¡PALABRA DE MONSTRUO! CAPITULO V.
¿Cómo? ¿Monstruos?
—Sí, ¿acaso creías que
los humanos, los hombres, eran los únicos que había en el mundo? —Cassius
esperó a que el cirujano le respondiera, pero su cara de asombro, bañada por el
sudor, y su boca medio abierta le respondieron. El shock que sufría era fuerte,
algo que no le sorprendía, más bien lo esperaba… Pero de alguna manera tenía
que hacer que volviera a la realidad.
El monstruo volvió a sentarse
en el colchón, junto a Daniel, y colocó una de sus manos en su hombro, a modo
de comprensión. El evidente asco que produjo en su invitado, debido a su gesto,
fue algo que Cassius, y sus cuatro hermanos, disfrutaron con una sonrisa de
satisfacción.
—Le entiendo, doctor…
Comprendo su sorpresa al descubrir una inteligencia diferente viviendo al
margen de la sociedad de esta manera, pero mírenos… —Continuó Cassius,
señalando a sus hermanos—. Dock no tiene nariz… Su rostro entero es un agujero…
Daniel levantó a duras
penas la mirada hacia Dock, que le respondió sacando un pañuelo de tela
impregnado de mucosidad del agujero que tenía por nariz, para después volver a
colocarlo en su sitio, produciendo un sonido vomitivo.
Al ver las arcadas que
Dock había producido en su invitado, Gregg, el más cercano al médico, le acercó
un cubo mugriento de una patada.
—Y el pobre Gregg…
Jamás sabrá lo que son unos cómodos zapatos, ni siquiera unos calcetines… Está
destinado a pasar frío, infecciones y quién sabe qué más en sus pies.
El cirujano apartó con
asco el cubo que había junto a sus pies, empezaba a asimilar todo lo que estaba
ocurriendo a su alrededor. La existencia de esos seres, su secuestro…
—Me habéis secuestrado,
seáis lo que seáis— dijo con desgana sin levantar la cabeza.
Aquella respuesta
pareció enfurecer a Cassius, que se puso en pie de golpe, tan rápido que apenas
parecía ser posible que un cuerpo tan deforme como el suyo pudiera llegar a
moverse a tanta velocidad.
—¡¿Cómo?! Doctor, por
favor… Veo que ya está bastante recuperado del cloroformo, de modo que, por favor,
responda a la pregunta que le hice antes. ¿Cómo hubiera actuado usted si yo
mismo hubiera aparecido en su consulta? ¿Se imagina el espectáculo que se
hubiera formado en el hospital? La gente ya me mira bastante por la calle las
pocas veces que salgo, llamo demasiado la atención… ¿Cómo hubiera actuado
usted? Sea sincero, como lo estoy siendo yo.
El cirujano tragó
saliva antes de contestar.
—Sinceramente, no lo
sé…
Cassius abrió mucho los
ojos, más por la ira que por la impresión.
—¿No lo sabe? Pues se lo
responderé yo… Usted hubiera llamado a la policía, sé que desde mucho antes de
hacerse famoso siempre ha tenido un comunicador directo con la comisaría más
cercana debajo de la mesa de su escritorio.
Al escuchar aquello,
Daniel sintió como si un dedo de hielo le tocara el corazón, su boca se abrió
aún más. ¿Cómo podía Cassius saber eso? No lo sabía nadie, excepto Julia…
¡Julia!
—¡¿Dónde está Julia?!
—gritó, aquel detalle le parecía más importante que el detalle del comunicador.
Los cinco monstruos
sonrieron al unísono, era como si el médico hubiera hecho la pregunta que
esperaban escuchar.
—Tranquilo, doctor… Su
esposa está bien, de hecho, debe de seguir en el hotel charlando con ese
atractivo James. En cuanto al comunicador, permítame informarle de que nos
hemos tomado la libertad de seguirlo muy de cerca desde que realizara aquel
éxitoso trasplante al Señor ……. Sabemos dónde vive, y donde vivía… He de
reconocer que su mudanza al hospital me fue de gran ayuda, ya que es mejor
permanecer en la puerta de un solo edificio, que en la de dos, teniendo en
cuenta el aspecto que tengo, claro… Creo que le he robado muchas noches de
sueño a casi todo Madrid… Sabemos cómo se llama su esposa, dónde está en cada
momento, a quien interviene en su hospital, y a quién no… He de decirle que es
admirable su trabajo, de verdad, es todo un honor para nosotros que esté en
nuestra casa, como ya le dije antes. Todos somos unos grandes seguidores y
entusiastas de la medicina moderna. Pero debido a nuestras deformidades,
nuestro trabajo está muy limitado… —Los cinco monstruos extendieron sus manos,
mostrándole al cirujano los evidentes problemas que debían de tener a la hora
de manipular muchos de los materiales médicos que él solía usar.
—¿Acaso sois médicos?
—preguntó Daniel con asombro.
—Oh, no, no. Sólo
entusiastas de la medicina, sobre todo
yo. Hace años, cuando mis manos no estaban todavía tan deformadas, fui capaz de
realizar alguna que otra intervención para ayudar a nuestra comunidad. Pero solo
fueron cosas sencillas, como una apendicitis, amigdalitis o incluso alguna
amputación. Nada que ver con su trabajo, por supuesto.
—¿Y cómo fuiste capaz
de hacer eso?
El monstruo sonrió de
forma fanfarrona. Varios regueros de saliva fluyeron de entre sus dientes y
resbalaron por su barbilla, como gusanos con vida propia.
—Digamos que, alguien
como nosotros tiene que tener alternativas para poder sobrevivir al margen de
los humanos. Nos tenemos que buscar la vida para buscar y obtener todas esas
cosas que en algún momento podamos necesitar. Un médico, por ejemplo…
De nuevo aquel dedo de
hielo en el corazón… A Daniel le fallo la lengua cuando intentó hablar.
—¿Qué… Qué queréis de
mí?
—Ya se lo he dicho, que
ayude a nuestro padre. Está muy débil, necesita un corazón, sin él no
sobrevivirá mucho más…
—¿Vuestro padre
necesita un corazón?
Los cinco monstruos
asintieron al unísono.
El sacudió la cabeza,
sin terminar de comprender.
—¿Necesita un corazón y
vosotros me habéis traído aquí para que lo intervenga?
—Así es…
—Pero, pero… Vosotros
sois conscientes de que si me niego no tendréis nada que hacer, ¿verdad?
—¿Por qué iba a
negarse, tan poco vale la vida de un monstruo?
—No es por eso,
necesitaría muchas cosas para poder hacerlo; Un quirófano, un equipo, material,
bastante disponibilidad de sangre y… Un donante. Además, la intervención tiene
que ser realizada en un hospital. ¡No puedo operar en estas condiciones!
La sonrisa de Cassius
fue tan grande que incluso necesitó usar su pañuelo para evitar que su baba
callera sobre su camisa.
—No se preocupe,
doctor. Tenemos un quirófano perfectamente preparado, idéntico al que usted
suele utilizar. Ni siquiera notará la diferencia…
—¿Y qué pasaría si me
niego? —El cirujano, ya plenamente consciente de la situación, empezó a sentir
una especie de enfado e impotencia. Poco a poco, fue apretando fuertemente sus
manos hasta que sus nudillos se volvieron tan blancos como un día lo fué la
sábana que cubría el colchón.
—Oh, no puede negarse,
doctor. Esa opción no está contemplada…
—¿Cómo qué no? —El
joven se puso en pié de un salto, ya no estaba mareado, pero intentó ignorar el
dolor de cabeza que aún le hormigueaba. La maldita cuerda rasposa que rodeaba
sus muñecas le había producido una rozadura que le escocía horrores.
El cirujano vió como Cassius
daba unos torpes pasos hacia adelante y abría una pequeña puerta en la pared
que hasta entonces había pasado desapercibida para él. Dentro de aquel cuartillo,
que bien podría haber hecho las veces de leñero, había lo que parecía ser un
antiguo monitor y una antena de televisión. El monstruo puso el aparato en
marcha, y en seguida la pantalla mostró una imagen en blanco y negro demasiado
familiar para su incómodo invitado.
Era su madre, ¡su madre
sentada en el salón de su casa! Viendo la televisión.
De una sola zancada,
Daniel se colocó justo delante del monitor. La imagen estaba siendo captada a
través de la ventana, y el temblor de la cámara era la clara prueba de que ésta
estaba siendo sujetada por otro de aquellos seres.
—¿Qué significa esto?
¡Mi madre está en Lugo! —gritó, ya desesperado.
—La imagen que puede
ver es a tiempo real, doctor. Su madre está siendo permanentemente vigilada,
cómo hemos hecho con usted. Ahora mismo, otro de nuestros hermanos se encuentra
en Lugo, justo al otro lado de la ventana de la casa de su madre, observándola…
Esperando una mínima señal, la cual le enviaremos en el momento en que usted se
niegue a hacer lo que le pedimos, para acabar con ella.
—Sois unos monstruos…
—susurró, dejándose caer de rodillas delante del monitor.
—Y con mucho orgullo…
Antes de que su cabeza
comenzara a dar vueltas como loca, pensando en las diferentes posibilidades que
podrían sacarlo de allí sin resultar herido, y otras que podían acabar en un
total desastre, Daniel accedió.
—Está bien, lo haré.
—Muchísimas gracias,
doctor.
—Pero necesitaré un
donante.
—Ya lo tenemos. Además,
ya hemos realizados todas las pruebas pertinentes incluso para saber si su
órganos es apto para la operación.
Aquello también
sorprendió al cirujano.
—También necesitaré un
equipo, un anestesista…
—Doctor, tiene delante
a su equipo. Cuente con nosotros, tenemos experiencia...
El cirujano apretó los
ojos un par de veces más, y froto su cara con sus manos, como queriéndose
espabilar aún más de lo que estaba. No estaba soñando, todo era real… El
monstruo que vigilaba a su madre era real… El monstruo al que debía de ayudar
era real…
—Lo haré con una
condición, que a mi madre no le pase nada. Ni a ella, ni a julia, ni a sus
padres…
—Le doy mi palabra
doctor, de que a ninguna de esas personas les pasara absolutamente nada si
usted accede.
El médico suspiró y,
aun no pareciendo del todo convencido, asintió.
Los otros cuatro
monstruos abrieron la puerta y lo invitaron a pasar, lo cual hizo sin ninguna
resistencia.
Antes de que la
cruzara, Cassius dio un tirón del chaleco de Gregg y volvió a meterlo en la
habitación. Sacó una pistola de uno de los bolsillos interiores de su gabardina
y se la entregó.
—Tú serás el encargado,
hermano. Tú serás el que lo controle todo. —Le susurró—. En el momento en el
que se niegue a algo, o haga algo, el mínimo gesto que no nos guste, dispara,
él tiene que ser el primero en morir. Después nos encargaremos de los demás.
>>Yo estaré a su lado,
también voy armado. Pero no te preocupes por mí, vale. Todo está controlado,
guarda tus propias espaldas, hermano.
Con un seguro asentimiento de Gregg, los dos monstruos abandonaron la
habitación con torpes y cansados pasos, tras los demás.
Cuando el corredor se hizo más ancho, Cassius adelantó a sus hermanos y se
colocó junto al doctor entre grandes gemidos de cansancio.
—El paciente ya está preparado para la intervención. —Le informó—. Ha recibido todo lo necesario y ya está sedado y unido a la unidad artificial. Solo falta que llegue usted...
—El paciente ya está preparado para la intervención. —Le informó—. Ha recibido todo lo necesario y ya está sedado y unido a la unidad artificial. Solo falta que llegue usted...
Finalmente llegaron a una alta puerta de madera, cuyas rendijas estaban
protegidas por grandes plásticos aislantes.
—Es aquí, hemos llegado —anunció el monstruo.
Los otros cuatro seres se adelantaron a entrar y se pusieron manos a la obra. Tras esa puerta había una primera habitación, como la antesala del quirófano del puerta de hierro, Daniel incluso pudo ver los mismos lavabos y las mismas botellas de jabón antiséptico.
Todos los monstruos se lavaron las manos concienzudamente, raspando con saña aquellos rincones de sus uñas que más mugre acumulaban. Por su destreza, el cirujano pudo deducir que no era la primera vez que hacían aquello, lo que lo hizo sentir cierto alivio, pero a la vez, parte del miedo más absoluto. Al fin y al cabo, ellos eran su equipo de quirófano.
Cuando algunos lavabos se quedaron libres, Cassius se acercó a uno de ellos, señalándole al cirujano el que quedaba a su lado. Después de lavarse las manos, sin mucha diferencia a cómo lo haría en su puesto de trabajo, todos los seres cubrieron sus ropas y zapatos con prendas y telas quirúrgicas desinfectadas, cubriendo también su cabeza y boca. Cassius le acercó a Dock su peculiar uniforme, era curioso ver cómo, al carecer de nariz, había pegado la parte superior de la mascarilla a su piel con ayuda de un trozo de esparadrapo, para que de aquel modo no se le callara.
—¿Está preparado, doctor? —preguntó Greeg a su espalda.
—Creo que sí... tengo que estarlo.
—¿Necesita algo más antes de comenzar?
—Un poquito de agua no me vendría mal —respondió el médico, notando su garganta seca.
En menos de tres segundos, el monstruo apareció a su lado cargando una bandeja metálica sobre la que había una gran jarra de agua fría y un vaso. Sin darle las gracias, Daniel la agarro con desesperación y tragó dos largos vasos de agua, que parecieron llegar hasta lo más profundo de su cuerpo. Aquello lo hizo sentir mejor al momento.
Después, otro de ellos abrió una segunda puerta, la que daba el paso definitivo al quirófano principal. Al verlo, el rehén se quedó sin palabras.
Todo era exactamente igual al quirófano con el que él llevaba contando ya casi diez años de su vida. Las paredes estaban alicatadas con baldosas lisas y blancas, perfectamente limpias, y las máquinas y las cajas de material parecían desear ser abiertas. El suelo, completamente gris y desaguado, parecía inmaculado, y las lámparas iluminaban hasta los ojos de una mosca que pudiera haber allí. De no haberlo sabido, Daniel hubiera jugado que se encontraba en una de las salas del mismísimo Puerta del Hierro, pero había algo que se salía de lo común en toda aquella escena... En su centro, descansando sobre la camilla, había un gran bulto tapado con una sábana blanca, un bulto del que sólo eran visibles los pies, de tobillos tan finos y delicados que parecía imposible que pudieran mantener a un cuerpo tan obeso en pie. El paciente, como bien le habían informado, ya estaba anestesiado y conectado a la máquina de respiración, solo faltaba él... Sin sentirse más nervioso, y sin prisas, Daniel se acercó a pasos lentos hasta la camilla mientras se subía sus guantes azules para ajustarlos a sus codos. Solo cuando se acercó se percató de una segunda camilla que estaba al fondo del quirófano, la del donante... De este último no podía ver nada, ni siquiera los pies, sólo el movimiento de su pecho al respirar de forma relajada y profunda.
Al imaginarse la clase de donante que sus captores habían pensado para su padre, no pudo evitar pensar en Julia, por los dioses... Ella era donante universal, no podía ser... Aquello no estaba pasando.
Al percatarse de la emoción del médico, Cassius se acercó a él, alargándole con su enguantada mano el primer instrumento que necesitaría para comenzar la operación, el bisturí.
—Cassius —le dijo sin apartar la vista fija de la camilla del fondo—. ¿Me prometes que si hago esto nadie resultará herido? Ni mi madre, ni yo, ni Júlia... Prométeme que a Julia no le pasará nada.
El monstruo levantó la mirada hacia él, tanto como no lo había hecho en el tiempo que lo conocía, y clavó en él unos ojos grandes, sinceros, en los que no se atisbaba ni la más mínima presencia de odio.
—Le doy mi palabra, doctor —respondió entregándole es bisturí—. Usted haga lo que tiene que hacer, y todo saldrá bien. Nada de lo que usted teme ocurrirá, su familia está a salvo, su destino lo decidirá usted, solo depende de usted.
Daniel miró una vez más a su alrededor, los cinco monstruos lo observaban, esperando expectantes a que comenzara su trabajo que salvaría la vida de su padre. Por un momento pensó en lo miserablemente que debía de ser la vida de aquellos seres, destinados a vivir en la clandestinidad, marginados y deformes que solo querían salvar a uno de los suyos, pero las cosas no eran así... No debían ser así... Las cosas podían hacerse de muchas maneras, y aquellas no eran las formas más adecuadas de pedirle que ayudara a su padre. Sí que es cierto que hubiera llamado a la policía al ver a un ser así entrar en su consulta, pero, ¿quién sabe? Quizá se hubiera apiadado de ellos, al fin y al cabo, ellos no tenían la culpa de ser lo que eran. Pero también había otra cosa que lo mataba por dentro, y era la idea de que Julia estuviera debajo de aquella segunda sábana, no lo podía evitar... Cassius le había dado su palabra pero, ¿de verdad puedes fiarte de la palabra de un monstruo?
Casi desesperado, buscando una última salida que pudiera ayudarlo en el último momento. Miró a la única ventana que había en la habitación, una de cristal y hierro, sujetada con cadenas para evitar que se abriera a causa del fuerte viento de la tormenta. Por un momento pensó en amenazarlos, que buscaran otro corazón que no fuera el de su esposa para un monstruo que no se merecía más que la muerte... Quiso darles un plazo máximo de dos horas para conseguir otro órgano, o allí morirían todos, el donante, el médico, y el paciente... Pero al oír el vendaval que aún soplaba fuera no lo hizo pues, ante aquel tiempo, sus captores tendrían la excusa perfecta para decir que era imposible, que era ahora o nunca.
Lentamente avanzó hacia la mesa con el bisturí en la mano, sorprendentemente, está no temblaba, y pudo ponerlo sobre la carne de aquel ser. Su pecho ya había sido descubierto, preparado para la extracción. No le quedaba otra, tenía que hacerlo...
Sintió como una gran gota de sudor resbalaba a través de su frente, directa a su nariz, pero en seguida fue secada por otro de sus ayudantes. El simple hecho de sentir su mano tan cerca y notar el roce de la gasa le produjo arcadas.
El cirujano hundió la punta del escalpelo y empezó a cortar...
No fue muy difícil abrir el esternón con las herramientas con las que contaban. Realmente, aquellos monstruos se adelantaban a todos sus movimientos, acercándole cualquier cosa que él pudiera necesitar sin ni siquiera tener que pedirla. Cuando el corazón de a aquella criatura quedó al descubierto, pudo ver claramente la dilatación coronaria que padecía, definitivamente, era cierto que necesitaba un nuevo órgano urgentemente. Su corazón era tan grande como su mano abierta y, desde la incisión que había realizado una vez retirado el esternón, apenas podía ver los pulmones a su lado, era realmente enorme… Ahora necesitaba extraer el corazón del donante.
—Bien, mi trabajo aquí ha terminado por el momento, ahora necesito
extraer el corazón del donante —dijo intentando que su voz no sonara
temblorosa. —Es aquí, hemos llegado —anunció el monstruo.
Los otros cuatro seres se adelantaron a entrar y se pusieron manos a la obra. Tras esa puerta había una primera habitación, como la antesala del quirófano del puerta de hierro, Daniel incluso pudo ver los mismos lavabos y las mismas botellas de jabón antiséptico.
Todos los monstruos se lavaron las manos concienzudamente, raspando con saña aquellos rincones de sus uñas que más mugre acumulaban. Por su destreza, el cirujano pudo deducir que no era la primera vez que hacían aquello, lo que lo hizo sentir cierto alivio, pero a la vez, parte del miedo más absoluto. Al fin y al cabo, ellos eran su equipo de quirófano.
Cuando algunos lavabos se quedaron libres, Cassius se acercó a uno de ellos, señalándole al cirujano el que quedaba a su lado. Después de lavarse las manos, sin mucha diferencia a cómo lo haría en su puesto de trabajo, todos los seres cubrieron sus ropas y zapatos con prendas y telas quirúrgicas desinfectadas, cubriendo también su cabeza y boca. Cassius le acercó a Dock su peculiar uniforme, era curioso ver cómo, al carecer de nariz, había pegado la parte superior de la mascarilla a su piel con ayuda de un trozo de esparadrapo, para que de aquel modo no se le callara.
—¿Está preparado, doctor? —preguntó Greeg a su espalda.
—Creo que sí... tengo que estarlo.
—¿Necesita algo más antes de comenzar?
—Un poquito de agua no me vendría mal —respondió el médico, notando su garganta seca.
En menos de tres segundos, el monstruo apareció a su lado cargando una bandeja metálica sobre la que había una gran jarra de agua fría y un vaso. Sin darle las gracias, Daniel la agarro con desesperación y tragó dos largos vasos de agua, que parecieron llegar hasta lo más profundo de su cuerpo. Aquello lo hizo sentir mejor al momento.
Después, otro de ellos abrió una segunda puerta, la que daba el paso definitivo al quirófano principal. Al verlo, el rehén se quedó sin palabras.
Todo era exactamente igual al quirófano con el que él llevaba contando ya casi diez años de su vida. Las paredes estaban alicatadas con baldosas lisas y blancas, perfectamente limpias, y las máquinas y las cajas de material parecían desear ser abiertas. El suelo, completamente gris y desaguado, parecía inmaculado, y las lámparas iluminaban hasta los ojos de una mosca que pudiera haber allí. De no haberlo sabido, Daniel hubiera jugado que se encontraba en una de las salas del mismísimo Puerta del Hierro, pero había algo que se salía de lo común en toda aquella escena... En su centro, descansando sobre la camilla, había un gran bulto tapado con una sábana blanca, un bulto del que sólo eran visibles los pies, de tobillos tan finos y delicados que parecía imposible que pudieran mantener a un cuerpo tan obeso en pie. El paciente, como bien le habían informado, ya estaba anestesiado y conectado a la máquina de respiración, solo faltaba él... Sin sentirse más nervioso, y sin prisas, Daniel se acercó a pasos lentos hasta la camilla mientras se subía sus guantes azules para ajustarlos a sus codos. Solo cuando se acercó se percató de una segunda camilla que estaba al fondo del quirófano, la del donante... De este último no podía ver nada, ni siquiera los pies, sólo el movimiento de su pecho al respirar de forma relajada y profunda.
Al imaginarse la clase de donante que sus captores habían pensado para su padre, no pudo evitar pensar en Julia, por los dioses... Ella era donante universal, no podía ser... Aquello no estaba pasando.
Al percatarse de la emoción del médico, Cassius se acercó a él, alargándole con su enguantada mano el primer instrumento que necesitaría para comenzar la operación, el bisturí.
—Cassius —le dijo sin apartar la vista fija de la camilla del fondo—. ¿Me prometes que si hago esto nadie resultará herido? Ni mi madre, ni yo, ni Júlia... Prométeme que a Julia no le pasará nada.
El monstruo levantó la mirada hacia él, tanto como no lo había hecho en el tiempo que lo conocía, y clavó en él unos ojos grandes, sinceros, en los que no se atisbaba ni la más mínima presencia de odio.
—Le doy mi palabra, doctor —respondió entregándole es bisturí—. Usted haga lo que tiene que hacer, y todo saldrá bien. Nada de lo que usted teme ocurrirá, su familia está a salvo, su destino lo decidirá usted, solo depende de usted.
Daniel miró una vez más a su alrededor, los cinco monstruos lo observaban, esperando expectantes a que comenzara su trabajo que salvaría la vida de su padre. Por un momento pensó en lo miserablemente que debía de ser la vida de aquellos seres, destinados a vivir en la clandestinidad, marginados y deformes que solo querían salvar a uno de los suyos, pero las cosas no eran así... No debían ser así... Las cosas podían hacerse de muchas maneras, y aquellas no eran las formas más adecuadas de pedirle que ayudara a su padre. Sí que es cierto que hubiera llamado a la policía al ver a un ser así entrar en su consulta, pero, ¿quién sabe? Quizá se hubiera apiadado de ellos, al fin y al cabo, ellos no tenían la culpa de ser lo que eran. Pero también había otra cosa que lo mataba por dentro, y era la idea de que Julia estuviera debajo de aquella segunda sábana, no lo podía evitar... Cassius le había dado su palabra pero, ¿de verdad puedes fiarte de la palabra de un monstruo?
Casi desesperado, buscando una última salida que pudiera ayudarlo en el último momento. Miró a la única ventana que había en la habitación, una de cristal y hierro, sujetada con cadenas para evitar que se abriera a causa del fuerte viento de la tormenta. Por un momento pensó en amenazarlos, que buscaran otro corazón que no fuera el de su esposa para un monstruo que no se merecía más que la muerte... Quiso darles un plazo máximo de dos horas para conseguir otro órgano, o allí morirían todos, el donante, el médico, y el paciente... Pero al oír el vendaval que aún soplaba fuera no lo hizo pues, ante aquel tiempo, sus captores tendrían la excusa perfecta para decir que era imposible, que era ahora o nunca.
Lentamente avanzó hacia la mesa con el bisturí en la mano, sorprendentemente, está no temblaba, y pudo ponerlo sobre la carne de aquel ser. Su pecho ya había sido descubierto, preparado para la extracción. No le quedaba otra, tenía que hacerlo...
Sintió como una gran gota de sudor resbalaba a través de su frente, directa a su nariz, pero en seguida fue secada por otro de sus ayudantes. El simple hecho de sentir su mano tan cerca y notar el roce de la gasa le produjo arcadas.
El cirujano hundió la punta del escalpelo y empezó a cortar...
No fue muy difícil abrir el esternón con las herramientas con las que contaban. Realmente, aquellos monstruos se adelantaban a todos sus movimientos, acercándole cualquier cosa que él pudiera necesitar sin ni siquiera tener que pedirla. Cuando el corazón de a aquella criatura quedó al descubierto, pudo ver claramente la dilatación coronaria que padecía, definitivamente, era cierto que necesitaba un nuevo órgano urgentemente. Su corazón era tan grande como su mano abierta y, desde la incisión que había realizado una vez retirado el esternón, apenas podía ver los pulmones a su lado, era realmente enorme… Ahora necesitaba extraer el corazón del donante.
Cassius lo invitó educadamente a acercarse a la segunda camilla, cosa que Daniel hizo lo más lentamente que pudo. No dejaba de pensar de dónde habían sacado aquellos seres a un donante para su padre, seguramente serían algún desgraciado que estaba en el lugar y en el momento menos oportuno cerca de aquella guarida. Le daba pánico levantar aquella sabana, no dejaba de pensar que era Julia la que estaba allí, aquella idea le obsesionaba…
Solo cuando estuvo a punto de levantar la tela se volvió hacia Cassius.
—Por favor, prométeme que si hago esto a mi familia no le pasará nada. Ni
a mi madre, ni a mi mujer…
—Le he dado mi palabra, doctor —respondió el monstruo, llevando una de
sus manos a su pecho.
Algo dentro de él aún lo mantenía indeciso. Daniel dió un largo suspiro,
y tiró de la sábana. Lo que vió debajo de ella lo dejó sin respiración.
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