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viernes, 27 de enero de 2017

La tercera celda.


¡Hola a todos!

Hoy vengo muy contenta porque, aparte de haberme librado por fin del enorme peso que supone trabajar en tres novelas a la vez, os traigo la presentación de mi útima novela, "La tercera celda".
Esta obra es muy diferente a las que ya he publicado, y por supuesto ni siquiera parte de su tematica tiene algo que ver con las otras, ¿o sí?..

Esta obra refleja esa especial fascinación que siempre sentí por los asesinos en serie, los psicokillers, los caníbales... Pero de una forma que quizá no muchos se esperan. Desde ya dejo dicho que cierto contenido de esta historia puede resultar demasiado fuerte para algún que otro lector, por lo que advierto que no es una lectura apta para todos los estómagos.


Siempre me llamó la atención la frialdad de estos individuos tras cometer, a veces., crímenes tan atroces, es como si de alguna manera no fueran humanos, pues ni la mente humana más perversa sería capaz de imaginar jamás ciertas cosas, ¡y mucho menos hacerlas! Siempre me pregunté que seria eso que domina el cerebro de alguien así, que clase de chispa puede probocar esa voz que en ocasiones les habla desde dentro de su cabeza, de que manera la muerte los puede hacer sentir tan vivos... Y eso es lo que de alguna manera he intentado reflejar en esta obra, con mi toque personal, claro, jajajaja.

De monento aquó os dejo su sinopsis, prólogo y los dos primeros capítulos (¡aprovecho para agradecer a mi amiga Noe el haberle hechado un vistazo!). ¡Espero que os guste! 
¡"La tercer celda" será publicado en formato ebook y físico(tapa blanda) en Amazon a partir del día 30! Aunque de todas maneras ya lo anunciaré por aquí.

Un besazo a todos y que paséis un buen fin de semana.






SINOPSIS:
¿Cómo funciona la mente de un asesino?
Estas y muchas más preguntas habían atormentado a Daniel Lewis, uno de los mejores psiquiatras del mundo, durante toda su carrera. Durante años ha ido de una prisión a otra, entrevistándose con los peores y más despreciables criminales de cada país, en busca de su particular Everest: Encontrar la respuesta científica a su comportamiento.
Fue a raíz de conocer a Russell Hurth, un asesino parricida con una personalidad bastante peculiar, cuando Daniel se sintió más cerca que nunca de su objetivo, convirtiendo al reo en su principal obsesión. Pero la alegría del psiquiatra no dura mucho, pues a causa de algo más que normas infringidas, Russell es destinado a otra prisión de alta seguridad, Bartrax, perdida en el corazón de Australia.
Al ver que todo su trabajo podría irse al traste, Daniel intenta por todos los medios conseguir la reinserción de Russell, hasta que finalmente consigue una invitación personal del director de Bartrax, un hombre extraño poco dado al contacto humano, para entrevistarse en dicha prisión.  Lo que Daniel no sabe es que allí, en aquel lugar perdido de las antípodas, se desatará una de las mayores y eternas batallas de la humanidad, la cual no solo le dará la respuesta a su tan ansiada pregunta, sino mucho más de lo que nunca hubiera deseado conocer…




PRÓLOGO

Prisión de máxima seguridad de Strongly (Reino Unido), 12 de Octubre de 1987.







—Inicio de la grabación, 8:31 de la mañana. Recluso, Russell Hurth. Russell, ¿por qué los mataste?

—Tenía que hacerlo…

—¿Por qué?

—Era el destino, me estaba mostrando el camino…

—Eran tu familia, tu padre, tu madrastra, tu hermana pequeña, Dawn… ¿También ella tenía que morir?

—También, mi naturaleza me lo exigía.

—¿Tu naturaleza? ¿La misma que consideras superior a la mía?

—La misma, sí…

—¿Es una naturaleza extraterrestre?

—No…

—¿Divina?

—No… Está mucho más cerca de lo que vosotros pensáis, os hemos estado observando desde el principio de la humanidad. Antes de que vuestra especie empezara a destrozar la tierra… Habéis hecho muchas cosas malas, Daniel, y lo sabes… Pronto llegará el momento en que recibáis el castigo que os merecéis. Nosotros nos encargaremos de eso…

—¿Vosotros? ¿Hay más cómo tú?

—Innumerables…



1



Cuando Adam entró esa mañana en el despacho, la luz del sol, que entraba a raudales a través de la ventana de persianas levantadas, le hizo cerrar fuertemente los ojos. La taza de café que llevaba en la mano a punto estuvo de derramarse y achicharrarle la mano.

—¡Buenos días, compañero! —Lo saludó alegremente Klaus, su compañero de despacho, que ya se encontraba sentado y cotejando los documentos que tenía sobre el escritorio con los datos de su ordenador.

—Buenos días… —Le contestó perezosamente él.

Adam se acercó a su mesa, pero antes de sentarse tras ella bajo la persiana de la ventana que quedaba a su espalda, aquella claridad le hacía incluso sentir pinchazos de dolor en los ojos, y el viajecito en helicóptero no había hecho más que empeorar aquella sensación. Después se dejó caer pesadamente sobre su sillón, cuyo cuero crujió, pareciendo quejarse bajo el peso del funcionario.

—Vaya… Veo que has vuelto a pasar mala noche. Te pasa muy a menudo últimamente.

—Si… —dijo él, dándole un sorbo a su café—. A Brenda le encanta pasear las noches de luna llena.

—¡Oh! Qué romántico… Pero una cosa es dar un paseo con tu pareja bajo la luz de la luna y otra muy diferente es no dormir en toda la noche, Bowie. Ya veo tus ojeras.

Adam le sacó la lengua a modo de burla, luego volvió a su café. Desde que lo conoció, Klaus siempre le había llamado “Bowie” debido a sus curiosos ojos; uno marrón, y otro azul claro. En realidad, aquello nunca le había molestado, pues era súper fan de ese cantante, al cual consideraba un mito. Pero aunque solo fuera para molestar a Klaus, siempre cariñosamente, claro, le demostraba lo contrario. Siempre le gustó hacerlo rabiar.

—En fin, mujeres… Siempre consiguen lo que quieren de nosotros, ¿ehh? —dijo Klaus, guiñándole un ojo a Adam con una sonrisa guasona.

—¿Cuándo te vas a echar una novia como Dios manda, Klaus?

—¿Yo? ¿Novia? Ja, ja, ja, ja. Quizá cuando tenga unos veinte o treinta años más. De momento solo quiero disfrutar de la vida. Solamente me gusta la comida del Burguer King y Korn, ya lo sabes.

Adam miró al que era su compañero desde hacía ya 10 años, era un chico joven, de treinta y cinco años, divertido pero serio en su trabajo, siempre que lo tenía que ser, por supuesto. Era también atractivo, de cabello y ojos claros, con un gracioso hoyuelo en su barbilla. El uniforme de funcionario de prisiones no le quedaba nada mal, al contrario, incluso le favorecía. Las chicas, desde luego, no le faltaban, aunque Adam pensaba que ya se le estaba acercando la edad en la que debía empezar a sentar la cabeza, en el caso de que no la tuviera ya… Por otro lado, su profesionalidad no se podía discutir, nunca había tenido un compañero mejor que Klaus.

Su equipo finalmente se inició y Adam comenzó a trabajar a duras penas. Pausadamente empezó a comprobar los expedientes de los últimos presos de la prisión. Cada vez llegaban especímenes más raros… En realidad, no podía ser de otra manera. Aquella prisión tan especial estaba situada en un pequeño islote rocoso cercano a las costas inglesas, cuyo tamaño no era mucho más grande que Gibraltar. A pesar de que su existencia ya había sido hecha pública solo dos años antes, su situación y coordenadas aún eran desconocidos para los meros civiles. Sus seguras e inviolables instalaciones habían sido pensadas y condicionadas, hasta el último milímetro, para albergar presos especialmente peligrosos, algunos de los cuales no había vuelto a ver la luz del sol ni sentido el aire desde que fueran recluidos hace años.

En aquel primer dossier aparecía la fotografía de un hombre que debía rondar la edad de cuarenta y cinco años, de piel clara y cabello moreno. Sus rasgos, aunque serenos, resultaban bastante duros. Sus ojos apenas se adivinaban debido a los pequeños y rasgados que eran, pero aun así lograban reflejar una gran frialdad. A pesar de que ya estaba acostumbrado a ver sujetos así todos los días, había algo en aquel hombre que lo estremeció. Uno de los lados de su cara estaba completamente deformado, cubierto como por una especie de quemadura que lo cubría desde la frente hasta el cuello. En la zona de la mandíbula la cicatriz era tan profunda que llegaba a traspasar la piel, dejando entrever incluso sus amarillentos dientes.

Adam dejó a un lado la foto y pasó a la lectura del informe:





Nombre: Petter Lewis.

Fecha de nacimiento: 7-4-1965.

Nacionalidad: Alemana.

Condenado a cadena perpetua por asesinar a su vecina embarazada, abrirla en canal, extraerle el feto y beber la sangre de ambos con la ayuda de un envase de yogur.





—¡Uau! —exclamó—. Cada vez nos llegan más auténticos vampiros aquí.

—¡Ja! Pues ese es un santo. Echale un vistazo al segundo que nos ha llegado esta mañana. —Klaus le arrojó sobre la mesa un segundo dossier—. Lo llaman “el depredador de Alaska”.

Esta vez la foto mostraba a un hombre de entre cincuenta y sesenta años, con el rostro cubierto por marcas de acné o varicela. Por lo demás, gesto y aspecto, parecía un tipo normal, como los que te sueles cruzar por la calle. Pero cuando comenzó a leer...





Nombre: David Hanssen.

Fecha de nacimiento: 17-10-1952.

Nacionalidad: Estadounidense.

Condenado a pena de muerte por la violación y asesinato de treinta prostitutas en Adak (Alaska).





—¿Asesinato de treinta prostitutas? —preguntó asombrado.

—Sí, curioso… ¿Quién violaría a una prostituta?

—Asesinatos, Klaus… Te hablo de los asesinatos.

—¡Ah! De acuerdo, disculpa —bromeó el joven—. Las violó y después las mató.

—¿A las treinta?

—Oh, sí, pero eso solo fue antes del juicio. El confesó los asesinatos, incluso se ofreció voluntariamente a acompañar a los policías y forenses e ir señalándoles los lugares en los que las había enterrado, con toda su sangre fría. Como te decía, hasta el juicio, que se celebró la semana pasada, fueron treinta los cuerpos que desenterraron, ahora han aparecido doce más.

—Cuarenta y dos… —dijo Adam sombrío—. Cuarenta y dos asesinatos. ¿Cómo lo hacía?

—David Hanssen era el mejor cazador de Adak, el número uno, sabía utilizar toda clase de armas, desde un rifle hasta un arco. Además conocía hasta el último rincón de aquel inmenso bosque como la palma de su mano. Hanssen iba a los clubes y les pedía a esas pobres chicas que lo acompañasen a su casa en la montaña, donde él las llevaría en su avioneta roja, una Pipper Club, pues prefería un sitio más íntimo para que ellas pudieran realizar sus servicios. Una vez allí las violaba y les daba a elegir entre no pagarles por el trabajo realizado o pagarles con una condición.

—Menudo cabrón… ¿Qué condición?

Pero el que contestó a esa segunda pregunta no fue Klaus, sino una ronca voz que venía desde la puerta del despacho.

—Si les pagaba, podían irse pero a píe. Pero para llegar a la ciudad tenían que atravesar esas montañas heladas en pleno invierno, lo que les suponía una muerte segura. Pero eso no era todo, él además saldría a cazarlas, como si fueran animales, después de haberles dado algo de ventaja.

Adam miró hacia la puerta y sonrió a Daniel, el psiquiatra de la prisión. Tres veces a la semana se dirigía a la prisión de Strongly para tener sus correspondientes citas con sus presos.

Daniel Lewis era el mejor psiquiatra del país, especializado en criminología. Había participado en muchísimos y en los más famosos juicios a asesinos en serie del mundo. Siempre le fascinaron esos sujetos, cosa que Adam nunca llegó a entender. Su objetivo, el cual perseguía desesperadamente, era poder entender cómo funciona el cerebro de un asesino. Quería estudiar sus mentes, sus comportamientos… Y el mejor sitio para encontrar personas así, con los que poder trabajar, era la prisión de Strongly.

A sus 57 años, Daniel Lewis había escrito 7 libros sobre ese tema. Adam había leído 3 de ellos y pensaba que lo que Daniel perseguía era algo inalcanzable.

—Buenos días, Daniel. ¿Qué tal te fue la noche? —Lo saludaron casi al unísono los dos funcionarios.

El psiquiatra se dejó caer en un sillón, junto a una estantería atestada de expedientes desordenados.

—Buenos días, chicos. Hoy me fue mejor, con los “vampiros”. —Esta última palabra la pronunció haciendo un gesto de cerrar y abrir comillas con sus dedos—. Parece que hablan con más facilidad a su hora nocturna, cuando no están sus vecinos de la celda de al lado poniendo la oreja.

Con el término de “vampiros” Daniel se refería a aquellos presos que afirmaban serlo, sobre todo eran los acusados de crímenes por canibalismo. El nuevo fichaje, Petter Lewis, encajaba perfectamente en ese grupo.

“Será un perfecto vampiro. Tendrán largas charlas”, pensó Adam.

—Operan en la verdad y en la mentira —continuó Daniel—. En el mundo real o en el más profundo abismo de su propia fantasía. Los psicokillers son extraños, los psicokillers son complejos… Su cerebro es como una autopista con muchas, muchas vertientes, con muchos desvíos, con muchos cruces… Es en sí una pieza casi única, digna de estudio. Si, ya lo creo...

Pero el discurso del psiquiatra fue interrumpido por una llamada a la puerta, que enseguida se entreabrió y dejó asomar la colorada cabecita de Dave, el simpático cocinero de Strongly, de veinte años de edad y demasiado sentido del humor como para trabajar en un lugar como aquel.

Dave entró en la habitación empujando un carrito de cocina sobre el que humeaba un intenso y negro café cuyo olor enseguida llenó toda la habitación.

—¿Qué hay? —saludó animadamente.

—Hola, Dave, buenos días. Tan feliz como siempre, ¿eh? —dijo Klaus.

—¡Oh, sí! Sobre todo hoy, mañana salgo de vacaciones. ¡Mis primeras vacaciones y además caen en verano!

—Ya verás que bien te sentaran después de un trabajo bien hecho. ¡Siempre llegas a tu hora, chaval! —continuó Klaus, tendiéndole su taza vacía.

—¿Quieren un café, señores? —Le preguntó el chico a Adam y Daniel.

—Desde luego —dijo Adam.

Dave volvió a llegar también su vaso.

El segundo sorbo que dio a aquel brebaje terminó de despertar al resacoso funcionario. Aquello sí que era un café bien cargado, justo como él lo necesitaba.

“Maldito café de máquina”, pensó.

—Bueno, ahora les toca a ellos —dijo el joven, volviendo a empujar el carrito hacia la puerta—. Por raro que os parezca, y aunque me alegre de perder de vista a algunos de esos personajes por unos días, a otros los echaré de menos.

—Sí, algunos son terriblemente encantadores. —Le dijo Daniel—. Y además tienen extraños fetiches, y tú tienes un aspecto peculiar.

—¡No le metas miedo al chico, Daniel!

—A estas alturas ya… Llega un poco tarde, ja, ja, ja, ja. ¡Qué tengan una buena jornada, señores! —Dave cerró la puerta tras de sí.

Durante diez minutos, el despacho quedó en silencio, hasta que…

—¿Cómo has visto a Russell esta noche, Daniel? —Le preguntó Adam al psiquiatra.

—Pues lo vi más extraño que otras veces. Estuve frente a su celda media hora, hablándole, preguntándole… Pero no me ha contestado, solamente se ha limitado a darme la espalda, tumbado en la cama mirando a la pared. Su respiración era tranquila, pero realmente, dudo que durmiera.

—Raro en él. Es el típico nocturno —añadió Klaus.

—Si. —Daniel ya observaba el fondo de su taza de café—. Ese sujeto me ha robado muchas horas de sueño durante varios años…

Daniel había encontrado algún que otro sujeto interesante en Strongly, perfectos para sus estudios, sus tesis y sus doctorados. Durante dos años estuvo estudiando el caso de Jack Slyman, un reo que, debido a su agresividad, fue enviado a una prisión aislada de las que aún se conservan en el oeste de Australia. Allí había acabado con la vida de sus cinco compañeros de celda, comiéndoselos después. Tras cuatro años en Australia, Jack fue enviado de vuelta a Gran Bretaña e ingresado en Strongly, ocupando una celda de máxima seguridad. Daniel estuvo conociéndolo, estudiándolo y haciéndole visitas durante los años que estuvo en aquel lugar hasta su muerte, hacía ya cuatro años. Tal fue la fascinación que Daniel había llegado a sentir por Jack, que después de que le hubieran realizado a éste su pertinente autopsia, solicitó su cráneo. Si, si, su cráneo, el cual sorprendentemente le cedieron y que colocó sobre el escritorio en el que trabaja.

A este amante de Shakespiere le gustaba coleccionar objetos de aquellos con los que trabajaba, desde herramientas usadas en sus carnicerías, como cuchillos, dagas, navajas… Hasta cráneos. Esa extraña afición del psiquiatra había hecho pensar a Adam en la posibilidad de que Daniel sufriera algún tipo de trastorno mental. Pero… Después de todo, él no era experto, no era de su incumbencia el juzgar a nadie, ¿verdad?

Pero no había sido Jack quién más había fascinado a Daniel a lo largo de su carrera. Había otro, por increíble que pareciera, que lo eclipsaba: Russell Hurth, el parricida de la baja California.

Russell Hurth era un hombre de cuarenta y tres años, y durante los tres últimos no había conocido otra casa que no fuera la zona más segura de Strongly. Antes de llegar allí se encontraba en el corredor de la muerte de EEUU, pero el prestigioso Daniel Lewis se había encargado personalmente de hacer su respectiva petición de traslado a Strongly. A Adam siempre le había sorprendido ese hecho, ¿tanta influencia tenía aquel psiquiatra? Fuera como fuere, no le importaba mucho en realidad.

A parte de los hechos que dieron lugar al encarcelamiento de Russell, lo que hacía aún más peculiar a este sujeto era su convicción de no ser humano, sobre sí mismo solía decir que su existencia en la tierra se debía solamente a una misión. Pero sobre esa empresa el reo aún no había soltado palabra, ni siquiera a Adam, pues, muy a pesar de Daniel, él era la persona con la que más le gustaba hablar a Russell, y al que curiosamente consideraba su amigo.

A Adam siempre le sorprendió esa actitud de Russell hacia él, pues nunca hubo nada en su comportamiento que pudiera haberla causado, pero tampoco le molestaba. Durante noches enteras, horario habitual del reo, habían estado jugando al ajedrez, algo que a ambos les encantaba. Habían tenido largas e interminables conversaciones, durante las cuales Adam nunca fue capaz de arrancarle a su “amigo” ni una sola palabra acerca de su especial naturaleza. Al funcionario le llamaba poderosamente la atención el hecho de que a una persona como a Russell le agradara alguien como él, y eso sí que lo hacía sentir incómodo en muchas ocasiones.

—¿Cuándo volverás a acompañarme a hablar con él, Adam? —preguntó Daniel—. Muchas veces se ha negado a hablarme si tú no estás presente.

—Cuando tú quieras. Aunque no te prometo nada, hace días que está ausente. Ni siquiera responde a mis “buenos días”.

—Extraño… Hay días en los que solo quiere hablar contigo. No sé qué le das, Adam.

El funcionario dirigió una dura mirada de odio al psiquiatra.

—Me da en la nariz que hasta dentro de varios días no hablará. Tiene sus rachas, ¿sabes? —Le dijo.

—Bueno… Me da rabia, pero al menos así me dará tiempo a asimilar todo lo que compartió conmigo el mes pasado.

—¿Te refieres a su afición por comer ratas? Ja, ja, ja. —Rio Klaus.

—¡Oh! No me lo recuerdes, chico. La última vez que le vi devorar una fui incapaz de probar la comida durante casi una semana. —El rostro de Daniel reflejaba repulsión.

—Cualquier día se comerá también a esas amigas suyas, a las que mima tanto —añadió Klaus.

—No lo creo, les tiene demasiado apego. No se las comerá —afirmó Adam.

—¡Por el amor de Dios! ¿Cómo una persona que tiene los suficientes huevos de matar puede sentir esa fascinación por un ser tan delicado y hermoso como una mariposa? Pero si hasta les habla y todo… —continuó Daniel.

—Tú sabrás. —Le dijo Adam—. Eres su psiquiatra, ¿no?

—Sí, pero…

La prisión de Strongly solía proporcionar los materiales necesarios para que los reos pudieran desarrollar sus hobbies, desde la pintura, la lectura o la escritura, hasta incluso tener mascota. Pero eran tantas las excentricidades que esos hombres habían llegado a pedir, que realmente a Adam no se sorprendió nada cuando supo que Russell había solicitado un grupo de varias larvas de mariposa nada más llegar.

El reo solía darles tantos cuidados y cariño, que chocaba ver como alguien con su aspecto era capaz de tener tanto cariño, casi paternal, para dar.

De repente alguien abrió la puerta de forma agresiva. Era Roger, el funcionario encargado de vigilar las celdas.

—¡Adam! Es Russell, necesitamos que vengas.



2



Mientras recorría el pasillo que separaba su despacho de la zona de máxima seguridad, Adam no quiso ni pensar en lo que podría haber ocurrido. En muchas ocasiones habían ido a buscarle por algo relacionado con Russell, y nunca, nunca jamás, había logrado imaginar la barbaridad que aquel hombre había hecho, como aquella vez que se encontró con veinte ratas muertas y desangradas debajo de su cama. Miedo le daba, en realidad, imaginarse lo que aquel ser hubiera sido capaz de hacer esa vez.

Cuando llegó a la zona aislada vio a dos compañeros que lo aguardaban en la entrada. Uno de ellos le tendió un arma.

—Ten, Adam…

—No pienso meter eso ahí dentro. ¡Puede tomarlo como una amenaza!

—Úsala si ves que no tienes más remedio. —Le dijo el otro compañero, abriendo la gruesa puerta blindada—. Y no te acerques demasiado al cristal.

Adam cruzó decidido la puerta, adentrándose en un oscuro corredor que lo llevaría hasta la celda de su “amigo”. Escuchó como sus compañeros volvían a cerrar la puerta a su espalda, ahora solo estaba Russell y él… Aislados… Pero, a pesar de que su corazón parecía a punto de estallar, aquello no le hizo sentir ni el más mínimo temor, confiaba ciegamente en el walkie talkie que colgaba de su cinturón.

Enérgico, atravesó aquel pasillo lleno de celdas vacías, pero cuando llegó a la indicada, la tercera empezando por el final, y asomó a su interior, necesito varios segundos para asimilar lo que veía… Esta estaba sumida en una siniestra semioscuridad, la luz del sol, que entraba por el pequeño y único ventanuco con que contaba, era insuficiente para apreciar con todo detalle lo que allí se encontraba.

Russell estaba sentado en su cama, su cuerpo solo era visible de hombros para abajo. Lo primero que vio Adam fue la parte inferior de su camiseta blanca llena de salpicaduras de sangre, y al pobre Dave, al que el cruel prisionero tenia sujeto sobre su regazo, con un profundo mordisco en la yugular. Por un momento, aquella imagen le recordó a la de un león devorando a su presa sobre la rama un árbol.

A uno de los lados de la cama estaba el carrito de cocina con el que el joven había aparecido en su despacho hacía menos de media hora, todo su contenido estaba esparcido por el suelo.  

Adam se movió lentamente hacia el interruptor del pasillo, no quería que Russell, a pesar de poseer una naturaleza verdaderamente tranquila, pudiera tomar alguno de sus movimientos como una intimidación. Cuando los tubos fluorescentes del techo iluminaron la celda, el funcionario pudo ver como centenares de mariposas se amontonaban sobre el charco escarlata que poco a poco se iba extendiendo por el suelo, a los pies de Russell.

El terror y la repulsión se habían apoderado tan fuertemente del cuerpo de Adam que incluso le impedían hablar.

La figura de Russell Hurth emergió lentamente de la oscuridad, dedicándole a Adam una ensangrentada sonrisa.

—Hola, Adam. Me apetecía verte —saludó el reo con voz tranquila.

—¿Por eso has hecho esto? ¿Por eso has matado al pobre Dave? —A Adam le costaba arrancar las palabras de la garganta.

—Hace días que  no me visitas…

—¡Hace días que no hablas! —Le reprochó el funcionario—. Con haberle dicho a cualquiera de mis compañeros que querías verme hubiera bastado.

Pero Russell no pareció escucharle. Muy cuidadosamente puso el cadáver del cocinero en el suelo y se acercó al cabecero de su cama, del que colgaban dos largas hileras llenas de crisálidas. Algunas se movían, ya debía faltar poco para ver asomar a los transformados insectos.

Russell alargó la mano hacia una de ellas, la única que estaba abierta y de la que ya colgaba una enorme mariposa secando sus alas pardas, tan grandes como la palma de una mano.

—¿Ves a esta hermosa criatura, amigo? —susurró el reo—. Es una mariposa nocturna de Mesoamérica, tan delicada, tan inocente… ¿Quién pensaría que pueden ser portadoras de malos augurios, verdad?

Adam no contestó, realmente era incapaz de dejar de mirar el cuerpo de Dave. En aquel momento agradeció que aquella celda estuviera aislada, manteniendo alejado de su nariz aquel desagradable olor que seguramente la atestaba.

—Ellas son mis amigas, Adam. Las únicas que me entienden, las únicas que estarán conmigo para el resto de la eternidad. Soy un ser solitario…

—Estás loco. —Adam levantó la vista hacia Russell justo en el momento en que este clavaba un fino alfiler en el cuerpo del insecto.

Durante un largo minuto la mariposa se estuvo revolviendo, dando pequeñas sacudidas para finalmente detenerse en una muerte demasiado temprana para ella.

El funcionario recordó lo mucho que le gustaba de pequeño acabar con la vida de aquellos animales, a los que siempre había considerado tan insignificantes. Su madre solía decirle que ellos también eran criaturas de Dios, que solo él podía darles la muerte y más chorradas así… A continuación siempre le tocaba ver como el escarabajo de turno se escapaba por debajo de la valla de su jardín, ileso… Pero aun así, le chocaba ver como alguien que le dedicaba tanto tiempo de su vida a la crianza de las mariposas, a las que incluso llegaba a bautizar, acabase con sus vidas así… De esa manera tan cruel y punzante.

Después, con mucho, mucho cuidado, Adam vio como Russell clavaba el insecto en un corcho rodeado de una especie de marco, en el que ya se encontraban varios ejemplares más, todos ellos enormes.

—Así no morirán más… —El preso se volvió hacia Adam al mismo tiempo que colocaba un vidrio encima de sus ensartadas “amigas”—. Por cierto, Dave estaba delicioso…

Tras escuchar aquello, Adam tuvo que contener unas ganas enormes de aporrear el cristal que rodeaba la celda de Russell, encargado de aislar la temperatura tropical que dominaba la celda.

—Ya te lo hemos advertido muchas veces, tus comportamientos no son propios ni siquiera para gente como tú. —Le dijo apretando los dientes. De repente sentía como una gran impotencia se apoderaba de él, pero temía hacer o decir algo que pusiera nervioso al presidiario —.Realmente esta vez te llevarán, Russell.

—¿A dónde? —preguntó el reo intentando fingir curiosidad, aunque la indiferencia era más que evidente en el tono de su voz.

—A un lugar para gente como tú, en el que solo vive gente repudiada por la sociedad. Stronly es el paraíso comparado con él.

—Bien, así cambiare de aires. Llevo demasiado tiempo aquí, amigo.

—¡No es un Spa allí donde vas!

Russell se acercó peligrosamente al cristal, colocándose apenas a un palmo de distancia de Adam. El vaho de su aliento empañó rápidamente el vidrio que los separaba.

—Entonces echaré de menos nuestras partidas de ajedrez —susurró—. Me caes bien, Adam.

Esta vez el funcionario fue incapaz de disimular su repulsión.

—Vete al infierno… —Le espetó cogiendo su walkie talkie, al que trasmitió una orden con código numérico.

En seguida dos guardias irrumpieron en el pasillo. Ambos, armados y preparados con armas y tubos de gas lacrimógeno, entraron en la celda, inmovilizando al sanguinario prisionero que, por su parte, y sin dejar de sonreír, no opuso resistencia alguna.










8 comentarios:

  1. Con solo leer el prólogo me ha atrapado!

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    1. Gracias, amigo!
      Si te animas a leerlo ya me contarás!
      Un abrazo!

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  2. Como te dije la primera vez, Ana, me encanta. ¡Estoy deseando leer la novela completa!
    Por cierto, gracias por mencionarme.
    ¡Un abrazote, amiga!

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    1. Hombre! Ya que te tomas la molestia de revisarmelo, como no te voy a mencionar!!
      Ahhh!! Ya me dirás cuando la leas completa entonces!
      Un besote, amiga!

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  3. ¡Tres novelas a la vez! Madre mía, te deseo todo el éxito del mundo. Saludos!

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  4. A juzgar por lo que he leído, te adentras en un mundo complicado Ana. Más de lo que parece, porque no te vas a quedar en lo "tripero", sino que, según parece, tu intención es penetrar profundo en la mente perturbada de un psicokiller, a lo "El silencio de los corderos". Algo que, bien llevado, puede dar momentos inolvidables de lectura. Y tú tienes el talento y la técnica para ello. Estoy seguro. Te deseo el mayor de los éxitos, compañera. Ya nos avisarás cuando lo publiques.
    Bueno, te voy a poner una pequeña peguita, y es más que nada por poner algo de humor negro que por ponerte peros a una impecable redacción: Dices que David Hanssen asesinó y violó a sus víctimas. ¿Fue ése el orden de los acontecimientos?, porque entonces no sería violación, sino profanación y necrofilia.
    Bromas aparte, enhorabuena por tu trabajo, Ana. Ya nos contarás. Besos

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    1. ¡Hola, Isidoro!
      Pues si que tienes razón, jajajaja, ahora acabo de cambiar el orden de esas palabras, gracias por decirmelo.
      ¿Sabes? En un principio mi intención era esa, pensar como podría funcionar la mente de un asesino, psicológicamente, y poderlo explicar de alguna manera en mi historia. Pero con el tiempo todo degeneró un poquito, ya que me dí cuenta de que, si hay pocas cosas imposibles en el mundo, describir la mente de un asesino es una de ellas.
      "La tercera celda", a parte de contener algunos casos reales como esos que describo en los dos primeros capítulos, acaba siendo una historia muy distinta a la que seguramente te has imaginado al leer estos dos capitulos. ¡Pero eso mismo le ha pasado a todos los que lo han leído! Cosa que no sé si es bueno o malo... Me hace pensar...
      ¡Muchísimas gracias por tus palabras, amigo! ¡Que los dioses te escuchen!
      ¡Besotes!

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