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sábado, 4 de junio de 2016

No solo los príncipes aman




Hoy quería compartir con vosotros un texto que escribí hace mucho tiempo y que, con el tiempo, me inspiró tanto que acabó convirtiéndose en la que yo llamo "joya de la corona" de todos mis escritos.
Es este pequeño relato ya aparecen dos de mis grandes protagonistas, Katian y Akerón, además del eterno amor de uno de ellos.
Aunque ya en la novela de la que son protagonistas han cambiado un poquito más, su esencia nació el día que escribí este relato. Espero de verdad que disfrutéis con él, ¡ya estoy muriéndome de ganas por compartir con vosotros la increíble historia de estos dos peculiares amigos!










NO SOLO LOS PRÍNCIPES AMAN

—Me preguntáis por mi nombre, pero algo me dice que pensáis que no os lo voy a decir. De todas maneras ¿qué más da? Cualquiera que os diera sería falso, y aun así sonaría mejor que el que los cerdos de mis padres me dieron.
                >>¿Pero qué hacéis todavía ahí parados? Sentaos, por los Dioses. Hoy he tenido suerte con las cartas y me siento bastante generoso, ¿os apetece una cerveza? Yo ya llevo tres, cuatro, cinco…
                >>Me encantan las tabernas, ¿a vosotros no? Están llenas de bullicio y de gente… Y peleas… En ocasiones me siento aquí más resguardado que en mi casa con mi exasperante señora.
                >>Pero vallamos al grano, ¿quiénes sois y qué queréis?
Aquel hombre, gordo y con el rostro colorado por la embriaguez, cogió su sexta jarra de cerveza y se la llevó a la boca. El líquido corrió por las comisuras de su boca y resbaló por su cuello.
Akerón le dio un codazo a Katian.
—¿Estás seguro de que esta bola de sebo es el tipo que estamos buscando?—Le preguntó.
—Pues claro que sí, un gordo borracho en este lugar, ¿ves alguno más así?
Akerón miró a su alrededor, entre muchas mesas, una pareja estaba sentada en la que más cercana estaba a la chimenea, ella parecía gritarle y él se tapaba la cara con su jarra. En otra había cuatro hombres, seguramente los dueños del carro cargado de venados que había en la entrada, que cantaban meciendo y besando sus arcos mientras uno de ellos tocaba el laúd. Y en otra, cinco borrachos, aunque no gordos, jugaban a cartas bajo una gran cortina de humo que procedía de las pipas que fumaban. Uno de ellos tenía la cara hundida en los pechos de una de las camareras, que gritaba y reía descaradamente.
El gordo borracho que tenían delante dejo la jarra de cerveza sobre la mesa con un sonoro golpe, que quedó totalmente amortiguado por las voces y gritos que inundaban aquella cantina. El humo del tabaco que fumaban en la mesa del al lado hicieron llorar los ojos de Katian, que se dejó caer en uno de los destartalados taburetes de la mesa. Akerón lo imitó, quedando frente a frente al hombre que ahora le ofrecía su jarra con una sonrisa torcida.
—¿Vais a decirme como os llamáis o tengo que pedíroslo de rodillas?—Volvió a preguntar.
—Yo soy Akerón, y este es mi amigo Katian.
—Tenéis pinta de chamanes, ¿qué sois? ¿Encantadores, magos, o quizá…?
—Somos brujos.—Dijo Akerón de forma imperial, como queriendo decir así a aquel estúpido borracho que con su profesión no se jugaba.—¿Nos vas a decir cómo te llamas tú, o te lo vas a inventar?
El borracho sonrió.
—Me caes bien, Akerón. Yo soy Beorn, ¿te importa que sea el real?
—Me da igual, no te lo pregunto por curiosidad, si no para hacer más fácil la conversación. Venimos por esto.—El brujo se agachó, sacó un pergamino que llevaba guardado en una de sus negras botas de cuero y se lo entregó a Beorn, que en silencio, y tardando un poco más de lo normal, comenzó a leer las runas grabadas en la piel.—Me imagino que se ofrecerá una recompensa, ¿no es cierto?
—Creía que estos carteles dejaron de colgarse ya hace mucho tiempo.—Dijo el borracho casi para sí mismo, ni siquiera había escuchado al brujo.
—Hay varios en la entrada de la ciudad, otros cuantos clavados en los cruces de caminos en dirección aquí. Le repito la pregunta, ¿se recompensará?
Beorn levantó la vista y clavo sus cristalinos ojos en el brujo.
—Esto no es un juego, muchos lo han intentado antes y todos han fracasado.
—Eso ya lo suponíamos.
—¿Habéis hecho esto alguna vez? ¿0 algo parecido?
—Vivimos de eso, somos caza recompensas.
Beorn soltó una carcajada que terminó con una desagradable tos.
—¿Brujos caza recompensas?
—¿A qué esperas para empezar a hablar?—La expresión de Akerón era dura como la piedra.
—Bueno… ¿La base la sabéis no?—Beorn, ya más tranquilo, dio otro trago, se recostó sobre su silla y encendió una pipa de tabaco. En seguida la mesa se vio envuelta por un humo embriagador.
—Sabemos la base, lo que queremos saber es con qué se recompensará y por quién.—Apuntó el brujo.
La carcajada que esta vez salió de la garganta de Beorn resaltó sobre todas las demás.
—¿Tanta gracia te hace, borracho?
—Un poco, ¿cómo es posible que sepáis que es lo que hay que hacer y no sepáis quién lo recompensará? ¿Qué clase de brujos soy vosotros?
Un fuerte golpe al fondo del salón los sobresaltó: Uno de los cazadores había partido una de las sillas de madera en la espalda de uno de los jugadores de la mesa vecina, en seguida comenzó una gran pelea. Akerón, ya habiendo sobrepasado el límite de su paciencia, ignoró aquella bronca dando un fuerte puñetazo sobre la mesa que hizo temblar la estabilidad de la jarra de Beorn.
—Somos brujos, no adivinadores.—Dijo con gesto de desprecio.—Y si estás aquí para informar, lo menos que puedes hacer es informar. Habla ya, borracho, si no quieres que te meta estas jarras vacías ahí donde nunca te da el sol.
Estas palabras parecieron ofender al ebrio Beorn, que de un manotazo tiró al suelo los vasos de la mesa y se subió prácticamente en ella, mirando directamente al brujo a los ojos.
—Mira, Akerón y… ¿Era Katian, verdad?
Katian asintió con la cabeza.
—El viejo Rey Jorik tiene un hijo, ¿lo sabéis? Pues resulta que el chico ha llegado a su edad adulta, la difícil, ya sabéis… La edad en la que un padre debería plantearse enviarlo a un burdel para que el chico se desahogue. Pero resulta que no, que el chico no quiere, se ha enamorado de una sirena según él, ¡ja, ja, ja, ja, ja! De una sirena… ¿Os imagináis? Bueno… El caso es que entre estas dos especies es imposible la unión que el principito tanto desea, por lo que el Rey está buscando desesperadamente algún milagro que pueda darle piernas a ese pez.
—¿Pero ella le corresponde?—Preguntó curioso Katian.
—Oh, ¡claro que sí! Es un príncipe el que va detrás de su escamoso y escurridizo culo, es una sirena, no una estúpida.
—¿Y cuál será la recompensa si lo conseguimos?—Volvió a preguntar Akerón, cada vez más nervioso.
—¿Qué sé yo? Ese es un tema que yo no controlo. Ofrecerá cualquier cosa, puede que hasta de valor, vete tú a saber… ¿Qué te puedes esperar de un ser como Jorik? Su padre le hizo una barriga a su propia hermana, por los Dioses…
                >>Id a los muelles, el Príncipe zarpa todos los días por la mañana para visitar a su sirenita…
Akerón se levantó de la silla y le hizo un gesto a Katian para que lo siguiera.
—Ya sabemos lo que hay—le dijo.—No nos costará nada hacer lo que quieren, así que lo haremos y punto. Después hablaremos con ese tal Jorik y asunto zanjado.
Antes de seguir a su amigo, Katian se giró hacia Beorn.
—Gracias por la información, Beorn.
El borracho apenas lo miró, solo se limitó a hacer un gesto con la mano a modo de despedida, mientras con la otra se volvía a llevar una jarra a la boca.
Justo cuando estaban a punto de atravesar la puerta, una exuberante camarera, cuyas ropas no dejaban mucho a la imaginación, los asaltó con una bandeja cargada de jarras en la mano.
—¿Queréis probar uno de nuestros licores especiales?—Les ofreció insinuantemente sin dejar de contonearse.
—¿Son gratis?—Preguntaron ambos al unísono, aunque sin mostrar ninguna intención de detenerse.
—No, pero solo son dos doblones cada uno.
Ahora Akerón se detuvo ante la joven.
—¿Podemos beberte a ti también con el licor?
—No—dijo ella sin dejar de sonreír.—Pero yo os los serviré si queréis.
—No, no nos interesa entonces. Gracias.
Sus capas negras ondularon a sus espaldas hasta que Beorn, que los observaba alejarse a través de la ventana, dejó de verlas cuando la oscuridad de la noche se los tragó.
El agua era oscura, verdosa y con apariencia de ser también gelatinosa. Al chocar contra el casco del barco formaba una espuma que, quizá recordándole a la cerveza o los Dioses sabrán a qué, le había dado sed a Akerón.
El barco estaba a punto de zarpar cuando los brujos habían llegado a los muelles. No era un barco real, como ambos se habían imaginado, sino un simple pesquero cuyo Capitán había sido recompensado escasamente por el desesperado príncipe.
Willem, que así se llamaba el hijo de Jorik, era un chico de apenas 19 años, delgado, de rostro delgado y pelo rubio y rizado.
—¿Quiénes sois?—Les había preguntado este cuando los dos amigos se habían presentado ante él, ofreciéndole sus servicios.—¿Caza recompensas? ¿Unos simples magos que se han dejado los sombreros picudos con estrellitas en casa? Vuestra magia no funciona con ella.
—No, Alteza. Somos brujos que se ganan la vida resolviendo problemas como el que tenéis vos, vimos los carteles en la entrada de la ciudad y ya hemos sido informados de la movida por el borracho de la taberna.
Al nombrar a Beorn los labios del príncipe formaron una sonrisa burlona.
—El nos condujo hasta aquí, esperamos serle de gran ayuda.
—Adelante.—Dijo el joven invitándoles a embarcar.—Hoy simplemente venía a verla y hablar con ella, hace días que no se presenta nadie interesado en ayudar.
Aquel barco se dedicaba a la caza de ballenas, por lo que sus dimensiones eran bastante grandes. En su proa estaba adornada por la exuberante silueta de una mujer de madera, algo típico en navíos que se adentraban durante meses en el mar, y en los que no había ni una hembra a bordo. Sus velas eran blancas como la nieve, y estaban sorprendentemente limpias. Su timón estaba exclusivamente hecho con huesos de ballena, y todo el largo de las barandillas adornadas con blancos y enormes dientes del mismo animal.
El Capitán era un viejo lobo de mar que llevaba toda su vida dentro de aquel negocio. Su madre lo dio a luz en aquel mismo barco, desde entonces no se había separado del mar por más de 20 metros. Sus capturas eran las más cotizadas en los muelles del reino de Jorik, convirtiéndolo en uno de sus más ricos vecinos.
Aún podían ver el muelle, aunque fuera muy de lejos, cuando lanzaron el ancla al agua. Esto fue un alivio para parte de la escolta real, que desde que zarparon habían estado agarrados a la borda del ballenero lanzando por la boca hasta su primera papilla.
—Parecen borrachos.—Le había dicho Akerón a Katian.
—O puede que más de uno lo esté.—Le contestó este.
No llevaban mucho tiempo parados cuando la sirena apareció. Surgió del agua entre un remolino de burbujas, hermosa como habían visto pocas, con un pelo tan rubio y claro que mojado era como la plata líquida.
—Hola, príncipe.—saludó con una voz cantarina.
—Hola Shena.—Le contestó él embobado.
—¿Has conseguido ya a alguien que me saque de aquí y me lleve a vivir contigo?
—No lo sé. Aquí conmigo hay dos brujos, dicen que quieren ayudarnos.
—¿Dos brujos dices?
—Katian y Akerón.—Se presentaron los dos amigos con un movimiento de manos.
El rostro de Shena se transformó, pasando de dulce a enfadado.
—¡No pienso ponerme más en manos de brujos! Me hacen daño. La última vez me hicieron salir del agua y me quemé la piel con el sol. ¡Además de rasparme las escamas del culo por su culpa!
El príncipe suspiró, parecía desesperado y nervioso. Sus manos se agarraban tan fuertemente a la barandilla que sus nudillos de volvieron blancos.
—¿Ni siquiera por esta vez?
—¡No! Ni por esta vez ni por otra vez. ¡Que esos cabrones se alejen de mí! Llévalos de nuevo a tierra y después ven a verme tu solo si quieres. Hasta que no tengas una nueva solución no volveré a hablar contigo.
—Uhhhh, es dura de mollera la sirenita…—Apuntó el Capitán, también asomado a la borda.
Shena le lanzó una mirada venenosa y se recostó sobre el agua, mostrando sus bien formados atributos femeninos, como queriendo decirle al príncipe: “Mira lo que te estás perdiendo”. Enseguida todos los hombres que estaban a bordo se asomaban por aquel mismo lado del navío.
El Príncipe Willem se giró hacia los brujos.
—En nuestra defensa, Alteza…—Empezó a decir Katian.—Si unos brujos ya han intentado esto sin conseguir nada, debo informarle de que eran falsos…
—¡Calla! Ahora te tocará hablar a ti.—Le grito Willem, que visiblemente enfadado se giró hacia su escolta.—¡Eh! Traer una red, ¡quiero que la saquéis del agua ahora mismo!
Los hombres obedecieron al instante. Dos de ellos, con la cara morada, se movían lentamente, aun apoyándose en la barandilla del barco.
—Alteza…—Dijo Akerón—yo le aconsejaría que no hiciera eso. Estamos acostumbrados a lidiar con criaturas como esta y sabemos de sobra que ella no está sola, hay abajo hay más como ella, incluso puede haber un kraken… Con una sola señal de vuestra Shena esa criatura puede convertir este barco en un montón de tablas flotantes, y a nosotros nos ahogará como a gatitos.
El rostro del Willem se transformó perdiendo todo su color, como si un recuerdo aterrador hubiera vuelto a su mente. Akerón comprendió en seguida de lo que se trataba.
—Vaya… Así que así fue como el barco real de Jorik se fue a pique… Ya nos extrañaba a nosotros que usarais un ballenero para venir a ver a vuestro amorcito.
El príncipe pareció molestarse con la actitud de brujo, y con un gesto de impotencia dio un fuerte puñetazo a la barandilla de la proa, pero por lo visto aquello no le calmó.
—¡La red!—Volvió a gritar.—Me da igual lo que digáis, ¿quién me dice a mí que vosotros no sois unos farsantes como el anterior? La sacaré del agua y haréis vuestro trabajo en tierra, o lo intentaréis…
—¡No, Alteza!—Gritó el Capitán del ballenero, imponiéndose ante el príncipe—esos dos hombres, brujos, o lo que carajo sean, han dicho que hay abajo puede haber un kraken, ¡un kraken! No correré ese riesgo, ¡yo vivo de este barco!
—¡Ahora estáis bajo mi merced en él! Y si yo digo que se lanza la red se lanza…
—¡Eh, vosotros!—Un fuerte grito femenino los sacó de aquella discusión que seguramente no hubiera acabado bien.
Toda la tripulación, el príncipe y su escolta, pero sobre todo Akerón y Katian, se giraron hacia el lugar de donde esta provenía.
Sí, era ella.
Como una amazona estaba montada sobre un hermoso hipocampo, que relinchaba fuertemente, sus crines eran del más profundo turquesa. El vestido que llevaba se ceñía a su cuerpo como una segunda piel, mostrándola tal y como su madre la trajo al mundo. Su pelo, aun estando tremendamente mojado, seguía teniendo aquellos rizos tan agresivos y negros como la tinta. Sus enormes ojos verdes brillaban triunfantes.
—Denna…—Susurró Katian.
Akerón, a su lado, tampoco podía creer lo que veía. ¿Qué hacía aquella maldita hechicera allí? aquel era su trabajo y ella no tenía por qué quitárselo.
—¿Quién es esa mujer?—Preguntó el príncipe indignado por la interrupción.
—No es una mujer…—Dijo Akerón.
—Me llamo Denna, Alteza.—Dijo ella demostrando hasta donde llegaba su oído sobrehumano.—Vengo a ayudar. Le garantizo que yo soy capaz de darle a vuestra sirena las mejores piernas que halláis visto en vuestra vida, ahora mismo y sin dolor.
—¿A sí? ¡Demuéstramelo!
—Será un placer, Alteza—dijo ella con una sonrisa y una reverencia.
—Esta viene a putearnos, Katian. ¡Haz algo!—Le dijo Akerón a su amigo, pero este no contestó, estaba como hipnotizado ante la visión de la hechicera, ese era el efecto que ella tenía sobre el brujo, y que su amigo tanto odiaba.
“Que sea lo que los Dioses quiera…” Akerón cerró los ojos y suspiró.
El barco enteró contuvo la respiración cuando la hechicera introdujo una de sus manos en el agua salada. En seguida, un torbellino de burbujas, tan brillantes que incluso resaltaban bajo la luz del sol, envolvieron la plateada y fuerte aleta de Shena, que comenzó a retorcerse por la transformación.
No habían pasado muchos minutos cuanto sus nuevos pies emergieron del agua y a Shena empezara a costarle trabajo mantener su cabeza fuera del agua para respirar.
—¡Vamos, gandules! ¡Ayudadla a subir!—Gritó el Capitán a dos de sus hombres, que en seguida se zambulleron en el agua y sujetaron a la joven.
Una vez en el barco, Akerón se quedó embobado mirando a Shena, y a sus nuevas piernas…
—Será lo que sea, pero esa hechicera sabe lo que se hace…
Katian le propinó un codazo en la barriga que, aunque le causo un dolor insoportable, no fue suficiente para borrar la sonrisa burlona y sarcástica del rostro de su amigo.
El príncipe enseguida se deshizo de su capa y cubrió con ella el cuerpo desnudo de su prometida, a la que abrazó durante lo que parecieron interminables minutos en los que Shena rompió a llorar, la pareja parecía verdaderamente emocionada.
Aún abrazado a su amada, Willem se volvió hacia la hechicera, que aún observaba montada sobre aquel espectacular híbrido.
—¡Gracias, mujer!—Le gritó.—Dime ahora como puedo recompensarte.
—No hace falta, Alteza. Si no hubiera sido amor verdadero el que os unía no habría sido posible mi magia.—Mientras pronunciaba estas palabras sus ojos permanecían clavados en Katian, cruzando su mirada con la del brujo.—Dele a esos dos hombres la recompensa que me habríais dado a mí.
Katian sintió algo doloroso en el corazón.
El hipocampo volvió a sumergirse, produciendo una gran salpicadura de agua que llegó a empapar a los tripulantes del ballenero. Katian ni siquiera sintió el frío líquido que lo calaba.
—Pocas serán las ganancias que sacareis tu amigo y tú de esto.—Le dijo el príncipe a Katian nada más llegar a puerto-la que nos ha ayudado al final ha sido aquella misteriosa mujer.
El brujo volvió a sentir un profundo dolor al recordarla.
Shena, que no se había separado de su amado durante todo el viaje de vuelta, aún estaba envuelta en la oscura capa, la única prenda que la cubría.
El príncipe la miró y sonrió.
—Aunque ella me haya dicho que os diera la recompensa que le hubiera dado a ella no tengo por qué hacerlo, pero hoy estoy de buen humor, y creo que esto me durara.—Metió la mano en uno de sus bolsillos y sacó un saquito repleto de monedas de plata.—Así que tened, aunque no os lo halláis ganado, os invito a que paséis un buen rato en la casa de Lis que está en la calle principal. No hay burdel mejor que ese en todo el reino, os lo aseguro.—Después, sujetando a Shena, que aún apenas era capaz de mantenerse en píe por ella misma, comenzó a alejarse del brujo, que aún pudo escuchar las palabras que Willem casi le susurraba.
—Te voy a presentar a mi padre, seguramente este borracho en la misma cantina de siempre.
—¡Perdone, Alteza! ¿En qué cantina decís que esta vuestro padre?—Le preguntó sorprendido.
—Creo que tu amigo y tú ya habéis estado en ella.—Le dijo juguetón el joven.—Si no… No estaríais aquí.
La pareja se alejó dejando atrás a un perplejo Katian.
Akerón lo esperaba al otro lado del muelle, acababa de recoger a los caballos del establo en el que los habían dejado bajo recaudo. El brujo, apoyado sobre la gran bestia negra, se estaba sacando la mugre de debajo de las uñas con ayuda de su pequeño puñal de plata. Antes de llegar hasta él, Katian lo observó durante unos segundos, por muchos años tiempo que pasara, Akerón seguía poseyendo ese rasgo que siempre lo había caracterizado, un aspecto extremadamente juvenil, que no iba de la mano con su edad.
En cuanto escuchó acercarse, Akerón levantó la vista y lo miró sonriente.
—¿Qué? ¿Te ha mandado a paseo?—Le preguntó a Katian.
—Pues no… Después de lo que ha pasado esté de buen humor y nos ha invitado a un burdel.
—¿En serio?
—Si.—Dijo Katian mientras desanudaba la bolsita de monedas de su cinturón y la ponía en la mano de Akerón.
—¡Ehhh! Qué majete el niñato. ¿Y dónde por dónde está ese burdel?
—En la calle principal.
—¿No vienes?
Katian negó con la cabeza.
—Deberías, así al menos te sacas a esa zorra de la cabeza durante un rato.
—Ahora no, Akerón. Lo único que me apetece ahora es estar solo, con mis pensamientos…
Akerón miró la bolsa que tenía en la mano y después a su amigo. Durante unos largos segundos estuvo pensando si quedarse con él o irse. Finalmente, su calentura pudo más que él, como en la mayoría de las ocasiones…
—No creo que tarde mucho, amigo. En cuanto salgo vengo y nos vamos de aquí.
Katian montó en su caballo y escuchó como los pasos de Akerón se alejaban, de repente recordó algo:
—Por cierto, Akerón, ¿a que no sabes quién era el borracho de la taberna?
Pero su amigo no le contestó, ya no estaba, sus pasos ya no se escuchaban…
El brujo, sintiendo un gran alivio, agarró el cuello del equino, como si fuera a abrazar su gran cabezota. Al apoyarse contra las crines del animal, notó como si miles de cristales se clavaran en su pecho, como si su pecho estuviera relleno de ellos.
“Es esto lo que se debe de sentir cuando ya tu corazón está completamente roto”. Pensó, y cuando nadie lo miraba, rompió a llorar.

3 comentarios:

  1. Qué forma tan bonita de narrar, enseguida me he sumergido en la lectura. Te aplaudo.

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  2. Muchísimas gracias, amiga Nina! Me alegro un montón que te haya gustado!

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