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lunes, 17 de septiembre de 2018

"¡Palabra de monstruo!" Capítulo III.


 CAPITULO III

Cassius llegó al aeropuerto de Stansted a las 8:55 de la mañana. Estaba incómodo y dolorido por la estrechez del asiento del avión pero, gracias al poco tiempo que había durado desde Madrid, lo soportó bien.

Atravesó la terminal cargando con su pequeña maleta de mano repleta de periódicos junto a las pocas pertenencias que había necesitado mientras vigilaba el hospital. La mayoría del resto de viajeros que se cruzaba en su camino no pudo evitar volverse para observar mejor a aquella figura bajita de aspecto siniestro. Pero él ni siquiera se molestó en devolver una sola mirada, mejor así. Por suerte, los militares que rodeaban el recinto, ya que en aquellos momentos era el único aeropuerto inglés disponible a causa del temporal de nieve, se centraban más del paso de  los pasajeros de las naves que acababan de aterrizar, todo con el fin de que no pisaran partes de una terminal destinada a aviones militares.


Fuera lo esperaba una destartalada furgoneta verde, a la que el recién llegado subió con un costoso salto. No pudo evitar soltar un suspiro de cansancio nada más sentarse.

—Bienvenido a casa, hermano —saludó una voz a su lado.

Cassius se volvió hacia ella y sonrió cansadamente.

—¿Qué tal, Gregg?

—Bien, aunque ahora, gracias a ti, tengo un dolor horrible en los pies. Hace mucho tiempo que no cojo este trasto, incluso me sorprende que funcione.

Cassius bajó la mirada hacia los pies de su hermano, sí que debía de ser verdad que le dolían… Si los suyos cabían en sus zapatos a duras penas, Gregg simplemente era incapaz de usarlos ya que, directamente, a lo que tenía no se le podía llamar pies, solamente eran grandes masas de carne sin forma, llenas de llagas y heridas por caminar descalzo. Llevaba un grueso pantalón de pana marrón y un chaleco azul marino. Su estatura era igual que la de su hermano, aunque él carecía de giba. Su rostro era redondo y de un tono amarillento, y su nariz aguileña y violácea en la punta, al igual que sus labios… Por debajo de su sombrero de lana gris asomaban varios mechones de cabello completamente blanco, casi como hilos de seda, que no llegaban a rozar sus hombros.

—Hay que cuidar la furgoneta, sobre todo para cuando empiece el trabajo. ¿Cómo está papá?

—Se alegrará de verte —respondió Gregg, arrancando el coche y apretando el acelerador con uno de los bultos que tenía por pies.

Cassius tumbó el respaldo de su asiento y se recostó sobre él mientras tapaba su rostro con el sombrero. La furgoneta verde, con un débil ronroneo de ancianidad, tomaba el desvío de la autopista para empezar a atravesar la campiña inglesa.




 

    Aterrizaron de forma brusca, dando un fuerte giro al casi resbalar sobre la pista de hielo. La nieve acumulada en los alrededores del aeropuerto evidenciaban el enorme trabajo llevado a cabo por los quitanieves, con el fin de dejar incomunicada a la cuidad de Londres el menor tiempo posible durante aquella tormenta.
Afortunadamente, sólo soplaba un viento gélido cuando los pasajeros bajaron del avión.
    Daniel no había tenido un buen vuelo. Siempre le habían asustado un poco los aviones, por no decir bastante. Saber que una  tormenta de nieve sacudía Inglaterra no fue la mejor información que pudo conocer a escasas horas de embarcar. No le había costado mucho evitar que Julia se percatara de aquel miedo, con fingir que los viajes en avión no le sentaban bien era suficiente, y ella creía que podía arreglarlo todo con una simple pastilla.
    Su esposa sonreía, estaba impaciente por ver a sus padres tras un largo año de sólo hablar por teléfono y por carta, ni siquiera el cansancio se reflejaba en su cara de lo feliz que se la veía. Pero él parecía tener otros planes para aquella primera noche de vacaciones, y ya se había encargado de reservar la mejor habitación en un apartado hotel que había de camino a Windsor, el Oakley court, bastante elegante, y lujoso...

   A los pocos segundos de recoger sus bultos, la pareja fue interceptada por dos agentes de Scotland Yard y otros dos individuos que parecían ser periodistas.

   —Disculpe, ¿el Doctor Daniel Travers? —preguntó el agente de mayor estatura, el que más imponía. Clavando sus pequeños ojos negros en los del cirujano.

   —Sssí… Soy yo.

   —¿Ocurre algo? —interrumpió Julia. Su rostro estaba blanco como el papel, ¿acaso había habido algún problema? ¿Por qué los interceptaban aquellos policías?

   —Somos los agentes Thomson y Mcdougal. No se preocupen, el aeropuerto no ha sido cerrado, si es lo que temían. Estamos aquí para ocuparnos de su seguridad —anunció el mismo agente, deshaciéndose de su gorro de forma calmada al ver los rostro de estupefacción de los recién llegados.

   Julia dejó caer su maleta al suelo, y suspiró. La noticia de que no se quedarían encerrados en Stansted la alivió, pero, ¿qué hacía allí Scotland Yard? Simplemente habían llegado a Inglaterra para tomar unas vacaciones…

   —¿Por nuestra seguridad?

   —Sí, señora. Ahí afuera hay un centenar de periodistas deseando verlos para acribillarlos a preguntas. Sabemos que van a pasar unos días aquí, y la seguridad de nuestros conciudadanos es lo más importante para nosotros. —Al pronunciar la última frase, Mcdougal miró a Julia. Los otros dos hombres les mostraron las acreditaciones que llevaban colgadas del cuello, eran comunicadores de the times.

Ella tragó saliva, sabía de sobra lo que aquellas cosas incomodaban a su marido, de modo que, intentando ser lo más breve posible, fue ella la que contesto a las preguntas que de repente cayeron sobre ellos como lluvia nada más salir a la terminal. Al principio, incluso ella misma esbozaba la mejor de sus sonrisas, pero con el paso de los minutos no pudo evitar ponerse seria. Sentía que por mucho tiempo que pasara jamás se acostumbraría a aquello. Ser el centro de atención a nivel mediático no estaba hecho para ellos. Casi a empujones, la pareja fue guiada hacia la salida por los dos agentes. Julia no pudo evitar lanzarle una mirada a su marido, tampoco ella tenía la culpa de ser conocida en su propio país, y además estar casada con uno de los más famosos cirujanos del mundo.

   Al abandonar el aeropuerto, fueron los propios agentes los que los escoltaron hasta su destino. Las colosales sombras que a aquella hora formaban los monolitos de Stonehenge los hicieron cruzar un gran trecho de carretera en pleno silencio, ni siquiera los cuervos que solían frecuentar el lugar hicieron acto de presencia, seguramente refugiados del frío en sus cuidados nidos. Julia no escondió su enfado al enterarse de que Daniel quería pasar la primera noche en un hotel, deseaba ver a su familia… Pero, como ya os había dicho antes, su marido era un hombre que sabía compensar muy bien las cosas. Lo que no sabía el propio Daniel es que, precisamente en el Oakley Court iban a toparse con uno de los personajes que peor le había caído en la vida…





3 comentarios:

  1. La intervención de esos "siniestros" personajillos se hace de rogar, je je... Me tienes intrigado. Por lo demás, me ha gustado esa alusión a Stonehenge, le da un tono misterioso a la par que solemne al pasaje, como si esos dos, en lugar de dirigirse a un hotel, fuesen hacia algún mistérico ritual.
    Te veo en el próximo. Besos

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    1. Sí, tienes razón, pero su intervención será intensa... Ya lo creo, jajajaja. Eso que dices del ritual me parece una idea super interesante, digamos que, de alguna manera se podría decir que lo que están preparando es un ritual... ¡Ya me diréis!
      ¡Un abrazote y nos seguimos leyendo!

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  2. Se añaden personajes como ese hermano de Cassius y la atmósfera se va llenando de Stonehenge, esos cuervos... Me temo que pronto estas vacaciones en Londres se van a tornar en todo menos plácidas. Un abrazo!

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