba… Además, se llevaba en la sangre, por lo cual me era imposible dar a luz a mis hijos de manera natural.

Su contacto se hizo aún más fuerte cuando aquella ardiente cuchilla tocó mi piel, para después sentir aquel  extraño y especial dolor que solo había experimentado dos veces en mi vida, aún… Segundos más tarde, la voz del primer nacido en Amarna hizo saltar nuestro corazón.

—Gracias por este enorme regalo, amada mía. Me estás haciendo el ser más feliz del mundo al engendrar a mis hijos. Eres una mujer excepcional. Te amo.

Pero yo tampoco contesté aquella vez.

Mis ojos derramaban lágrimas al observar la representación de Atón ante mí, iluminándose poco a poco con aquella luz divina. Me sentí grandiosa, orgullosa…

El espero a mi lado, tomando fuertemente mi mano. No se acercó a las matronas para conocer antes al bebé, no quería quitarme aquel privilegio. El bebé, una niña de enorme cabeza, fue colocada en mi regazo. En aquel momento, la luz que entraba a través de la ventana se hizo más fuerte, parecía amanecer… Incluso Atón había ido a ver a mi niña…

—Y tú, ¿me amas, mi reina? —Volvió a preguntarme sin dejar de sonreír.

Yo levanté la mirada hacia él, alzándola de forma orgullosa, pero sin sonreír, como si de aquella manera mis palabras fueran a calar aún más hondo en su corazón:

—¿Qué si te amo? Cuando me lo preguntas mirándome a los ojos me desconciertas, igual que si lo haces al abrazarme, ¿acaso no sientes el palpitar de mi pecho? ¿Esos latidos que me arrancas al sentir que estoy contigo, o como me estremezco cuando me tocas? Sí, mi rey, te amo como una niña a su juguete, te soy fiel como un perro a su amo, tu eres el aire cuando me dices que respire, y yo soy el agua cuando tú tienes sed. ¿Qué si te amo? Amor… Cada vez que respiras en un segundo de vida que me robas a mí, lo daría todo por ti… Incluso la vida si hiciera falta para traer un heredero digno de ti. —Baje la mirada hacia mi hermosa hija, de grandes ojos verdes, luego de nuevo a él, pero aquella vez sonriendo—. ¿Qué si te amo? ¿Y todavía lo preguntas?


6 comentarios:

  1. Nos transportas en el tiempo, Ana. Volvemos a esa época de faraones, pero sobre todo asistimos a una historia de amor. Akenaton con todo su poder necesita escuchar continuamente escuchar de boca de Nefertiti cuánto lo ama.
    La intervención final de ella es tremenda, todo un alegato de amor que sin duda haría levitar a cualquier amante. Un abrazo, Ana!

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    1. Todos tenemos nuestro punto debil, veganos de dónde vengamos, ja, ja ,ja, ja.
      Espero que hayas disfrutado del viaje! No sé por qué, pero siempre imaginé a Nefertiti con esa personalidad.
      Un besote!

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  2. Me perdi en tu texto.Eres buena escritora yo soy un blogger que escribo
    abrazos con saludos

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    1. Muchísimas gracias! Me alegra mucho que te haya gustado, bienvenido a mi blog! Me pasaré a conocer tus letras. Un beso!

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