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miércoles, 17 de febrero de 2016

Criaturas extrañas de Japón


Otro de los muchos libros que estoy terminando de preparar es este, HISTORIAS EXTRAÑAS DE JAPON, el mismo está exclusivamente dedicado a los yokais.
Siempre me ha atraído Japón, su cultura milenaria, sus hermosos paisajes, sus extrañas y, a veces, extravagantes costumbres... Y, por supuesto, sus leyendas ¡me encaaaaaaantan! No fuí capaz de resistirme a escribir estas veinte historias, cada una de ellas dedicada a uno de estos yokais. 
Aquí os dejo una de ellas, que además fue la primera que escribí, espero que os guste conocer al kappa.



EL KAPPA

Desde que tenía cinco años recuerdo a mi abuelo contándome historias de seres extraños a la hora de dormir. Algunas de ellas me impresionaban bastante, como las que hablaban de los elfos de Islandia, el monstruo del lago Okhanagan o las sirenas. A veces era incapaz de olvidarlas durante días, como la del Bigfoot, que además me la contó la noche antes de tener una excursión por las  Grandes Montañas Humeantes durante uno de mis viajes a Tennessee. Me lleve toda la excursión con la cámara de fotos preparada, pues a pesar del terror que me causaba, quería poder sacar una foto de esa criatura para enseñársela a mi abuelo. Pero con el tiempo, y a medida que me hacía mayor, se me fueron olvidando, pasando a ser en mi mente simplemente recuerdos y cuentos que él me contaba aprovechando mi inocencia de niño. Pero todo eso ya ha pasado… Lo que os voy a contar ahora es una historia extraña, y quizá no la creáis, pero es el suceso que me hizo creer en esas criaturas de las leyendas que escuchaba de niño, y lo que me impulsó a que ahora uno de mis mayores hobbies sea estudiar y buscar evidencias de esos seres en los que nadie cree, y a los que solo unos pocos han tenido la oportunidad de ver. Empieza así:
Hace más de diez años que mi hermana mayor se fue a estudiar a Japón, terminó la carrera, se enamoró, se casó y ahora vive en Tochigi. Hace ya dos años desde que yo también concluyese mis estudios con bastante buena nota de media, por lo que mis padres me pagaron un vuelo a Japón para que fuera a ver a mi hermana. De camino podría pasar unos días en el país nipón, que aún no había tenido la oportunidad de conocer.
El vuelo transcurrió tranquilo, duraba seis horas desde Melbourne a Tokyo, tiempo que consumí prácticamente durmiendo.
Mi hermana Sarah y su marido, Muneaki, me recibieron muy bien. Mi sobrino de cinco años, Nikko, al que solo había visto en las tres ocasiones en las que ellos habían venido de vacaciones a casa, estuvo al principio algo reacio conmigo, pero en cuanto paso media hora ya se comportaba como si me viera todos los días.
Llegamos a su casa en coche, por el camino me entretuve mirando la peculiaridad de los edificios de aquella ciudad, totalmente iguales entre sí. Me imaginé perdido entre sus calles sin conocer nada del idioma, ni siquiera el más conocido de sus signos o letras. Creo que si me sucediera eso alguna vez, aquí o en cualquier otro país diferente para mí, no conseguiría salir de entre las calles de la ciudad ni en diez años.
El sitio en el que viven es un lugar bastante bonito, cerca del parque nacional de Nikko, a las afueras de Tochigi. Mi hermana me dijo que al día siguiente haríamos un picnic, ya que Muneaki, cuya profesión era la de naturalista, tenía pendiente hacer una visita a ese lugar para recoger algunas muestras de plantas. Sarah también dijo que, por supuesto, no faltarían sus famosas bolitas de arroz, y que también me enseñarían las preciosas cataratas que había allí.
Esa primera noche pasamos una velada tranquila, probé por primera vez el sushi, creo que no es lo mío... Entre conversación y conversación sobre la excursión del día siguiente, me hablaron de "los hijos del río", que es como llaman allí a los kappa. Me contaron que son unos seres híbridos, con cabeza de mono, pico de ave, caparazón de tortuga y patas de rana que viven en los arroyos, charcas, ríos y lagos de Japón. A este punto de la charla le presté especial atención, pues me recordó en seguida a las famosas historias que me contaba mi abuelo de pequeño, y de las que os hablé antes. Las leyendas niponas hablan de los kappa como seres peligrosos que atraen a los humanos a las charcas, ahogándolos con su fuerza sobrehumana para después succionarles la sangre, como si fueran una especie de vampiro. Pero, a pesar de su peligrosa naturaleza, tenían fama de tener unos modales especialmente corteses.
—Mis antepasados siempre decían que antes los kappa se encontraban en todos los remansos de los ríos—dijo Muneaki.—Pero ahora, la contaminación industrial los ha restringido a zonas de parques nacionales. Yo sé algunos de los sitios estratégicos donde poder encontrarlos, si quieres mañana te llevo.
—¿A si?—Le pregunté escéptico.
—¡Sí!—Sarah pareció animarse.—A Jhon siempre le gustaron esas historias extrañas relacionadas con criaturas de leyenda. Mi abuelo nos las contaba de pequeños.
—Entonces tenemos algo en común los tres—rió mi cuñado.—Aunque ahora las historias han cambiado bastante, aquí en Japón tenemos muchos fantasmas y criaturas de esas, ¿sabes? Pero a mí el que siempre me ha gustado de pequeño es el kappa, las leyendas antiguas hablan de él como la criatura que te he descrito, pero ahora salen muchas veces en los dibujos animados representados como seres benignos, como espíritus que cuidan de la naturaleza. Nikko los ve muchas veces. Me gustaban más las historias de antes, aunque fueran más macabras.
Aquella noche, cuando me fui a la cama, estuve buscando en mi Iphone información sobre aquel ser que ya me había fascinado. Descubrí, entre todo lo que Muneaki y Sarah me habían contado ya, que los kappa tienen una pequeña depresión llena de líquido, muy posiblemente agua, en su coronilla. La única manera de librarte del ataque de un kappa era haciéndolo perder ese líquido, pues solo así serán totalmente vulnerables.
El día siguiente lo pasamos explorando los cursos del agua que fluyen en las cataratas de Kegon, un salto de noventa y un metros que me dejó totalmente fascinado. Di gracias muchas veces de que la tarjeta de mi cámara de fotos tuviera tanta capacidad, pues la verdad era que no había visto unos paisajes como esos en ninguno de los lugares a los que había tenido la suerte de viajar. Japón tenía unos paisajes verdaderamente hermosos, y aún no había visto nada. Mi cuñado me iba señalando algunos de los remanosos por los que pasábamos, diciéndome que en muchos de ellos era posible ver kappas.
Después de comer, Sarah decidió volver a casa, Nikko estaba muy cansado y al día siguiente tenía colegio, con lo que nos quedamos Muneaki y yo solos. Durante todo ese rato tuve la oportunidad de conocer aún mejor a mi cuñado, el cual me pareció un hombre bastante simpático, y, aunque en realidad no nos separaban tantos años de edad, tenía muchísimas cosas en común conmigo. A ambos nos encantaba salir a cenar, de copas con los amigos y, sobre todo, y algo que no podía faltar para fortalecer aún más mi relación de amistad con alguien, Muneaki era un gran jugador de Fifa con la X-Box.
Bordeamos el bello lago Chuzenji, mientras mi cuñado recogía muestras de plantas y tierra y los introducía en unos viales yo examinaba las calas y ensanadas poco profundas que lo bordeaban, verdaderamente espectaculares. No había palabras para describir aquel paisaje tan hermoso, realmente, Japón es un país precioso. Al poco nos sentamos para descansar y beber agua, Muneaki se alejó un poco de mí con mi cámara en la mano, no sé qué insecto me dijo que vio pero tenía que fotografiarlo. Acababa de notar su ausencia cuando escuché una voz infantil cerca de mí. Mientras miraba a mi alrededor, buscando su procedencia, ella me pedía que me acercara a jugar a ver quién tenía más fuerza en el dedo pulgar (juego infantil japonés).
Examiné la orilla del lago y vi una cabeza de mono asomando del agua, mirándome fijamente. En su coronilla pude ver la inconfundible depresión, rodeada de pelo rojo y llena de líquido, caparazón de tortuga, y patas de rana verde-amarillentas. Maldije el hecho de que Muneaki se hubiera llevado la cámara.
El kappa volvió a insistir, y entonces, para mi sorpresa, trepó a un nenúfar y fijo de nuevo su mirada en mí. Nervioso, y recordando lo que había leído la noche anterior, me incliné con deferencia ante él. Había rabia en sus ojos, pero me devolvió el saludo con solemnidad. Al hacerlo, el líquido que llevaba en la cabeza se desparramo en el nenúfar y el kappa desfalleció, volviendo al agua a duras penas. Me lo pensé durante unos momentos, pero después me apresuré a recoger en uno de los viales de Muenaki una muestra de aquel líquido, antes de que se terminara de resbalar de la hoja y me retiré apresuradamente.
Cuando se lo conté a mi cuñado éste me dijo que tuve suerte, pero que ahora el kappa estaría en guardia, que la próxima vez que caminara por aquel lugar él podría estar esperándome. Me dijo que me podía quedar el vial con el líquido de la coronilla de la criatura, pero me adelantó que si la pensaba analizar no descubriría en él más que simple agua.
Ahora mismo tengo ese vial delante de mí, mientras estoy escribiendo esta historia. Me da en la nariz que esta solo es la primera historia de un buen libro que me gustaría escribir, encontrando evidencias de las criaturas de leyenda en las que nadie cree, como yo tampoco lo hacía al principio.
Ahora estoy un poco pelado de dinero para viajar en busca de estos seres, por lo que el primero bien podría ser el yowie, ese lo tengo más cerca, no está mal para empezar ¿no? ¡Deseadme suerte!



Dragos





Toda mi vida me he sentido atraída por los monstruos, especialmente por los vampiros, me enamoré de Dracula la primera vez que leí al inmortal de Bram Stoker. Es por esto que entre mis manuscritos no podía faltar una romántica historia protagonizada por estos fantásticos seres. Aquí os presento uno de mis primeros libros, DRAGOS, su sinopsis y primer capítulo. ¡Ya estoy deseando de colgar los enlaces para su descarga!




SINOPSIS: Llevaba desde pequeña viajando con su padre de país en país, y ya apenas se acordaba de lo que era hacer nuevos amigos o tener una residencia fija, poder hacer su vida… Aunque a todo esto Mary ya estaba acostumbrada.
Pero el destino de su padre en aquel país, una aldea perdida en plena Transilvania que parecía aún anclada en el siglo XVIII, no le gustaba nada. Pero aún le quedaba un consolador refugio en sus amados escritos infantiles. “Ningún lugar te podrá arrebatar nunca tus fantasías y mundos mágicos”, se decía a sí misma.
Pero desde el primer día, algo le llamo poderosamente la atención en aquel lugar, una extraña luz que veía desde su ventana. A partir de ese momento Mary descubrirá que ni siquiera la más poderosa de las imaginaciones puede superar la realidad. ¿Era posible que aquel ser, buen merecedor de ser protagonista de sus peores pesadillas, pudiera despertar en ella el mayor de los deseos?



CAPITULO I

La noche iba cayendo cada vez más, y una ligera niebla se iba apoderando de aquel camino. La luz de la luna, junto con la de las dos pequeñas lámparas de aceite que se encontraban a ambos lados del carruaje, era la única que iluminaba el sendero. El cochero, asiendo fuertemente las riendas de los dos equinos a los que guiaba, daba las gracias a Dios de que fuera una luna llena la que iluminaba el cielo de aquella noche.
A ambos lados del camino solo había oscuridad, a cuyo aumento ayudaban la gran cantidad de árboles que atravesaban. En aquella época del año sus ramas estaban totalmente desnudas, y entre ellas, una curiosa y extraña niebla, que se deshacía como lo haría una telaraña al atravesarla, ayudaba a darle el aspecto de largos dedos huesudos de cadáveres que intentan escapar de sus tumbas. El enorme círculo lunar se recortaba en el cielo, ascendiendo poco a poco de una manera que le hacía parecer querer salir de la maraña de zarpas.
Hacía ya varias horas que Mary no se asomaba por las ventanas del carruaje. La última vez que lo había hecho aún no había anochecido, y ya le parecía que aquel desolador lugar no se atrevería a atravesarlo ni el más valiente.
Iba ya medio dormida cuando un profundo aullido de lobo la despertó, era el último toque que le quedaba para hacer más aterrador aún a aquel lugar, si es que aquello era posible… Miró a su derecha y vio como su padre dormitaba, la cabeza se le había venido hacia adelante con el traqueteo del carro y su sombrero parecía estar a punto de caer de su cabeza.
—Papá...—Le susurró ella, dándole un pequeño toquecito en el brazo.
El hombre no contestó, solo se revolvió en su asiento y se giró hacia el otro lado, dándole la espalda a la joven.
Peter, un cincuentón y simpático abogado croata, al que habían conocido en Bucarest y que casualmente también se dirigía a Valaquia, cabeceaba igualmente en su asiento con los brazos cruzados sobre su pecho, como si sintiera frío. Su largo y rizado bigote se mecía con cada fuerte respiración acompañada por un ligero ronquido.
"Vaya compañía de viaje", pensó Mary, volviéndose a acomodar en el sillón.
Hacía algo más de seis años que Grazy, su madre, había muerto tras una larga enfermedad, por lo que ella y su padre viajaban juntos por casi toda Europa debido al trabajo de éste, era burócrata del Gobierno francés. Mary no tenía hermanos, por lo que viajaban ellos dos solos. Rumanía era el quinto país que visitaban, con intención de permanecer en Valaquia los próximos cinco meses. A Mery no le hacía especial ilusión aquel lugar, pues, aparte de que no podría tener una vida normal, tampoco podría conocer a gente de su edad con la quien juntarse mientras su padre acudía a sus numerosas y soporíferas reuniones profesionales, aunque solo fuera dentro de su círculo de trabajo. En Londres, de donde ahora venían, había hecho muchos amigos, aunque allí solo permanecieron tres meses en lugar de cinco, aquel había sido el lugar en el que había conocido a la que consideraba ya una amiga para toda la vida, la también profesora, Sarah. Le dolía tener que dejar a la gente que había aprendido a querer en los diferentes lugares en los que había vivido, a sus veinticinco años aún no había pasado más de uno en una misma ciudad desde que su madre había muerto, y le gustaría encontrar un sitio en el que poder vivir finalmente y formar una familia, el cual era su sueño desde pequeña.
Con todo el esfuerzo de su corazón, empujó la puertecita de madera de la ventana del carro y se asomó por ella, al ver la niebla se le puso el vello de punta. Apenas podía ver a los animales que tiraban del transporte a causa de ella.
—¡Disculpe!—Le dijo al cochero.—¿Falta mucho para llegar?
—No, Señorita. Un desvío más y podréis descasar.
Mary se percató de que el cochero le señalaba al frente, donde el camino se bifurcaba. Cuando estuvo a punto de cerrar de nuevo la ventana pudo ver a través de la niebla el resplandor de unas llamas. Varios metros más adelante, en la bifurcación, pudo comprobar que aquel resplandor correspondía a varias antorchas cargadas por las personas que formaban una comitiva, algunas de las cuales también transportaban un ataúd.
"Oh, Dios mío..."
El conductor dio un tirón de las riendas de los equinos, que se detuvieron con un ligero relincho mientras la comitiva pasaba por delante del carruaje. Aquellas personas parecían no tener expresión, ni luz en los ojos... Simplemente caminaban como lo haría un autómata, como si ya conocieran a la perfección el camino que estaban recorriendo. Mary ya no fue capaz de cerrar la ventana, parecía hipnotizada por el lento paso de aquellas figuras enlutadas. La falta de movimiento pareció despertar a su padre y a Peter, el cual lo hizo con un inesperado sobresalto. Ambos se asomaron a la misma ventana por la que lo hacía Mary.
—No es más que un entierro,—les indicó el cochero.—Es tradición dejarlos pasar, no detener su paso.
Los viajeros no contestaron, miraban embobados aquella peregrinación. Cuando aquellos que cargaban el ataúd pasaron justo por delante de ellos, Mary vio horrorizada que este carecía de tapa y que el cadáver que contenía, el de una joven más o menos de la misma edad que ella, estaba boca abajo, lo cual no pareció captar solo su atención.
—Es tradición aquí que se entierren boca abajo a las personas suicidas—les informó el abogado al ver sus caras, utilizando un precario alemán—. Esa joven debe haberse quitado la vida.
A Mary se le encogió el corazón y una cálida lágrima le recorrió la mejilla. De pronto sintió que no podía respirar, que algo oprimía fuertemente su pecho, y se dejó caer pesadamente en su asiento.
—¿Está muy lejos el cementerio?—Preguntó su padre al conductor, al mismo tiempo que ponía las manos sobre los hombros de su hija.
—No, faltaran unos cincuenta metros para llegar.
Cierto, solo cuando esforzaron la vista a través de aquella ligera niebla pudieron ver la baja valla que rodeaba el camposanto. Cuando la comitiva llegó a su puerta se detuvo, dejando el ataúd en el suelo.
El carruaje por fin adelantó al grupo en la puerta del cementerio, y los viajeros pudieron ver como el que parecía un sacerdote se acercaba al cadáver con cuatro clavos en una mano y un martillo en la otra, disponiéndose a clavárselos a la fallecida en las manos y en los pies.
—¿Qué es eso?—Pregunto alterado el padre de Mary.—¿Qué van a hacer?
El mismo abogado, que parecía muy puesto en las costumbres valacas, le respondió casi sujetándolo, pues el burócrata parecía querer saltar del carro para evitar esa barbarie.
—Es una suicida, el ritual para el entierro es así.—Le dijo con voz tranquilizadora.
El hombre se volvió a sentar junto a su hija, poniendo una de sus manos sobre las suyas a modo de seguro, Peter cerró la pequeña ventana de madera.
En seguida llegaron a la aldea de Brasov, en la que las campanas de la torre de la iglesia, repicando después del funeral de aquella joven, parecían darles la bienvenida.