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lunes, 22 de agosto de 2016

Donde duermen los dragones

¡Hola a todos!

Hoy estoy muy contenta porque en apenas unos días ya podré compartir con todos vosotros la novela épica en la que he estado trabajando tanto tiempo: "Donde duermen los dragones".


Los dragones siempre han sido mis criaturas legendarias favoritas, imprescindibles en una historia fantástica, en la que tampoco puede faltar la magia, el valor de la amistad, la valentía, el miedo y el amor para ser perfecta para mi. "Donde duermen los dragones" es la primera parte de la trilogía con el mismo nombre, y está dotada de todas estas cosas y de alguna que otra más, para que todos aquellos que la leáis podáis sumergiros en un mundo extraño, aunque peligrosamente parecido al nuestro.

¡Aquí os dejo una pequeña muestra, prólogo y primer capítulo, espero que lo disfrutéis!





SINOPSIS: Un minúsculo destello en los ojos era lo que hacía diferentes a Katian y Akerón, aquella era la prueba que demostraba que no pertenecían al mundo en el que vivían. En Dhumbur, los que venían de otro lugar, al igual que ellos, eran poseedores de increíbles y mágicos dones, siendo considerados brujos por sus verdaderos habitantes. 
Durante años, los dos amigos habían recorrido cientos de pueblos y aldeas tratando de ganarse la vida como cazarrecompensas. Para ellos era pan comido deshacerse de aquellas criaturas que tanto atormentaban a nobles y campesinos, esos malditos dracos, basiliscos y los trolls parecían salir de debajo de las piedras... Al contrario que aquellos que formarían la llave que los llevarían de vuelta a su mundo real: Los esquivos dragones dorados.
Un día, cuando sus esperanzas de volver ya estaban a punto de desaparecer, la necesidad de un poderoso rey, uno de los pocos que conocían el paradero de uno de los dragones dorados, las hizo crecer de nuevo. 
Katian y Akerón se pusieron manos a la obra para cumplir los deseos del rey, pero cuando menos les quedaba para conseguir su objetivo, el ronroneo de una esperada e imparable guerra se convirtió en rugido, amenazando de una forma nunca vista a los seis reinos de Dhumbur. Ahora a los dos amigos no les quedaba más remedio que luchar por la gente que los acogió, uniéndose a ella contra el enemigo... Un oscuro y fuerte rival con un destello especial en las pupilas.

PROLOGO


Aquella era una de las mañanas que tanto le gustaban, calurosa y de primavera. Los delicados rayos del sol que caían sobre su rostro la habían despertado de su profundo sueño. Después de remolonear un poquito en la cama, algo inusual en ella, se levantó a prepararse el desayuno.
Alrededor de su cama había numerosos estantes y mesas bajas abarrotadas de botellas de cristal de colores de todos los tamaños, llenas de aceites, pócimas o simples esencias entre otras cuyo contenido ya ni siquiera ella recordaba. La estancia entera estaba inundada de un suave olor a jazmín que se hacía más intenso a medida que se adentraba en la casa.
La joven bajó unas escaleras de madera, desperezándose aún mientras se recogía con la ayuda de un lazo su larguísimo pelo negro.
En la ventana de la cocina la esperaba Wyn, la lechuza que siempre la acompañaba. La rapaz estiraba sus alas como si, al igual que ella, se acabara de levantar de la cama, cuando realmente era justo lo contrario.
—Hola, Wyn ¿Qué tal estas? Qué buen día hace hoy ¿eh?—Le dijo dulcemente mientras acariciaba su blanca cabecita, a lo que el ave contestó acercándose más a ella.
Mientras acariciaba al ave se quedó mirando por la ventana durante unos segundos, el olor de las flores pareció apoderarse aún más de la casa cuando la abrió. A pesar de ser ya la tercera semana de primavera, aquella mañana le dio la sensación de que era el primer día que las flores florecían y se volvían a abrir después del invierno. Ella inspiró profundamente, inundando sus pulmones de ese aire que le parecía tan puro, olía a jazmín, rosas y, hummmm… Lavanda…  Aquella mezcla de olores le agradó tanto a la joven que la empezó a abrir todas las ventanas de la casa de una forma tan entudiasmada que apenas escuchó que llamaban a la puerta.
Aún risueña, la joven abrió la puerta para descubrir una alta y encapuchada figura al otro lado, a su lado, igualmente ataviada, estaba su escolta, de la que apenas se podían distinguir sus rasgos bajo el gran capuz.
—¿Qué haces aquí?—Susurró ella, en su cara ya no quedaba ni rastro de la sonrisa que lucía segundos antes.
La oscura figura entró en la casa y cerró la puerta tras de sí mientras las otras dos se quedaban fuera. Al retirarse la capucha de la cabeza, largos y dorados mechones de pelo cayeron por su espalda como cascadas de oro. Su rostro era delgado y hermoso, y sus orejas largas y puntiagudas.
—Tengo que hablar contigo—dijo él con voz suplicante.
—¡Estás loco!—Dijo ella cerrando de nuevo todas las ventanas. Wyn revoloteó por la habitación hasta colocarse en la esquina alta de un mueble, observando a los dos personajes con su mirada redonda.—Puede verte alguien.
—No me ha visto nadie, vengo del Norte.
—¿Qué es lo que quieres?—Le dijo dirigiéndose molesta a la cocina. El la siguió.
—Te necesito, Evve.—Dijo él mirándola fija y suplicantemente a los ojos.
—Aldaron, ya te he dicho que sobre eso ya no tengo nada más que hablar contigo—Evve estaba cada vez más molesta.
—No, no se trata de eso.—La interrumpió él.—Necesito que me ayudes a encargarme de alguien.



 1



Entró a pie, llevando de las riendas a su caballo, ya era tarde y los puestecillos de los comerciantes ya estaba todos cerrados y todas las calles vacías. Los pocos aldeanos con los que se topó le regalaban miradas extrañas.
“Normal que me miren así… Deben estar pesando que quién es ese idiota que lleva un capote negro sobre los hombros con este calor”, pensó el extraño caminante.
Detuvo sus pasos ante la puerta de la taberna que más frecuentaba en sus pasos por aquella aldea, y escuchó el rumor de las voces que venía de su interior. Como de costumbre a la hora de cenar, la taberna estaba abarrotada de gente.
Ese día el desconocido decidió no entrar allí, guiándo a su caballo unos metros más adelante. A medida que avanzaba por la vacía callejuela más sensación le daba que se adentraba en la boca de un lobo, tan oscura estaba. Al final de la calle había otra taberna llamada “El Potro”, esta no contaba con buena fama en el lugar, por lo que cuando entró en ella la encontró casi vacía.
El tabernero levantó la cabeza de la barra, sobre la que parecía dormitar, y miró a su nuevo cliente, que se acercó a la barra y se sentó en uno de los destartalados taburetes que estaban frente a ella. Después permaneció quieto, casi completamente inmóvil, aún llevaba puesto el oscuro capote.
—¿Qué va a ser?—Le preguntó el tabernero con voz desagradable.
—Cerveza—Rrespondió el desconocido.
El dueño de la taberna se limpió las manos en el sucio mandil de tela, que antaño debió de tener un color blanco, y le ofreció la bebida en una jarra de barro cascarillada.
El desconocido no era viejo, pero tenía un cabello completamente  blanco y tan largo que casi le llegaba hasta a los codos. Sus ojos eran de un negro intenso, y en ellos, el tabernero creyó ver un débil resplandor, como el de un cristal al recibir la luz de una llama. Su altura considerable, pues sacaba una cabeza a la mitad de los que se encontraba en aquel lugar… Por debajo del abrigo llevaba una raída almilla de cuero, anudada por encima de los hombros y bajo las axilas. Cuando se quitó el capote todos se dieron cuenta de que llevaba un arco elfico a la espalda.
—Busco donde pasar la noche. Esta taberna también hace sus veces de venta, tengo entendido.—Le dijo al tabernero, clavándole sus penetrantes ojos oscuros.
—Aquí no tengo sitio esta noche para nadie—refunfuñó éste reconociendo el acento del desconocido, era de Tracya.—Preguntad en esa que está al principio de la calle.
—Preferiría aquí.
—Pues no hay sitio hoy.
—Pagaré bien...
Entonces, los tres clientes que se encontraban en una de las mesas más alejadas del salón se levantaron casi al unísono. Uno de ellos, cuyo rostro estaba totalmente cubierto de viruelas, se acercó al mostrador mientras los ostros dos se quedaron un poco más atrás. Un desagradable hedor a sudor y alcohol llegó a la nariz de desconocido.
—¡Te han dicho que no hay sitio! ¡No queremos gente como tu aquí, esta es una ciudad decente!
El desconocido tomó su jarra y se apartó. Miró al tabernero, que evitó sus ojos como un perro cobarde, pues no se le ocurriría defender a un tracyo. En realidad, ¿A quién le gustaban los tracyos?
—Todos los tracyos son unos ladrones,—continuó el hombre de rostro repugnante.
Pero el desconocido no respondió, se quedó como clavado en el taburete, como si aquellas palabras no fueran con él…
—Paga y lárgate.
—Cuando termine mi cerveza—susurró el forastero.
—Ah, ¿sí? Pues te vamos a echar una mano…
Entre risotadas, aquel hombre le arrancó la jarra de las manos y, al mismo tiempo, lo agarró fuertemente por las correas que le sujetaban el arco a la espalda. Uno de sus amigos se dispuso a partir su jarra de cerveza en la cabeza del desconocido… Pero con una fuerza sobrehumana, aquel hombre se removió en su sitio, librándose del agarre de su agresor, que calló a sus pies a causa del empujón. Raudamente desenfundó una espada que llevaba sujeta a la cintura, y que hasta entonces había estado oculta a los ojos de los presentes. El arma silbó en el aire causando gritos entre el resto de presentes, algunos incluso salieron despavoridos hacia la salida. Un plató calló al suelo desparramándose en cientos de trocitos… Después, el tabernero solo pudo ver, con labios temblorosos, como el primer hombre que había amenazado al desconocido yacía en el suelo, inconsciente… Su desgraciado rostro estaba destrozado y bañado en sangre. Los otros dos estaban tendidos en el suelo, retorciéndose de dolor.
De repente el silencio se había apoderado de aquel lugar, el miedo y la tensión se palpaban en el aire… Hasta que dos guardias que estaban haciendo la ronda entraron en la taberna y, al ver los cuerpos, echaron rápidamente mano a sus porras cubiertas de cuero.
—¡Tira eso!—Gritó uno de ellos.—¡Te vienes con nosotros! ¡Ve a por refuerzos!—Le gritó a su compañero.
—No hace falta—el forastero bajó la espada.—Iré yo solo.
—Te vendrás esposado. ¡Tira la espada!
El tracyo se enderezó. Con rapidez, bajó la plateada hoja y con la otra mano elevada hacia arriba, en dirección a los guardias, marcó en el aire un rápido y complicado signo. El extraño brillo de sus ojos pareció intensificarse.
Los guardias se cubrieron los ojos con un gesto de molestia, otros dos clientes se levantaron y salieron despavoridos hacia la puerta.
—Iré por mi propio pie—volvió a anunciar el forastero con una extraña voz metálica.
—Sí, Señor.—Los guardias agacharon la cabeza.
Después, aunque inseguros, se dirigieron hacia la puerta dispuestos a guiar a aquel hombre a los calabozos de la ciudad. El los siguió, haciendo que los aterrados clientes que quedaban en el salón se escondieran bajo las mesas cuando pasaba junto a ellos, en dirección a la puerta.




P.D: Esta novela será publicada al mismo tiempo que "El hechizo", de la que ya ofrecí un adelanto anteriormente.


3 comentarios:

  1. ¡Interesante comienzo! ¡Estoy deseando conocer mejor al tracyo!

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  2. Increíble comienzo! El libro tiene que ser genial. Una vez más te digo que escribes muy bien! Que tengas mucho éxito con el libro. Un abrazo!

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