El camerino era bastante
espacioso, con tres grandes tocadores, uno para cada una. Las cortinas de las
ventanas estaban especialmente colocadas como para que la luz del sol pudiera
entrar en la habitación, y a la vez, impedir que ningún curioso pudiese asomarse
por ellas.
Las tres hermanas habían llegado
hacía solo 2 horas, el viaje había sido largo, y mientras Acantha daba
cabezadas en el sofá, y Hécate se deleitaba con un caliente baño perfumado con
vainilla, Adara se encontraba delante del único espejo que las jóvenes habían
dejado sin cubrir.
Lentamente, cepillaba su largo
cabello, rubio como el oro, y tan liso y sedoso como las más caras sedas,
retorciendo cada mechón entre sus temblorosos dedos… Ella era la única que
sentía nervios antes de cada actuación, y aquel día no sería como los demás…
Habían tardado menos de cinco
años en alcanzar la gran fama que tenían ahora. Individualmente sus voces eran
espectaculares, con cierto aire especial, casi sobrenatural… Pero cuando
sonaban juntas… Simplemente no había palabras para describir aquello…
Al bajo estaba Hécate, a la
guitarra Acantha, y acompañando solamente con su voz estaba Adara. El estilo
que dominaban no dejaba de ser clásica, pero sin dejar de acercarse
peligrosamente al rock. Pero aun a pesar de la originalidad de sus
composiciones, no era este detalle el que hacía más irresistible a las tres
hermanas, ni tampoco la inagotable fuente de sensualidad que manaba de ellas
cuando se subían al escenario, sino el enorme misterio de sus ojos… Unos ojos
tan celosamente tras unas eternas gafas de sol que hacían posible que no
hubiera nadie en el mundo capaz de describirlos.
Nunca, jamás había sido posible
ver a estas chicas desprovistas de estas inseparables y oscuras lentes, ni
siquiera durante sus entrevistas en televisión. Las tres pensaban que, teniendo
algo que el mundo entero se moría por ver, resultarían mucho más irresistibles,
y no, no se equivocaban…
Aquella noche, durante su primer
concierto en Illinois, mostrarían por primera vez sus miradas al mundo, a sus
fans, a las cámaras de televisión… A todos… Y aquel día, el día en que aquel
enorme estadio estaría abarrotado, era el día perfecto…
Unos golpes a la puerta del
camerino sobresaltó a las hermanas, que tan rápidamente volvieron a cubrir sus
ojos con gafas de sol.
Acantha fué la que abrió la
puerta.
—Buenas noches, señoritas.—Las
saludó el ………—Espero que hayáis lo encontrado todo a vuestro gusto.
—Desde luego que sí, han sido muy
amables.—Le respondió la chica con una sonrisa dulce en los labios y un gesto
coqueto.—No ha faltado nada de lo que hemos pedido.
—Estupendo, ¿ya estáis listas? “The prinsceton” están
tocando ahora mismo, dos canciones más y será vuestro turno.
—De acuerdo, ultimaremos los
detalles. ¡Disfrute del concierto!
—Lo haré.—Dijo el hombre,
despidiéndose con una caballerosa aunque anticuada reverencia.
La joven guitarrista cerró la
puerta a su espalda.
—A prepararse.—Anunció sacando su
bajo de la funda, dispuesta a afinarlo como hacían antes de cada concierto.
Lentamente, pero sin detenerse,
las tres chicas comenzaron a prepararse. Siempre elegían el mismo Look para
todas sus actuaciones: Ajustados pantalones de cuero negro, pequeñísimos tops
que dejaban bastante poco a la imaginación, meleas sueltas y…. Aparte de las ya
mencionadas ganas de sol, un cinturón idéntico para cada una, correas que
representaban a tres serpientes de intenso color verde esmeralda que rodeaban
su cintura. Una vez vestidas, y con sus instrumentos ya preparados, abandonaron
la habitación.
Sus estómagos vibraron cuando
empezaron a tocar, los enormes altavoces del escenario hicieron temblar el
suelo, ¿o quizá era el público el que lo hacía cuando saltaban todos a la vez?
La música parecía calentar la sangre en sus venas a medida que se elevaba,
rodeando cada una de las paredes de aquel enorme espacio. Las hermanas bailaban
al ritmo de sus rimas, acariciando sus melenas y contorneando su cuerpo de
manera sensual, conocedoras del gran deseo que despertaban en la gran mayoría
de sus fans. En alguna que otra ocasión, se llevaron las manos a la cara, como
con intención de librarse de las gafas, pero no lo hicieron, solo intentaban
alimentar esa gran incógnita que las hacía únicas y por la cual eran tan
famosas. ¿Qué puede hacer más atractiva a una mujer que el deseo irrefrenable
por ver lo que mejor oculta?
De esta manera, nada más terminar
la última canción, las tres hermanas descubrieron sus ojos al unísono. Aquellos
ojos eran hermosísimos, almendrados, grandes y de un color ámbar especialmente
praticular, antinatural, monstruoso y, de alguna manera, indescriptibles… Pues
ni uno solo de los componentes del público podrían volver a hablar jamás…
Aquella vibración en el suelo,
producida por los saltos, cesó de repente, el calor de todos aquellos cuerpos
palpitantes se fue extinguiendo, y las voces se apagaron, pues una monstruosa
transformación había empezado a paralizar las cuerdas bocales de todas aquellas
personas. Solo la piedra quedó en su lugar, grandes y pesadas estatuas
recordando el aspecto que una vez tuvieron aquellos que cantaron la última canción
de las tres hermanas, algunas de ellas manteniendo la ridícula postura que
tenían al bailar… Algunas parejas se habían quedado congeladas en lo que ya
sería un eterno beso, y un grupo de Heavys alzaban sus mecheros con llamas
puntiagudas.
El silencio absoluto reinó de
repente aquel lugar, silencio que solo fue roto por los lentos pasos de las
cantantes al bajarse del escenario. Sus tacones resonaban tanto entre aquel
ejército de figuras que incluso parecía ser capaz de agrietar su fría
superficie. Acantha se adelantó a sus hermanas, acariciando la mejilla
agrietada y gris de un chico alto que aún sonreía.
—Una pena que este guaperas no
pueda volver a moverse más…—Susurró fingiendo aflicción.—Hermanitas… ¿Dónde es
nuestro próximo concierto?
¡Excelente relato! Has sabido reelaborar y actualizar el mito de una forma asombrosa. ¡Mis felicitaciones y un abrazo!
ResponderEliminar