Me incliné hacia delante y remé, volviendo a sentir como todas las
cosas se hacían una con mi cansancio, emprendiendo un nuevo viaje hacia la
Tierra…
Para mí la existencia ya no solo era cosa de años o de siglos,
sino de limitados flujos de tiempo que ya empezaban a confundirse unos con
otros. Haciéndome sentir un alma triste, solitaria y cansada en aquel paraje,
en ocasiones tan desolador durante kilómetros.
Era extraño que últimamente las almas estuvieran llegando en tan
grandes cantidades, ahora lo hacían a miles, cuando normalmente solían a
aparecer por docenas. No era de mi responsabilidad ni deseo el considerar el
porqué de estas cosas, en fin… Los dioses saben… Yo solo me inclino hacia
delante y remo…
Una a una voy dejando a esas almas en el lugar del Hades que les
corresponde, aunque, a decir verdad, todas ellas albergan el peor de los
castigos para los que llegan aquí. Ninguno de los recién llegados podría
considerarse afortunado en ninguno de los sentidos mortales.
En los primeros tramos del Aqueronte, cientos de demonios cortan
a las personas en pequeños trozos que luego “pegan” de nuevo, solo para poder volver
a trocearlas, repitiendo la agonía de una muerte tan dolorosa…
Un poco más adelante, tras dejar atrás un desierto prácticamente
infinito, cuyos bordes están casi derretidos por las continuas llamas de la
eternidad, los finados eran obligados a atravesar un puente cubierto de clavos,
mientras unos monstruos con forma de caballo intentaban devorarlos. El olor a
carne quemada, y los gritos de los desgraciados condenados se hacne cada vez
más intenso a medida que avanzo mi camino.
En pleno corazón del hades se encuentra la imponente morada de
nuestro señor, de pasillos infinitos y oscuros rodeados de fuego eterno, y tras
él, se encontraba el peor castigo que cualquier hombre, el cualquier época, se
hubiera atrevido a soñar jamás, el gran devorador de almas… Un ser grotesco y
gigantesco, tanto que era capaz de engullir cinco mil almas de un solo golpe,
las cuales, una vez llegaban a su estómago, eran despedazadas por animales
hambrientos, tales como perros, serpientes o ratas.
Pero todas estas visiones las tuve ya hace mucho tiempo... Pues hace
ya tantos siglos, tantos flujos de tiempo que lo que hay a mi alrededor es tan
oscuro, tan normal, tan parte de mí... Que ya no podría distinguir unas cosas de otras.
Muchas veces deseé que los dioses me enviaran alguna ráfaga de viento favorable
para acelerar un poco más mi trabajo, nunca lo hicieron, pero ya no me importa,
ya hace tanto tiempo que me dejó de importar todo… Todo es ilimitado a mi
alrededor, una tarea que no termina, que es tan infinita como el tiempo, tan infinita como el
dolor de mis brazos… Y también de mis piernas, a la hora de contradecir fieras
corrientes de agua escarlata.
Todos aquellos que entraban al Hades perdían por completo a
capacidad de sentir amor, felicidad, esperanza o cualquier otra cosa que no
fuera crueldad y miseria. Muy cerca de la Tierra, un alma lloraba
compulsivamente desde hacía ya siglos, imaginando como sería volver a sentir
amor. Cada vez que escuchaba aquellos gritos desgarrados sabía que ya me quedaba menos camino, y entonces pude escucharlos...
Pero al llegar a la orilla sólo pude ver una pequeña y delgada
sombra esperándome, la cual, dejando caer temblorosamente sus dos monedas a mis pies, sobre
todas las demás que habían sido acumuladas durante un tiempo imposible de
calcular, subió al galeote con la torpeza de un centenario. Tampoco era usual
que los dioses mandaran sólo a un hombre, nunca antes había tenido un único
pasajero, pero aún seguí remando, los dioses saben…
Una vez llegamos a la otra orilla, su cruel destino, aquella
sombra se apeó de mi bote aún entre temblores, y yo me giré para emprender de
nuevo el viaje hacia el mundo. Fue entonces cuando, aquella alma, que antes hubiera
sido hombre, me habló.
—Soy el último. —Fueron sus únicas palabras susurrantes.
A través de infinitos flujos de tiempo, muchas almas habían
conseguido hacerme reír, pero ninguno estuvo nunca tan cerca de hacerme llorar…
Poco a poco sentí como mis manos, mis brazos y mis pies empezaban
a deshacerse, como si un fiero enjambre de insectos me devorara para hacerme
desaparecer. Finalmente, sentí como una ráfaga de viento imperceptible me
arrastraba hacia la entrada del mundo, al que ahora era bienvenido, llevando
conmigo todas mis monedas para volver a empezar…
Te lo digo al principio, para que te quede después lo que diga a continuación: revisa el párrafo cuarto. Creo que, en lugar de "castillo" quisiste poner "castigo" y en lugar de "considerar", "considerarse"... No sé, míralo a ver.
ResponderEliminarAhora, mi opinión:
¡Magnífico Ana!. Me ha encantado, de verdad. Se nota que te gusta la mitología clásica. Algo que ya sabemos, por otra parte. Pero en este relato... no sé... logras crear un clima tan apocalíptico, tan oscuro y cercano al mismo tiempo. Será porque es el mismo Caronte el que narra su historia en primera persona (un acierto), será por ese lenguaje, arcano y actual al mismo tiempo, será por esa expresión "flujos de tiempo", que alude, no al paso de los años o los siglos, sino al paso de los ciclos, de aquello que va y vuelve en continuo, que ase repite hasta la eternidad. No sé, pero cuando "el último" paga su viaje al barquero, un escalofrío recorre mi espalda. Será porque, tarde o temprano, ese oráculo, será una cruda realidad y, entonces, a los Dioses, si es que aún existen, no les quedará otra que volver a empezar... No sé por qué será, pero tu relato no me ha dejado impasible, te lo aseguro. Gran trabajo, Ana
¡Hola, Isidoro!
EliminarGracias por señalarme esa palabras, ahora les echaré un vistazo. ¡No sé cómo lo hago pero siempre se me escapa algo!
Hacía ya tiempo que quería escribir acerca de mi visión del infierno, aunque he de reconocer que Dante me ha ayudado un poquito, Jajajaja. Nunca antes me había fijado en la figura de Caronte para escribir un relato, pero me ha parecido el personaje mitológico perfecto para exprese el cansancio que la eternidad supuestamente puede poner sobre los hombros de estos seres, pero también pensé... y cuando se acabe todo? Que pasara con ellos? Como tú dices, no les queda otra que volver a empezar, pero quizá de una manera muy diferente, como he intentado expresar.
Muchas gracias por tus palabras amigo, todo un honor que mi texto te haya hecho sentir algo de alguna manera. ¡Tú comentario me ha emocionado, la verdad!
Un abrazo.
Un relato que parte de una idea brillante: ¿Qué pasará cuando el último ser humano desaparezca? Esa idea la adornas con una narración precisa y preciosa, con ese tono mítico acorde con la figura principal. Muy buen relato, Ana. Casi que pide una segunda parte en la que los dioses elucubren ese "Volver a empezar". Saludos!!
ResponderEliminar¡Muchas gracias, David!
EliminarPues no había pensado hacerleninguna segunda parte, la verdad es que dejarlo abierto de esa manera me parece perfecto, o quizá sea miedo a cargarmelo con una continuación, ¡no sé!
Un abrazo, amigo. ¡Y gracias por leerme!
¡Hola, amiga! Estoy totalmente de acurdo con Isidoro y David: has creado un ambiente lleno de un misterio oscuro y mítico que refleja muy bien el hastío por la vida y una humanidad decadente que no sabe cuál va a ser el mañana.
ResponderEliminarLa figura de Caronte me ha encantado. Siempre me lo había imaginado así de cansado y crítico al mismo tiempo con una realidad grotesca a la que, en el fondo, está acostumbrado.
EL único diálogo que hay, con sólo tres palabras (Soy el último) es demoledor y despierta un sentimiento indescriptible de tristeza, soledad y nostalgia por la vida perdida.
Ya te lo he dicho en más de una ocasión y lo reitero: eres una excelente relatista.
¡Un abrazote!
¡Muchas gracias, amiga!
ResponderEliminarRealmente cuesta trabajo imaginarse a un Caronte feliz con su trabajo eterno, siempre lo imaginé así, avanzando lentamente por el río, con los brazos de un anciano casi bicentenario y el corazón como una piedra, al que ya todo lo que hay a su alrededor le da igual...
Me alegra mucho que te haya gustado, amiga, además gustándote como te gusta la mitología, como a mí.
¡Un abrazote, guapa!
Esta nueva versión de "Caronte, el barquero de la muerte" me deja con amargor, al pensar en los miles, millones de Almas perdidas, que van a parar al Averno, después de un viaje sin fin, sin rumbo, sin motivación, con todo el sentimiento de naufragar en una espiral de negrura, hastío, desolación. Buen mensaje el de "El última alma". Un texto original.
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