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martes, 7 de junio de 2016

Gorgonas




El camerino era bastante espacioso, con tres grandes tocadores, uno para cada una. Las cortinas de las ventanas estaban especialmente colocadas como para que la luz del sol pudiera entrar en la habitación, y a la vez, impedir que ningún curioso pudiese asomarse por ellas.
Las tres hermanas habían llegado hacía solo 2 horas, el viaje había sido largo, y mientras Acantha daba cabezadas en el sofá, y Hécate se deleitaba con un caliente baño perfumado con vainilla, Adara se encontraba delante del único espejo que las jóvenes habían dejado sin cubrir.


Lentamente, cepillaba su largo cabello, rubio como el oro, y tan liso y sedoso como las más caras sedas, retorciendo cada mechón entre sus temblorosos dedos… Ella era la única que sentía nervios antes de cada actuación, y aquel día no sería como los demás…
Habían tardado menos de cinco años en alcanzar la gran fama que tenían ahora. Individualmente sus voces eran espectaculares, con cierto aire especial, casi sobrenatural… Pero cuando sonaban juntas… Simplemente no había palabras para describir aquello…
Al bajo estaba Hécate, a la guitarra Acantha, y acompañando solamente con su voz estaba Adara. El estilo que dominaban no dejaba de ser clásica, pero sin dejar de acercarse peligrosamente al rock. Pero aun a pesar de la originalidad de sus composiciones, no era este detalle el que hacía más irresistible a las tres hermanas, ni tampoco la inagotable fuente de sensualidad que manaba de ellas cuando se subían al escenario, sino el enorme misterio de sus ojos… Unos ojos tan celosamente tras unas eternas gafas de sol que hacían posible que no hubiera nadie en el mundo capaz de describirlos.
Nunca, jamás había sido posible ver a estas chicas desprovistas de estas inseparables y oscuras lentes, ni siquiera durante sus entrevistas en televisión. Las tres pensaban que, teniendo algo que el mundo entero se moría por ver, resultarían mucho más irresistibles, y no, no se equivocaban…
Aquella noche, durante su primer concierto en Illinois, mostrarían por primera vez sus miradas al mundo, a sus fans, a las cámaras de televisión… A todos… Y aquel día, el día en que aquel enorme estadio estaría abarrotado, era el día perfecto…
Unos golpes a la puerta del camerino sobresaltó a las hermanas, que tan rápidamente volvieron a cubrir sus ojos con gafas de sol.
Acantha fué la que abrió la puerta.
—Buenas noches, señoritas.—Las saludó el ………—Espero que hayáis lo encontrado todo a vuestro gusto.
—Desde luego que sí, han sido muy amables.—Le respondió la chica con una sonrisa dulce en los labios y un gesto coqueto.—No ha faltado nada de lo que hemos pedido.
—Estupendo,  ¿ya estáis listas? “The prinsceton” están tocando ahora mismo, dos canciones más y será vuestro turno.
—De acuerdo, ultimaremos los detalles. ¡Disfrute del concierto!
—Lo haré.—Dijo el hombre, despidiéndose con una caballerosa aunque anticuada reverencia.
La joven guitarrista cerró la puerta a su espalda.
—A prepararse.—Anunció sacando su bajo de la funda, dispuesta a afinarlo como hacían antes de cada concierto.
Lentamente, pero sin detenerse, las tres chicas comenzaron a prepararse. Siempre elegían el mismo Look para todas sus actuaciones: Ajustados pantalones de cuero negro, pequeñísimos tops que dejaban bastante poco a la imaginación, meleas sueltas y…. Aparte de las ya mencionadas ganas de sol, un cinturón idéntico para cada una, correas que representaban a tres serpientes de intenso color verde esmeralda que rodeaban su cintura. Una vez vestidas, y con sus instrumentos ya preparados, abandonaron la habitación.
Sus estómagos vibraron cuando empezaron a tocar, los enormes altavoces del escenario hicieron temblar el suelo, ¿o quizá era el público el que lo hacía cuando saltaban todos a la vez? La música parecía calentar la sangre en sus venas a medida que se elevaba, rodeando cada una de las paredes de aquel enorme espacio. Las hermanas bailaban al ritmo de sus rimas, acariciando sus melenas y contorneando su cuerpo de manera sensual, conocedoras del gran deseo que despertaban en la gran mayoría de sus fans. En alguna que otra ocasión, se llevaron las manos a la cara, como con intención de librarse de las gafas, pero no lo hicieron, solo intentaban alimentar esa gran incógnita que las hacía únicas y por la cual eran tan famosas. ¿Qué puede hacer más atractiva a una mujer que el deseo irrefrenable por ver lo que mejor oculta?
De esta manera, nada más terminar la última canción, las tres hermanas descubrieron sus ojos al unísono. Aquellos ojos eran hermosísimos, almendrados, grandes y de un color ámbar especialmente praticular, antinatural, monstruoso y, de alguna manera, indescriptibles… Pues ni uno solo de los componentes del público podrían volver a hablar jamás…
Aquella vibración en el suelo, producida por los saltos, cesó de repente, el calor de todos aquellos cuerpos palpitantes se fue extinguiendo, y las voces se apagaron, pues una monstruosa transformación había empezado a paralizar las cuerdas bocales de todas aquellas personas. Solo la piedra quedó en su lugar, grandes y pesadas estatuas recordando el aspecto que una vez tuvieron aquellos que cantaron la última canción de las tres hermanas, algunas de ellas manteniendo la ridícula postura que tenían al bailar… Algunas parejas se habían quedado congeladas en lo que ya sería un eterno beso, y un grupo de Heavys alzaban sus mecheros con llamas puntiagudas.
El silencio absoluto reinó de repente aquel lugar, silencio que solo fue roto por los lentos pasos de las cantantes al bajarse del escenario. Sus tacones resonaban tanto entre aquel ejército de figuras que incluso parecía ser capaz de agrietar su fría superficie. Acantha se adelantó a sus hermanas, acariciando la mejilla agrietada y gris de un chico alto que aún sonreía.
—Una pena que este guaperas no pueda volver a moverse más…—Susurró fingiendo aflicción.—Hermanitas… ¿Dónde es nuestro próximo concierto?






1 comentario:

  1. ¡Excelente relato! Has sabido reelaborar y actualizar el mito de una forma asombrosa. ¡Mis felicitaciones y un abrazo!

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