Hoy os traigo una historia un tanto peculiar, ya que no ha salido de mi mente, sino que me la contaron como una experiencia vivida y extraña durante uno de esos pesados interrogatorios que suelo hacer sobre temas sobrenaturales. Con el tiempo me he dado cuenta de que no está de más preguntar, de vez en cuendo te puedes encontrar con cosas interesantes...
El protagonista de esta historia es uno de mis primos, y aunque creo que esta adornada con detalles que solo estan en su imaginación, me pareció bien incluirlos como parte del encanto de su narración.
La verdad es que al escucharla pensé: Menos mal que no te hizo nada, ¿a quién se le ocurre salir a caminar a esas horas? Primo mio tenías que ser...
¡Espero que la disfrutéis!
EL BAILARIN.
¿Alguna vez te
ha pasado algo que haya hecho que tu pulso se acelerase y que tu adrenalina se
elevara a niveles nunca antes experimentados? ¿Algo tan espantoso que has
necesitado uno o dos minutos para reponerte?
Asustarse es
normal, todos hemos sentido miedo en algún momento de nuestra vida, sin
embargo, la clave de salir airosos de situaciones de espanto es mantener la
compostura, pensar detenidamente en lo que crees que escuchas o ves, y la más
importante, ¡escapar del peligro!
A continuación,
os contaré la historia más real y tenebrosa que he podido vivir jamás, no es
que yo sea miedoso, ni mucho menos, pero algo extraño me sucedió aquella noche…
Nada en ella fue normal… Ni la oscuridad, ni aquella niebla, ni siquiera la luz
de la luna, ni aquella figura escalofriante…
Siempre fui un
tipo extraño, bueno, en realidad, más que extraño, se podría decir que
simplemente tenía una de esas manías que poca gente tiene; me encantaba dar
largos paseos nocturnos, ya que a raíz de la historia
que voy a compartir con vosotros me aseguro de que brilla bien el sol antes de
salir de casa.
Por aquel
entonces, hacía ya dos años que vivía en una ciudad diferente a la que había
conocido toda mi vida. Estaba en la universidad, concretamente en tercero de la
carrera de medicina. Mi sueño era especializarme en neurología, y si acaso,
algún día aún muy, muy lejano, poder ser un buen investigador. Todo se debe a
que en mi familia ha habido varios casos de alzheimer, algunos de ellos en
edades muy tempranas, como el de mi madre… Pero dejemos aparte los temas
sentimentales, están muy lejos de lo que quiero contar en realidad.
Mi novia,
Nadine, era parisina, y la conocí en una de nuestras clases en la facultad. No
me costó mucho relacionarme con los demás antes de conocer del todo bien el
idioma, pero ella fue una persona clave para que yo llegara a ser quien era entonces en la universidad, un chico español con apariencia de malote, buena gente
y, ¿por qué no decirlo? Con ese toque de picardía que a las chicas francesas
les encantaba. Cuando Nadine conoció mi especial manía se rio de mí y no me
creyó, decía que solo los locos se atreverían a salir a pasear por la noche en
una ciudad como París, por su fama de peligrosidad en horas sin luz, claro.
Pero nada de aquello me importaba. Hasta que con el tiempo fue mi propia novia
la que acabó diciéndome, de manera casi sarcástica, que hasta los
narcotraficantes sentían respeto por mí dado al aspecto de chico duro que
tenía. No es que me sintiera orgulloso, pero sí que era cierto que a veces
puedo resultar a la vista de los demás como una de esas personas por las que te
cruzarías de acera si te lo encuentras de frente…
Aquella noche
ya hacía más de seis años que llevaba a cabo aquella práctica. Eran casi las tres
de la mañana y me encontraba en una zona bastante alejada de mi apartamento. La
acera por la que caminaba lindaba con un gran descampado en el que teóricamente
se iba a construir un centro comercial, lo que hacía que la oscuridad fuera más
intensa si cabe.
Aunque me
sentía bastante a gusto con mi soledad, me dispuse a dar la vuelta cuando las
brisas de viento empezaron a ser más frías de lo normal, como si las
temperaturas hubieran bajado unos cuantos grados de repente. Fue justo al
girarme cuando lo vi por primera vez, a unos cuantos metros de distancia, en la
acera, moviéndose entre graciosas cabriolas, acercándose a mí…
Al principio
me sobresalté, pensé que era un borracho al que le había dado por dar saltos de
camino a su casa después de que lo echaran de algún bar, pero a medida que se
acercaba pude apreciar con más claridad la gracia de sus movimientos, que junto
con los leotardos ajustados que se apreciaban por debajo de su chaqueta, solo eran
dignos de un buen bailarín. Pensé que quizá alguna clase de obra había tenido
lugar aquella noche en la ciudad, y aquel actor volvía a casa bastante contento
después del éxito que habrían tenido. Algo que tienen por costumbre más grupos
de ballet de los que siempre hemos creído.
Tanta gracia
me hizo el pensar en aquella realidad, que incluso mis labios formaron una leve
sonrisa al hacerme a un lado para dejarle un gran espacio en la acera para que
pudiera pasar. Todo esto, por supuesto, sin apartar los ojos de él, que me
tenía como hipnotizado… Solo una vez lo fui teniendo más cerca de mí pude
distinguir en él otros rasgos que ya no me resultaron agradables. Era muy alto
y desgarbado, y su traje de ballet ya estaba bastante corrompido por el tiempo,
presentando roturas en las mangas y rodillas. Sus ojos estaban abiertos de par
en par y su cabeza inclinada hacia atrás, como si mirase al cielo. Su boca formaba
una macabra sonrisa. Ante aquel tenebroso conjunto, decidí cruzar la calle
antes de que se acercase más.
Dejé de
mirarlo unos instantes para cruzar la carretera, pero una vez estuve en el otro
lado me volví a girar, fue entonces cuando me detuve en seco. Aquel hombre
había dejado de bailar y estaba de pie, al otro lado de la calle, exactamente frente a mí, pero
todavía mirando al cielo, sonriendo… Decidí alejarme y comencé a caminar de
nuevo, pero sosteniendo la mirada sobre aquel individuo, que seguía inmóvil.
Una vez hubo
una distancia considerable entre nosotros, volví a mirar al frente, a la acera
que se abría frente a mí. Las calles estaban completamente vacías, todo estaba
completamente vacío…. Todavía preocupado por aquel extraño, volví a mirar hacia
atrás. Por un momento sentí alivio, parecía haber desaparecido, hasta que lo
volví a ver… Había cruzado la calle y se encontraba muy próximo a mí. Tan solo
lo había dejado de mirar durante unos segundos y ahora estaba demasiado cerca…
Estaba tan
sorprendido que me detuve por un instante, ahí, mirándolo fijamente. Entonces,
comenzó a avanzar de nuevo hacia mí, tomando pasos gigantescos, como si se
tratara de un personaje animado cuyas piernas se encogían y estiraban como un
chicle con cada paso que daba.
Me gustaría
poder decir que en aquel momento eché a correr despavorido, o al menos que cogí
mi teléfono móvil para llamar a alguien, o poner algo de música para ahuyentar
el miedo y seguir caminando. Pero no lo hice… Me quedé allí, completamente
helado mientras el sonriente bailarín se acercaba a mí. Luego se detuvo,
todavía sonriente y mirando al cielo.
Cuando
finalmente encontré mi voz quise dejé escapar lo primero que se me vino a la cabeza.
Lo que quería preguntar era: ¿Quién diablos eres? Pero lo que salió de entre
mis labios fue apenas un gemido.
Sin importar
si los humanos pueden oler el miedo o no, ciertamente pueden oírlo. Yo lo oí en
mi propia voz, y eso solo hizo que sintiera más miedo…
Aquel hombre
no reaccionó, solo se quedó allí, sonriendo… Entonces, después de sentir que
había pasado una eternidad, se giró muy lentamente, y comenzó a bailar. No
queriéndole dar la espalda a tan extraño personaje, me quedé observando cómo se
alejaba de mí con sus graciosos movimientos, hasta que prácticamente logré
perderlo de vista. Pero en un instante me di cuenta de algo, ya no se alejaba
ni bailaba, sino que se hacía cada vez más grande, estaba volviendo hacia mí, y
corriendo esta vez. Yo también corrí. Corrí hasta estar fuera de aquella
carretera lateral, y de nuevo en una vía mejor iluminada y con algo de tráfico
volví a mirar tras de mí. Ya no estaba allí.
El resto del
camino a casa seguía mirando por encima del hombro, esperando verlo de nuevo,
pero nunca apareció.
Después de
aquello nunca volví a dar paseos nocturnos.
Puff... solo imaginar al personaje, ¡madre mía! Estupenda historia que bien podría ser una leyenda urbana. La falta de explicación del actuar del bailarín hace que sea más perturbador. Desde luego, se nota que cuando se es escritor se es a tiempo completo, como un depredador al acecho de una buena historia. Me parece que bajaré la basura mañana por la mañana. Un abrazo!
ResponderEliminarSi! Lla verdad es que parece enteramente una leyenda urbana, jajajaja, por eso me gustó tanto. Muchas veces con solo salir a la calle ya me siento inspirada por algo, por un olor, a forma de vestir de alguien, algun animal, algún paisaje... Tengo tantas ideas que me gustaria escribir en mi cabeza que creo que no tendré tiempo en la vida para hacerlo. Da rabia tener que elegir a veces, como si todas tus ideas formaran una estatua que debes de dejar cae, quedandote después solo con los trozos más importantes.
EliminarY si! Jajajajaja, se te quitan las ganas de volver a sacar la basura o sacar al perro por la noche!
Besos!
De los fantasmas orientales a los occidentales, tanto monta, monta tanto. Es decir, un gusto de lectura. Quizás estás historias nos queden más cercanas culturalmente y, por ello, más familiares, como menos espeluznantes, pero tú logras crear un ambiente perfecto para el terror cotidiano, ese que más miedo nos da, porque a cualquiera puede pasarle. Estupenda caracterización del bailarín.
ResponderEliminarNota: al final del texto, dice "nievo" en lugar de "nuevo"
Un beso grande, Ana
En el fondo, los fantasmas no dejan de ser los mismos, la único que cambia es la manera de la que los vemos en cada parte del mundo, por eso no me cuesta mucho pasar de uno a otro, jajajajaja. Precisamente por lo que dices me gusto tanto la historia, le puede pasar a cualquiera, ya que por escenarios como ese nos movemos todos los días y, como ya le dije a David, parece totalemnte una leyenda urbana.
EliminarGracias por lo de la faltilla! Un placer tenerte por aqui, amigo.
Besos!