Hoy os traigo una historia realmente emotiva relacionada con mi último viaje, una historia que tocó mi corazón y que ya recordaré para el resto de mi vida.
Muchos de vosotros conoceréis la historia del Bobby Greyfriars, el perro fiel de Edimburgo, que permaneció catorce largos años junto a la tumba de su amo, John Gray, hasta que su hora finalmente llegó. Se podría decir que es el equivalente británico al famoso Hachiko, el leal shiba que esperó pacientemente en una estación de tren a un amo que ya jamás regresaría.
La lealtad y el amor que los perros llegan a sentir por sus amos es inmenso, tanto que, incluso yo misma pienso que nunca podré llegar a querer a mi perro tanto como él me ama a mi, ¡y eso que incluso llegaría a matar por él, jajajaja! ¡Por mi perro MATO! Donde yo voy va también él, cuando yo me duermo él también, cuando estoy triste me consuela, y cuando vé que se pasa la hora normal de su desayuno (porque en el fondo es un "veleta") me despierta. Incluso se pone más contento que mi novio cuando llego a casa, jajajajaja. Era de esperar... Por eso me conmueben tanto sus historias, todo lo que pueden decirnoscon solo una mirada, todo lo que nos dan sin apenas pedirnos nada a cambio, solo un poquito de nuestro tiempo para juguar... Por eso quería dedicarle unas palabras en forma de relato a este legendario perrito, que se merece eso y mucho más.
Este relato estará dividido en dos partes, ya que no es el único que me ha inspirado Edimburgo, ¡espero que la disfrutéis!
¡La semana que viene, más y mejor!
Estatua del perro Bobby,
a las puertas del cementerio de Greyfriars.
Durante los días que estuvimos allí no dejé de acariciar su naricita cada vez que pasabamos por delante de esta estatua. Por lo visto, hay una tradición que dice que si lo haces, eso te traerá buena suerte, pero... Al llegar a España y empezar a investigar sobre este entrañable personaje, me encontré con una noticia que me hizo sentir realmente mal... Hace unos años, a esta misma estatua le colgaron un cartel del cuello, algo que se notificó como un acto de vandalismo, pero que no paso desapercibido para muchos escoceses. En ese cartelito decía lo siguiente:
"No toques mi nariz, no es una tradición que dé buena suerte y no me gusta. Si la tocas ésta se desgastará, y entonces no podré oler nunca más".