Otro de los muchos libros que estoy terminando de preparar es este, HISTORIAS EXTRAÑAS DE JAPON, el mismo está exclusivamente dedicado a los yokais.
Siempre me ha atraído Japón, su cultura milenaria, sus hermosos paisajes, sus extrañas y, a veces, extravagantes costumbres... Y, por supuesto, sus leyendas ¡me encaaaaaaantan! No fuí capaz de resistirme a escribir estas veinte historias, cada una de ellas dedicada a uno de estos yokais.
Aquí os dejo una de ellas, que además fue la primera que escribí, espero que os guste conocer al kappa.
EL KAPPA
Desde que tenía cinco años recuerdo
a mi abuelo contándome historias de seres extraños a la hora de dormir. Algunas
de ellas me impresionaban bastante, como las que hablaban de los elfos de
Islandia, el monstruo del lago Okhanagan o las sirenas. A veces era incapaz de
olvidarlas durante días, como la del Bigfoot, que además me la contó la noche
antes de tener una excursión por las
Grandes Montañas Humeantes durante uno de mis viajes a Tennessee. Me
lleve toda la excursión con la cámara de fotos preparada, pues a pesar del
terror que me causaba, quería poder sacar una foto de esa criatura para
enseñársela a mi abuelo. Pero con el tiempo, y a medida que me hacía mayor, se
me fueron olvidando, pasando a ser en mi mente simplemente recuerdos y cuentos
que él me contaba aprovechando mi inocencia de niño. Pero todo eso ya ha pasado…
Lo que os voy a contar ahora es una historia extraña, y quizá no la creáis,
pero es el suceso que me hizo creer en esas criaturas de las leyendas que
escuchaba de niño, y lo que me impulsó a que ahora uno de mis mayores hobbies
sea estudiar y buscar evidencias de esos seres en los que nadie cree, y a los
que solo unos pocos han tenido la oportunidad de ver. Empieza así:
Hace más de diez años que mi hermana
mayor se fue a estudiar a Japón, terminó la carrera, se enamoró, se casó y
ahora vive en Tochigi. Hace ya dos años desde que yo también concluyese mis
estudios con bastante buena nota de media, por lo que mis padres me pagaron un
vuelo a Japón para que fuera a ver a mi hermana. De camino podría pasar unos
días en el país nipón, que aún no había tenido la oportunidad de conocer.
El vuelo transcurrió tranquilo,
duraba seis horas desde Melbourne a Tokyo, tiempo que consumí prácticamente
durmiendo.
Mi hermana Sarah y su marido,
Muneaki, me recibieron muy bien. Mi sobrino de cinco años, Nikko, al que solo había
visto en las tres ocasiones en las que ellos habían venido de vacaciones a
casa, estuvo al principio algo reacio conmigo, pero en cuanto paso media hora
ya se comportaba como si me viera todos los días.
Llegamos a su casa en coche, por el
camino me entretuve mirando la peculiaridad de los edificios de aquella ciudad,
totalmente iguales entre sí. Me imaginé perdido entre sus calles sin conocer
nada del idioma, ni siquiera el más conocido de sus signos o letras. Creo que
si me sucediera eso alguna vez, aquí o en cualquier otro país diferente para
mí, no conseguiría salir de entre las calles de la ciudad ni en diez años.
El sitio en el que viven es un lugar
bastante bonito, cerca del parque nacional de Nikko, a las afueras de Tochigi.
Mi hermana me dijo que al día siguiente haríamos un picnic, ya que Muneaki,
cuya profesión era la de naturalista, tenía pendiente hacer una visita a ese
lugar para recoger algunas muestras de plantas. Sarah también dijo que, por
supuesto, no faltarían sus famosas bolitas de arroz, y que también me
enseñarían las preciosas cataratas que había allí.
Esa primera noche pasamos una velada
tranquila, probé por primera vez el sushi, creo que no es lo mío... Entre
conversación y conversación sobre la excursión del día siguiente, me hablaron
de "los hijos del río", que es como llaman allí a los kappa. Me
contaron que son unos seres híbridos, con cabeza de mono, pico de ave,
caparazón de tortuga y patas de rana que viven en los arroyos, charcas, ríos y
lagos de Japón. A este punto de la charla le presté especial atención, pues me
recordó en seguida a las famosas historias que me contaba mi abuelo de pequeño,
y de las que os hablé antes. Las leyendas niponas hablan de los kappa como
seres peligrosos que atraen a los humanos a las charcas, ahogándolos con su
fuerza sobrehumana para después succionarles la sangre, como si fueran una
especie de vampiro. Pero, a pesar de su peligrosa naturaleza, tenían fama de
tener unos modales especialmente corteses.
—Mis antepasados siempre decían que
antes los kappa se encontraban en todos los remansos de los ríos—dijo
Muneaki.—Pero ahora, la contaminación industrial los ha restringido a zonas de
parques nacionales. Yo sé algunos de los sitios estratégicos donde poder
encontrarlos, si quieres mañana te llevo.
—¿A si?—Le pregunté escéptico.
—¡Sí!—Sarah pareció animarse.—A Jhon
siempre le gustaron esas historias extrañas relacionadas con criaturas de
leyenda. Mi abuelo nos las contaba de pequeños.
—Entonces tenemos algo en común los
tres—rió mi cuñado.—Aunque ahora las historias han cambiado bastante, aquí en
Japón tenemos muchos fantasmas y criaturas de esas, ¿sabes? Pero a mí el que
siempre me ha gustado de pequeño es el kappa, las leyendas antiguas hablan de
él como la criatura que te he descrito, pero ahora salen muchas veces en los
dibujos animados representados como seres benignos, como espíritus que cuidan
de la naturaleza. Nikko los ve muchas veces. Me gustaban más las historias de
antes, aunque fueran más macabras.
Aquella noche, cuando me fui a la
cama, estuve buscando en mi Iphone información sobre aquel ser que ya me había
fascinado. Descubrí, entre todo lo que Muneaki y Sarah me habían contado ya,
que los kappa tienen una pequeña depresión llena de líquido, muy posiblemente
agua, en su coronilla. La única manera de librarte del ataque de un kappa era
haciéndolo perder ese líquido, pues solo así serán totalmente vulnerables.
El día siguiente lo pasamos
explorando los cursos del agua que fluyen en las cataratas de Kegon, un salto
de noventa y un metros que me dejó totalmente fascinado. Di gracias muchas
veces de que la tarjeta de mi cámara de fotos tuviera tanta capacidad, pues la
verdad era que no había visto unos paisajes como esos en ninguno de los lugares
a los que había tenido la suerte de viajar. Japón tenía unos paisajes
verdaderamente hermosos, y aún no había visto nada. Mi cuñado me iba señalando
algunos de los remanosos por los que pasábamos, diciéndome que en muchos de
ellos era posible ver kappas.
Después de comer, Sarah decidió
volver a casa, Nikko estaba muy cansado y al día siguiente tenía colegio, con
lo que nos quedamos Muneaki y yo solos. Durante todo ese rato tuve la
oportunidad de conocer aún mejor a mi cuñado, el cual me pareció un hombre
bastante simpático, y, aunque en realidad no nos separaban tantos años de edad,
tenía muchísimas cosas en común conmigo. A ambos nos encantaba salir a cenar,
de copas con los amigos y, sobre todo, y algo que no podía faltar para
fortalecer aún más mi relación de amistad con alguien, Muneaki era un gran jugador
de Fifa con la X-Box.
Bordeamos el bello lago Chuzenji,
mientras mi cuñado recogía muestras de plantas y tierra y los introducía en
unos viales yo examinaba las calas y ensanadas poco profundas que lo bordeaban,
verdaderamente espectaculares. No había palabras para describir aquel paisaje
tan hermoso, realmente, Japón es un país precioso. Al poco nos sentamos para
descansar y beber agua, Muneaki se alejó un poco de mí con mi cámara en la mano,
no sé qué insecto me dijo que vio pero tenía que fotografiarlo. Acababa de
notar su ausencia cuando escuché una voz infantil cerca de mí. Mientras miraba
a mi alrededor, buscando su procedencia, ella me pedía que me acercara a jugar
a ver quién tenía más fuerza en el dedo pulgar (juego infantil japonés).
Examiné la orilla del lago y vi una
cabeza de mono asomando del agua, mirándome fijamente. En su coronilla pude ver
la inconfundible depresión, rodeada de pelo rojo y llena de líquido, caparazón
de tortuga, y patas de rana verde-amarillentas. Maldije el hecho de que Muneaki
se hubiera llevado la cámara.
El kappa volvió a insistir, y
entonces, para mi sorpresa, trepó a un nenúfar y fijo de nuevo su mirada en mí.
Nervioso, y recordando lo que había leído la noche anterior, me incliné con
deferencia ante él. Había rabia en sus ojos, pero me devolvió el saludo con
solemnidad. Al hacerlo, el líquido que llevaba en la cabeza se desparramo en el
nenúfar y el kappa desfalleció, volviendo al agua a duras penas. Me lo pensé
durante unos momentos, pero después me apresuré a recoger en uno de los viales
de Muenaki una muestra de aquel líquido, antes de que se terminara de resbalar
de la hoja y me retiré apresuradamente.
Cuando se lo conté a mi cuñado éste
me dijo que tuve suerte, pero que ahora el kappa estaría en guardia, que la
próxima vez que caminara por aquel lugar él podría estar esperándome. Me dijo
que me podía quedar el vial con el líquido de la coronilla de la criatura, pero
me adelantó que si la pensaba analizar no descubriría en él más que simple
agua.
Ahora mismo tengo ese vial delante
de mí, mientras estoy escribiendo esta historia. Me da en la nariz que esta
solo es la primera historia de un buen libro que me gustaría escribir,
encontrando evidencias de las criaturas de leyenda en las que nadie cree, como
yo tampoco lo hacía al principio.
Ahora estoy un poco pelado de dinero
para viajar en busca de estos seres, por lo que el primero bien podría ser el
yowie, ese lo tengo más cerca, no está mal para empezar ¿no? ¡Deseadme suerte!
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