Situado en una de las zonas base del
Monte Fuji, concretamente entre las prefecturas de Yamanashi y Shizuoka, se
encuentra el lugar que posee el dudoso mérito de ser el segundo lugar del
planeta en el que más suicidios tienen lugar, solo superado por el puente
Gonden Gate de San Francisco. Se trata de Aokigahara Yukai, también conocido
como el bosque de los suicidios.
Maldito desde tiempos inmemoriales,
pues ya en el periodo de Edo había poemas que aseguraban sus malas bibraciones,
el bosque de Aokigahara ha sido la meca de muchos de aquellos que desean
deshacerse de sus vidas. Su leyenda nace precisamente en el Japón feudal,
durante el cual muchas familias atacadas por el hambre se vieron obligadas a
abandonar a sus mayores, hijos, o personas enfermas a su cargo en ese mismo
bosque, prácticamente los condenaban a muerte. Desde entonces, se dice que los
espíritus de estos pobres desgraciados vagan entre sus árboles con hambre de
venganza, buscando atraer a todo aquel que se atreviera a adentrarse en sus
senderos, instándolos a compartir con ellos su triste eternidad.
Zapatillas y algunas otras prendas de
vestir, como camisas y chaquetas, junto con algunas latas de alcohol, jeringas
y botes de pastillas, siempre rodeados por una cinta policial que jamás es retirad,
son la antesala de los primeros kilómetros de uno de los lugares más malditos
del mundo, y el cual forma a la perfección el escenario perfecto de bosque
maldito.
Mucha gente evitaría vivir en una
casa en la que haya tenido lugar un suicidio, incluso recelan entrar en ellas.
¿Te atreverías tú a adentrarte en un lugar en el que han tenido lugar cientos
de ellos?
Fotos reales de Aokigahara yukai
Sobre este espantoso lugar hablé en la primera parte del último relato que compartí con vosotros, y hopy os traigo su final. Antes de que empeceis a leer quiero advertir que las imágenes que agrego al tezto pueden herir la sensibilidad de algunos lectores, pero es algo que no he podido evitar publicar para mostrar lo mejor posible el horror que cada año viven los cuerpos de seguridad engargados de retirar los cadáveres de los suicidas de tan tenebroso lugar. También quiero dejar claro que lo hago desde mi más prifundo respeto. Una vez dicho esto, ¡espero que os guste mi final!
AOKIGAHARA (II)
Pasamos muy lentamente ante las dos primeras entradas del
bosque de Ahokigahara, las más transitadas por los turistas. En ellas, dos
guardias armados y uniformados montaban guardia, advirtiendo a cada uno de los que
se adentrarían por sus senderos los peligros de salirse del camino. Según las
leyendas, aquel bosque estaba dominado por los vengativos yurei, las antiguas
energías de todas las personas fallecidas entre sus árboles y que, por todos
los medios, sobre todo a base de engaños, tratan de atraer con ellos a todo
aquel visitante que se despiste del grupo o tengan sentimientos suicidas.
Varias son las rutas turísticas a través de Ahokigahara, todas ellas guiadas
por personas experimentadas y con altos conocimientos de supervivencia, pero
ninguna de ellas se adentraba a más de un número limitado de kilómetros en el
bosque. Nosotros nunca tuvimos en cuenta dichos límites, y era entonces cuando
entraba en juego mi habilidad, la de guiarme
siendo totalmente indiferente el lugar en el que me encontrara.
Llegamos a una tercera entrada en la que no se veía
movimiento, ni turistas, ni visitantes, ni curiosos ni guardia de seguridad,
solamente un coche marrón. Nuestro auto se detuvo justamente a su lado, y cuando
me apeé pude ver con más detenimiento aquel vehículo que mostraba evidentes
signos de abandono. Su pintura estaba corroída por el sol, sus neumáticos
desinflados… Esperando a un dueño que ya nunca regresaría…
Mi hermano fue el siguiente en bajarse del coche, dando dos
grandes zancadas para estirar las piernas. Los viajes en coche, por cortos que
fueran, siempre le habían resultado fastidiosos. Se dirigió al maletero, lo
abrió, y sacó a trompicones el cuerpo del desgraciado joven, el cual no
aparentaba más de treinta años. Un largo reguero de sangre manaba de una herida
abierta en su frente, sus ojos estaban entreabiertos y no se movía.
—¿Está muerto? —pregunté sin mucho interés.
—No, solo está inconsciente. Aunque creo que se pasó con el
polvito de las hadas. —El Señor Ishiguro sacó un cigarrillo de su pitillera, lo
encendió y dio una larga calada con aire relajado. Sus pequeños ojos, que
mostraban una inquietante tranquilidad, barrieron las copas de los primeros
árboles que nos esperaban.
Kylo le dio dos bofetadas a la víctima, que pareció
reaccionar aunque de una forma muy débil. Mi hermano hizo una señal a Ishiguro,
señalando el arma plateada que portaba en la cintura.
—No, todavía no, Kylo. Será un fastidio tener que llevarlo
a cuestas. Vamos, se nos hace tarde.
Con un simple gesto de su mano, todos seguimos a nuestro
jefe. Su paso era decidido, y ni siquiera se molestó en mirar el típico cartel
que aparecía en todas las entradas del bosque, un letrero en el que rezaba:
“Tu vida es valiosa y te ha sido otorgada por tus padres.
Por favor, piensa en ellos, en tus hermanos e hijos. Por favor, busca ayuda y
no atravieses este lugar solo”.
Yo siempre lo observaba, imaginando cuantas almas se
habrían encontrado ante él, leyendo sus ya roídas letras desde que lo
colocaron, formando una de las últimas imágenes que obsevaron antes de morir…
Aquello sí merecía todo mi respeto, por lo que nunca dudaba en mostrarlo antes
de adentrarme en aquel lugar.
Avanzamos siguiendo el camino al menos cuatro kilómetros,
durante los cuales no dejamos de ver más y más carteles similares al anterior, recordándole
a los posibles suicidas todas esas tonterías de lo bonita que era la vida, que
pensaran en sus familias antes de hacer aquella locura, etc... En más de una
ocasión el camino se bifurcaba en dos, formando una especie de “y” cuyo
seguimiento estaba franqueado por balizas y cintas de seguridad. Fue en la
tercera de estas bifurcaciones donde nos adentramos en el bosque.
El cliente había dejado el lugar de la ejecución a nuestra elección,
e Ishiguro no se lo había pensado dos veces. Ahokigahara era el lugar perfecto
para cometer un crimen, ya que contaba con una frondosidad tan fuerte que
incluso el sonido de un disparo podría pasar desapercibido por aquellos que
estuvieran caminando por los caminos guiados. Entre sus árboles más profundos
solo se atrevían a adentrarse los suicidas, los que no tenían miedo a lo que ya
pudiera pasarle a sus vidas, ya que allí mismo pensaban despedirse de ellas.
Seguimos adelante, no nos detuvimos ni una sola vez, y yo
sabía perfectamente el sitio en el que nos encontrábamos. Ya pasadas unas
horas, el joven pareció recomponerse de las drogas tranquilizantes, y empezó a
gritar, aunque poca importancia tenía si lo hacía, allí nadie lo podría
escuchar…
El bosque ofrecía un aspecto incómodo y amenazador, como si
en todo momento nos estuvieran observando.
Tras una pequeña caminata, el improvisado camino dejó de
ser seguro para convertirse en un angosto hueco entre árboles en el que había
menos vegetación y más nieve, por lo que las ramas diagonales de otros árboles
nos hacían agacharnos para poder avanzar. A cada pocos metros tuvimos que
empezar a bajar rampas empinadas o subir pequeñas lomas. Aquello no era un
paseo, desde luego… Las botellas de agua que portabamos se agotaron en menos de
dos horas.
Encontramos marcas de cintas de colores rodeando algunos
troncos, y unas cuantas marcas de pisadas que, al principio, creí que
pertenecían a dos personas distintas, pero no tardé en corregir mi error cuando
un olor nauseabundo llegó hasta nosotros… Un hombre de no más de cincuenta años
se hallaba colgado en una rama baja, una corbata rodeaba su cuello ya morado y
mostrando un avanzado estado de descomposición. Aquella imagen no produjo ni el
más mínimo sentimiento en ninguno de nosotros, ya que no era la primera vez que
entrábamos en el bosque. Además, y creedme cuando os digo esto como Yakuza que
soy, es más duro observar a alguien que ha muerto en contra de su voluntad que
a otro que haya elegido, por las razones que fueran, su propio destino.
Después de aquella escena pasaron varios minutos durante
los cuales ninguno de nosotros habló, siendo el silencio solo roto por el crujir
de la tierra y las ramas húmedas bajo la suela de nuestros zapatos.
No tardé mucho más en sentirme agobiado por el sudor y
empecé a desabrocharme los primeros botones de la camisa. Mis dedos se toparon
con la cadena que me había dado Nikko, no supe por qué, quizá por el mero hecho
de que me las hubiera entregado ella, pero la apreté en mi puño con fuerza.
Mi mente volvió a fantasear de nuevo con la idea de
contarle la verdad a mi jefe, o mejor aún, de escapar los dos juntos, lejos de
aquí, lejos de Tokio… Aunque, en realidad, no habría ni un solo lugar en todo
el maldito país que no pudiera ser alcanzado por los tentáculos de Ishiguro. En
realidad, ninguno de aquellos quebraderos de cabeza podrían llevarme jamás a un
puerto seguro, hiciéramos lo que hiciéramos, él siempre nos perseguiría, ¡es
más! ¿Quién me decía a mí que Nikko vendría conmigo? Aquella era una idea que
yo solito me había formado en la cabeza, sabía que nos hacía falta una intensa
y definitiva conversación sobre nuestro futuro, aquella situación tenía que
terminar… En aquel momento lo tuve claro.
De repente, sin saber si era solo producto del cansancio o
de imaginarme a aquella mujer, escuche su voz… Llamándome entre las retorcidas
ramas de los árboles.
—Oishi…
El susurro fue casi inaudible, pero a la vez tuve la fuerte
sensación de que se había producido muy cerca. Me detuve sobre mis pasos, aun
con el peligro que corría de resbalarme con alguna de aquellas enmohecidas
piedras que cubrían el terreno, y miré a mí alrededor. A parte de mis
compañeros, allí no había nadie más.
—¿Nikko? —pregunté.
Nadie respondió, solo el ulular del viento entre las ramas
bajas.
—¡¿Pero qué coño dices, Oishi?! —bramó el Señor Ishiguro,
del que me había olvidado por completo durante unos segundos.
Sobresaltado me volví hacia él, que desde la cabeza del
grupo me miraba con el rostro enrojecido y bañado en sudor.
—¿Has pronunciado el nombre de mi hija? —En aquel momento
sus ojos resplandecían con la ira de un padre deshonrado, barriéndome con una
gran abominación, haciéndome sentir completamente insignificante, como lo sería
un conejo completamente a merced de su cazador.
Yo tragué saliva, intentando que mi voz sonara clara y
ocultara la incomodidad y nerviosismo que sentía.
—Yo…
Pero cuando estaba apuno de continuar, aquella voz volvió a
dejarse oír, y esta vez lo hizo mucho más fuerte que antes.
—¡Oishi!
Fue entonces cuando todos nos asustamos, incluso los ojos
de nuestra desgraciada víctima se abrieron como platos. Sentí como una gota de
sudor resbalaba por mi espalda, tan fría y tan pequeña como una uña de acero
que me rasgaba la piel.
—Señor, ¿ha oído eso? —preguntó mi hermano.
—Es mi hija… ¿Qué demonios hace aquí? ¿La has traído tú,
Oishi? ¿Le has dicho dónde veníamos?
Simplemente no pude contestar, en aquel momento hubiera
querido decirle que aquella voz solo era producto de su imaginación, que al
bosque le gustaba jugar con los que se adentraban en él, pero, por otra parte…
Aquella voz había sido tan clara que incluso yo mismo dudaba que no fuera real.
Intenté retroceder, pero mis temblorosas piernas solo me
hicieron resbalar cuando mi jefe apartó de un fuerte golpe a nuestra víctima y
se acercó a mí, señalándome con el dedo:
—Tú… Hace tanto tiempo que quería decirte esto… ¡Tú estás
con mi hija! Y me has querido traer aquí para acabar conmigo. ¡Tú, maldito
Oishi! El único que es capaz de entrar y salir de aquí como un niño en una
guardería. ¡Tú…
Sus palabras salían de su boca acompañadas por pequeñas
gotas de saliva, pocas veces lo había visto tan furioso. Ishiguro era un hombre
capaz de cualquier cosa para defender a los suyos, era realmente digno de temer
por un clan enemigo, y en aquel momento me tenía a tiro a mí… Sentado sobre el
suelo musgoso y resbaladizo, y con el rostro pegado a la boca de fuego de su
pistola.
—¡Señor! —interrumpió mi hermano—. Esa voz no significa
nada, es el yurei jugando con nosotros, ¡es él el que quiere confundirnos y
atraparnos, no Oishi! Este lugar esta maldito, nunca nos habíamos adentrado
tanto y cuanto antes lo abandonemos, mejor.
El rostro de mi hermano no ocultaba el miedo que sentía,
sus ojos estaban desorbitados y su labio inferior no dejaba de temblar. Solo
con mirarlo supe que sus palabras a Ishaguro eran más un consuelo que otra
cosa, él tampoco sabría encontrarle el sentido a aquella voz.
Mi jefe sacudió su cabeza, como si así pudiera salir de la
confusión y volver a pensar con claridad. Cuando volvió a mirarme, su gesto se
había tornado algo más razonable.
—Tienes razón, lo siento Oishi. —Con un decidido tirón de
manos me ayudo a incorporarme—. Venga, acabemos con esto.
Ishiguro se dirigió con paso firme, aunque lento, hasta dónde
se encontraba el joven, rebuscó en uno de sus bolsillos hasta sacar un bote de
píldoras pequeñas y amarillas que le ofreció mientras mi hermano lo encañonaba
a la cabeza.
—Tómate esto. —Le espetó.
El chico no se movió, ni siquiera pestañeó. Mi jefe
suspiró.
—Verás, chico… Ya estás muerto de todas formas, sino es a
causa de las pastillas será por un disparo en la sien. Tú mismo…
El pobre chico pareció vacilar usos segundos, puede que
buscando alguna manera de salir de aquello pero, al ver que la salida era
imposible, empezó a meterse las píldoras en la boca. Primero lo hizo con
pequeñas cantidades para terminar tragándose medio bote de golpe. Tras ese último
trago, miró de reojo el cañón de la pistola que le rozaba la sien, esperando el
golpe final. Pero éste golpe nunca llego, yo ya lo sabía… En su lugar, el chico
fue fuertemente amordazado entre mi jefe y mi hermano. Una muerte por
intoxicación era la que desde un primer momento había sido pensada para él.
Los cadáveres perdidos en el bosque de Ahokigahara eran
recuperados una vez al año por una cuadrilla especializada de la policía. No
era muy normal que les realizaran autopsias, pero por petición de la familia
era algo que podía ocurrir, y un disparo en la cabeza no casaba con un estómago
lleno de píldoras.
Una vez desechos del cadáver, el cual dejamos colgado de
una de las ramas más bajas que encontramos, emprendimos nuestro camino de
regreso.
Pasó más de media hora sin que ninguno de nosotros hablaba.
Siempre era así, después de alguno de nuestros trabajos era normal que cada uno
se sumergiera en sus propios pensamientos, atrapados por su propia conciencia,
la misma que a duras penas intentaban recordarnos lo que estaba bien y lo que
no.
En ningún momento dudé del camino que seguía, estaba seguro
de conocer la ruta que nos separaba del primer cartel a la perfección, pero
parecía que aquel bosque tenía todavía algo más destinado a nosotros…
—Oishi…
De nuevo, aquel familiar lamento de mujer surgió de la
oscuridad, como arrastrado por el viento para atormentarnos con su presencia
sobrenatural. El Señor Ishiguro se paró en seco y se giró, frotándose los ojos
con ambas manos, como si aquello fuera a permitirle ver con mejor claridad.
Nada…
—¿Nikko? —llamó temeroso.
—Sí, papá… Estoy aquí…
Aquella respuesta me dejó paralizado, ¿había contestado?
¿Se trataba realmente de Nikko? ¿Era aquella mujer tan estúpida como para
habernos seguido hasta allí? No… Aquellas actitudes no eran propias de ella.
Estaban jugando con nosotros, los yurei nos estaban engañando.
—¡Hija! ¿Qué haces aquí? —Ishiguro empezó a retroceder
hacia el bosque, invirtiendo los pasos que habíamos adelantado. Estaba
totalmente alucinado.
—¡Señor! —Le gritó mi hermano—. ¡Señor, no es Nikko, es
solo su imaginación! ¡Vuelva!
Pero él ya no lo escuchaba, ya ni siquiera veíamos el
resplandor de su camisa banca entre la oscuridad del bosque. A nuestros oídos
llegaban sus gritos desgarradores llamando a Nikko.
Mi hermano y yo nos miramos, cada uno buscando en el otro
la respuesta a una misma pregunta, ¿deberíamos volver a por él? Pero no
perdimos mucho tiempo pensando, ya que en menos de un minuto ya volvíamos a
reemprender el camino, esta vez todo lo rápido que nuestras piernas lo
permitieron.
Sabía que la situación de mi hermano no era fácil pues, a
pesar de su cómodo trabajo, el mismo que le permitía ganar unas suculentas
sumas de dinero por apenas mancharse las manos, literalmente, aquello no le compensaba
la vigilancia que debido a tal labor recaía sobre su familia. Todos aquellos
que están dispuestos a entrar en una banda yakuza sabe dónde se mete, conoce
los riesgos que dicha profesión, pero lo peor de todo era saber que las
consecuencias de la deslealtad o la falta de respeto hacia un superior
supondrían no solo su fin, sino también el de todos sus seres queridos. El
extravío del Señor Ishiguro era la excusa perfecta para desertar, aunque nadie desertara
del todo de la yakuza.
—¿Qué hacemos cuando lleguemos al coche? —Me preguntó Kylo,
en aquellos momentos más emocionado por su liberación que por salir de aquel
lugar.
—Vallamos al club, con toda naturalidad, y contaremos lo
sucedido. Perfectamente pueden creer que nosotros acabamos con Ishiguro, pero
no creo que ninguno de esos cobardes se atreva a entrar aquí a buscar su
cadáver para atestiguar. Lo que haremos será lo siguiente: Después de dar
nuestra versión yo buscaré a Nikko, tú saldrás a esperarnos con dos coches.
Después iremos a buscar a Yumi y a los niños.
—¿Ese es tu plan? ¿Ya está?
—No te preocupes, sé la combinación de la caja fuerte de
Ishiguro.
—¿Cómo lo sabes?
—Bueno, personalmente no la sé, pero Nikko sí.
—¿Podemos confiar en ella?
—Créeme, hermano. Ella tiene más ganas de salir de aquí que
nosotros.
Lo oí suspirar, pero no me importó, yo estaba completamente
seguro de lo que hacía y de la mujer a la que había entregado mi corazón. Entre
resbalón y resbalón, continuamos avanzando en silencio.
Es curioso, pero llega un momento en el que, encontrándote
en un lugar en el que tantas almas descansaran eternamente, empiezas a tener
alucinaciones. Escuchas y ves cosas que en realidad son imposibles, por eso
creo que en aquel momento pudimos escuchar la voz de mi cuñada:
—Kylo…
Su tono era lastimero, lloroso, exactamente como nos había
parecido el de Nikko unos minutos antes.
Los ojos de mi hermano se abrieron sobremanera, incluso
parecían ser capaces de salir disparados de sus órbitas en cualquier momento.
El no contestó, solo empezó a mirar con nerviosismo a su alrededor.
Rápidamente, me acerqué a él, lo agarré por los hombros y
lo zarandeé todo lo fuerte que mis fuerzas me permitieron.
—¡Kylo! ¡Es el yurei, está jugando con nosotros! No lo escuches, por favor. ¡Su única intención
es que nunca salgamos de aquí.
Pero para mi mayor espanto, mi hermano no parecía oírme, ni
siquiera parecía notar la presión que ejercía en sus hombros.
—¡Yumi! ¡Yumi! ¡¿Dónde estás?! —Empezó a gritar
desesperado, se zafó de mí y empezó a retroceder. Parte de mi mundo se vino
abajo cuando lo vi perderse entre los árboles con grandes zancadas.
—¡Kylo! ¿A dónde vas? ¡Todo es mentira, un juego macabro!
¡Yumi no está aquí! —A trompicones intenté seguirlo, pero no tardé ni diez
segundos en perderlo de vista entre los árboles. Su voz se cortó de repente,
como si la tierra se lo hubiera tragado.
Entre mi desesperación, solo seguí su rastro durante pocos
minutos, no os voy a mentir. Empezaba a hacerse de noche, y sé que si nadie nos
veía junto con Ishaguro en el local a una hora determinada emprenderían una
búsqueda, y sabía perfectamente a donde habíamos ido…
A aquella alturas, mi estómago se encogía por el hambre y
mis labios estaban agrietados por la sed, por lo que, juntando las pocas
fuerzas que me quedaban, empecé a correr. Me tropecé en varias ocasiones,
causándome profundas heridas en las caídas. Sentía la sangre tibia correr por
mis espinillas escocidas por el sudor, pero lo ignoré. Cuando empecé a ver que
el bosque terminaba y aparecía el camino tras las balizas amarillas, no pude
evitar sonreír. Aunque fue mayor sorpresa ver lo que me esperaba al final de
él… Nikko estaba allí, de pie, junto al coche que nos había llevado hasta allí.
Tenía los brazos cruzados, protegiéndose del viento frío que empezaba a soplar,
y sus ojos estaban hinchados y enrojecidos por el llanto.
Cuando me vio lanzó un gritó y corrió hacia mí. Me había
estado esperando, había ido a buscarme. ¿Por qué?
—¿Qué haces aquí? —Le pregunté sujetando su rostro con mis
manos.
—Tenía que venir… —susurró. Sus ojos bajaron hasta mi
pecho, al que levanto sus manos para acariciar el amuleto—. Te ha ayudado…
—No…
—¡Sí!
—No es la primera vez que logro salir…
—Pero esta vez es distinto… —Su respiración acelerada
consiguió restablecerse por el alivio—. Me enteré de que la madre de esa chica…
La hija del hombre que te vomitó encima, se suicidó hace dos años en este mismo
lugar… ¡Los yurei son vengativos, Oishi! Me alegro de haberte regalado el amuleto.
—Nikko, ya te he dicho que no ha sido el amuleto.
—Pero estás aquí. —Su voz parecía algo enojada—. ¿Por qué?
Su voz parecía algo enojada, como si le molestara mi falta
de fe. Con cariño la rodee y la abracé fuertemente, tan fuerte como nunca lo
había hecho, y le dije:
—Porque sería capaz de encontrar tu voz entre todas las
voces del mundo…
¡Tremendo relato, Ana! Si la primera parte era un contexto de género negro puro, esta segunda parte nos lleva al terror, a ese paso a lo paranormal, a los fantasmas.
ResponderEliminarNo hace mucho leí que en el s. XVIII se hicieron muy populares en China las historias del juez Ti, una figura real del s. VII. También compaginaban ese mezcla de investigación real con el elemento fantástico.
Sea como sea una parte que te atrapa sin remisión a la pantalla. Un fuerte abrazo!!!
¡Hola, David!
Eliminar¡Sí! He intentado probar con esa mezcla de lo negro y sobrenatural, aunque creo que antes de publicarlo le añadiré un poco más de "punch" al relato, como la aparición de algo que los protagonistas vean llevados por las visiones y el poder de ese bosque.
ah, ¿si? Pues no conocía esas historias chinas, ¡me informaré!
¡Un besazo, amigo!
Tenías razón Ana, el final ha sido más terrorífico que sangriento. Había leído cosas, he incluso he visto una película no muy buena, sobre el famoso bosque de los suicidios, un curioso (por decirlo así) destino turístico. Y la verdad, en tu relato lo has reflejado de manera magistral. Di que las imágenes ayudan, ja ja. Un lugar perfecto para desarrollar esta segunda parte del relato negro, que no deja de lado ese aspecto de historia de mafiosos aún adentrándonos en el terror fantástico (yo diría más bien psicológico), más puro. Asesinato, venganza, amor, odio, se conjugan para crear una trama envolvente, adictiva, como ese ambiente tenebroso tan logrado. Tus conocimientos sobre Japón te han permitido, además, describir de una forma muy segura y realista todo el entorno mafioso centrado en la cultura nipona. Un relato excelente y trabajado, sin duda, muestra de la seriedad con que tomas esto de escribir. Lo cual se agradece y aprecia.
ResponderEliminarTe felicito. Un beso grande y, feliz 2018. Que sigamos compartiendo buenos ratos de lectura
¡Hola, Isidoro!
EliminarSi, el que lo lleva lo entiende, ¿no se dice así? Jajajajaja, con el terror sangriento ya probé una vez, y creo que me decantaré más por el sobrenatural en este y mis próximos escritos. No sé, es como si me resultara crear ese ambiente al que te refieres con ese tipo de terror.
Creo que sé cual es la pelicula a la que te refuere, hace poco precisamente la ví, como no, jajajaja. ¿Se llamaba "el bosque de los suicidios"? Si es así, nos referimos a la misma.
Para animarme a escribir este relato solo me falto leer un libro que se titulaba algo asi como "historia de un yakuza", en el que se recoge toda una vida de uno deestos sicarios, sus formas de aceptarse, la de respetar territorios (los japoneses son educados hasta para eso), y su forma de matar y deshacerse de cadáveres. En Japón lo tienen más bien como una leyenda urbana, pero yo creo que es más un secreto a boces eso de que la yakuza se deshace de muchos cadáveres entre los árboles de Aokigahara, y la verdad es que es una posibilidad bastante plausible y mucho más que probable.
Muchas gracias por apreciar el trabajo que me tomo con cada relato que escribo, siempre me gusto informarme y hacer de algunos detalles lo más fiable a la realidad posible. De verdad que se agradece desde la parte lectora.
¡Un abrazote, amigo! Y aunque sea ya un poquito más tarde, ¡feliz año para tí también!