Etiquetas

jueves, 22 de febrero de 2018

Clonación peligrosa. (Relato de opinión).


Este relato es muy especial, ya que, como ya hice en Mars One, ¿en serio?, en el doy mi más sincera opinión personal con respecto a un tema, en este caso la clonación de especies extintas.
No hace más de una semana encontré una extraña lista por internet, en la que se enumeraban en orden de prioridad, repito, en orden de prioridad, las especies animales extintas que el hombre tienen la intención de clonar. Entre estos seres se encontraban el tigre de tasmania, el rinoceronte lanudo, el dientes de sable y, cómo no, el mamut. Aunque de momento solamente es una idea, y no tenga para nada fundamento, solamente por el hecho de haberla encontrado en internet, y además de manos de alguien muy conocido, me hace ver más claramente el egoísmo de los seres humanos. ¿Para qué devolver a la vida a animales que vivieron hace cientos de años? ¿A nadie le importa la vida y los derechos que pudiera tener ese animal en la época actual? No sé...Quizá yo sea demasiado exagerada, pero... Ahí os "dodo" esto.


CLONACIÓN PELIGROSA.

(28 de enero de 2099, costas de Reunión (Indico))



A pesar de que la luz ya se iba extinguiendo, el calor de aquellos últimos rayos de sol le resultaban extremadamente agradables. Hacía ya bastante tiempo que sentía que merecía unas vacaciones, su piel estaba realmente pálida, resultado de no haber salido en meses de aquel laboratorio. Pero a ella nada de aquello le había importado en absoluto, aún si hubiera tardado dos años más en terminar su trabajo, jamás hubiera abandonado el proyecto. Ya hacía un rato que habían dejado atrás a la gran Isla Mauricio, y en aquel momento, Reunión se extendían ante ella como un hermoso oasis surgido del Indico. Sus altas y delgadas palmeras se balanceaban con las ráfagas de aire cálido, realmente era un sitio fascinante…

Sabía que no podría permitirse el relajarse nada más llegar, por mucho que su cansado y delgado cuerpo lo pidiera a gritos. Cientos de periodistas de todos los continentes la estarían esperando al bajar del barco, deseosos de hablar con aquella científica que iba a devolver el equilibrio perdido a un lugar al que el hombre le había quitado tanto.

Ana miró hacia atrás, las criaturas que la acompañaban en tan especial viaje comenzaron a hacer ruiditos dentro de sus jaulas, sobre todo Dronty, el más especial para ella. La joven se acercó a su pequeña pajarera y la abrió, la pequeña ave salió con pasos lentos al exterior, su plumaje era grisáceo y no debía medir más de un metro de alto, ni su peso sobrepasar los quince kilos. Su pico era largo y con la punta en forma de garfio, sus patas, cortas y robustas, casi tropiezan con sus zapatos, tan excitado estaba por sentir por fin la libertad. Sus alas eran muy pequeñas, tanto que parecían realmente deformes al ser comparadas con su rechoncho cuerpo, lo que, unido a su esternón insuficiente, hacían evidente su incapacidad de volar con solo mirarlo. Su rostro poseía un semblante melancólico, como si de alguna manera aquella criatura fuera sensible a la injusticia que el ser humano causó en su mundo nada más poner los pies en él… Pero precisamente para eso estaba ella allí, para reponer el equilibrio que un día su especie rompió en el pacífico mundo animal y vegetal del planeta. Ella sentía que estaba dotada de aquella habilidad e inteligencia para sanar al mundo de la profunda herida que el hombre le había abierto durante muchos de los largos años de su historia. Y ya de paso, disfrutar de una soleada semana de vacaciones…

Como investigadora genética, sabía que desde hacía ya décadas, en las manos del hombre había estado la posibilidad de devolver a la vida a ciertos animales o plantas del pasado, pero claro está, el debate de si era o no ético resucitar a determinados seres que se vieran obligados a vivir en un mundo que ya había cambiado tanto para ellos, además de tener que convivir con el resto de especies actuales, nunca había tenido tanto auge. Pero esto solo pasaba en algunas especies, como el mamut, el perezoso gigante, o el mastodonte, lo cual podría dar lugar a una auténtica locura entre ellos y las especies modernas, pero no con el dodo… Ella misma estaba llevando a cabo su devolución a su hábitat natural, el mismo que siempre fue originario de las Islas Mauricio y Reunión,  y que formaba la única herramienta para devolver parte de la flora original de aquellas tierras. Esos, y solo esos debían ser según ella los cambios tan leves que debería sufrir la naturaleza solamente para recibir de la mano del hombre algunos de los granitos de arena de todos los que les había quitado.

Por supuesto, antes del retorno de aquella especie de ave, se habían tomado las medidas oportunas para que pudieran vivir con total libertad y libres de amenazas. Muchas especies de animales habían sido prohibidas en la isla desde que se conociera el proyecto de Ana, como lo eran los gatos, los roedores, y los perros. Todas estas medidas habían sido tomadas con la intención de que la isla siguiera creciendo y viviendo como lo debería de haber hecho antes de la llegada del hombre.

A medida que su barco se acercaba a la playa oía más claramente el clamor de las voces de todos los que la esperaban allí, su rostro se ruborizó metros antes de llegar al delicado embarcadero, preparado y reparado exclusivamente para su llegada. Dronty bajó del barco pegado a sus pantorrillas, mientras su ayudante, Sandra cargaba con la jaula que contenía a la que sería su pareja. Aunque, en realidad, los dodos habían resultado ser unos seres bastante pacíficos, tranquilos, y manejables, Ana estaba más tranquila teniéndolos tan cerca. Había estado junto a ellos desde que salieron del cascaron, y de alguna manera solo estando con ella se sentían 100% seguros.

—¡Doctora, Doctora! —gritó uno de los periodistas que, cámara en mano, se encontraba más cerca del embarcadero—. Trabajo para El País, ¿me permitiría, por favor, sacarle una foto junto al dodo? Sería todo un honor poder ponerla en nuestra portada.

Ana se ruborizó y, aunque no estaba nada acostumbrada a los medios, se agachó para coger a Dronty del suelo. El dodo pareció mirar fijamente a la cámara cuando saltó el flash, sin mostrar ni una sola muestra de nerviosismo. Seguramente, durante el resto de su vida estaría encantado de que le sacaran fotos.





David lanzó el periódico del día contra la pared, no lo podía soportar… Casi la mitad del mismo estaba ocupaba por la noña entrevista a la Doctora Traves, la misma que hacía solamente un mes hubiera recibido el premio Nobel de la Paz por haber llevado a un pajarraco gordo a una isla perdida de no sé dónde.

La foto que ocupaba la portada de dicho periódico mostraba a una radiante y sonriente Ana junto con su estúpido Dronty, ¿Dronty? ¿Qué clase de nombre era ese? Quizá también se lo hubiera currado para que aquel animal pareciera aún más tonto si cabe. David no podía soportar tanta felicidad…

—¿Por qué te molesta tanto? — preguntó Marta, su joven ayudante de laboratorio, recogiendo el periódico del suelo y estudiando su portada—. Tú has hecho algo mucho más grande. ¡Tú serás más famoso que ella!

—Eso ya lo sé… —respondió el, sin ni siquiera volverse hacia ella. Estaba ofuscado, celoso se podría decir, muy, muy celoso…

Desde bien pequeño había estado rivalizando con su hermana por todo; por los juguetes, por la ropa, por los estudios, y por los grandes logros profesionales,  sobre todo por aquel…

Su padre, el Doctor Traves, había sido pionero en la historia al crear la primera “fábrica” de órganos artificiales destinados a trasplantes médicos, algo que creció de una manera espectacular cuando sus dos hijos se unieron a ella, ya que a partir de entonces aquellos órganos, aparte de artificiales, también comenzaron a ser clonados para poder ser aceptados por un mayor número de personas. Las acciones, el dinero y la fama crecieron como la espuma en cuestión de pocos años, la sofisticada empresa familiar estaba en su punto más álgido de funcionamiento y reconocimiento cuando su padre los dejó, fue entonces cuando empezaron las discusiones y las inevitables peleas que desde su niñez habían existido entre los dos hermanos.

Ana quería destinar aquella tecnología para restaurar muchas de las cosas que la humanidad había ido destruyendo con el paso del tiempo en la Tierra, devolviéndole a la misma especies animales y vegetales para que así pudieran restablecer el equilibrio que había desaparecido, haciendo posible de aquella manera una vida más fácil para el resto de las especies vivas. Pero él no quería aquello, ¿para qué recuperar algo que antes había sido destrozado por un bien común? Lo hecho echo estaba, lo que sería magnífico seria poder crear el primer zoológico de animales y seres extintos, los más impresionantes que hubieran existido jamás, y la mayoría de ellos estaba al alcance de sus manos… Ella lo había hecho con el dodo. ¿Para qué? ¿Qué cosa extraordinaria iba a poder hacer el primo de un pavo en comparación con la expectación que causaría poder ver a un animal mucho más espectacular? Era simplemente absurdo…

—Mira…  —Marta se acercó a su escritorio y se sentó sobre él, enseñándole el arrugado noticiero que él había tirado—. También ha llevado un puñado de semillas de Tambalacoque, ese árbol que se extinguió hace ya cien años. Por lo visto, sus semillas solo pueden germinar si pasan antes por el tracto digestivo de un dodo.

—Fíjate… Qué maja es Ana… No se le ha escapado ni una. —Se alegró irónicamente él con un gesto de fastidio. Detestaba oír hablar de los progresos y logros de su hermana, lo odiaba…

—Pues a mí me parece que es un gesto muy bonito, ese animal no va a salir de esas islas, no va a causar el menos daño a la flora y la fauna actual, al contrario. Ella ha conseguido restaurar todo el pasado de ese archipiélago de una forma maravillosa…

David la apartó casi con un empujón y se levantó malhumorado de la silla, no quería oír ni una sola palabra más sobre Ana y su estúpido dronte. El también tenía sus objetivos de vida, pero no pajarracos… Ya había hecho gran parte, había devuelto a la vida a dos fieras dormidas de la prehistoria, dos bestias que no había vuelto a pisar la Tierra desde hacía miles de años. Con aquellos dos seres tenía él éxito asegurado, de eso no tenía ninguna duda… Pero aun así, no quería que la fama de su hermana lo eclipsara de la manera que fuera.

Marta se acercó a él con pasos lentos y coquetos mientras se desabrochaba los dos primeros botones de su bata, ver su canalillo lo volvía loco…. Todo el laboratorio estaba impregnado en su sensual perfume, aquel que era capaz de perdurar en el ambiente al menos un par de horas más después de ella haberse ido. Había tenido el detalle de pintar sus uñas de color rojo, a juego con sus labios, y aquello a él le encantaba… No imaginaba ningún otro color que le otorgara ese toque tan sexy a una mujer, y más aún si tenían los labios tan perfectos de su compañera.

Con sus largos bazos rodeo el cuello de David, haciendo que todo su enfado y malestar desaparecieron de golpe. Después le susurró al oído:

—Tú has hecho algo mucho más grande que tu hermana, la humanidad y toda la historia te recordará por eso. Además, esos animalitos tuyos son mucho más impresionantes que los de ella, solo dignos de ti, no de una cursi como Ana…

De pronto, la mesa sobre la que se apoyaban tembló, y en las paredes metálicas del laboratorio se sintió el retumbe de los pasos de aquellas bestias… David levantó la mirada hacia el techo del módulo, aquello que era lo único que los separaba de sus creaciones. Tenía ganas de verlas, necesitaba verlas… Sentía que eso podría devolverle su seguridad en sí mismo, estar cara a cara con sus “hijos”.

—Espera un momento, cielo —dijo apartándola con suavidad y acercándose a la puerta. Antes de abrirla se volvió hacia Marta—. Cuando yo te lo diga, abre la puerta de la jaula, ¿de acuerdo?

—¿Abrir la jaula? ¿Estás seguro? —Ella, a pesar de no estar muy convencida con aquella idea, asintió con un movimiento de cabeza. Después de todo, David sabía lo que hacía, y no le gustaba que nadie le llevara la contraria en nada.

El no respondió, abandonó el laboratorio y recorrió una serie de pasillos igualmente metálicos, como todo el equipo que le habían podido aportar para llevar a cabo su clonación en el más absoluto secreto. Tranquilamente lo podía haber hecho en los laboratorios de su propia empresa, pero por tal de no discutir con su hermana sobre la moral de sus experimentos e ideas, decidió hacerlo así. Afortunadamente, con su fortuna se lo podía permitir.

A medida que avanzaba, aquellas gigantes pisadas le permitían saber que al menos una de las criaturas deambulaban por la habitación, dando vueltas a su alrededor, quizá buscando alguna forma de escapar de aquel encierro. Pero eran pasos tranquilos, casi dignos de un felino manso, el solo hecho de escuchar aquellas pisadas era algo impresionante para el osado científico.

Finalmente, David llegó a la corta escalera que lo separaba del encierro de sus criaturas. Subió rápidamente saltando los escalones de dos en dos y, casi sin aliento, se asomó a la única ventanita, pequeña y circular, que poseía la puerta de seguridad. Una sonrisa triunfal se dibujó en su rostro de forma inmediata.

Aquellos animales a los que observaba bien podía rivalizar con el tigre de bengala como el felino más grande de todos los tiempos, ya que sobrepasaban su tamaño en al menos trescientos kilos… Además, tenían el sentido del olfato mucho más desarrollado. Sus cuellos y extremidades eran realmente musculosos, y su pelaje denso y rojizo. Pero, a pesar de su espectacular y fiero aspecto, lo que más resaltaba en aquellas criaturas eran sus grandes colmillos, largos y blanquísimos, grandes como puñales. Eran realmente espectaculares…

Uno de ellos, el macho, levantó la cabeza en su dirección y lo miró, clavando en el sus grandes ojos amarillos que desprendían la mayor de las rabias, como pidiéndole explicaciones por estar encerrado.

David le sonrió, retándole, diciéndole de aquella forma que allí el que mandaba era él, y que todo lo demás estaba a su merced.

—Abre —ordenó, sin mirar siquiera a la cámara que se encontraba justo encima de su cabeza.

En el laboratorio, Marta vaciló unos instantes antes de pulsar el botón que abriría la puerta. ¿Estaba loco? ¿Eran dos malditos dientes de sable? ¿Qué pretendía hacer? Bueno… Después de todo, David sabía lo que hacía, siempre lo había sabido…

No muy convencida, pulsó el botón. Lo único que separaba a David de aquellos monstruos se deslizó lentamente hacia la derecha, abriendo la jaula, permitiendo que aquellas bestias lo pudieran oler… La musculosa hembra se estiró y se levantó, situándose junto a su pareja, clavando su amarillenta mirada sobre su creador.

Lo último que vio el sonriente David fueron cuatro afilados sables lanzándose sobre su cuello.

6 comentarios:

  1. Como decía Einstein solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y de lo primero no estoy seguro. Bueno, como dices, recuperar especies extintas solo tiene valor para el ego de esos científicos. El mundo de esas especies desapareció y la adaptación al nuevo orden natural sería artificioso e impredecible.
    Y lo digo con pena, porque, por ejemplo, la extinción del pájaro Dodo es exclusivamente nuestra, de cuando los ingleses llegaron a Madagascar y les pareció gracioso matarlos mientras pasaban la cogorza. Digo gracioso, porque eran animales absolutamente inofensivos.
    Tu relato, muy en la línea de Parque Jurásico, nos plantea esa cosa tan humana como es hacer pagar a otros seres nuestras disputas. En este caso la envidia entre los hermanos Traves, ¿coincidencia?, que quién sabe a dónde nos llevará. Como siempre tu manera de escribir es atrapante y la historia muy entretenida. Un abrazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Que lastima!! No sabía esoque cuentas... Pensaba que acabamos con todos pero porque entre una cosa y otra nos los comimos!Completamente inofensivos debian de ser, si, solo con el significado de la palabra "dodo" nos podemos hacer una idea. Yo siempre me los imaginé parecidos a los pavos, pero un poco más grandes y con más cabeza, jajaja.
      Siempre me gusto esa cita de Einstein! Hay más verdad en ella de lo que queremos creer. Sinceramente vería una crueldad que llegaramos a hacer eso pero, desgraciadamente, creo que en un futuro no muy lejano, pero que nosotros ya no llegaremos a ver, habrá algo parecido a zoologicos con esta clase de animales.
      Y no es casualidad lo de los nombres, no, van por mi hermano y por mí. No es que nos llevemos así de mal en la vida real! Para nada! Pero en mis novelas y relatos siempre me ha gustado hacer esa especie de "homenaje" a mis familiares y amigos, incluso muchas veces el aspecto físico de algunos de mis personajes va por alguien especial para mí.
      Gracias por tus palabras, amigo! Un besote!

      Eliminar
  2. Relato trabajado, Ana, como todos los tuyos. Pero además, siempre buscando un fondo que invita a la reflexión.Y ya veo que tú juegas el papel de directora , productora, guionista y protagonista de tu propia peli. ¡Woody, muérete de envidia! Bueno, de este relato tendría envidia hasta Julio Verne... Y ya puestos a recordar, creo que, si Darwin levantase la cabeza en el mundo actual... Pediría que lo volviesen a enterrar y cerrasen el ataúd con clavos
    Un gusto de lectura, Ana
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. jajajaja, muchas gracias, amigo! Me ha encantado coarme como protagonista en este relato, desde luego!
      Coincido contigo en lo de Julio Verne, ejem... Pero aún más en lo de Darwin. Desgraciadamente, el hombre de hoy día contestaría a ese típico "si levantara la cabeza..." con un desagradable "pues se daría con la tapa del ataúd!"
      Gracias por tus palabras, amigo. Un abrazo!

      Eliminar
  3. Hola,Ana! He querido seguirte,pero me temo que no lo he conseguido.
    He llegado hasta aquí a través del "Tintero de oro".
    Solo quería decir que desde mi humilde parecer sería mejor para todos que el ser humano respetara a los animales con los que convive hoy, en lugar de clonar a los de hace cientos de años. Creo que la estupidez humana no tiene límite. Me ha gustado. Un abrazo

    ResponderEliminar
  4. Hola, Ana:
    Nos encanta lo que escribes.
    Estamos preparando un boletín gratuito de relatos para Valencia y nos gustaría que colaboraras.
    ¿Puedes escribirnos a revistapapenfuss@gmail.com para que te podamos enviar más información?
    Puedes echar un vistazo a lo que pedimos en:
    @Revistapapenfuss (Facebook)
    papenfusslarevista.wordpress.com
    Gracias

    ResponderEliminar