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jueves, 1 de diciembre de 2016

La reina sin cabeza.





La mente de un escritor es compleja, a veces demasiado… No hay nada que ellos no puedan observar sin sacar varias conclusiones de las cuales, y no pocas veces, puede nacer la primera nota de inspiración para una historia extraordinaria. Pero entre todos esos lugares, objetos, personas, situaciones… Hay algunos capaces de despertar esos mismos sentimientos en la mente de todos los mortales, sentimientos que pueden convertirse en miedo una vez estés rodeado de su “magia” y que, incluso, te obligue a tapar tu cabeza por completo con el edredón una vez te veas de nuevo solo en tu habitación.
Lugares como estos hay muchos, es cierto, cualquier escritor que este leyendo esto lo sabrá, pero hoy quiero hablaros de uno que visité hace poco, y aunque no era la primera vez que me encontraba entre sus muros, esta vez su historia despertó en mi las ganas de escribir este relato cuya protagonista poco me falto para poder ver con mis propios ojos. La Torre de Londres.
Fue rodeada por las piedras de la primera muralla que lo rodea cuando empecé a escribir estas líneas, mires donde mires, empezando por esos seis negros cuervos que intentan mantener la existencia de la monarquía británica, hasta la imponente torre verde rodeada de susurros del pasado… Todo es inspiración, pero para ver algunas cosas hay que saber dónde mirar…
¡Espero que lo disfrutéis!





La reina sin cabeza.

Ya pasaba media hora de la media noche, y más de una desde que las voces procedentes de la radio se habían convertido en solo un murmullo lejano para mis oídos. El sueño ya podía conmigo, había perdido ese aguante que me permitía mantenerme despierto y en guardia durante toda la noche o, al menos, que lo pareciera. Me imagino que también debe de ser cosa de la edad el perder ciertas facultades a la vez que vamos cumpliendo años.
Hacía ya más de 22 años que trabajaba en la Guardia Real de Londres, concretamente en el Palacio de Bukingham, ante cuyas puertas, y durante turnos formados por las más largas horas, me dedicaba única y exclusivamente a la marcha real ante los interminables flashes de las cámaras de los turistas. Las botas de aquel uniforme eran enormes, realmente gruesas, y siempre me dio la sensación de que tenían herraduras fijadas en sus talones, el ruido que hacía al caminar con ellas hacía que mi presencia y la de mis compañeros no pasara desapercibida para nadie.
Más de 20 años, 22 concretamente, permanecí trabajando en aquel destino de una manera tan monótona que incluso en alguna ocasión llegue a pensar que terminaría volviéndome loco. Hasta que finalmente fui premiado con el traslado a otro lugar hacía solo una semana, un destino en el que me dedicaría exclusivamente a la guía turística como Beefeater en la Torre de Londres, la misma que guardaba varios tesoros, entre ellos las joyas de la corona británica.
Aquel nunca había sido mi gran sueño, pero al menos cambiaba de aires, y conocer a gente nueva siempre venía bien. Lo que yo no supe es que, en aquel nuevo destino, el turno de noche sería el primero para mí. Si bien era cierto que durante el día aquel lugar era uno de los más visitados de la ciudad y gracias a los turistas a sus trabajadores se les pasaban volando las horas del día, el turno de noche parecía ser el más lento sobre la tierra. El reloj parecía haberse detenido, y el cotorrenate programa de la BBC ya hacía que me dolieran los oídos.
Casi de un manotazo hice callar la radio y me levanté del sillón. El lado izquierdo del cuello me dolía por culpa de la mala postura que había tomado sobre la mesa, además, ya hacía varios minutos que sentía la llamada de la naturaleza, pero debido al intenso frío de diciembre no me había atrevido a levantarme todavía.
Me levanté frotándome el cuello, el dolor se iba disipando sin problemas, y después alisé el grueso y negro uniforme de ricos bordados rojos. Aquellas ropas eran más cómodas y abrigadas que las que había llevado antes, lo que se agradecía por el cambio de vida que iba a tener ahora. Las botas eran mucho menos pesadas y bajas, aquello era lo que más agradecía de todo.
Una vez más espabilado, cogí mi bayoneta y salí de la garita.
Era casi la una de la madrugada y el frío y la niebla eran intensos. La iluminación nocturna de la construcción era suficiente como para que pudiera ver perfectamente el camino hasta los aseos de los trabajadores. Pero… Aún no sé por qué, pero sentía algo diferente aquella noche, algo distinto, algo frío, sobrenatural… Lentamente comencé a rodear la Torre Blanca, ya que tenía que ir a los aseos, también quería aprovechar para hacer una ronda.
Las enormes piedras que formaban la muralla medieval estaban totalmente cubiertas de verdín, al menos las más cercanas al suelo. Al mirarlas desde la distancia suficiente parecían vestidas de terciopelo. El olor a humedad y a hierba mojada lo inundaba todo.
Ante mí, aunque algo menos imponente que la Torre Blanca, se levantaba la oscura silueta de la Torre Sangrienta, la cual constituía la entrada principal del patio central.
“Un buen nombre si lo que quieres alimentar las leyendas”. Pensé para mí mismo.
Un montón de historias y leyendas fantasmagóricas acudieron a mi mente de golpe, como un torbellino helado que me recorrió todo el cuerpo de arriba abajo.
Siempre había sabido de esas leyendas, pero nunca me había tocado estar en el papel protagonista. No es que no creyera en ellas, simplemente agradecía no haber sido tan “afortunado”.
Pero fue al pasar frente a la torre verde, aquella en la que habían tenido lugar las ejecuciones de los aristócratas y miembros de la realeza, cuando mis ojos vieron algo extraño, pero esta vez no tenía sitio la imaginación.
Una extraña luz verde se dejaba ver por una de las ventanas, al principio pensé que debía de formar parte del decorado, algún candín o artefacto de iluminación que mis compañeros se habían dejado encendida al final del día. Sin pensármelo dos veces, me dirigí hacia el lugar con intención de apagarla.
Pero una vez subiendo la escalera sentí como el frío se intensificaba de repente y una desagradable humedad calaba mis ropas. Lo que me pareció un gemido humano venía del interior de la torre. Tal fue el espanto que sentí al escucharlo que el manojo de llaves que tenía en las manos calló sobre los escalones con un tintineo metálico. Raudo me agaché a recogerlas, y cuando me levanté pude ser testigo de la visión más terrorífica que había tenido en mi vida…
Ante mí, bajando lentamente las escaleras, pude ver una delgada silueta de mujer que se acercaba a mí, descendiendo cada escalón con pasos solo propio de una dama de alta alcurnia. Sobre sus hombros caía una toga roja sobre un vestido gris oscuro de damasco, claramente podía oírse el sonido de sus zapatos sobre la piedra de los escalones. Sus movimientos eran delicados y lentos, y de todo su ser parecía emanar una luz de tono verdoso, exactamente igual que la que yo acababa de ver a través de la ventana.
Mis nervios se calmaron un poco, y en mi cabeza comenzaron a barajarse las distintas posibilidades de qué era lo que habrían llevado a aquella mujer a estar allí a esas horas de la noche. Pero cuando levanté la mirada hacia su rostro, esperando ver en él algún rasgo conocido que le diera respuesta a todas mis cábalas, comprobé con horror que… No tenía, ¡aquella dama simplemente no tenía cabeza!
Lo que en un principio me pareció un juego de sombras ahora me mostraba la terrorífica realidad. El manojo de llaves volvió a caer de mis manos temblorosas, y casi con un reflejo involuntario agarré la empuñadura de mi bayoneta y apunté a la dama con ella, pero su cuerpo fue atravesado por el arma como si de humo se tratara, para después desvanecerse ante mis ojos de la misma manera que había aparecido. Mientas lo hacía, un doloroso y débil lamento de mujer fue arrastrado por el aire. Con más miedo que repugnancia comencé a sentir como por mis piernas descendía un líquido caliente, no lo había podido evitar… Rápidamente eché a correr hacia el otro lado del patio, en busca de alguien vivo.
James fue el primero que encontré junto a las casetas de los cuervos, relajado y apoyado en la pared, se fumaba un cigarrillo mientras que con la otra mano daba tiernas caricias a una negruzca ave que descansaba sobre su hombro.
—¡James! —grite con voz ahogada, acercándome a él con grandes zancadas.
—Danny, buenas noches —dijo con tranquilidad, pero cuando se giró hacia mí pude ver la sorpresa en su rostro—. ¡Eh, eh, eh! Suelta eso, amigo…
Miré mis manos, hasta aquel momento no me había dado cuenta de que sujetaba la bayoneta de una forma casi amenazante, casi me sentí ridículo de estar sujetándola todavía. Con toda la suavidad que pude, la solté en el suelo.
—¡James! ¡James! —grité hasta que llegué junto a él, llegándome casi a desplomar contra la pared. Mi cuerpo temblaba como una hoja seca—. Hay una luz en…
—¿Qué te pasa?
—¡¿Qué más dá que me pase?! Te digo que hay una luz en…
—¿De dónde vienes?
—¡Escúchame! Por favor…
—Estás pálido, parece que has visto un fantasma. —De repente, los ojos de James se abrieron con asombro—. ¿La has visto? ¿A ella?
—¿Q… Qué? —tartamudeé yo.
—A la reina sin cabeza, a Ana Bolena. —Mi compañero volvió a llevarse el cigarrillo a la boca, dándole una larga calada más antes de continuar—. ¿Sabes? Llevo trabajando aquí 25 largos años, y llevo escuchando las historias sobre ella desde el primer día. Hay muchos fantasmas entre estos muros, unos son bastante traviesos, pero otros no molestan tanto. El más famoso es el de la Reina Ana, que desde que fue decapitada en la Torre Verde no ha dejado de buscar su cabeza por todas partes.
—¿Hay muchos más?
—Oh, sí, amigo. Muchos más, ya te acostumbraras a verlos.
—¿Y que hacéis cuando aparecen? —pregunté ya un poco más calmado, la tranquilidad de James era tan contagiosa como la gripe.
Los labios de mi compañero formaron una sonrisa, mezcla entre sarcasmo y ternura.
—Haz como yo, sé educado y da las buenas noches. Eso sí, no te olvides de la reverencia…





Es después de este último viaje cuando más entiendo todo lo que le pudo inspirar su propia ciudad a una de las más famosas escritoras de fantasía. Con simples estaciones de trenes así, Londres respira magia...






7 comentarios:

  1. Estoy contigo, Ana. Londres es una ciudad rodeada de misterio y leyenda por sus cuatro costados. La Torre es un ejemplo de los muchos que se podrían citar. Yo la visité por última vez hace pocos años y comparto esa sensación. Tu relato ha activado muchos de esos recuerdos y, sí, no es descabellado imaginar en alguno de sus rincones, al fantasma de sus moradores. Plasmarlo tan bien como lo has hecho tú, es otra historia. Un placer leerte, compañera. Besos

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    1. Me ha encantado saber a tí también te pasó lo mismo, Isidoro. Lo cierto es que es casi inevitable sentir algo así cuando estas rodeado de tanta historia, ¡y si te gusta mucho más! Lo que me da verdadera rabia es no poder dedicar unas palabras como estas a todos aquellos monumentos y lugares que han despertado en mí un sentimiento así.
      ¡Mil gracias por tus palabras! Nos seguimos leyendo, amigo.

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  2. ¡Qué buen relato, Ana! Londres, la noche, la niebla, edificios señoriales, fantasmas... Has dibujado la atmósfera el terror del personaje de manera fantástica. Pero, lo mejor, es ese final. ¡Es humor inglés de primera! Si me encuentro un fantasma procuraré seguir ese consejo. Fantástico!

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    1. ¡Realmente las noches londinenses son fantasmagóricas! Además, de alguna manera creo que en muchos de sus rincones esta todo pensado para que resulte así. Es verdaderamente difícil no "ver" un fantasma cuando visitas esa ciudad.
      Muchísimas gracias por tus palabras, David,estoy encantada de que te haya gustado mi relato, y sí, ahora que lo pienso, es muy práctico ese consejo, jajaja.
      Un saludo! Nos seguimos leyendo!

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  3. Tenía este relato anotado desde hace tiempo que debía leerlo... Hoy, al fin, he podido y ¡me ha encantado! Conozco podo de Londres. Nunca he estado allí, pero sí sé algo de la historia de Ana Bolena y me ha encantado que apareciera su fantasma. Una vez más, me quito el sombrero ante ti. ¡Besos!

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    1. ¡Muchísimas gracias, amiga! Que bueno que te haya gustado tanto, estoy segura de que cada calle, cada monumento y cada rincón de esa ciudad es sería capaz de inspirarte muchísimo, no te daría tiempo ni de apuntar ideas!
      Un besote, guapa! Y gracias!

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  4. Un relato muy bueno, con su fantasma decapitado y todo. Te felicito por la historia, está muy bien contada. No se me ocurre mejor escenario para un fantasma que la Torre de Londres. Me ha gustado mucho.
    Un fuerte abrazo, amiga mía.

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