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sábado, 2 de diciembre de 2017

Una menos...



¡Hola de nuevo!

Me hace mucha ilusión publicar esta entrada, ya que en ella publico un relato de los que me gusta escribir, algo macabro...
La novela negra siempre ha sido una de mis pasiones, algo que ya todos los que seguís este blog sabrán. Los psicokillers siempre llamaron mi atención de una manera especial, el crimen, la sangre... Y digamos esa maldad que de alguna manera se activa en nuestro cerebro para llegar a hacer tales atrocidades. Por eso no es de extrañar que una ciudad como Londres, la cual tuve la suerte de visitar de nuevo hace solo unas semanas, me inspirara para escribir una historia, no menos conspiratoria que histórica, sobre ese famoso asesino que disparó la venta de la novela negra, llevando así a grandes escritores como Conan Doyle, a una fama aún mayor a la que ya poseían.
Una de las rutas turísticas que más éxito tiene por las calles del Londres más antiguo, es la de Jack el destripador, un agradable recorrido guiado por todos aquellos lugares en los que vivieron y murieron las cinco victimas canónicas de este asesino. Este es un tour verdaderamente recomendable para todos aquellos de la novela negra y el terror, ya que además es un recorrido guiado, y siempre se pueden seguir aprendiendo datos interesantes sobre sobre la vida en aquella época, y plagado de encanto, ya que muchas de las calles y fachadas originales se mantienen hoy, lo cual te introduce totalmente en la historia.


¡Desde aquí quiero mandar un saludo a nuestro guía, Damián! Con el que, a pesar del frío, mi novio y yo disfrutamos como niños pequeños (sobre todo yo, jejejeje). Su forma de contar la historia, sus toques de humor, y su inseparable tablet me hacen decirle que ojalá coincidamos de nuevo en algún tour! ¡Muchos besos, Damián!
Y sin mas rollos os dejo con el relato, en el propongo mi teoría, aunque un poco loca, ¡no deja de serlo! Después de todo, por mucho más que se especule o investigue, nunca sabremos más de lo que hoy sabemos sobre este personaje. Aunque, pensándolo bien, es precisamente eso lo que mantiene la magia de Jack, ¿verdad?


Una menos...


Distrito de Whitechapel, (Londres).
Madrugada del 31 de agosto de 1888.

  Mareado, Francis volvió a apoyarse en la pared, pegando tanto su cara a ella que incluso pudo oler la humedad de la piedra de sus ladrillos.
“  Otra vez…” Se lamentó mientras continuaba su camino con pasos zigzagueantes.
  No era la primera vez que lo engañaban. Desde hacía dos o tres meses frecuentaba el sucio pub “The ten Bells” en aquel viciado barrio. Aunque siempre había sospechado que le daban gato por liebre en los tragos que le servían, por los pocos peniques que le costaban pensaba que merecían la pena. Cierto era que dado a su clase podía permitirse lugares mejores, al menos más limpios, en los que la gente como él era mejor recibida. Pero había algo en aquel lugar que lo atraía sobremanera, además de que la racanería era una de sus facetas más marcadas.
  Ya casi hacía dos meses desde que empezara las clases prácticas de medicina en la universidad de Oxford, su padre le proporcionaba todo el dinero que le era necesario para que continuara llevando la misma vida acomodada que siempre habían tenido en casa, y era por cosas como esa por las que siempre se había preguntado de dónde había sacado aquella faceta tacaña insólita en su familia.
  Durante toda su vida había estado rodeado de lo mejor, de la más alta burguesía de Londres, para que nos entendamos, y aquello era algo que chocaba severamente con lo que en aquel momento tenía a su alrededor. Whitechapel era uno de los peores distritos de la ciudad. En sus calles, mujeres, hombres y niños arrastraban una vida de pobreza en la que muchas veces el único alivio que encontraban era el que podía ofrecerles una botella de alcohol barato. Los callejones oscuros desembocaban en bares mugrientos y burdeles miserables en los que algunas mujeres se ganaban la vida prostituyendo sus cuerpos por unos pocos peniques. Realmente, Whitechapel era un barrio para ser visitado si querías pasar un buen rato, ya fuera entre las piernas de una mujer o buscando al dragón, modo en el que se referían al consumo de opio que a tantos hombres zombificaba. Era precisamente por el tema del opio por el que se cuidaba de esconder su rostro por aquellas calles, ya que, si era visto por algún chivato pordiosero que por un puñado de dinero pudiera contarle a su padre algo sobre sus andanzas nocturnas… Aquellas famas se pagaban caras, y su puesto en la universidad era lo más importante para él en aquel momento. No fumaba opio, no se perdía con mujeres, ¿qué de malo tenía el que quisiera ahorrarse un dinero en alcohol? Normalmente, una larga capa con la que cubría su rostro y un alto sombrero era suficiente como para alejarse bastante de su imagen diaria, una capa y un sombrero… Con nauseas miró a su alrededor, ¿dónde los había dejado? Bah… ¿Qué más daba? Seguramente los había dejado tirados en su rincón favorito de “The ten bells”, ya lo recuperaría… A aquel sucio tabernero más le valía cuidar a uno de los clientes que más dinero dejaba en su mugriento local.
  El joven volvió a detenerse, esta vez se dejó caer hasta sentarse en el suelo con la espalda apoyada en el muro. Sentía fuertes arcadas, acompañadas de un ácido sabor a bilis que subía por su garganta, pero parecía que aquel alcohol no se decidía a salir.
  “Es culpa tuya, Francis, solo tuya… Malditos ladrones, rellenando sus sucias botellas con jeringuillas…”
  Mareado, giró su cabeza para mirar a su alrededor, tal vez el único movimiento que en aquellos momentos se podía permitir sin vomitar. Aquellas calles estaban cubiertas por guijarros llenos de baches, y sus húmedas aceras llenas de huellas de barro y suciedad. De vez en cuando se podía distinguir algunos de aquellos bultos temblorosos de algunos vagabundos cubriéndose con sus mantas, mientras a través de las ventanas apenas de apreciaba a ver el destello de luz de alguna chimenea que pudiera calentar a las familias era lo único que se podía respirar allí… Pobreza, enfermedad, desahucio y resignación.
  Poco a poco el efecto de la embriaguez lo fue adormilando. Con su borrosa visión fija en la amarillenta luz de una farola que se encontraba justo delante de él, el joven se dejó caer sobre la mojada acera. Sabía que aquel no era el lugar idóneo para descansar, la delincuencia estaba a la orden del día, sobre todo allí, pero temblorosas piernas le impedían seguir caminando. No tardó mucho tiempo en estar profundamente dormido.

  No habría sabido decir el tiempo que había estado dormido cuando una pequeña sacudida lo despertó. Aturdido, abrió los ojos para descubrir a un niño que tiraba de su abrigo con la clara intención de alcanzar lo que guardaba en su bolsillo, del que rápidamente extrajo el puñado de monedas que Francis llevaba encima y se fue corriendo calle abajo.
  Francis, con la cabeza aun aturdida y el cuerpo entumecido por el frío, se retorció sobre los sucios guijarros del suelo y se incorporó, ni siquiera hizo el amago de correr tras el pequeño pilluelo, ya que, confundido, miro extrañado a su alrededor.
  “¿Este es el sitio en el que me quedé dormido antes? Creo que había una farola, y ahora esto parece la boca de un lobo…”
  No le dio importancia a aquel detalle, después de todo, todos aquellos callejones eran igual de agobiantes, y estaban igual de sucios… Dio unos cuantos pasos con una de sus manos aun apoyada en la pared. Ciertamente, su cabeza parecía un avispero, y aún tenía miedo de resbalar a causa de la torpeza, la humedad o tropezando con alguna rata. Fue entonces cuando se dio cuenta de que su mano iba dejando un rastro allí donde la apoyaba… Una huella oscura y espesa.
  —¿Qué diablos… —Empezó a refunfuñar, pensando que se había quedado dormido encima de un montón de basura o de un charco sucio.
  Pero su enfado se transformó en pánico cuando, al sacudirse las manos en las perneras de sus pantalones, sintió algo extraño dentro de su bolsillo, algo que antes no estaba ahí…. Casi con manos temblorosas extrajo aquel objeto, que no era más que un cuchillo de carnicero, no muy grueso pero sí bastante largo, y cuya hoja y empuñadura estaban igualmente salpicadas de aquello que manchaba sus manos.
  Asustado, empezó a sobar su cuerpo, en busca de alguna herida de la que pudiera provenir aquella sangre. En aquellos barrios uno no se podía confiar de nada, ya que el crimen, la mentira y los robos podrían estar esperándote a la vuelta de cada esquina. Pero no encontró nada, ni siquiera sentía el más mínimo dolor que le indicase la presencia de la más mínima herida abierta. ¿Qué había sucedido entonces?
  Aunque ya estaba amaneciendo, las calles aún estaban oscuras, y a pesar del frío, algún que otro paseante comenzaba a darles vida. Francis metió las manos en los bolsillos de su abrigo intentando no llamar la atención de nadie con sus manchas de sangre. Su corazón latía tan fuertemente que pensaba que en cualquier momento podría salirse del pecho. Solamente se limitó a caminar intentando demostrar la más absoluta tranquilidad de la que fue capaz, después de todo, allí nadie miraba a nadie…
  Ya un poco más repuesto, el joven continuó su turbia travesía. La visión que tuvo al girar la segunda de las esquinas lo hizo despertar del todo, incluso el dolor de cabeza se le quitó de golpe. Una mujer se encontraba tumbada boca arriba sobre el suelo de aquel sucio callejón.
  Francis avanzó rápidamente hacia ella y se arrodilló a su lado, cogiéndola de la mano y dándole suaves golpes en la cara. El largo cuchillo que escondía en su bolsillo resbaló hasta el suelo sin que él se diera cuenta.
  —¡Señora! ¡Señora! ¿Está usted bien? —Le preguntó entrecortadamente.
  Las manos y el rostro de la mujer aún conservaban algo de calor y sus ojos estaban cerrados. Fue cuando Francis se acercó al pecho de la mujer para comprobar si aún tenía algún signo de vida cuando descubrió lo peor… Sus ropas encharcadas y pegajosas por la sangre que aún manaba de la herida de su cuello, el cual se encontraba cercenado por completo de parte a parte. Sangre… Un gran charco de sangre parecía haber estado creciendo debajo del cuerpo de la mujer durante horas, la misma sangre que cubría sus manos, y el cuchillo que relucía junto a sus pies. ¿Acaso había sido él el causante de aquella atrocidad? ¿Podría él, encontrándose en un estado de tal embriaguez hacer aquello a una mujer indefensa? ¿De dónde había salido aquel cuchillo? Nada más pensar aquello emareó aún más… Si verdaderamente él había hecho eso, ya fuera inconscientemente o por el engaño de alguien para que directamente él fuera señalado como el asesino se le acabaría todo, su vida como médico terminaría antes de empezar… Por no hablar de las consecuencias que aquello pudiera acarrear a la imagen de su padre y a la universidad…
  Francis notaba como su corazón se encogía en su pecho, y que el aire se resistía a entrar en sus pulmones, como si alguien, una mano enorme le tapara a la vez la boca y la nariz. No podía respirar, sentía pavor, auténtico terror. Las múltiples posibilidades pasaban por su cabeza de una manera fugaz, casi no podía distinguir una de otra. ¡Todo aquello era una auténtica locura! De repente, el agudo sonido de un silbato lo arrancó de sus pensamientos, sin duda era alguien que avisaba de algo, quizá de aquella mujer…
  Sin pensarlo dos veces, el joven se levantó, no sin antes recoger el misterioso cuchillo que parecía perseguirle, y huyó del callejón.
  No muy lejos de allí, a través de los mugrientos cristales de una de las ventanas de aquel bar junto a la capilla, un hombre observaba la escena, sonriendo… Se sentía satisfecho por su trabajo, aunque no hubieran sido sus propias manos las que había cometido el crimen de Polly Nichols.
  Para haber sido el primer asesinato, todo había salido a pedir de boca, sobre ruedas se podría decir, y nadie había sospechado nada, ni siquiera el propio Francis. Las gotas de aquel brebaje, el mismo que llevaba suministrándole a sus tragos durante semanas, habían surtido efecto…
  —Solo dos gotas serán suficientes para que la víctima pierda completamente el control sobre los actos de cualquier persona. El mejor momento para encargarle el trabajo será cuando el susodicho se encuentre en el punto máximo de embriaguez. No se preocupe por nada más, cuando despierte no recordará nada, solo tendrá una resaca mayor de lo normal. —Le había dicho el enano tuerto que se la había vendido hacía solo dos meses.
  Aquel hombre se apartó de la ventana frotándose las manos, estaba seguro de que aquel día no iba a poder dormir debido a la gran emoción que sentía. No veía la hora de leer los titulares referentes al asesinato.
  “El crimen perfecto… Una prostituta menos en Whitechapel…”
  Pero aquel asesinato solo sería el primero, en total tenía pensado cinco, los cuales tendrían lugar en aquellas mismas calles… Los de las cinco malditas zorras que diez años atrás habían incendiado el negocio tan próspero que tenía a medias con su hermano, la fabricación de las campanas cuyos sonidos eran los más delicados pero a la vez predominantes en los lugares más importantes de todo Londres.
  Dann, su difunto hermano, había dejado embaraza a una de aquellas mujeres y ésta le exigía responsabilidades, cuando Dann se negó empezaron las amenazas… Amenazas que terminaron en amargas cenizas… Cenizas que él en soledad tardó años en limpiar, pero el poco dinero que aún conservaba ya solo pudo optar a un local como el que llevaba ahora, pues las maquinarias necesarias para fabricar aquellas maravillas que antaño salían de sus manos eran demasiado costosas.
  Poco a poco, aquel hombre se dirigió al salón de su cantina, en el que solo quedaba el rastro de los clientes que había tenido aquella noche. En el ambiente flotaba un aroma denso, mezcla del tabaco, el alcohol y el sudor de los que habían llenado la estancia durante toda la noche. Varias botellas de whisky goteaban lo que les quedaba de contenido sobre la madera del suelo, algunas mesas estaban tiradas, y una baraja de cartas, empapada en ron, asomaba por debajo de una de ellas. Era curioso que el lugar en el que habían nacido los sonidos más refinados resultara ahora tan deprimente…
  Poco a poco empezó a limpiar y a recoger, aunque no con mucho esmero, pues pensaba que los que acudían a aquel lugar ni pondrían la mayor objeción si veían algo de suciedad en las mesas, en el suelo, e incluso en los vasos de los que bebían.
  Al acercarse a una de las mesas más cercanas a la puerta, descubrió que alguien había olvidado algo, Francis…
  El ventero recogió de la silla la lujosa capa negra y el sombrero de copa de su desgraciado cliente y lo guardó cuidadosamente detrás de la barra. Por un momento se sintió tentado de quedarse esas prendas, ambas eran de una gran calidad, y venderlas podría facilitarle un buen dinero que le ayudaría a tapar varios agujeros. Pero después, ya más fríamente, pensó que Francis no se merecía aquel robo, ya bastante se estaba jugando por él, aunque el joven ni siquiera fuera consciente.

  “Otra vez se ha olvidado el abrigo… Francis… Espero que ese brebaje no te cause mayor daño del esperado, al menos por ahora…”

6 comentarios:

  1. Fantástica recreación de ese Londres de finales de s. XIX, se nota que has sido aplicada en tu viaje captando todos los detalles para trasladarlos a este magnífico relato. Desde luego es una posibilidad interesante y muy de novela enigma que arrasó en esos años en Inglaterra. Un asesinato cometido usando a otra persona carente de voluntad. Sugerente.
    Bueno, desde luego echaba de menos tus relatos, Ana. Eres una gran narradora.
    Un abrazo!!

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    1. ¡Gracias!
      Es que, si no has tenido la oportunidad de estar por allí, te sorprenderá lo bien que se conservan los edificios y hasta calles enteras de aquella época. Menos el asfalto de la carretera, casi todo, es casi como viajar en el tiempo.
      Pues fújate que este relato se me ocurrió un día después de voler de Londres, precisamente viendo un capítulo de LQSA, que seguro que conocerás, el de la burundanga, jajaja. Y teniendo a Jack tan presente esos días se me ocurrió esa hipótesis. ¡Oye! ¿Por qué no? Aunque sería curioso que durante tdo este tiempo se hubiera estado buscando al hombre que no era.
      Me alegro de que te haya gustado, me alegra mucho que te usten mis narraciones.
      ¡Un abrazo!

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  2. Hola de nuevo, Ana
    Tremendo relato, sí señor. Has cuidado la trama a la perfección, tomándote tu tiempo para situarnos perfectamente en el Londres oscuro y, más tarde, para explicarnos los detalles del móvil, lo que movía a nuestro asesino. Una recreación muy original, como dice David. Efectivamente, se nota que te mueves como pez en el agua en este género. Sabes, me ha venido a la memoria una gran obra en cómic del dibujante José Ortiz, llamada "Las mil caras de Jack el destripador", en el que, el creador, jugaba con la posibilidad de que, el asesino, un maestro del engaño, hubiese cometido, en realidad, más crímenes de los que se le imputaban...
    Tu relato me ha gustado mucho, es muy bueno. En la línea de lo que nos tienes acostumbrados y de nuevo sobre un personaje que hace las delicias de los amantes de lo macabro, de lo oscuro. Un placer leerte Ana
    Besos

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    1. ¡Hombre, muchas gracias por el cumpludo de que me muevo como pez en el agua en el género! ¡Todo un alago por tu parte xd! Yo creo que es mi amor por los sasesinos y lo macabro de alguna manera lo que hace que estos relatos me salgan del tirón. Lo escribí en un ratín.
      Pues fijate que me suena ese cómic que dices o, al menos, uno parecido. Cierto es que a Jack, extraoficialmente claro, se le imputan al menos tres victimas más, dos que sucedieron antes, y otro que sucedió después de estas cinco legendarioas. Realmente, todo lo que leas sobre Jack el destripador te va a parecer una verdad absoluta, quiero decir, que los autores e investigadores que han contado sus hipótesis sobre su identidad tienen la habilidad de convencerte completamente. ¡Me encanta!
      Me alegra mucho que te haya gustado y te haya enganchado hasta el final.
      ¡Un besote!

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  3. ¡Hola, Ana! ¡Qué relato más interesante! Eso de usar a otras personas para cometer los crímenes es una idea muy atractiva. En ese sentido, me ha recordado un poco a una novela de Joaquim Colomer Boixés que se titula "El callejón de Jack". No se trata del mismo Jack, pero trata también sobre un asesino en serie que "trabajaba" en la misma zona. Estoy segura de que te gustaría. Es de un autor indie como nosotras. No te digo más para no fastidiarte la novela por si decides leerla, que suelo ser una bocazas, ja, ja, ja.
    ¡Un abrazote!

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    1. ¡Hola, guapisima!!
      Siii, es una teoría que se me ocurrió y oye, ¿por qué no? ¡Quién sabe!
      ¡Conozco "El callejón de Jack"! Creo que ví una reseña en tu blog, juraría que fué en tu blog... Y me animé con él. Hay algunas cosas que no me cuadran mucho, la verdad, pero son minucias, y no deja de ser mi opinión, claro. ¡Pero por lo demás el libro está super bien! Gracias por recomendármelo.
      Un abrazote!

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