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domingo, 18 de noviembre de 2018

¡Palabra de monstruo! Capítulo IV.

¡Muy buenas tardes de domingo!
Aquí os dejo la esperada continuación de ¡Palabra de monstruo! Ya no queda nada, mis pequeñitos ya empiezan a enseñar los "dientes"...


¡PALABRA DE MONSTRUO! CAPITULO IV.

Nada más bajarse del coche, un aire helado caló la piel de sus zapatos, llegando a sus pies. Daniel ya había olvidado el intenso frío que azotaba la campiña en aquella época del año, lo que hizo que la percibiera como una peculiar bienvenida.
Rápidamente, un botones estirado, más por lo ajustado de su uniforme que por el frío, empezó a sacar sus maletas del coche. Los agentes de Scotland Yard los escoltaron hasta la entrada.

—Se lo agradecemos, sinceramente, pero no es necesario que nos acompañen hasta la habitación —agradeció el cirujano, intentando ocultar el gesto de molestia por la presencia de aquellos hombres—. Sólo pasaremos aquí una noche, mañana saldremos hacia…
—No es problema, doctor.
Al decir aquellas últimas palabras, Daniel dirigió una fugaz mirada a Julia. Estaba molesta, era evidente que no le gustaba la situación.
—Doctor Travers, tenemos órdenes de acompañarlo esta noche, al menos en el hotel, en casa de sus suegros será diferente…
Aquello, en lugar de enfurecer aún más a Daniel, lo hizo suspirar. En otro momento le hubiera molestado sobremanera que personas que no conocía de nada estuvieran espiándolo y vigilándolo como un delincuente, aunque en realidad no fuera así y solo se tratara de su seguridad, pero en aquel momento, el cansancio solo le hacía desear soltar las maletas en la habitación y bajar a cenar al comedor.
—Está bien… ¿Los vamos a tener de escolta todas las vacaciones? —Se quejó simplemente.
—¡Daniel, por favor! —gritó Julia, dándole la espalda a su marido y entrando en el hotel. Daniel no se lo reprochó, realmente aquella tenía que ser una muy mala situación para ella.
El médico agachó la cabeza y suspiró:
—Está bien… Si no hay más remedio…
Los cuatro hombres siguieron a Julia hacia dentro del hotel. En recepción, les fueron asignadas las habitaciones de un modo bastante especial; una de ellas, en la que se alojaría el matrimonio, era una estancia doble, separada una de otra a través de una puerta, lo cual venía genial para el cabreo de Julia, que parecía no querer mirarlo a la cara. A ambos lados, en las respectivas habitaciones vecinas, dormirían los guardaespaldas. Realmente, los médicos estaban rodeados, pero el irascible Daniel se siguió tragando las ganas de quejarse, no quería poner aún las cosas más tensas entre él y su mujer.
Julia deshizo la maleta en la parte izquierda de la habitación, dejando la puerta que separaba ambas piezas abierta, como queriendo que Daniel viera bien su expresión de enfado. El cirujano no le dijo nada, ni tampoco le reprochó, simplemente se limitó a deshacer su maleta y darse una ducha antes de bajar a cenar.
Un joven los sentó a una única mesa redonda que quedaba, la cual ocuparon los cuatro. Julia estaba sentada frente a él, parecía no querer ni mirarlo a la cara. Realmente, él se había creado unas expectativas bastante diferentes de aquella noche. Llevaba tiempo planeando y preparando la que se suponía tenía que ser una velada romántica, solo para ellos dos… Pero ahora, a ambos lados solo tenía a Whitman y a Hare. Por suerte, amos hombres demostraron poseer un dominio dela situación increíble, e intentaron sacar ciertos temas de conversación para romper el hielo. El más joven, Hare, contó alguna que otra anécdota de su trabajo, algo que logró arrancar alguna sonrisa a Julia, pero aún así, no consiguieron acabar con la tensión. Daniel no veía el momento de acabar la cena y retirarse a su habitación, pero aquello no fue lo peor… El momento más incómodo de la noche llegó cuando Julia distinguió una cara conocida entre el resto de comensales del comedor.
—¡James! —exclamó levantándose de la silla.
Daniel la siguió con la mirada sin podérselo creer. ¿James? ¿El mismo James con el que había tenido una relación justo antes de conocerlo a él? ¿El mismo James que había llegado a pedirle matrimonio? ¿El mismo que había significado algo para ella aparta de él? Dios, cómo lo odiaba…
—Disculpen, caballeros —dijo, también levantándose—. Pero creo que me ha sentado mal la cena, voy a retirarme.
Los dos jóvenes lo despidieron con cortesía, haciendo posible que el médico pudiera abandonar el salón antes de que a su esposa le diera tiempo de acercarse a él con su viejo amigo…
Una vez en la habitación, Daniel cerró la puerta de un portazo. Estaba molesto, muy, muy molesto. Julia siempre había sabido que era un hombre celoso, aunque en su justo medida, y sabía lo mucho que le molestara que siguiera manteniendo el contacto con algunos de sus ex, sobre todo con James... Maldito James...
   Poco a poco se fue desabrochando la camisa, aunque lo que más le apetecía era arrancársela del tirón, haciendo saltar cada uno de sus botones hasta la última esquina de su habitación, pero en lugar de eso, se controló. Sus manos temblaban con cada botón que soltaba, y solo había dos cosas en el mundo que lograban tranquilizarlo, el alcohol o un buen baño. Para aquella noche, las dos cosas irían bien.
  Con ansias, abrió una de las pequeñas botellas del mini bar directamente en su garganta, para después servirse una copa y llevársela al baño. Seguramente la terminaría antes de que la bañera se llenara.
  Sentado en el WC, el médico fue dando largos tragos a su whisky, mientras un vaho cada vez más intenso lo rodeaba. Solamente el hecho de sentir aquel calor sofocante lo calmó, al menos un poco, hasta que escucho un ruido al otro lado de la puerta.
  “Será Julia, ya se habrá dado cuenta de que no estaba en el comedor y estará molesta por haber sido tan descortés con su James...”
Daniel hizo caso omiso a los sonidos que venían de la habitación y se metió en la bañera.
   Durante al menos veinte minutos se mantuvo sumergido en el cálido líquido, hasta la altura del cuello. Al principio esperaba que su esposa irrumpiera en el baño y le destrozará aquel momento de relax pero, para su sorpresa, no fue así, lo que le hizo pensar que quizá había vuelto a bajar al comedor. Aquel pensamiento volvió a despertar el odio de Daniel, que se levantó de golpe, el mareo de la embriaguez parecía haberlo abandonado de golpe, y tras un último enjuagón, se colocó el albornoz y salió del baño.
   —¿Julia..? —llamó, asomando solo la cabeza por la puerta del baño. Pero nadie contesto.
   La habitación estaba completamente sumida en la oscuridad, solo un rayo de luz de luna se colaba entre las cortinas, y un frío glaciar lo acariciaba todo. Al mirar hacia la ventana, el medio descubrió con espanto que la ventana estaba abierta, seguramente Julia la había dejado así, ya que él solo se había limitado a atacar el mini bar
   Rápidamente se acercó al ventanal y lo cerró, pero al darse la vuelta vio como una horrible imagen, solo propia de las más grotescas pesadillas, estaba ante él.
   Tres figuras bajitas, encorvadas y extrañas, al menos hasta donde él pudo distinguir en la oscuridad, lo acechaban. Estaban inmóviles a los pies de la cama, observándole... Pareciendo esperar a que hiciera el más mínimo movimiento para atacarle. No pudo ver sus rostros, pero si el pequeño destello de unos ojos, los de uno de ellos, el que ahora se acercaba a él con los brazos en alto.
   Daniel no pudo hacer nada, el shock de la visión lo había calado tanto que incluso lo había paralizado, y de su boca era incapaz de emitir cualquier sonido.
  Lo último que vio Daniel antes de cerrar los ojos, fueron unos enormes y deformados pies que asomaban a través de la piel de unos zapatos rotos.




Cuando despertó su cabeza parecía un avispero, y un dolor insoportable, parecido al de unos fuertes calambrazos, recorría su columna de arriba abajo.
   Estaba tumbado sobre una cama, con las manos atadas por delante de la cintura. El escozor que le producía aquella cuerda rasposa le resultaba insufrible.
   Trato de incorporarse, pero un fuerte mareo se lo impidió, haciendo que volviera a caer pesadamente sobre el duro colchón.
   Daniel volvió a abrir los ojos, o a intentarlo, ya que ese simple gesto le dolía, e intentó mirar a su alrededor.
   Todo parecía estar oscuro pero, poco a poco, sus ojos se fueron adaptando a la oscuridad. Estaba en una especie de habitación o castillo antiguo, ya que pudo ver lo que un día fueron enormes bloques de piedra, ya casi en ruinas, formando las paredes. La única luz que había era la de un candelabro que descansaba sobre una destartalada mesa de madera, pero fue suficiente para que pudiera advertir que no había ventanas, solamente una puerta cerrada bajo la  que seguramente se tendría que agachar para cruzar. A parte de aquella mesa, y la cama que él ocupaba, en aquella habitación no había ni un solo mueble más, por lo que no dejo de preguntarse el origen de ese repugnante olor que lo inundaba todo.
   De repente, al intentar moverse de nuevo, vio como la puerta se abría y varias figuras entraban en el cuarto. Todas ellas eran de pequeña estatura, pero de extremidades, formas y movimientos distintos.
  Daniel se froto los ojos para poder enfocarlas mejor. ¿Quiénes eran aquellas personas? ¿Por qué estaban allí? Y lo que más lo atormentó de todo, como un golpe de realidad en su cabeza, ¿dónde estaba? ¿Qué clase de lugar era aquel?
  Una de aquellas figuras se le acercó con pasos lentos, con calma, hasta llegar a estar a un metro y medio de él. Fue entonces cuando el cirujano pudo observarlo mejor o, al menos, lo que su primera impresión le permitió. Aquella mirada, casi traslúcida, había caído sobre él como témpanos de hielo.
  —Muy buenas noches, Doctor Travers —saludo aquel “ser” con voz áspera, pero tranquila y amigable—. No se preocupe, lo que siente es solo el efecto del cloroformo que le administramos antes. Ya se está eliminando de su cuerpo, en una hora estará como nuevo.
  Daniel estaba en shock, no podía creer que lo que estaba pasando fuese real… Tenía que ser un sueño, un mal sueño consecuencia de aquel maldito e incómodo vuelo. Aún tardo unos minutos más en asimilar todo lo que estaba sucediendo, y dónde estaba.
  Poco a poco se fue calmando y a recobrar su realidad, y algunos de sus recuerdos. ¿Qué era lo último que recordaba de la habitación del hotel? Si... Tres figuras irrumpiendo en ella a través de la ventana...
  Con ojos temblorosos, busco entre aquellas figuras algo que le fuera familiar, pero todas ellas poseían detalles tan acentuados y bizarros que le fue imposible concentrarse. Una era delgada, casi esquelética, y con un tono de piel violáceo que solo había tenido la oportunidad de ver en  cadáveres de la morgue del hospital. Era como si todo aquel ser estuviera cubierto de carne muerta. Otro era obeso, de piernas tan grandes que incluso parecían formar parte de su tronco, ¿en realidad tenía piernas? El marcado estado de los huesos de sus brazos, los mismos que se le alargaban hasta casi rozar el suelo, hacían del conjunto de este ser algo que nadie querría llegar a imaginar nunca. Otro tenía un agujero en lugar de la nariz, y otro... Ese mismo que se le había acercado, e incluso sentado a su lado sin que él se hubiera dado cuenta, carecía de nariz y sus ojos estaban completamente blancos, pero era evidente que veía a la perfección. Sus labios estaban morados y salivaba por las comisuras. Este ser se quitó su sombrero al ver que el médico lo miraba, como señal de paz, dejando ver una cabeza completamente calva y gris.
  —¿Me... Me habéis secuestrado?— pregunto con un hilo de voz—. ¿Dónde estoy?
   —Permítame presentarme doctor, mi nombre es Cassius, y estos son mis hermanos, Gregg, Dann, Freddy y Jhon. —A medida que los iba nombrando, el resto de presentes fue inclinando la cabeza a modo de saludo—. No se preocupe por nada, todo está bien, está usted en nuestra casa. Es todo un honor para nosotros tenerlo como invitado.
   Cassius le había respondido con calma, algo que el médico agradeció, ya que no sabía cómo podría llegar a actuar ante una situación tan tensa e irreal como la que estaba viviendo. Era como si aquellos monstruos quisieran ser excesivamente amables con él, ¿por qué razón?
   —Invitado, pero a la fuerza —respondió Daniel, con seriedad y seguridad
—Sí, lo admitimos. Pero esa era la única manera de hacerlo llegar hasta aquí.
  —¿la única?! —La paciencia de Daniel brotó mucho antes de lo que él esperaba—. ¡Habéis entrado en mi habitación del hotel a la fuerza! ¡Me habéis dormido con cloroformo y me habéis traído aquí! ¿Por qué? ¿No hay formas más fáciles de contactar con un médico si os surge la necesidad? ¿Coger una cita, por ejemplo? ¿No pensasteis que podría haberos atendido perfectamente si hubierais ido a hablar conmigo directamente? Eso sin tener en cuenta lo que habréis hecho con la escolta que me asignó Scotland Yard… A decir verdad, no quiero ni pensar en eso…
  Cassius se levantó de la cama y, colocándose de nuevo su sombrero sobre su desnuda cabeza, se volvió hacia el doctor. Aquella vez, sus ojos blancos parecieron entrar dentro de su mente como un cuchillo haría con la mantequilla.
  —Doctor Travers, ¿de verdad hubiera atendido usted a cinco monstruos que le pidieran ayuda para su padre enfermo? ¿Para un padre que lo único que necesita es un corazón?






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