Etiquetas

miércoles, 17 de febrero de 2016

Dragos





Toda mi vida me he sentido atraída por los monstruos, especialmente por los vampiros, me enamoré de Dracula la primera vez que leí al inmortal de Bram Stoker. Es por esto que entre mis manuscritos no podía faltar una romántica historia protagonizada por estos fantásticos seres. Aquí os presento uno de mis primeros libros, DRAGOS, su sinopsis y primer capítulo. ¡Ya estoy deseando de colgar los enlaces para su descarga!




SINOPSIS: Llevaba desde pequeña viajando con su padre de país en país, y ya apenas se acordaba de lo que era hacer nuevos amigos o tener una residencia fija, poder hacer su vida… Aunque a todo esto Mary ya estaba acostumbrada.
Pero el destino de su padre en aquel país, una aldea perdida en plena Transilvania que parecía aún anclada en el siglo XVIII, no le gustaba nada. Pero aún le quedaba un consolador refugio en sus amados escritos infantiles. “Ningún lugar te podrá arrebatar nunca tus fantasías y mundos mágicos”, se decía a sí misma.
Pero desde el primer día, algo le llamo poderosamente la atención en aquel lugar, una extraña luz que veía desde su ventana. A partir de ese momento Mary descubrirá que ni siquiera la más poderosa de las imaginaciones puede superar la realidad. ¿Era posible que aquel ser, buen merecedor de ser protagonista de sus peores pesadillas, pudiera despertar en ella el mayor de los deseos?



CAPITULO I

La noche iba cayendo cada vez más, y una ligera niebla se iba apoderando de aquel camino. La luz de la luna, junto con la de las dos pequeñas lámparas de aceite que se encontraban a ambos lados del carruaje, era la única que iluminaba el sendero. El cochero, asiendo fuertemente las riendas de los dos equinos a los que guiaba, daba las gracias a Dios de que fuera una luna llena la que iluminaba el cielo de aquella noche.
A ambos lados del camino solo había oscuridad, a cuyo aumento ayudaban la gran cantidad de árboles que atravesaban. En aquella época del año sus ramas estaban totalmente desnudas, y entre ellas, una curiosa y extraña niebla, que se deshacía como lo haría una telaraña al atravesarla, ayudaba a darle el aspecto de largos dedos huesudos de cadáveres que intentan escapar de sus tumbas. El enorme círculo lunar se recortaba en el cielo, ascendiendo poco a poco de una manera que le hacía parecer querer salir de la maraña de zarpas.
Hacía ya varias horas que Mary no se asomaba por las ventanas del carruaje. La última vez que lo había hecho aún no había anochecido, y ya le parecía que aquel desolador lugar no se atrevería a atravesarlo ni el más valiente.
Iba ya medio dormida cuando un profundo aullido de lobo la despertó, era el último toque que le quedaba para hacer más aterrador aún a aquel lugar, si es que aquello era posible… Miró a su derecha y vio como su padre dormitaba, la cabeza se le había venido hacia adelante con el traqueteo del carro y su sombrero parecía estar a punto de caer de su cabeza.
—Papá...—Le susurró ella, dándole un pequeño toquecito en el brazo.
El hombre no contestó, solo se revolvió en su asiento y se giró hacia el otro lado, dándole la espalda a la joven.
Peter, un cincuentón y simpático abogado croata, al que habían conocido en Bucarest y que casualmente también se dirigía a Valaquia, cabeceaba igualmente en su asiento con los brazos cruzados sobre su pecho, como si sintiera frío. Su largo y rizado bigote se mecía con cada fuerte respiración acompañada por un ligero ronquido.
"Vaya compañía de viaje", pensó Mary, volviéndose a acomodar en el sillón.
Hacía algo más de seis años que Grazy, su madre, había muerto tras una larga enfermedad, por lo que ella y su padre viajaban juntos por casi toda Europa debido al trabajo de éste, era burócrata del Gobierno francés. Mary no tenía hermanos, por lo que viajaban ellos dos solos. Rumanía era el quinto país que visitaban, con intención de permanecer en Valaquia los próximos cinco meses. A Mery no le hacía especial ilusión aquel lugar, pues, aparte de que no podría tener una vida normal, tampoco podría conocer a gente de su edad con la quien juntarse mientras su padre acudía a sus numerosas y soporíferas reuniones profesionales, aunque solo fuera dentro de su círculo de trabajo. En Londres, de donde ahora venían, había hecho muchos amigos, aunque allí solo permanecieron tres meses en lugar de cinco, aquel había sido el lugar en el que había conocido a la que consideraba ya una amiga para toda la vida, la también profesora, Sarah. Le dolía tener que dejar a la gente que había aprendido a querer en los diferentes lugares en los que había vivido, a sus veinticinco años aún no había pasado más de uno en una misma ciudad desde que su madre había muerto, y le gustaría encontrar un sitio en el que poder vivir finalmente y formar una familia, el cual era su sueño desde pequeña.
Con todo el esfuerzo de su corazón, empujó la puertecita de madera de la ventana del carro y se asomó por ella, al ver la niebla se le puso el vello de punta. Apenas podía ver a los animales que tiraban del transporte a causa de ella.
—¡Disculpe!—Le dijo al cochero.—¿Falta mucho para llegar?
—No, Señorita. Un desvío más y podréis descasar.
Mary se percató de que el cochero le señalaba al frente, donde el camino se bifurcaba. Cuando estuvo a punto de cerrar de nuevo la ventana pudo ver a través de la niebla el resplandor de unas llamas. Varios metros más adelante, en la bifurcación, pudo comprobar que aquel resplandor correspondía a varias antorchas cargadas por las personas que formaban una comitiva, algunas de las cuales también transportaban un ataúd.
"Oh, Dios mío..."
El conductor dio un tirón de las riendas de los equinos, que se detuvieron con un ligero relincho mientras la comitiva pasaba por delante del carruaje. Aquellas personas parecían no tener expresión, ni luz en los ojos... Simplemente caminaban como lo haría un autómata, como si ya conocieran a la perfección el camino que estaban recorriendo. Mary ya no fue capaz de cerrar la ventana, parecía hipnotizada por el lento paso de aquellas figuras enlutadas. La falta de movimiento pareció despertar a su padre y a Peter, el cual lo hizo con un inesperado sobresalto. Ambos se asomaron a la misma ventana por la que lo hacía Mary.
—No es más que un entierro,—les indicó el cochero.—Es tradición dejarlos pasar, no detener su paso.
Los viajeros no contestaron, miraban embobados aquella peregrinación. Cuando aquellos que cargaban el ataúd pasaron justo por delante de ellos, Mary vio horrorizada que este carecía de tapa y que el cadáver que contenía, el de una joven más o menos de la misma edad que ella, estaba boca abajo, lo cual no pareció captar solo su atención.
—Es tradición aquí que se entierren boca abajo a las personas suicidas—les informó el abogado al ver sus caras, utilizando un precario alemán—. Esa joven debe haberse quitado la vida.
A Mary se le encogió el corazón y una cálida lágrima le recorrió la mejilla. De pronto sintió que no podía respirar, que algo oprimía fuertemente su pecho, y se dejó caer pesadamente en su asiento.
—¿Está muy lejos el cementerio?—Preguntó su padre al conductor, al mismo tiempo que ponía las manos sobre los hombros de su hija.
—No, faltaran unos cincuenta metros para llegar.
Cierto, solo cuando esforzaron la vista a través de aquella ligera niebla pudieron ver la baja valla que rodeaba el camposanto. Cuando la comitiva llegó a su puerta se detuvo, dejando el ataúd en el suelo.
El carruaje por fin adelantó al grupo en la puerta del cementerio, y los viajeros pudieron ver como el que parecía un sacerdote se acercaba al cadáver con cuatro clavos en una mano y un martillo en la otra, disponiéndose a clavárselos a la fallecida en las manos y en los pies.
—¿Qué es eso?—Pregunto alterado el padre de Mary.—¿Qué van a hacer?
El mismo abogado, que parecía muy puesto en las costumbres valacas, le respondió casi sujetándolo, pues el burócrata parecía querer saltar del carro para evitar esa barbarie.
—Es una suicida, el ritual para el entierro es así.—Le dijo con voz tranquilizadora.
El hombre se volvió a sentar junto a su hija, poniendo una de sus manos sobre las suyas a modo de seguro, Peter cerró la pequeña ventana de madera.
En seguida llegaron a la aldea de Brasov, en la que las campanas de la torre de la iglesia, repicando después del funeral de aquella joven, parecían darles la bienvenida.



1 comentario: