Etiquetas

martes, 24 de mayo de 2016

El cuervo




Lo que a continuación quisiera compartir con todos vosotros es algo que nunca me había planteado hacer, ya que siempre he considerado que continuar algo que ha empezado otra persona me parece un sacrilegio para su memoria. Pero es algo que me salió del corazón, como si sintiera un arrebato, fruto de la gran pasión que siempre sentí hacia uno de los más grandes escritores románticos de nuestra historia, que me empujara a hacerlo.
Para él no había un tema mejor para tratar en sus poemas que el del desamor humano, sobre todo aquel que habla de la perdida de la amada justo en el momento en que disfrutaba de su belleza y juventud. Pero yo pienso… ¿Por qué los mejores poemas de amor son los que tratan temas trágicos? ¿Por qué no al contrario? ¿Por qué no los que tratan de un amor encontrado, de un bonito reencuentro, o que simplemente tengan un desenlace prometedor?
Ya sea porque quise ponerle un desenlace feliz a uno de sus más famosos poemas, hermoso por su aire triste y melancólico que tanto caracterizaban a su autor, nació el que os muestro hoy.
La protagonista de mi poema, al igual que el del suyo, recibe esa inusual visita que la martiriza con las dos mismas palabras: “Nunca más”, pero que en esta ocasión, encierran un mensaje completamente distinto y opuesto. Es por ello también que he querido hacerlo de la forma más fiel y parecida posible a su antecesor, para que así, se pueda asemejar más a una continuación del mismo, cargada con un poquito de esperanza, que a un poema independiente.
Dicho todo esto, os presento mi propio “cuervo”, siempre desde el mayor respeto que un autor novel pueda sentir por uno de los grandes. Espero de verdad que os guste, y que disfrutéis leyéndolo tanto como yo lo hice escribiéndolo.




EL CUERVO

Ya casi estaba dormida, con la cabeza hundida en el sofá,
cuando las fatigadas campanadas de media noche me volvieron a despertar,
rompiendo mi silencio, de nuevo oscureciendo mi soledad…
Arrastrando con ellas tan tristes y fúnebres recuerdos de días pasados,
desde los cuales, mi encogido corazón parecía haberme abandonado.
“Se ha ido con él—me dije—ya no lo necesitarás más”.

Ah!… Recuerdo claramente esos ojos que tan fijos me miraban,
las tiernas caricias que me abrumaban,
y aquellos brazos que tan tibiamente me arropaban.
Aquellos brazos… Los mismos que ayudaban
a alejar de mi la oscuridad,
Y que tan precipitadamente se alejaron para ya no volver más.

De repente, mi temeroso corazón en mi pecho volvió a saltar,
pues un leve golpe en la ventana lo había hecho reaccionar.
Curiosa, intenté adivinar lo que había al otro lado de la ventana,
“Será—dije—algún animalillo, quizá la rama de un árbol
que ha ido a chocar contra el cristal de la ventana.
Eso es todo, y nada más”.

Cansada y abrumada, me senté en el sillón junto al fuego,
sus cartas habían sido mi único consuelo, mis compañeras de duelo.
Las había leído una y otra vez, durante aquellas largas noches de soledad…
Ahora, negras hileras saladas habían borrado las hermosas palabras
que formaban las más hermosas promesas, ahora rotas…
Promesas que ya tan solo por mi memoria serían recordadas.

De nuevo, aquel molesto ruido me arrancó de mi aflicción,
temerosa, miré hacia la ventana, medio escondida tras del sillón.
Me sentía como una niña leyendo historias de terror,
esas en las que el asesino ha irrumpido en el caserón.
Una ráfaga de viento frío había abierto los postigos,
haciendo bailar las llamas, ondear los visillos…

Rápida, me dispuse a cerrarla de nuevo,
pero solo cuando estaba a punto de hacerlo,
irrumpió en mi habitación, con alas plegadas, un atezado cuervo.
El descortés invitado, revoloteó con aires desconsiderados,
y después de haber dado dos vueltas a la habitación,
se posó sobre el sillón, luego sobre en el montón de cartas, y nada más.

Con la respiración contenida me quede observando a esa ave decidida,
que con su figura erguida parecía mirarme orgullosa sobre la correspondencia recibida.
Durante varios segundos me sentí cohibida,
temerosa como pocas veces en mi vida.
Cautelosa, volví a abrir la ventana, instándolo a retornar,
a lo que esa ave maldita me contestó sin vacilar: “Nunca más”.

Permanecí aturdida unos instantes, sin saber cómo reaccionar,
en sus negros ojos brillaba el reflejo de las llamas con aire sobrenatural…
“¿De verdad me había hablado?—Pensé—No,
solo ha sido tu trastornada mente,
tu cerebro maltratado por la falta de sueño.
Eso es todo, y nada más”.

Intencionadamente dejé ligeramente abierto el ventanal,
y volví a sentarme junto al él, junto al fuego del hogar.
“Ya te irás”—pensé,—“todos se van”. Pobre de mí…
 ¡Oh! Markus… Maldito fue el día en que me dejaste
maldito fue el día en que zarpaste hacia alta mar,
ese mar que ya sería tu tumba, por siempre jamás…

Volví a coger las cartas, preparada para seguir leyendo,
acariciando cada una de ellas como si fuera un rico lienzo,
dispuesta a seguir martirizándome con cada palabra grabada en ellas,
palabras que me hicieran volar…
Más ni una sola de ellas logré arrancar,
pues sentía aquellos ojos de ébano volviéndome a mirar.

Molesta, me volví hacia avechucho,
descubriendo su lóbrega silueta recortada entre las llamas,
que de pronto me hizo sentir azarada.
Acobardada, y casi susurrando,
le rogué de nuevo que se apresurara a marchar,
a lo que el cuervo volvió a contestar: “Nunca más”.

“¡No te he invitado!—Le grité.—Has sido tú el que ha
entrado sin permiso, perturbando mi soledad…
Vete, sal ahora mismo por la ventana
y pensaré que solo ha sido fruto de la casualidad
lo que te ha traído aquí”.
Y el cuervo dijo: “Nunca más”.

Furiosa me levanté, hasta ponerme frente a él.
“¿Quieres atormentarme? Vete ahora, sal por la ventana
y pensaré que solo estás aquí por casualidad”.
Repetí aquella súplica por tres veces, casi con brusquedad,
hasta que ya, antes de volver a empezar…
El cuervo dijo: “Nunca más”.

La sangre corría y latía en mis venas a toda velocidad,
mi cuerpo y mi cabeza comenzaron a desarrollar
una desagradable hostilidad.
Impotente, lo volví a mirar,
a aquel que sentía usurpar mi intimidad,
ocupar mi salón, mortificar mi soledad…

Con furia, abrí de par en par la ventana,
mis largos cabellos, arrastrados por el viento,
interpuestos entre mis ojos y los del cuervo,
cuya presencia de alimaña insoportable,
ya me resultaba intolerable.

 El ave seguía allí, ni siquiera se movió,
casi podía sentir su pico clavándose en mi corazón,
ese mismo al que ya solo los cuervos harían compañía por compasión.
Seguía mirándome, retándome…
Como riéndose de mi imagen suplicante,
de mis lloros y palabras suplicantes.

Me dirigí al sillón y le arrojé uno de sus aterciopelados cojines,
Y luego otro, y otro… De nada sirvió…
Seguía allí parado, inmóvil,  como una estatua
perteneciente al propio mobiliario del salón,
observándome con su recortada silueta
desde su estratégica y estudiada posición.

Solo cuando le tiré el cuarto cojín reaccionó,
sobrevolando toda la habitación,
y empujando a su paso, con el diabólico batir de sus alas,
las cartas de mi amado Markus, directamente a las llamas.
Desesperada, y sin poder hacer nada,
sólo pude ver cómo eran devoradas.

Oh, Markus…
Que en mi mente queden esas hermosas palabras,
esos versos tan románticamente compuestos,
Y que no te fueron devueltos.
Esas promesas con desenlace nupcial,
dedicadas a aquella cuyos ojos ya no te verían más…

Entonces, ya no pudiendo más, abandoné el salón con un arrebato,
deteniéndome entonces en mi puerta,
observando la ventana abierta,
Anhelando mi libertad, esperando poder verlo salir…
Pero de repente, otra sensación se apoderó de mí
pues fue algo muy diferente aquello que vi…

Lo vi a él, parado allí, casi envuelto en la oscuridad enfrente de mí.
Junto a él, otra ventana abierta con ondeantes cortinas,
como esperando que salieran sus miedos y fatigas.
Con ojos rojos por el llanto me miraba,
sujetando fuertemente el gran libro que portaba.
Parecía asustado, atormentado, ansioso… Como yo…

De repente, un segundo cuervo salió volando desde su ventana,
Y el mismo fue seguido por el mío.
No fue alivió lo que sentí al verlo salir,
si he de ser sincera, ni siquiera lo vi.
Mi corazón sintió algo diferente, extraño, hermoso…
Y entonces, solo en ese momento, pude comprenderlo todo…

 Los dos pájaros, o ángeles, alzaron juntos el vuelo,
perdiéndose en aquella plutónica oscuridad,
en la negra e infinita inmensidad…
Y se elevaron… Se elevaron con las alas de nuestras almas,
almas a las que ya no perturbaba la oscuridad,
pues ya no volverían a estar solas, nunca más.


6 comentarios:

  1. Hola Ana!
    Muchas gracias por pasar por mi blog literario, por si habras visto , publique varios libros y reseñas de Poe, que me encanta!

    Me gusto mucho tu blog, aqui me quedo, te sigo!

    Me gustaría que te pases por mi blog literario y si te gusta, sígueme :).

    saludos nos leemos!!

    ResponderEliminar
  2. Hi! Me acabo de pasar por tu blog ya que me has dicho que estas empezando. Muucho ánimo, paso a paso puedes llegar donde te propongas.

    Mónica R.

    ResponderEliminar
  3. Hola, muy bonito lo que has escrito, un beso

    ResponderEliminar
  4. Muy bueno, Poe es uno de mis favoritos y leer esto, gracias.

    ResponderEliminar
  5. Precioso homenaje a Poe. No esperaba menos de ti. Me ha encantado. ¡No sabía que además de una excelente relatista y una novelista que mejora cada día, fueras también poeta! Un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. Sé que llego algo más de un año tarde. La verdad es que el poema tiene un tono muy Poe, y está muy bien escrito.

    ResponderEliminar